7 de febrero de 2006

Las fricciones en el Mercosur
Respetar las asimetrías, evitar la prepotencia


Por Julio Fernández Baraibar*
Buenos Aires, 4 de febrero de 2006

“No puedo ni debo analizar las causas de esta guerra entre hermanos; lo más sensible es que siendo todos de iguales opiniones en sus principios, es decir, a la emancipación e independencia absoluta de España... debemos cortar toda diferencia”. Así escribía el general José de San Martín a su tocayo Artigas, desde Mendoza el 13 de marzo de 1819. La carta, lamentablemente y por obra de una intriga, nunca llegó a su destinatario. Y no se vea en ella una solidaridad ideológica del Libertador con el Protector de los Pueblos Libres. Por el contrario, San Martín desconfiaba del alboroto gaucho y temía –no sin razón- al fantasma de la anarquía. Pero la unidad, la hermandad y la comunidad de intereses primaban sobre cualquier otro concepto.

Hace exactamente un año, en febrero de 2005, se produjo una grave crisis entre Venezuela y Colombia. Un dirigente de las FARC colombianas fue secuestrado por fuerzas de seguridad de ese país a plena luz del día en territorio venezolano y llevado detenido a Bogotá.

Simultáneamente, la sospecha boliviana de que Brasil y Argentina triangularían la venta de su gas a Chile, tensó las relaciones entre estos países, mientras recrudecía el entredicho chileno-boliviano por la salida al mar del país altiplánico. En ese momento publicamos un artículo[1] en el que sosteníamos por un lado, el papel que jugaba el viejo nacionalismo de campanario de los diversos fragmentos en que se dividió Hispanoamérica en el siglo XIX y, por el otro, el modo en que el imperialismo británico, primero y angloyanqui, hoy, ha hecho jugar esos nacionalismos para introducir cuñas en el proceso de integración.

Hoy estamos viviendo tensiones similares y de singular magnitud entre gobiernos que se supone tienen coincidencias político-ideológicas que deberían impedir, o por lo menos dificultar, este tipo de situaciones.

Militamos entre quienes consideran que el proceso de unificación suramericana no está determinado por razones ideológicas. La construcción de la Patria Grande surge de nuestra historia, de la realidad geográfica y de la necesidad de constituir un bloque continental para asegurar el desarrollo económico de nuestros países, la dignidad de nuestros pueblos y la independencia de la región, frente al avasallante expansionismo de los EE.UU., en lo que el profesor Heinz Dieterich denomina “el nuevo monroísmo”. Por ello este proceso es, y debe ser, independiente de la filiación política de los gobernantes e inscribirse en las políticas de estado de los países suramericanos. Por lo tanto el afianzamiento y profundización del Mercosur no radica en las aparentes similitudes ideológicas que puedan existir entre los presidentes Lula da Silva, Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez, sino en la capacidad del conjunto de los países y gobiernos que lo integran para establecer y hacer cada vez más complejos e íntimos los lazos económicos, políticos y estratégicos entre ellos, en avanzar en un proceso integrador que haga evidente a los pueblos y gobiernos sus ventajas y los inconvenientes que aparejaría un retroceso al mosaico balcanizado.


De la objetividad de este proceso unificador -más allá de los refuerzos que adquiera gracias a los impulsos subjetivos de políticos y diplomáticos concientes de la gigantesca e imperiosa tarea- surge el celo y la atención con que las diferencias de tamaño territorial y poblacional, desarrollo económico y tradiciones políticas entre los distintos países del Mercosur deben ser atendidas. A esto se refiere el tema que en el, a veces, críptico lenguaje tecnocrático se denomina “desarrollos asimétricos”.

Socios mayores y socios menores

Uruguay y Paraguay no son sólo los países de menor extensión territorial y menor población de la región, sino que su participación en el PBI del Mercosur es también reducido. Y ha sido quizás ésta la razón por la cual ambos países se han sentido marginados en la construcción de los acuerdos y en la distribución de los beneficios que el Mercosur debe representar para sus países miembros.

Si bien los “desarrollos asimétricos” han constituido materia permanente de discusión entre el Brasil y la Argentina, y muchas veces motivo de fricciones diplomáticas y comerciales, estas asimetrías con los países más pequeños no han sido consideradas con la dedicación y esfuerzo que se merecen[2]. Los países pequeños en territorio, población y economía han basado, paradójicamente, en este hecho su presencia internacional. Es el caso de los estados surgidos como producto del estallido de la Unión Soviética y el antiguo bloque socialista. Llegados tarde al proceso de unificación europea compensan su debilidad con una alianza extracontinental con los EE.UU. que, en muchos casos, es vista por la Unión Europea como una cuña de la potencia hegemónica.

Si bien Brasil se ha presentado como el país de la región con una mayor comprensión estratégica sobre la construcción del Mercosur, la incorporación de Venezuela, en una acción consultada y coordinada tan sólo con Argentina, dejó en Uruguay y Paraguay la sensación de ser firmantes de un contrato de adhesión más que de un acuerdo entre entidades soberanas.

De la misma manera, el trato prepotente sufrido por el Uruguay en el tema de las papeleras, con una sospechosa participación de una ong internacional con públicas relaciones institucionales y empresariales con el Reino Unido, como Green Peace, así como las trabas que sufre a la exportación de algunos productos industriales a la Argentina, lo que dificulta la radicación de inversiones productivas destinadas al Mercosur, ha llevado en este principio de año a notorias manifestaciones críticas por parte de altos funcionarios del gobierno uruguayo, con la consiguiente amenaza de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los EE.UU.

Asimismo el Brasil, y pese a que, insistimos, es quien mayor cintura política y diplomática ha evidenciado en este proceso, continúa reivindicando, frente al socio paraguayo, una ahistórica y, entendemos, errónea visión de la dramática Guerra de la Triple Alianza[3] que significó para el país guaranítico un golpe fatal del que no ha terminado de restablecerse. Una correcta interpretación política de aquella aciaga guerra debería llevar al Brasil, por el contrario, a restañar las viejas heridas, devolver los trofeos de guerra –como hicieran Yrigoyen y Perón- y restablecer la confianza de los paraguayos sobre quien fuera la potencia militar que los derrotara casi hasta el exterminio. No se trata, obviamente, de renunciar a la propia historia, sino de interpretarla desde el presente y a partir de las líneas de fuga hacia el presente que encerraban aquellos hechos.

Esto incluye, aún cuando no sea miembro pleno del Mercosur, el particular cuidado que merecen las relaciones políticas y económicas con Bolivia. Es muy posible que los argentinos tengamos que renunciar al precio preferencial del gas que estableciera un gobierno boliviano profundamente cuestionado y que ha significado proficuas ganancias para la empresa española Repsol. Es muy posible, también, que Petrobras tenga que adecuar su política empresarial a las condiciones que le impone el contexto suramericano y ser agente, no del mero interés empresarial, sino de la dinámica de la integración política del continente. El actual ministro de Hidrocarburos de Bolivia, el doctor Andrés Soliz Rada, lo ha manifestado en reiteradas oportunidades en sus artículos periodísticos y ha sido ratificado en los primeros días de su gestión.

Los beneficios del Mercosur deben ser evidentes, en primer lugar, para sus socios menores. Es obligación de los socios de mayor magnitud correr con ese esfuerzo. De lo contrario, estas diferencias serán el mecanismo para que Uruguay o Paraguay se conviertan, contra el deseo histórico de sus pueblos, en un enclave político o militar de EE.UU., en una nueva Gibraltar yanqui. El consejo del Libertador, “debemos cortar toda diferencia”, debería ser el lema inscripto en el mármol de nuestra unidad.

Notas
* El presente artículo fue publicado en la revista "Integración", de la Universidad Nacional de Mendoza, Argentina.

[1] Las disputas fronterizas como expresión del nacionalismo balcanizador. Se puede leer en mi blog http://fernandezbaraibar.blogspot.com

[2] Ver Carlos Piñeiro Iñiguez, La Nación Sudamericana, Del imperativo histórico-cultural a la realización económico-política, Nuevohacer, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 2004, pág. 170 y ss.

[3] Julio Fernández Baraibar, Un solo Impulso Americano – El Mercosur de Perón, ver Comentario Crítico Preliminar de Helio Jaguaribe y Una digresión polémica. El profesor Jaguaribe, en el primer texto, y el profesor Luis Alberto Moniz Bandeira, en “Argentina , Brasil y Estados Unidos. De la Triple Alianza al Mercosur”, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2004, –ambos fervientes defensores de la consolidación y profundización del Mercosur y con gran influencia intelectual en Itamaraty- reivindican a ultranza el siniestro papel jugado por el Imperio del Brasil –e Inglaterra-, el mitrismo y el partido Colorado del Uruguay, contra el intento de desarrollo autocentrado impulsado por los López.