27 de diciembre de 2007

A todos los amigos

Este es un mensaje personal que envío a todas mis relaciones políticas. Sepan disculpar la extensión del mismo. Se refiere a circunstancias ocurridas a lo largo de tres riquísimos años, durante los cuales el pueblo argentino reinició el camino de su liberación y el de la unidad latinoamericana.

En octubre de 2004 un grupo de compañeros, encabezado por mí, decidió sumarse al pequeño grupo partidario Patria y Pueblo con las siguientes consideraciones:

Por qué y para qué nos integramos a Patria y Pueblo

Han pasado diez años del fallecimiento de Jorge Abelardo Ramos y, hace tan sólo un par de meses acaba de irse Jorge Enea Spilimbergo. Los dos fundadores, militantes y cons­tructores políticos de la Izquierda Nacional ya no están con nosotros, pero han dejado tras de sí un importante y trascendental legado. Hay una generación de militantes de nuestra corriente que accedieron a la vida política con los fuegos insurreccionales de 1969 y tiene hoy la edad y la madurez necesarias para tomar la posta dejada por los fundadores. Pero también existe una nueva camada de jóvenes militantes, del campo social, del movimiento estudiantil y del movimiento sindical, que se ha sumado a nuestras filas como resultado de las grandes movilizaciones del nuevo siglo, que ha recogido las bande­ras de la Izquierda Nacional y las despliega a los nuevos vientos que hoy soplan en nuestra América Latina.

Muchas de las tareas que hemos intentado desarrollar a lo largo de estos últimos cuarenta años han comenzado a hacerse fuerza social y política.

La Patria Grande

La Unidad de la Patria Grande ha dejado de ser una consigna para desplegar agitativamente y se ha convertido en bandera estratégica para un decisivo número de estados de nuestra balcanizada tierra. Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay están consolidando un Mercosur que ha dejado de estar en manos de economistas y empresarios, para pasar a ser iluminado con proyectos culturales, políticos, científicos, territoriales y militares. A este grupo inicial de países se le ha sumado la Venezuela Bolivariana, que bajo la conducción del Comandante Hugo Chávez despliega para el conjunto de nuestros pueblos las antiguas aspiraciones del Libertador.
El mapa político de Suramérica ha comenzado a dibujarse con el mismo lápiz con que Pe­rón, como presidente y estratega del movimiento nacional argentino, y Jorge Abelardo Ra­mos, en la lucha ideológica y política desde el llano, esbozaron, hace ya cincuenta años, nuestro inevitable destino continental.

Nunca, desde los tiempos de las guerras por la Independencia ha sido tan fuerte, tan só­lido y tan operativo el sentimiento de pertenencia a una misma Patria. Desde todos los puntos de nuestro inmenso continente llegan expresiones de gobierno y de pueblos que anhelan sumarse a este Mercosur, que ha logrado poner coto al ALCA, la política nortea­mericana de dominación en el área. Lejos de afirmarse, el ALCA ha debido posponer sus planes, gracias a la presión mancomunada del Mercosur, que ha encontrado en las cancille­rías de Brasil y Argentina la coincidencia de objetivos que faltaban durante estos últimos diez años. Cada semana se amplía y profundiza, en reuniones presidenciales, ministeriales y diplomáticas, la institucionalización de nuestro gran espacio. Si bien, existen dificultades en países del Pacífico, como Chile o Perú, que se resisten, por razones históricas y sociales, al impulso de unidad, es cada día más evidente la confraternidad y comunidad de intereses y objetivos que existen entre los países de la Cuenca del Plata y entre sus respectivos gobier­nos.

La Argentina y la crisis del modelo imperialista

En nuestro país, el partido justicialista, que sigue conteniendo a las grandes mayorías na­cionales, se encuentra en la confusa encrucijada de un laberinto. Limitado y agobiado por los años de sumiso silencio y callada obediencia a la política oficial menemista, a los mitos monetaristas del liberalismo y a la voluntad de la potencia imperialista hegemónica, EE.UU., tiene dificultades insalvables para reencontrarse con sus ideales y programa histó­ricos. Ha dejado de ser ese mero instrumento electoral al que el General Perón acudía para ratificar en las urnas la legitimidad que previamente residía y era ejercida en el seno del pueblo, para convertirse en un partido del régimen.

Es por eso que el partido justicialista ha dejado inevitablemente afuera a los mejores ele­mentos del peronismo, a los sectores más profundamente vinculados a su experiencia histó­rica y a las nuevas generaciones de hombres y mujeres del pueblo que saben de ésta tradi­ción, pero no encuentran el cauce político que la exprese.

El 19 y 20 de diciembre de 2001, los sectores populares argentinos, los trabajadores, las grandes masas de desocupados y amplios sectores de la clase media empobrecida, hicieron temblar hasta sus cimientos el modelo político y económico de dominación imperialista, haciendo renunciar al ideólogo del mismo, el ministro de Economía Domingo Cavallo y al impávido, conservador y reaccionario presidente radical Fernando de la Rúa. Durante unos días nuestro pueblo fue dueño de las calles y factor determinante y exclusivo para la constitución de una nueva relación de fuerzas en la Argentina. Pero el alzamiento popular no se convirtió en una revolución. La debilidad de los trabajadores, la liquidación del apa­rato productivo, el retroceso gigantesco de las conquistas alcanzadas habían sido de tal magnitud que imposibilitaron que esa nueva relación de fuerzas se convirtiese en acción política revolucionaria. Y las elecciones no hicieron sino reflejar estas limitaciones.

Por un lado, Carlos Menem, el autor y responsable del desmantelamiento del aparato del Estado y de la entrega de nuestras empresas y riquezas nacionales a la voracidad imperia­lista, intentaba continuar y profundizar su vasallaje, con un programa que, de cumplirse, impediría para siempre nuestro desarrollo soberano y pondría en riesgo la marcha y profun­dización del proceso de unidad continental expresado en el Mercosur.

Por otro lado, Adolfo Rodríguez Sáa, quien en unos días como presidente, puso al país nuevamente de pie y lleno de entusiasmo y fe en el futuro, al declarar la moratoria de la deuda externa, lanzar un amplio plan de lucha contra la pobreza y la desocupación y volver a las fuentes tradicionales del movimiento nacional, expresó en su programa y en su cam­paña el proyecto más osado y radical: un retorno a la política histórica del peronismo en el marco de la necesaria reconstrucción del Estado nacional desguazado.

Y por fin, la candidatura de Néstor Kirchner aparece como resultado exclusivo de tres ne­gativas: la de Eduardo Duhalde a presentarse como candidato en los días en que el miedo producido por el asesinato de Santillán y Kostecki le hacían decir cualquier cosa; la de las encuestas electorales a la candidatura de José Manuel de la Sota; y la de Carlos Reuteman a aceptar la invitación del PJ. Ungido a último momento, logró acumular el peso del apa­rato partidario bonaerense, formado sobre la base del más crudo clientelismo político en manos de los intendentes del gran Buenos Aires. Fue este candidato el que asumió la presidencia, cuando el candidato que había ob­tenido más votos, Menem, se negó cobardemente a presentarse al balotaje.

El gobierno de Kirchner

Asume entonces el gobierno un sector del peronismo con una base predominantemente pequeño burguesa, cuyos dirigentes habían sido ejecutores complacientes de las políticas desnacionalizadoras del menemismo, sin muchos vínculos con el movimiento sindical, con una visión bastante provinciana de la realidad política nacional y que es tributario de su triunfo al poderoso aparato que maneja con mano firme Eduardo Duhalde. El gobierno del presidente Kirchner llegaba, entonces, al gobierno como resultado de una profunda división en el seno del peronismo.

A casi dos años de estos hechos, este gobierno ha dado muestras de sus luces y sus sombras.
Nos encontramos con un gobierno débil, con muy escasos cuadros administrativos pro­pios y con una alta concentración del poder en la figura del presidente, que intenta recons­truir el aparato del Estado en sus aspectos esenciales, que, con una paciencia a veces exas­perante, pretende resistir las presiones sin límites de las empresas privatizadas y que ha asumido una negociación de la deuda externa con dignidad y firmeza. Se trata de un go­bierno que ha planteado como estratégica la continuación del Mercosur y ha sabido aislar a estas negociaciones de los altibajos del comercio regional y de los reclamos sectoriales, pero que no se atreve a revisar en profundidad los postulados económicos liberales y ha sido incapaz, pese a algunos esfuerzos, de dar solución rápida y profunda al hambre que sufre un inmenso sector de nuestro pueblo. Estamos frente a un gobierno que ha reivindi­cado la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas y a los combatientes que en ella lucha­ron como no había ocurrido durante los veinte años de democracia formal, pero cuyo mi­nistro de Economía se resiste a reactivar el mercado interno por la vía del aumento salarial y mantiene un conservador superávit fiscal, en momentos en que la creación de nuevas fuentes de trabajo y la reactivación económica deberían constituir el único objetivo de la conducción del área.

Este gobierno ha intentado a lo largo de dos años de independizarse del poder generado por el sistema de caciques del partido Justicialista y ha buscado ampliar su base de sustento hacia sectores de la clase media progresista, fundamentalmente de la ciudad de Buenos Aires, y con cierta inserción en sectores desocupados de la ciudad y del Gran Buenos Aires. Estos intentos han tenido un escaso éxito, razón por la cual, y ante la inminencia de elec­ciones legislativas en el 2005, el presidente Kirchner y sus amigos han debido reparar los puentes con la maquinaria electoral del justicialismo y su sistema de aprietes y favores. El gobierno se encuentra así sostenido por un minoritario sistema de dirigentes vinculados a cierto progresismo izquierdista, con escaso poder electoral, y por la estructura del PJ, sus gobernadores, intendentes y punteros, educados políticamente en el menemismo, que des­confían orgánicamente del santacruceño y sus intentos reformistas. El concepto elaborado y sostenido por Alberto Guerberof de “un gobierno sin partido en un país sin estado” sinte­tiza con claridad la debilidad orgánica tanto del gobierno como de la sociedad en su con­junto, después del vendaval que liquidó la herencia del peronismo, del yrigoyenismo, como YPF y hasta del roquismo, como el correo, el agua y el ejército nacional fundado en el ser­vicio militar obligatorio.

La oposición

Del otro lado, lo enfrenta el conjunto del sistema imperialista, los acreedores externos, las privatizadas, el sector agrario enriquecido por la devaluación y enemigo declarado de las retenciones a las exportaciones, los viejos y nuevos representantes de los sectores enrique­cidos durante los noventa a costa del empobrecimiento de la mayoría de los argentinos, con sus López Murphy, Macri y Sobisch. Estas clases sociales han gobernado el país desde el golpe de estado de 1976 y, por primera vez, se encuentra sin una dirección unificada y con un enorme descrédito social y político. Hasta ahora no han podido confrontar con el go­bierno sino a través de la figura mediática del señor Blumberg en el tema de la seguridad pública, fundamentalmente alrededor de los secuestros extorsivos.

El cuadro opositor se completa con la sistemática campaña de descrédito desplegada por la señora Lilita Carrió con gran repercusión en la prensa comercial y en las usinas políticas del neoliberalismo. La ex diputada alfonsinista encabeza un amplio frente opositor que abarca desde un tibio progresismo hasta sectores ultraizquierdistas que creen vivir en una situación preinsurreccional y llevan adelante una política de confrontación que, si bien no puede alcanzar el poder, socava al gobierno facilitando y hasta dando excusas a la acción de la derecha imperialista.

El reagrupamiento de la Izquierda Nacional, hacia un nuevo movimiento nacional
En los últimos casi treinta años la Izquierda Nacional sufrió los embates y las derrotas que experimentó el conjunto del pueblo argentino. Se produjo entonces un largo proceso de escisiones y rupturas que llevaron a una completa dispersión de sus cuadros y organizaciones. Algunos compañeros pasaron por el justicialismo y, decepcionados, volvieron a su casa. Otros compañeros desarrollaron distintas experiencias políticas a lo largo de estos años, organizando alguna forma de nucleamiento político en su provincia o en su ciudad o comprometiendo su acción militante en organizaciones gremiales. Hay compañeros que con sus organizaciones lograron establecer vínculos de estrecha colaboración y respeto con sectores del nacionalismo, tanto de origen militar como peronista. Hay compañeros y organizaciones que han desarrollado un intenso trabajo de organización social, agrupando a obreros desocupados y sus familias y llevando adelante emprendimiento productivos solidarios. En todos ellos ha permanecido vivo el pensamiento estratégico de la Izquierda Nacional y los acontecimientos históricos de los últimos años no han hecho sino reafirmar esta convicción. Entendemos que es necesario, sin plazos y sin condiciones, iniciar un movimiento unificador de toda esta fuerza en un diálogo y cooperación sinceros y fraternales, en donde nos reconozcamos en nuestras experiencias sin anteojeras ideológicas y sin prejuicios derivados de enfrentamientos que ya tienen un cuarto de siglo. Este proceso de reencuentro y unificación deberá plantearse sin ideas preconcebidas acerca de la organización que nos daremos y dando cara a la magnitud de las tareas que los nuevos tiempos y la juventud argentina nos exigen.

Pero este objetivo sólo adquiere sentido en la realización de la otra tarea estratégica: la de la recreación del gran movimiento nacional revolucionario que exprese al conjunto de las clases y sectores esquilmados por el imperialismo, a los trabajadores sindicalizados y a la vasta multitud de obreros desocupados, campesinos sin tierra, empleados con sueldos miserables, profesionales sin destino en la producción y estudiantes sin futuro, a las nuevas generaciones de militares que anhelan unas Fuerzas Armadas al servicio de la integridad territorial y del desarrollo económico soberano de la Patria. Con el aporte de miles de dirigentes y militantes peronistas que no fueron corrompidos por el menemismo, de miles de dirigentes gremiales que han resistido durante todos estos duros años, de miles de esforzados dirigentes sociales que hicieron frente al hambre de sus compatriotas y los ayudaron a organizarse y enfrentar al poder, de miles de hombres y mujeres, jóvenes y viejos las banderas históricas del pueblo argentino volverán a flamear victoriosas como lo hicieron el 17 de octubre de 1945.

Entendemos que la mejor manera de poner en acción estos puntos de vista y alcanzar estos objetivos es dando un paso concreto hacia esa unidad, no para cristalizar particularidades, sino para respetarlas y asumirlas en el movimiento general. Vemos a la Izquierda Nacional como un gran torrente político e ideológico necesario para enfrentar los combates que vienen.
El movimiento Patria y Pueblo, con quien hemos mantenido permanente contacto, con quien hemos participado en la campaña del Movimiento Nacional y Popular en las últimas elecciones, ha logrado constituir en la región metropolitana una importante organización militante con presencia en el movimiento de desocupados, en el movimiento barrial y en el movimiento estudiantil. A su vez, ha desarrollado una tarea de reagrupamiento de los cuadros de la IN con una visión amplia y fraterna que compartimos.

En esta perspectiva y con las convicciones aquí expresadas, los abajo firmantes hemos decidido integrarnos al movimiento Patria y Pueblo, desde donde continuaremos luchando por la liberación nacional y la unidad latinoamericana.

Intentamos integrarnos, entonces, a una organización política preexistente, con estas consideraciones y objetivos. Fui elegido en un plenario como miembro de la Mesa Nacional del partido y, a partir de ese momento actué persiguiendo la realización de los objetivos planteados en la declaración precedente, realizando una intensa labor tendiente a la unificación de distintos sectores con origen común en la Izquierda Nacional, así como en la elaboración de la política nacional y latinoamericana del movimiento.

Desde el principio mismo de la incorporación surgieron algunas diferencias con respecto a dos puntos:

En primer lugar, al tipo de organización que debíamos crear. Mi opinión, junto con la de algunos otros compañeros, era la construcción de una amplia organización que nuclease a afiliados y militantes que coincidieran con los grandes lineamientos de la Izquierda Nacional expresados por Patria y Pueblo en la coyuntura política que nos tocaba vivir, mientras que otros compañeros, mayoritarios en la conducción del partido, insistían en la formación de una cerrada estructura de cuadros descripta con abundancia de metáforas militares, del tipo “ejército en marcha”. Se insistía en un criterio formalista según el cual cierto modo de organización partidaria, con cuadros regimentados bajo un cercano control de la dirección, fundado en deformados conceptos de origen leninista, aseguraría la incorruptibilidad de los cuadros y la intransigencia de la política. Pese a que el partido fundado por el propio Lenin, según sus estrictos criterios, fue el que entregó la propiedad estatal rusa a una mafia formada por los propios cuadros partidarios, los demás integrantes de la mesa de PyP se aferraban a estas viejas concepciones. En lugar de plantearse el problema de dotar de nuevas representaciones a las grandes masas a las que los grandes partidos tradicionales ya no pueden representar - como se expresaba en nuestro documento- se optaba por el pequeño cenáculo, con sus reuniones de núcleo presididas por un miembro de la dirección, con la obligatoriedad de concurrir a ellas y demás preceptos de la liturgia de los grupos de izquierda. La discusión quedó abierta y postergada. Mi opinión era que el desarrollo de la política generase las condiciones necesarias para resolverla, habida cuenta de que, era mi punto de vista, esta diferencia no podía interferir en nuestra voluntad de construir una formación política numerosa, influyente y capaz de generar y hacer política.

La segunda diferencia importante era un punto de vista crítico de mi parte a subrayar las diferencias surgidas en la Izquierda Nacional hace treinta años, cuando se inició el alejamiento entre Ramos y Spilimbergo. Si bien tanto los compañeros más veteranos como yo habíamos permanecido junto al último en aquellas jornadas y lo habíamos acompañado durante todas o algunas etapas del camino, consideraba que reabrir la discusión sobre aquellos lejanos tiempos sólo serviría para ahondar el distanciamiento entre los diversos grupos de IN, cuando la tarea central era la convergencia, tal como lo expresaba nuestra declaración.

Actuamos y actué en consonancia con ella. Fui uno de los impulsores de la publicación de la revista Política y, hasta último momento, busqué el acuerdo con otros grupos de IN para que fuese una edición conjunta y no sólo el producto de PyP. Tuve que luchar contra la inoportunidad y el sectarismo de algún compañero que, en medio de las negociaciones con el movimiento Causa Popular, conducido por Alberto Guerberof y que acompañó a Ramos en las querellas de 1975, saliera públicamente con un intempestivo brulote contra Jorge Abelardo Ramos, en evidente actitud rupturista.

Di charlas y conferencias en todas partes del país expresando el punto de vista sostenido por PyP y, pese a la cautelosa y desconfiada actitud de varios miembros de la mesa, mis intervenciones públicas, personales, por escrito, por radio, televisión e internet, jamás entraron en colusión con la línea política de PyP, sino que, por el contrario, abrían perspectivas para la acción política de nuestro movimiento.

No obstante ello, a lo largo del tiempo, se fue desarrollando una desconfianza y una falta de confraternidad, cuyo origen, según pude enterarme hace unos días, radicaba en lo que dieron en llamar mi “concepción sobre la construcción partidaria”, es decir en mi negativa a conformar una secta salvacionista, y mi insistencia en construir un partido en el que los argentinos de carne y hueso, sin mayores dones que su mera preocupación por su patria y su futuro pudieran encontrar un lugar de lucha.

No voy a poner a quienes hayan llegado hasta aquí en la penosa tarea de conocer las pequeñas maniobras, las zancadillas arteras o la hipocresía que tuve que sufrir por mi resistencia a convertirme, a mi edad, en un boy scout, para quien debería ser más importante ser orgánico que ser político. Todo tipo de personajes, incluso ajenos al partido –lo que no deja de ser paradójico en un grupo autorreferenciado a su sacramental organicidad- desfilaron en la campaña de desprestigio previa a la ejecución. El teléfono dejó de sonar para comunicarme la suspensión de reuniones o las novedades del movimiento. Había comenzado la acción de enfriamiento.

El hecho es que la mayoría de la mesa nacional de PyP decidió expulsarme, el sábado último, por el hecho de que mi “inorganicidad ha generado un mal ambiente en la mesa”, aún cuando “soy la persona que más coincide políticamente con PyP” y dándole a la expulsión la forma cínica de una licencia no solicitada. Como no se animaron a votar una expulsión –cosa que propuse-, concientes de la naturaleza sectaria que tal actitud comportaba, encontraron este cínico recurso, inútil para ocultar la naturaleza sectaria y excluyente de la actitud.

De manera, estimados amigos, que por decisión de la dirección de PyP y de su rampante celotismo he dejado de pertenecer al agrupamiento, y que, por lo expuesto, han resultado incorrectas nuestras presunciones sobre que, desde allí, podríamos llevar adelante un proyecto de unificación de la Izquierda Nacional. Si han sido incapaces de convivir con quien ha marcado un punto de vista diferencial en un par de cuestiones, es imposible que de ese agrupamiento surja política unificadora alguna, la que tendría que absorber diferencias más complicadas y con un desarrollo identitario de años de militancia. Quienes hoy dirigen PyP, he llegado a la conclusión, quieren construir, tan sólo, una pequeña secta sin voluntad integradora, autocomplaciente con su estrechez y doctrinarismo, orgullosa de su pequeña talla y su dogmatismo.

Libre de los compromisos que traté de preservar y respetar, continúo como siempre en la lucha por la liberación nacional y la unidad latinoamericana a la que me sumé a los veinte años. Las ideas de la Izquierda Nacional siguen siendo un instrumento irremplazable en esa tarea. Sigo considerando, como lo expresamos en aquella declaración de hace tres años que “es necesario, sin plazos y sin condiciones, iniciar un movimiento unificador de toda esta fuerza en un diálogo y cooperación sinceros y fraternales, en donde nos reconozcamos en nuestras experiencias sin anteojeras ideológicas y sin prejuicios derivados de enfrentamientos que ya tienen un cuarto de siglo. Este proceso de reencuentro y unificación deberá plantearse sin ideas preconcebidas acerca de la organización que nos daremos y dando cara a la magnitud de las tareas que los nuevos tiempos y la juventud argentina nos exigen”.

Cuando el pueblo argentino, después de la última elección, ha ratificado la política del presidente Kirchner de reasumir el rumbo de nuestra revolución nacional latinoamericana, cuando las declaraciones de la nueva presidente Cristina Fernández de Kirchner ratifican y profundizan esa voluntad popular, al responder con patriótica firmeza y dignidad la alevosa provocación del imperialismo yanqui, a través del mismísimo FBI, se hace, también, más necesaria que nunca “la recreación del gran movimiento nacional revolucionario que exprese al conjunto de las clases y sectores esquilmados por el imperialismo, a los trabajadores sindicalizados y a la vasta multitud de obreros desocupados, campesinos sin tierra, empleados con sueldos miserables, profesionales sin destino en la producción y estudiantes sin futuro, a las nuevas generaciones de militares que anhelan unas Fuerzas Armadas al servicio de la integridad territorial y del desarrollo económico soberano de la Patria”, como sosteníamos hace tres años.

Esta seguirá siendo mi lucha y será ésta la última vez que hable sobre estos lamentables incidentes.

Pântano do Sul, Isla de Florianópolis, Santa Catarina, Brasil
13 de diciembre de 2007


16 de octubre de 2007

A 62 años de la jornada fundacional de la Argentina moderna
El 17 de Octubre de 1945
Publicado en la revista Raíces,Octubre 2007, Año 1, N0. 1
Ese año y ese mes se presagiaban cosas en la Argentina.
En mayo de ese año Alemania había capitulado y en septiembre firmaba la rendición el Mikado, pocos días después que dos bombas atómicas, la nueva y pavorosa arma, cayeran sobre dos ciudades japonesas.
El gobierno militar que había puesto fin a la Década Infame se encontraba aislado. Sus aciertos políticos –el régimen conservador fraudulento era intolerable- se habían diluido en una oscura y reaccionaria política cultural y educativa. El tradicional laicismo de los sectores medios había sido inútilmente agredido por un catolicismo tridentino, que intervenía las universidades en nombre de neblinosas metafísicas de sacristía. La declaración de guerra a Alemania no había hecho sino profundizar las diferencias en el seno de las Fuerzas Armadas, entre aliadófilos y germanófilos, pues la medida no satisfacía a ninguna de ellas. Las clases medias democráticas y los círculos intelectuales del establishment vivían la política nacional como un mero capítulo de la lucha mundial entre la “democracia” y el “fascismo”. Sólo algunos pocos hombres, como el socialista Manuel Ugarte o quienes se nucleaban en FORJA, alrededor de Arturo Jauretche, veían el conflicto bélico mundial y nuestra neutralidad como el momento oportuno para ampliar nuestra autonomía nacional, ante el debilitamiento de los eslabones que nos sometían política y económicamente al Reino Unido.
El frente “democrático” era sólido y organizado.
Ahí estaba la vieja oligarquía ganadera, encabezada por la Sociedad Rural Argentina, junto a los monopolios exportadores -como Bunge y Born y Dreyfus- y la vieja Unión Industrial de los importadores y las empresas imperialistas. Todos ellos habían convertido al país, en la Década Infame, en “una parte virtual del Imperio Británico”, como con ufano desparpajo había sostenido Julito Roca, el vicepresidente de Agustín P. Justo. Ahí estaban los grandes diarios, con La Prensa y La Nación a la cabeza, cuyos soporíferos editoriales eran tomados como palabra revelada por la clase media porteña. Para los sectores más populares la Crítica de Botana, con su cocktail de chantaje, crónica roja y admiración a los aliados, proveía las denuncias y las calumnias. La revista Sur, de la estanciera Victoria Ocampo, el periódico Propósitos, del izquierdista Leonidas Barletta, las braguetudas Academias –inútiles instituciones oligárquicas que afortunadamente han perdido la provecta influencia de entonces-, las Universidades y el grueso de los partidos políticos militaban en este bando. El partido Socialista y el partido Comunista les insuflaban una desteñida retórica jacobina. Aparentemente, la conducción de la CGT, dominada por representantes de estos dos partidos, dotaba de base proletaria al reclamo democrático y rupturista. En suma estaban todos los elementos sociales que para algún visitante extranjero o para las embajadas de las grandes potencias podía ser considerada como “toda la Argentina”.

La Marcha de la Constitución y la Libertad
Esta aparente consistencia tuvo su expresión multitudinaria en la célebre Marcha de la Constitución y la Libertad, en el mes de septiembre. Allí, Antonio Santamarina, el estanciero conservador de la provincia de Buenos Aires, se manifestó codo a codo con Rodolfo Ghioldi, máximo dirigente del partido Comunista después de Vittorio Codovila –a la sazón detenido en el cuartel de policía-. Y al frente de ella se destacaba la voluminosa figura de Spruille Braden, el embajador norteamericano
Del otro lado no había, aparentemente, nada: un gobierno militar que había perdido apoyo social y que ya no contaba con la totalidad de los uniformados; profesores perdidos en sueños hispanistas y en nubes de metafísica escolástica; un sector de la Iglesia Católica que veía en la política del gobierno la realización de algunos principios de su doctrina social; y un coronel que parecía estar en todos lados, que se reunía con desconocidos dirigentes sindicales y con nacionalistas de origen radical y sobre el que caía el grueso de las críticas del frente “democrático”.
Y por debajo de estas apariencias, según el principio establecido por El Principito de que “lo esencial es invisible a los ojos”, se estaba creando una nueva sociedad, un nuevo país.
La guerra, por un lado, y la política de nacionalismo económico puesta en práctica por el gobierno, había favorecido un intenso proceso de industrialización que transformaba el paisaje económico del país. Los pequeños talleres del dilatado Gran Buenos Aires se multiplicaban y ampliaban. El gobierno había creado una Secretaría de Industria y Comercio y hasta una Dirección de Política Económica. Una nueva clase social comenzaba a producir, a dar empleo y a enriquecerse. La Argentina se industrializaba. Con ello comenzaba a conocerse un nuevo problema: la escasez energética.
Estos talleres daban nuevas oportunidades a los argentinos pobres que sobrevivían en las orillas de las ciudades del interior. Cada vez más morochos santiagueños, tucumanos o puntanos encontraban puestos de trabajo en la floreciente industria. En diez años la cantidad de trabajadores del sector manufacturero pasa de unos 440.000 a casi 1.100.000. La composición de la clase trabajadora argentina se había transformado. No eran ya aquellos obreros inmigrantes de Italia, de España o del Imperio Ruso. Por el contrario, muchos de ellos se habían convertido en talleristas y en incipientes empresarios industriales y sus asalariados eran, ahora, argentinos del interior, cuyas tonadas comenzaban a hacerse oír en el paisaje porteño.
El mundo que cotidianamente se ponía en movimiento a las cuatro o cinco de la mañana en ese universo desconocido del Gran Buenos Aires, el de los hombres y mujeres que somnolientos entraban en la fábrica o el de los empresarios que pugnaban con el banco para pagar la quincena o el cheque de los insumos, era invisible para la Argentina oficial, la de los grandes diarios, los salones de las embajadas y la biblioteca del Jockey Club.

La caída del Coronel
La enorme presión de la vieja Argentina semicolonial, la de los grandes salones y los peones de pata al suelo, se impuso, por unos días, en los cuarteles. El general Ávalos, y detrás de él la astucia de comité del radical Amadeo Sabattini, se puso al frente de la conspiración, encarceló al vicepresidente de la República y Secretario de Trabajo, coronel Juan Domingo Perón, y convocó a un anciano jurista a formar un nuevo gabinete que expresase a esa vieja Argentina.
Parecía, y el país visible así quería creerlo, que la breve pesadilla había terminado. Nuevamente el país se vincularía al resto del mundo, que el totalitarismo y el capricho del coronel Perón había alejado, “aislando” a la Argentina. Nuevamente nos encolumnaríamos detrás de los vencedores, sin pretensiones levantiscas. Nuevamente, y por sobre todo, se volvería a disciplinar a los “cabecitas negras” a los que la demagogia peroniana había soliviantado.
Y fue entonces que apareció, como un rayo en una noche serena, el país real, sus hombres y mujeres invisibles. Centenares de miles de trabajadores de todo el país, desde los cañaverales tucumanos, los obrajes misioneros y el puesto más remoto de las estancias pampeanas hasta los oscuros talleres suburbanos, los frigorífico platenses y los arrabales rosarinos, sintieron que con la prisión de Perón, en Martín García, nuevamente la despreciable oligarquía volvería a imponer su férula de hierro: la del mucho sudor y poco sueldo, la de la libreta del obraje, la de las balas de la Semana Trágica.
Escribe Jorge Abelardo Ramos: “La noche había caído sobre la ciudad y seguían llegando grupos exaltados a la Plaza de Mayo. Jamás se había visto cosa igual, excepto cuando los montoneros de López y Ramírez, de bombacha y cuchillo, ataron sus redomones en la Pirámide de Mayo, aquel día memorable del año. Ni en el entierro de Yrigoyen una manifestación cívica había logrado congregar masas de tal magnitud. ¿Cómo? –se preguntaban los figurones de la oligarquía, azorados y ensombrecidos- ¿pero es que los obreros no eran esos gremialistas juiciosos que Juan B. Justo había adoctrinado sobre las ventajas de comprar porotos en las cooperativas? ¿De qué abismo surgía esa bestia rugiente, sudorosa, bruta, realista y unánime que hacía temblar la ciudad?"
La presencia decidida del pueblo y los trabajadores, la unanimidad de su respuesta al golpe palaciego y a la nueva dictadura oligárquica que se cernía sobre ellos, logró penetrar en el seno mismo de los cuarteles. Modificó la relación de fuerzas entre los distintos sectores y los hombres más afines al nacionalismo popular del coronel Perón se impusieron sobre sus jefes influidos por la embajada inglesa, se deshicieron de los elementos más cavernícolas del golpe del 43 y respaldaron la exigencia de la multitud: “¡Sin galera y sin bastón, lo queremos a Perón!”
Esa noche se iniciaba otro país, la Argentina justa, libre y soberana.

Vigencia de aquella jornada
Sesenta y dos años después de aquella jornada fundadora, el pueblo argentino ha sufrido dolorosas derrotas y ha intentado otras tantas veces recuperarse de ellas.
Las grandes banderas que se desplegaron en la Plaza de Mayo aquella tarde soleada, las que el general Perón llevó adelante en sus tres presidencias y para las que contó, a lo largo de treinta años con el apoyo inclaudicable de su pueblo, tienen plena vigencia en la Argentina de hoy.
La justicia social, la independencia económica, la soberanía del pueblo y la unidad de la Patria Grande, las grandes propuestas implícitas aquella tarde, hoy son no sólo bandera de los argentinos, sino del conjunto de nuestros hermanos latinoamericanos. En momentos en que los grandes poderes imperiales consideran clausurado el ciclo de las revoluciones populares y cuando las grandes utopías sociales parecieran haber agotado su capacidad transformadora, el 17 de octubre convoca hoy a todo un continente. Aquella tarde soleada ilumina nuestro presente.
Hay momentos en la historia de los pueblos que sólo los poetas pueden convocar con todo el esplendor epifánico que tuvieron en el momento mismo de su realización. El esfuerzo del historiador se vuelve vano, el intento de objetividad del cronista opaca su trascendencia, el recuerdo personal del protagonista reduce su grandeza colectiva. Sólo los poetas logran transformar los datos del investigador o la interpretación del político en la evidencia connotativa del símbolo y en la verdad movilizadora del mito.
El 17 de Octubre de 1945 es uno de esos momentos que el poeta porteño Alfredo Carlino define con estas palabras, más iluminadoras que ninguna otra:

Vastedad del abismo.
Arrancaron de Berisso, Ensenada,
Avellaneda y Valentín Alsina.
en el resplandeciente fulgor
de la muchedumbre esperanzada
violaron la fuente de la plaza,
se lavaron los pies del cansancio
y del mundo que se iba, irremediablemente.
Hoy nazco lleno de esta música tamboril,
imperecedera, que seguirá en la descendencia
y en el mito de la popular.
Porque el 17 de octubre fue el nacimiento
y la eternidad nos esperaba.

13 de agosto de 2007

México, el Mercosur, Chávez y el mar Caribe



9 de agosto de 2007

30 de junio de 2007



El Retorno de la Bruja

Su paso por la política argentina fue un resultado, como tantas otras desgracias que azotaron al país, de la dictadura cívico militar de naturaleza oligárquica e imperialista que sufrimos a partir de 1976, conocida como “el Proceso”.
El nombramiento en la CONADEP, creada por Raúl Alfonsín en 1983, convirtió a la profesora de francés y Educación Democrática Rosa Graciela Castagnola de Fernández Meijide en una figura de injustificada repercusión política. Previamente la crueldad ciega y torpe de los esbirros de la dictadura habían secuestrado y hecho desaparecer, posiblemente por un error, a su hijo Pablo de 17 años.
Desde la actividad en defensa de los Derechos Humanos se perfilaron claramente sus atributos políticos: una adscripción fiel a los postulados demoliberales impuestos en el país por la Revolución Libertadora, un antiperonismo rampante, una gran ignorancia y un mal genio y autoritarismo que, de inmediato, la hizo merecedora del mote de “La Bruja”.

En 1991 junto a Chacho Álvarez, quien, rota por completo su vinculación con el peronismo, se había convertido en un adalid del “progresismo” porteño, la profesora, ya desaparecido el itálico Castagnola, Graciela Fernández Meijide aparece como fundadora del FREDEJUSO y se postula a la diputación por la ciudad de Buenos Aires, sin salir electa.

No obstante, quien sale electo en dichos comicios fue otro candidato del FREDEJUSO, esta vez a concejal porteño. En efecto, Aníbal Ibarra, un joven ex fiscal del juicio a la Junta Militar, accede al Concejo Deliberante y comienza la carrera que terminaría dramáticamente con el humo tóxico de Cromagnon.

El Frente del Sur, creado en 1992 para presentar a Pino Solanas a la senaduría de la Ciudad de Buenos Aires, tenía, como se sabe, dos sectores claramente diferenciados. Por un lado, el partido Encuentro Popular de Luis Brunati, uno de los diputados peronistas rebeldes al giro de Menem, el Partido de la Izquierda Nacional de Jorge Enea Spilimbergo y, en cierta medida, el Partido del Trabajo y el Pueblo –sigla legal del Partido Comunista Revolucionario de Otto Vargas- expresaban una línea de aproximación al movimiento de masas antimenemista, a los sectores más combativos de la CGT, que luego constituirían el MTA, y, en general, hacia los postulados nacionales, democráticos y antiimperialistas que habían caracterizado al peronismo. Por el otro, el partido Comunista, sectores del partido Intransigente, el Partido Humanista y diversos amigos personales de Pino Solanas, como Manuel Gaggero, Alcira Argumedo, Eduardo Jozami y Horacio González sostenían una tendencia progresista, democratista y alejada de las expresiones combativas de la CGT, un punto de vista en el que la oposición a Menem estaba muy mezclada con los prejuicios antiperonistas gorilas de la clase media porteña.

Pasadas las elecciones, el FREDEJUSO y, sobre todo, la extraña fascinación que Álvarez tenía sobre los progresistas de todo pelaje, logra que el Frente del Sur, ya sin la participación del Partido de la Izquierda Nacional, se incorpore a un nuevo Frente Grande. Las elecciones del año 93 llevan a “Graciela”, junto con Álvarez, a la Cámara de Diputados de la Nación.

Desde el parlamento y su bancada progresista, la señora Fernández Meijide comienza a convertirse en una especie de módica Pasionaria contra los excesos de corrupción y mal gusto del gobierno de Menem, sin que su voz se escuchara en temas como las privatizaciones o el esquema cambiario, que ya había comenzado a hacer agua.

El año 1994 la verá convertida en constituyente nacional. Desde su escaño seguirá las directivas de Chacho Álvarez, quien es ya un decidido defensor de la política económica del gobierno. Las críticas verbales al Pacto de Olivos no le alcanzaron a la profesora para retirarse de la convención, como sí lo hizo un miembro de su bancada, el obispo de Neuquén, don Jaime de Nevares.

De ahí en más no vendrían más que triunfos para ella. Terminada la nueva constitución que crea la autonomía de la Capital Federal, participa del encuentro de la Confitería El Molino, donde comienza a gestarse lo que sería posteriormente la Alianza.

Desde la lista del FREPASO, el nuevo frente formado con Bordón, fue electa senadora por la Capital Federal. Luego triunfaría sobre, nada menos que, Chiche Duhalde en las elecciones legislativas, triunfo que la llevaría a presentarse nada menos que a gobernadora de la provincia de Buenos Aires.

Al inicio de esta campaña comienza a viajar para proyectar su imagen en el exterior. Uno de esos viajes la lleva a los EE.UU. gobernado entonces por Bill Clinton. Fue, justamente, a la vuelta de este viaje donde tuvo lugar la más importante expresión política de la profesora Graciela Fernández Meijide. “Clinton es del palo” dijo a los desconcertados periodistas, para referirse al tipo de relaciones que pensaba haber logrado establecer con el gobierno que por la época bombardeaba Yugoslavia. Y la expresión la pinta a la perfección. Esta pobre señora pensaba –y nada hace suponer que no lo siga pensando- que ella -y a los que ella representa- y Bill Clinton, el jefe del superimperialismo, el representante de la plutocracia mundial, el general en jefe del más grande ejército de la historia humana, pertenecen a la misma pandilla, al mismo lado, al mismo partido, que es el de la gente buena. La profesora jamás hubiera dicho que Bush o Nixon eran “del palo”. No. Ellos son agresivos, imperialistas, racistas, cowboys malos y feos. Pero el joven, sonriente, rubio, lindo y demócrata Clinton, claro que es “del palo”.

Sus días políticos terminaron antes que terminara el miserable gobierno encabezado por de la Rúa. Nombrada por éste, como ministra de Desarrollo Social tuvo que renunciar, en el 2001, pero mucho antes de diciembre, por nombrar como interventor del PAMI a su cuñado Angel Tonietto, o sea por nepotismo y corrupción, las únicas críticas que formulara al gobierno de Menem.

La noche la tragó, las jornadas del 19 y 20 de diciembre la sepultaron en el olvido y nadie, o casi nadie, se acordaba ya de “Graciela”.

Y, entonces, estos recuerdos, ¿a propósito de qué?

Es que hoy la prensa hablaba de ella, como en la canción de Joaquín Sabina.

En una librería de la calle Florida, la “Bruja” Fernández Meijide presentó un libro al que ella o la editorial han llamado “La Ilusión – El fracaso de la Alianza vista por dentro”. En compañía de Alfonsín y algunos otros políticos en situación de retiro, la profesora de Educación Democrática desempolvó sus viejas admoniciones. Como en las pasadas épocas de su paso por el estrellato, sostuvo que el Gobierno incurre en un “incumplimiento” de la Constitución de 1994, cuando “se lesionan las instituciones, se margina al Congreso con un exceso de decretos de necesidad y urgencia, y cuando no se respeta al Poder Judicial a través de los cambios en el Consejo de la Magistratura”.

Y aprovechó la más inmediata coyuntura, para sostener que “siempre se dice que la gente vota con el bolsillo y que no se le puede ganar a un gobierno en tiempos de bonanza económica, pero ahora se acaba de demostrar en dos lugares (por la Capital y Tierra del Fuego) que no es tan así cuando la gente tiene la prevención de que algo no anda bien en el plano institucional”.

Sus maestros, Zuretti y Peñaloza, autores inolvidables de los manuales de Educación Democrática de toda una generación no podrían sino estar felices de su discípula.

Buenos Aires, 28 de junio de 2007.

7 de junio de 2007

El Mercosur debe estar en manos de patriotas suramericanos

A propósito de unas reflexiones del señor Eduardo Sigal, Subsecretario de Integración Económica de la Cancillería argentina

“La vida, esas cosas, quien sabe lo qué” han hecho que el tema central de nuestra política internacional –que ya forma parte de la política interna-, el Mercosur, esté en manos del señor Eduardo Sigal. El mencionado caballero, actual Subsecretario de Integración Económica de la cancillería argentina, es un ex comunista que, ni en su formación intelectual juvenil –de la mano de Héctor P. Agosti, a la sombra ominosa de los espectros de Rodolfo Ghioldi y Victorio Codovila- ni en su vida adulta –defendiendo, con su partido, la dictadura “de los militares democráticos Videla y Viola” o durante sus andanzas junto a Chacho Alvarez- oyó mencionar la palabra Patria Grande o Unidad Latinoamericana. De haberlo hecho, sólo puede haber sido en algún curso en “La Escuelita” de la Federación Juvenil Comunista donde se calificara a la propuesta como reaccionaria utopía trotskista y a sus propulsores como agentes pagos del imperialismo.

Pero así son las cosas. Desaparecida la Unión Soviética y convertido su partido en una gigantesca secretaría financiera sin estructura política que financiar, Sigal abandonó el comunismo argentino para convertirse en un lavadito socialdemócrata, bueno para un barrido o un fregado en cualquier rosca que con la etiqueta de progresista, le permitiera poner sus aptitudes de burócrata al servicio de la burocracia estatal.

El señor Eduardo Sigal ha hecho conocer su visión sobre el Mercosur y la integración del cono Sur del continente en un artículo titulado “La integración del Sur es arena de un conflicto de ideas y valores. La sintonía Argentina-Brasil es fundamental para el bloque”. No vale la pena detenerse en lo excelso del título, con resonancias de la barbitúrica prosa de los editoriales de La Nación. El paso del “materialismo” de la NKVD al “idealismo” de la Unión Europea consigue que Sigal convierta el ABC de Perón –único antecedente diplomático del Mercosur- en una cuestión de “buena onda”[1].

¿Unión Europea o Unidad Latinoamericana?
Pero ahí tan sólo empiezan los graves problemas de concepción política que manifiestan las reflexiones del alto funcionario de nuestra cancillería. Dice Sigal:

“La experiencia de la Unión Europea constituye una fuente de aprendizaje histórico e inspiración política para los países de América del Sur”.

Si algo no puede ser la Unión Europea para nuestra integración es un ejemplo de aprendizaje histórico. Dos guerras mundiales, en el siglo XX, para dar tan sólo un ejemplo, no pueden ser paradigmas históricos al que los hispanoamericanos debamos remitirnos para potenciar nuestro proceso de unidad. La integración latinoamericana es, desde el punto de vista histórico, estructuralmente diferente a la europea. Nuestros países se caracterizan por su idioma común –el del reino de España y Portugal del conde-duque de Olivares- su unidad cultural y religiosa y un pasado común con guerras, que si bien han sido dramáticas, se han debido más a designios extracontinentales que a insalvables enfrentamientos de intereses nacionales. Si Europa debe buscar sus antecedentes unitarios en las arcaicas estructuras imperiales cristianas, herederas del Imperio Romano, Latinoamérica tiene su fuente histórica en los Archivos de Indias y en las guerras de la Independencia. El proceso histórico de creación de los estados nacionales europeos se construyó a partir de los elementos diferenciadores que le ofrecía cada una de las grandes unidades lingüísticas, sus monarcas y la unidad de sus mercados. El proceso de balcanización latinoamericana se basó en la división arbitraria de la heredad hispánica según las exigencias del mercado mundial y de las oligarquías regionales que pugnaban por su inserción privilegiada. En suma, si el proceso de aparición de las actuales naciones europeas fue el producto del desarrollo de sus fuerzas productivas, la disgregación latinoamericana fue el resultado de su atraso y postergación económica y social.

Los países de América del Sur, entonces, están recorriendo un camino singular, radicalmente diferente al de Europa, que es el de desandar ciento setenta años de retraso en consolidar lo que los EE.UU. lograron durante el siglo XIX.

En 1968, hace cuarenta años, en la época en que Sigal veraneaba en la colonia de vacaciones de Credicoop en Chapadmalal, Jorge Abelardo Ramos escribía:

“El Mercado Común Europeo posee un sentido diferente al Mercado Común Latinoamericano o a la Federación política y económica de América Latina. En Europa la nación se ha realizado y el capitalismo se ha expandido dentro de las fronteras nacionales. Pero el capitalismo ya ha cumplido su tarea histórica, lo mismo que el Estado nacional en el Viejo Mundo. (…) Pero la crfeación de un mercado nacional y de una federación política entre los Estados balcanizados de América reviste un carácter histórico radicalmente diferente. Aquí se trata de elevar por la unión fuerzas productivas frenadas por la balcanización y la unilateralidad, es decir, por la ausencia de una revolución nacional. La nación resulta pequeña para Europa y aún constituye un objetivo a lograr en América latina”[2].

El señor Eduardo Sigal considera, como podrían hacerlo Mariano Grondona, Carlos Escudé o Isidoro Ruiz Moreno, que las relaciones entre Uruguay y Argentina, Perú y Ecuador o, incluso, Argentina y Brasil son de la misma naturaleza que las que se han establecido entre Francia y Alemania, Holanda y Austria o España e Inglaterra, para no mencionar a Eslovenia o la República Checa.

La construcción de un gran bloque continental
Pero su confusión se evidencia aún más cuando emite la siguiente afirmación con carácter disyuntivo:

“La integración es, en efecto, una creación artificial, una iniciativa política y no un destino, como a veces se formula desde cierta retórica".

Esta afirmación pretende erigirse en expresión del sentido común de un juicioso funcionario contra lo que sería toda la lucha política e ideológica posterior a la batalla de Ayacucho para impedir el proceso de disgregación continental, rotulada desdeñosamente como “cierta retórica”, a la vez que una prudente toma de distancia de toda agitación bolivariana.

Según cualquier diccionario “artificial” significa, en una primera acepción, “hecho por mano o arte del hombre. Producido por el ingenio humano”. En este sentido, toda estructura social, incluida la familia, es una “creación artificial”, algo que no preexiste en la naturaleza y que es resultado de la acción de los hombres en sociedad. Desde las más primitivas organizaciones hasta los bloques continentales en formación, pasando obviamente por el estado nacional, son una “creación artificial”.
Contrariamente a lo que cree Sigal esta “creación artificial”, el Mercosur, es también un destino, esto es, un resultado generado por la historia, las condiciones materiales de existencia de los pueblos, el desarrollo de sus fuerzas productivas, el territorio y el sistema cultural y axiológico generado por ellas y, por lo tanto, un mandato. El proceso de creación de los EE.UU., durante todo el siglo XIX, se caracterizó por ser una típica “creación artificial” impulsada por el gobierno central y que contaba con un “destino manifiesto” como sostén ideológico y energía moral para llevarlo adelante.

En realidad, el Mercosur es una “creación artificial” que surge como mandato histórico y que se convierte en el único destino posible para nuestros pueblos si queremos no ser un mero retazo desarticulado de un mundo constituido por grandes bloques continentales.

El Mercosur y la lucha contra el autoritarismo
La ramplonería progresista de Sigal se extiende, como no podía ser de otra forma, sobre el metafísico carácter democrático que le atribuye al Mercosur:

“También el nacimiento del Mercosur tiene el sello de la apertura de una nueva etapa en la región. No de una posguerra, en este caso, sino del nacimiento de nuevos regímenes democráticos, después de un largo período autoritario”.

Allá por los principios de la década del 60, algunos cineastas comenzaron a filmar, en nuestro país, inspirados en algunas de las manifestaciones estéticas que el cine de posguerra había generado en Europa, sobre todo en Francia. Preguntado uno de sus exponentes, Rodolfo Kuhn si la memoria no me falla, sobre cómo ello era posible, habida cuenta que la Argentina no había pasado por una guerra, la respuesta obvia, y casi automática para la época fue: “La lucha contra el peronismo tuvo entre nosotros el mismo papel que la Segunda Guerra Mundial en Europa”.

En su intento de asimilar el proceso de integración suramericano al europeo, para darle así respetabilidad reconocible, Sigal se encuentra en la dificultad de los cineastas rebeldes de los ’60. Ante la evidencia de los datos históricos concretos que han determinado la integración europea, iniciada en la misma época en que Perón proponía su ABC en nuestro cono Sur –la finalización de la Guerra, el proceso global de concentración capitalista, la aparición de una potencia hegemónica extraeuropea, etc.- busca el contenido de nuestro principal proyecto integracionista en la pérdida de apoyo por parte de los EE.UU. de los regímenes militares a su servicio en nuestros países y en la democracia semicolonial que sobrevino. Lo que para Europa fue el triunfo sobre el nazismo, dice Sigal, para nosotros lo fue el triunfo sobre la dictadura.

Y agrega, para que no haya dudas:

“El Mercosur no nace, en consecuencia, esencialmente, como un proyecto de liberalización comercial, sino como un área de paz y cooperación política”.

El Mercosur nace, para nuestro Subsecretario de Integración Económica, como un pacífico y declarativo intento de alejar el fantasma de una guerra entre latinoamericanos que jamás tuvo lugar. Nada de ampliar nuestros pequeños mercados internos, nada de construir una economía a escala, nada de acuerdos aduaneros que frenen la penetración de productos producidos fuera del área, nada de unificación de nuestras fuerzas armadas, nada de grandes obras de infraestructura ni empresas energéticas comunes. Paz y cooperación es el objetivo que Sigal le atribuye al Mercosur. Más o menos los mismos objetivos del Centro Cultural de la Cooperación.

Y la crítica que Sigal le formula al economicismo que caracterizó al Mercosur desde 1991 hasta el 2001, lejos de puntualizar la falta de osadía política en extender las áreas de aplicación de los acuerdos, la ausencia de una política común de defensa o de colaboración militar o en el desarrollo nuclear y balístico, se centra tan sólo en que “el bloque no tuvo la misma consistencia en lo que concierne a su construcción institucional”.

Sin embargo, la profundización que ha experimentado el proyecto integracionista en los últimos años no ha dependido de la creación de instituciones mercosurianas. Ha sido tan sólo la osadía política de ampliar las áreas de integración manifestada por el nuevo miembro, la República Bolivariana de Venezuela, las propuestas de integración energética y, sobre todo, la derrota impuesta al ALCA en la reunión de Mar del Plata, la que convirtió al calculador Mercosur de los ’90 en el más sólido proyecto de integración regional.

Otro ataque a la retórica
Todo el esfuerzo argumental de Sigal es alejar las propuestas concretas de consolidación mercosuriana de cualquier apelación histórica. Así sostiene:

“Necesitamos más un Mercosur y una comunidad sudamericana de la energía, la colaboración financiera y la complementación productiva que una inflación retórica orientada a invocar nuestras ‘raíces comunes’”.

Y aquí radica el error de este neoeconomicismo, tan nocivo como el de los ’90, puesto que solamente en la profundización de las raíces comunes –sin comillas- es que puede profundizarse lo hasta ahora alcanzado, tal como lo demuestra el impulso que se ha obtenido de lo que Sigal llamaría “el mandato bolivariano”.

Hay algo, sin embargo, donde Sigal da en el clavo, aunque la política llevada por la Cancillería no responde a ese principio. Dice Sigal:

“No habrá apelación voluntarista que funcione si el Mercosur no da respuesta a los problemas más acuciantes de sus socios menos desarrollados”.

Ha sido, justamente, el no cumplir con ello lo que ha llevado a un agigantado conflicto con el Uruguay que podría haberse resuelto hace mucho tiempo, de no haberse antepuesto cuestiones electorales y una incomprensible aceptación de prejuicios antiindustriales afines al progresismo.

El temor a la autarquía y el aislamiento
Pero posiblemente sea el siguiente párrafo del Subsecretario de Integración Económica de la Cancillería argentina el que mejor defina su punto de vista:

“El Mercosur no impulsa una política de aislamiento respecto del mundo. No es, en ese sentido, un proyecto de desarrollo nacional autárquico proyectado a escala regional”.

Lo del aislamiento respecto de mundo, supongamos que sea un saludo a la bandera para evitar las críticas vulgares de los sectores antinacionales, que jamás tragaron el proyecto integrador. Pero la segunda definición es, por cierto, reveladora y peligrosa. Los procesos en curso en los que están involucrados Rusia, China, India, los países del sudeste asiático, cuyas características económicas y políticas tienen más puntos de contacto con nuestra integración, que la europea, son proyectos que se basan en un modelo de autarquía nacional a escala regional en las condiciones generadas por la globalización imperialista. Y, en última instancia, ese debe ser el objetivo de la integración latinoamericana. Todo lo demás, un parlamento, una oficina con su burocracia bien paga, un poder judicial y todas las bellezas formales que lucen en Bruselas y en Viena la UE no servirán para nada sin ese objetivo liberador.

Cooperación y disenso con EE.UU
Pero la anterior afirmación es el antecedente de la siguiente:

“Existe una dialéctica de cooperación-disenso con los Estados Unidos. Y las razones de ese itinerario no deben buscarse en prejuicios ideológicos de ningún tipo, sino en una interpretación legítima de los intereses nacionales y regionales en juego. Los países del Mercosur forman parte de la misión de paz en Haití, en colaboración con los Estados Unidos; Brasil avanza en importantes acuerdos con la principal potencia en materia de producción bioenergética; la Argentina colabora. De eso no se desprende que los intereses del bloque en su conjunto sean enteramente asimilables a los de los Estados Unidos. Las posiciones del gobierno venezolano al respecto corresponden a un legítimo derecho de sus autoridades y de ninguna manera comprometen a todos los socios del Mercosur”.

La presencia militar en Haití, los posibles acuerdos bioenergéticos de Brasil con EE.UU.y, sorprendemente, nuestra colaboración “activamente con la lucha antiterrorista en la que está involucrada por razones de principio y también por haber sido blanco de dos monstruosos atentados de ese origen” constituyen verdaderos caballos troyanos puestos por los enemigos de la integración –internos y externos- para dificultar la misma. Si las razones sobre lo de Haití y lo del biodiesel tienen la misma solidez que esta pamplina de los “dos monstruosos atentados de ese origen” y nuestro involucramiento en la política de terror que EE.UU. lleva en nombre del antiterrorismo en Irak, Afganistán y amenaza con hacerlo en nuestra Triple Frontera, la sinceridad de Sigal y la solidez de sus argumentaciones sobre el Mercosur ruedan por el suelo. El muchacho admirador del Che Guevara se ha convertido en un hombre grande obediente a Dick Cheney a punto tal que se siente obligado a dejar perfectamente aclarado que:

“Las posiciones del gobierno venezolano al respecto corresponden a un legítimo derecho de sus autoridades y de ninguna manera comprometen a todos los socios del Mercosur”.

Pero como compensación a todo ello, Sigal nos informa :

“El Mercosur ha puesto en práctica la construcción de un observatorio democrático que estará progresivamente en condiciones de evaluar la vigencia del estado de derecho en sus países miembros. Es una manera de asumir con madurez la propia responsabilidad en la defensa de sus integrantes contra todo tipo de autoritarismo”.

Ambiciones muy modestas para un Mercosur que tiene como enemigo no “todo tipo de autoritarismo” sino la disgregación a la que aspira el imperialismo y un destino de ilotas en un mundo de grandes bloques continentales.

Que el Mercosur esté en estas manos no corresponde ni de cerca a las expectativas que ha generado en el pueblo argentino, ni a la política real del gobierno del presidente Kirchner, ni a las verdaderas posibilidades que nuestros pueblos tienen, en esta particular coyuntura histórica, de construir para siempre la Patria Grande, ese “retórico mandato” que Sigal desprecia.

Buenos Aires, 7 de junio de 2007.

[1] Escribía Perón, bajo el seudónimo de Descartes, en 1951: “El signo de la Cruz del Sur puede ser la insignia de triunfo de los penates de la América del hemisferio austral. Ni Argentina, ni Brasil, ni Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un destino de grandeza. Unidas forman, sin embargo, la más formidable unidad a caballo sobre los dos océanos de la civilización moderna. Así podrán intentar desde aquí la unidad latinoamericana con una base operativa polifacética con inicial impulso indetenible”. Perón, Juan Domingo, América Latina en el año 2000: unidos o dominados, pág. 79, Ediciones de la Patria Grande, Casa Argentina de Cultura, México, 1990.

[2] Jorge Abelardo Ramos, El Marxismo de Indias, pág., 236, nota 66, Editorial Planeta, Barcelona, 1973

6 de mayo de 2007

Carta al Ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina
sobre la papelera uruguaya y el papelón argentino

Esta carta tiene ya casi dos años de antigüedad. Fue escrita a poco que el conflicto tuviera estado público. Todo lo que en ella se dice mantiene la más completa actualidad, aunque ya no pueda ser dirigida al doctor Rafael Bielsa, sino a su sucesor, el doctor Jorge Taiana. El tiempo transcurrido no ha hecho sino entorpecer aún más las relaciones con el Uruguay, dificultando la profundización del Mercosur y dando argumentos al acercamiento de Montevideo a Washington. La creación de Lord Ponsonby, por artificiosa que haya sido, es hoy uno de los integrantes plenos del Mercosur y el único camino para incorporarlo plenamente a la comunidad suramericana es por la vía del reconocimiento a sus necesidades y la búsqueda común de soluciones.

Buenos Aires, 29 de julio de 2005


Señor
Ministro de Relaciones Exteriores de
la República Argentina
Dr. Rafael Bielsa
Presente


Estimado ministro:

Como Ud. bien sabe, la política exterior de un país no puede estar sujeta a los avatares de una opinión pública perversamente manipulada por el monopolio privado de los medios de comunicación ni a las cambiantes encuestas de opinión en épocas electorales.
Dentro de los grandes lineamientos estratégicos de nuestra política exterior, el Mercosur y los países que lo integran constituyen, y deben constituir, su principal preocupación. Todo lo que afecte la más estrecha, fraterna y solidaria relación con los estados que integran este embrión de unidad suramericana debe ser motivo de intensa preocupación, estricta atención y urgente solución, con la prudencia y la confidencialidad que, en general, ameritan las relaciones internacionales.

El Uruguay, el paisito como lo llaman sus hijos con cariño, no es un país industrial. Diversas razones históricas, que orientales como Alberto Methol Ferré, Washington Reyes Abadie y Carlos Machado nos han hecho ver a los argentinos, lo condenaron a la evanescente riqueza de la renta diferencial, a un empobrecido presente pastoril, sin fábricas que den trabajo a sus laboriosos compatriotas, con inmensas colonias de emigrados económicos que buscan en Australia y Nueva Zelanda el porvenir que no encuentran en su patria.

Resulta verdaderamente doloroso y carente de toda racionalidad que la intención uruguaya de instalar en Fray Bentos una fábrica de papel, como las que ya hay en nuestro país, se haya convertido, para un reducido grupo de ciudadanos argentinos, en una amenaza de la misma magnitud genocida que el bombardeo atómico de Hiroshima. La acción de sedicentes organizaciones ambientalistas, el sensacionalismo ignorante de la prensa comercial, el oportunismo electoralista de algunos políticos argentinos, más la sospecha de intereses que intentarían traer el emprendimiento a la Argentina, han convertido esta cuestión perfectamente secundaria en un problema que amenaza la armonía entre los dos países y, lo que es aún peor, la posibilidad de acordar con el Uruguay políticas comunes en el ámbito del Mercosur. No fue la causa directa del resultado en la elección del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, pero el Uruguay no aceptó la propuesta argentino-brasileña en el medio de este patético enfrentamiento.

Pero resulta aún más preocupante que el ministerio de Relaciones Exteriores no haya sabido ponerse por encima de este cuestionamiento local, apareciendo ante la opinión pública uruguaya como haciéndose eco o apoyando el mismo, dando explicaciones a los vecinos y sometiendo decisiones de política internacional a una asamblea barrial.

Esta situación sólo beneficia a quienes, desde la Argentina, el Uruguay o Washington atentan contra todo intento de romper nuestra balcanización y erigir en el sur del continente un sólido bloque de poder que aúne nuestros estados y nuestros pueblos.

Estimado señor Ministro:

Es imprescindible que se restablezca un sano criterio de interés superior por sobre estos reclamos que, por ingenuidad, ignorancia o perfidia, atentan contra lo que debe ser el más alto objetivo de nuestra Cancillería: la unidad suramericana.

Es necesario dar amplia información y debate sobre estos grandes temas, para contrarrestar, en parte, el poderoso sistema de comunicación que monopolizan los sectores vinculados al gran capital imperialista, que son quienes, en definitiva, imponen la agenda a discutir.

Es preciso restablecer la confianza y la amistad con el gobierno y el pueblo uruguayos en la idea de que nuestra compañía jamás será un obstáculo para su bienestar y desarrollo sino un instrumento esencial a esos objetivos.

La más importante tarea que generación alguna se impuso en este continente es lo que está en juego: convertir nuestras aisladas y débiles naciones en una integrada y fuerte confederación de repúblicas.

Quedo a su disposición

Julio Fernández Baraibar

Secretario de Acción Política del partido Patria y Pueblo

19 de abril de 2007

Epitafios y ovillejos

Entre fines de 1973 y fines de 1974, Jorge Raventos y yo comenzamos a publicar en Izquierda Popular, una pequeña sección, en la última página, en la que ironizábamos sobre alguna figura política con el género del epitafio, en algunos casos, o del ovillejo, en otros. El tiempo ya no me permite recordar -en realidad, no es el tiempo sino este alemán que no me acuerdo cómo se llama- quien ha sido el autor de cada uno de ellos. De una manera u otra eran una creación colectiva.
Hojeando viejos papeles me los encontré y los subo al blog, para recuerdo de quienes los leyeron en su momento, y descubrimiento para quienes los lean por primera vez. De su lectura se puede percibir la dureza y el encarnizamiento de la lucha política de entonces y la irrespetuosidad que nos daba tener veinte años.


EPITAFIO AL CORONEL NAVARRO
(El coronel Navarro era un jefe de policía del gobernador Lacabanne de Córdoba, brutalmente reaccionario y de clara filiación fascista)

Bajo dos metros de tierra,
en un redondo ataúd,
yace el Coronel Navarro
tocando triste el laúd.

Cuando lo iban a enterrar
se eligió tamaña funda
para poderlo patear
desde su casa a la tumba.

OVILLEJO DEL REINO UNIDO

Sin pelo pero con más maña
Gran Bretaña,

agonizas con-fundido,
Reino Unido,

y nadie tus ojos cierra,
Inglaterra.

Fue tu más heroica hazaña
haber desaparecido.
El Medio Oriente te entierra,
Gran Bretaña, Reino Unido o Inglaterra.

EPITAFIO A RICHARD MILHOUS NIXON

Richar Nixon yace aquí
abrazado a Tío Sam.
Juntos quedaron así
al echarlos de Vietnam.

Por último a rematarlos
saltó el caso Watergate.
Sólo nos queda expulsarlos
del barroso River Plate.

OVILLEJO A EMILIO ABRAS
(Emilio Abras era el secretario de Prensa de Perón, un peronista un poco franquista y reaccionario para nuestros revolucionarios gustos de entonces. Lo he subido al blog más por razones de fidelidad histórica que por mantener el mismo punto de vista.)

Jactando de puro ario
Secretario,

Con Franco en un dulce idilio,
Emilio,

Negro porvenir te labras,
Abras.

En Prensa eres vicario,
del pueblo, un utensilio.

Si amordazas las palabras
en rapto totalitario

cambiarás de domicilio,
Secretario Emilio Abras.

OVILLEJO DE ALBERTO J. ARMANDO
(Ex presidente de Boca, vendedor de autos, creador de la ciudad Deportiva y candidato de Ezequiel Martínez –el candidato oficialista en las elecciones de 1973-.)

Aunque es un vivo está muerto,
Alberto,

Lo asusta la bancarrota,
Jota,

Y en Boca lo andan buscando,
Armando.

Para él la fama fue cuento,
la Deportiva, derrota,

Lo de Ezequiel, contrabando.
Por eso, aunque no sea cierto,

dicen que no yace, flota,
Don Alberto Jota Armando.

EPITAFIO A LA PRENSA

Una farola apagada,
un cadaver insepulto,
La Prensa agoniza aquí
sin lectores ni tumulto.

¡Quisiera ser expropiada!

Que Gainza descanse en Paz.
Que el demonio en su impiedad
no le prescriba otros males
que leer sus editoriales
por toda la eternidad.

OVILLEJO A FRANCISCO GUILLERMO MANRIQUE
(el bombardeador de Plaza de Mayo en 1955 e inventor del ministerio de Bienestar Social y del Prode)

Posando, ya de amable, ya de arisco,
Francisco,

ordeñando a la viuda y al enfermo,
Guillermo,

Te viste popular, te diste dique,
Manrique.

Hoy ya no hay paco ni para el mordisco.
Hoy tu partido es territorio yermo.
Hoy tu barco pirata se va a pique,
don Francisco Guillermo de Manrique.

EPITAFIO A RAUL ALFONSIN

Del pago de la Laguna,
sereno, triste y cansado,
llegó a la ciudad, ¡ahijuna,
con diploma de abogado.

Mostró, senil y jovial,
su pasta de Gran Delfín.
Lo mató un síncope "Urnal"
al doctor Raúl Alfonsín.






Radicalización de los sectores medios en los años 60 y 70
Entrevista de Karina Malizzia

Hace unos meses, Karina Malizzia me realizó una entrevista para conversar sobre aquellos años en los que aún éramos jóvenes y el asalto a los cielos parecía al alcance de la mano. Esto es lo que Karina sintetizó de aquella charla de varias horas.


Lo que ocurrió en los años 60 y 70, en la juventud de la clase media, es la consecuencia de dos procesos, si se quiere, coincidentes, y que de alguna manera no se han vuelto a repetir de esa forma: la radicalización y la nacionalización de las clases medias.
¿Qué quiere decir esto?
Hagamos un poquito de historia.
En general, los sectores juveniles universitarios de las clases medias en la Argentina fueron, tradicionalmente, de izquierda. Las juventudes universitarias y estudiantiles se definían, en general, por partidos de izquierda, por el Partido Socialista o por el Partido Comunista, y, en algunos casos, por otras fracciones menores, de menor significación numérica como el trotsquismo, etc.
En ese momento –la década del 60- se radicalizan estos puntos de vista hacia posiciones de izquierda más extremas, motivado esto, fundamentalmente, por la influencia que tiene, sobre este sector social, la revolución cubana. Se cuestiona todo el sistema político representativo parlamentario y su sistema de elecciones periódicas, y se eleva a nivel casi de mito la idea de la lucha armada como solución universal a todos los problemas. Esto último fue producto de la influencia, casi inevitable, y bastante nociva, de la revolución cubana. El esquema de acceso al poder que tuvieron los revolucionarios cubanos estaba determinado por condiciones muy específicas, tanto cubanas como internacionales, del momento histórico en que eso ocurre, año 1958 y 59. Esas circunstancias, tan acotadas en el tiempo y en el espacio, son elevadas a nivel de principio teórico general aplicable urbi et orbi. Y así se impone el mito de la guerrilla campesina, la teoría del foco, la idea de que un pequeño grupo de personas sacrificadas y políticamente iluminadas podía poner en marcha todo un proceso revolucionario que involucrase al conjunto del pueblo, bajo la forma de organizarse en guerrillas. Esto es lo que, de alguna manera, caracteriza esa radicalización de las clases medias, que en realidad fue el modo como se expresó el agotamiento que los partidos políticos tradicionales, ya en ese entonces, en la década del ’60, estaban experimentando.
Pero paralelamente a ese proceso se produce otro, que a mi modo de ver es tanto o más importante que el anterior, que es el proceso de nacionalización de las clases medias. La clase media argentina fue con muy breves excepciones un sector social que no comprendió nunca el país real en que vivía. Esta es la razón por la cual la clase media y especialmente sus sectores universitarios se enfrentan a Yrigoyen en el ’30 y después se enfrentan abierta y francamente con el peronismo entre el ’45 y el ‘55 y llegan a participar, como base plebeya, como sostén de masas del golpe oligárquico imperialista del 16 de septiembre del ’55, en la revolución libertadora. Es decir, estos sectores medios, expresados de modo militante en sus sectores universitarios, son la base de operaciones que le dan cobertura y apoyatura de masas al golpe minoritario oligárquico y antipopular.
De modo tal que la historia ideológica de la clase media argentina, y su historia en general, es de desencuentro con el país real, con el país que era, influida esta clase media por un sistema ideológico perverso que pretendía adaptar la realidad a ese sistema ideológico, y no generar de la realidad un sistema de ideas que permitiese una interpretación de la misma. Era una especie de platonismo que exigía que la realidad se pareciese a lo que esa ideología consideraba que tenía que ser, en lugar de adaptar el sistema de conocimiento y de análisis a la realidad concreta que se pretendía interpretar. Esto estaba determinado, básicamente, porque la clase media todavía vivía con la ilusión del país agrario, cuyas exportaciones y su inserción privilegiada en el Imperio Británico permitían el establecimiento de una clase media bien paga y con buenos niveles de vida. Ese país agrario, que ya en 1930 no podía satisfacer las expectativas de este sector, todavía queda en la conciencia de esa clase media como el país ideal al que hay que volver después de la experiencia, vivida por la clase media como artificial, del peronismo. Según esta interpretación, sostenida por todo el sistema oficial de pensamiento oligárquico, desde la derecha a la izquierda, se había intentado generar lo que entonces llamaban “industrias artificiales” –metalurgia, siderurgia, industria liviana- en lugar de llevar adelante el proceso, concebido como “natural” y propio de la Argentina que era el de exportar bienes agrícolo-ganaderos y, eventualmente desarrollar una industrialización de algunos de estos productos.
Este sistema, que ya en la realidad había llegado a sus límites, todavía funcionaba en la estructura mental de los sectores medios, que tenían su centro en la tradición de la Reforma Universitaria con su eje institucional en la autonomía universitaria. La universidad, entre 1955, cuando cae el peronismo, y 1966, es una especie de isla democrática en donde rigen los más completos derechos constitucionales en un país en donde la inmensa mayoría de la sociedad está proscripta, no puede votar y cuando lo hace no puede hacerlo por el candidato que quiere, que es Perón. Entonces, esa autonomía universitaria convierte a la Universidad en una isla democrática en un país no democrático y es, sobre la base de esta paradoja, que lentamente estos sectores medios comienzan un proceso casi imperceptible de revisión de lo que fue verdaderamente el peronismo y a cuestionarse los clichés ideológicos heredados del período de la revolución libertadora. El país que había generado esa clase media satisfecha, bien pensante y bien alimentada, había terminado, había explotado, no existía más, y lentamente esa clase media empieza a buscar en el otro país real, en el país del peronismo, de las fábricas, de la clase obrera, un nuevo camino de interpretación y de desarrollo del país.
Hay una fecha casi simbólica que pone punto final a esa isla democrática: es la intervención de las universidades por parte del presidente militar Juan Carlos Onganía, llamada La noche de los bastones largos. Este episodio lo único que hace es imponer en la universidad las mismas condiciones que existían en el resto del país. Al intervenir la universidad y al quitar la autonomía lo que ocurre en la universidad es exactamente lo mismo que ocurre en el resto del país: esto genera las condiciones de esa nacionalización. De pronto las clases medias universitarias descubren que viven en un país que no es democrático como ellos creían, y que lo que prima es la proscripción del peronismo, la prohibición a Perón de venir a la Argentina y la proscripción, por ende, de la inmensa mayoría de los argentinos que querían votar a Perón y no podían. Esto provoca un paulatino y cada vez más acelerado acercamiento de las clases medias al peronismo, a los sindicatos, a la CGT, a la tradición peronista. Y en esto hay momentos muy importantes.
El momento culminante de este periodo de radicalización y nacionalización de la clase media es, sin duda, el 29 de mayo del ‘69, cuando se produce El Cordobazo, el levantamiento obrero-estudiantil en Córdoba que derrota y al año produce la renuncia del autócrata Onganía, que pensaba quedarse durante 10 o 15 años. En el Cordobazo se produjo una convergencia política en las calles del proletariado peronista tradicional con las clases medias universitarias, que se acercan, por un lado al peronismo y a su vez radicalizan sus puntos de vista políticos. Este fue un proceso muy acelerado, casi de 2 o 3 años. Yo ingresé a la universidad en el ’65. En el ‘66 se produce el golpe de estado de Onganía, la llamada Revolución Argentina. Yo estudiaba en la Universidad Católica Argentina y estaba vinculado a sectores católicos juveniles, con preocupaciones políticas, pero católico. Es increíble como entre el ‘66 y el ‘68 hay una aceleración de este proceso en el que rápidamente todos estos sectores se van definiendo políticamente de modo cada vez más marcado y tajante. Incluso uno mismo se ve llevado por una vorágine histórica en donde toma responsabilidades y definiciones políticas cada vez más tajantes y radicales.
En el ‘68 se produce otro momento culminante en esto que es la aparición de la CGT de los Argentinos, de Raimundo Ongaro, que produce una convergencia de todos estos sectores juveniles de clase media estudiantil con el Movimiento Obrero, con los sindicatos, al abrir las puertas de la CGT al Movimiento Estudiantil y a todos los sectores políticamente inquietos. Esto produce una rápida galvanización de los sectores enfrentados a la dictadura militar y a su política económica antinacional. La CGTA se establece como una especie de lugar de contacto de unos con otros, a punto tal que la mayoría de la gente de aquella época que conozco la conocí en la CGTA. Desde Firmenich o Abal Medina, hasta dirigentes sindicales, como Julio Guillán, Cayo Ayala o Pepe Azcurra, los conocí en 1968 en la CGTA. Entonces, tanto la CGTA como el Cordobazo son dos momentos claves en este proceso.
¿En qué se manifiesta esto o cómo se articula esto en la conciencia política de la clase media? En un cambio de los paradigmas político-literarios. Si hasta entonces los grandes maestros de la juventud habían sido José Ingenieros, Alfredo Palacios, Ezequiel Martínez Estrada, la generación de la Reforma del ‘18, en ese momento aparece una nueva literatura política constituida por autores como Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós, Hernández Arregui, Eduardo Astesano y algunos otros que no tuvieron la misma repercusión posterior, como Julio Mafud. Y la figura central de esto es Arturo Jauretche, que entre el ‘60 y el ‘70 se convierte en una figura, hoy diríamos, mediática. No había programa de TV en donde no estuviera Arturo Jauretche diciendo sus cosas. Era casi un invitado obligado de Mirtha Legrand, de todos los programas periodísticos de ese momento, porque tenía un impacto sobre la opinión pública enorme, llevarlo a Arturo Jauretche daba “rating”. Sus libros se venden como pan caliente, miles y miles de ejemplares. Su mensaje era básicamente el del nacionalismo, el del patriotismo y el de mirar la realidad con ojos propios y no con anteojeras prestadas. El de mirar la realidad argentina desde la propia experiencia argentina y rechazar todo ideologismo que pusiera anteojeras entre la realidad y el pensamiento, y por lo tanto se sumaba a la corriente del revisionismo de la historia. Se ponen de moda los libros de historia argentina. Todos nosotros leíamos apasionadamente historia argentina, sobre todo el revisionismo histórico, y todos nosotros éramos especialistas en Rosas, en Moreno, éramos enemigos de Rivadavia, de Mitre, reivindicábamos al Chacho Peñaloza y a Felipe Varela, consumíamos infinidad de literatura histórica argentina. El libro de Ramos “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” fue un libro leído por millones de jóvenes de aquella época. Diría que hoy no debe haber funcionario peronista de ‘50 y pico de años que no haya leído a Ramos en la década del ‘60 y ‘70. No se podía hacer política sin esa lectura, sin ese pensamiento. Este proceso de nacionalización es, a mis ojos, más importante que la radicalización porque le da un contenido distinto al proceso de radicalización. El proceso de nacionalización de las clases medias hace que todo ese proceso de radicalización, en gran parte, se canalice más cerca del peronismo que del antiperonismo.
Se produce entonces, más que una reinterpretación del peronismo, una interpretación del mismo. La clase media había interpretado al peronismo con los parámetros de una sociedad desarrollada, y por lo tanto veía en el peronismo nacionalismo y condenaba este nacionalismo por fascista. Esto era el pensamiento oficial de la revolución libertadora, de la Universidad (el fundador de la carrera de Sociología en la UBA, el italiano Gino Germani caracterizó al peronismo como el fascismo de la clase obrera, lo que en sí mismo encerraba una verdadera paradoja metodológica). Lo que esta clase media hace con respecto al peronismo es no seguir obedeciendo al paradigma que sobre el peronismo tenían los sectores tradicionales de la Argentina. Lo que pone en cuestión es el paradigma ideológico de la oligarquía demo-liberal. Y por lo tanto reabsorbe todo el pensamiento nacionalista popular democrático del peronismo. Después se producen cuestiones más estrictamente políticas vinculadas a montoneros, pero eso ya es una cuestión de orden político, y estamos hablando de procesos sociales.
El proceso de nacionalización implica el reconocimiento de que en la Argentina había habido una sola revolución (si se llama revolución a una transformación de las condiciones políticas y económicas de un país) y esa había sido la que había llevado adelante el peronismo. Esto es lo que esa generación descubre e interpreta: “acá hubo una revolución y la hizo el peronismo”. Es cierto que un sector de la juventud pensó que el peronismo era una herramienta para hacer una revolución socialista, pero esto también es del orden político y no del social.
Los jóvenes católicos, honestos e idealistas que querían realizar en la sociedad los valores evangélicos, la hermandad que el cristianismo profesaba, deciden que para hacerlo tienen que hacerse peronistas y tomar las armas. Los jóvenes izquierdistas que intentaban también desarrollar una sociedad mas justa, más equitativa sin explotadores ni explotados, deciden hacerse peronistas y tomar las armas para hacerlo. Esto es lo característico de aquellos años, en una historia en donde la clase media había estado totalmente separada de la vivencia y la experiencia histórica de la clase obrera. Mientras la clase obrera argentina se encontraba a sí misma como tal, con altos salarios, con sindicatos, con colonias de vacaciones, con vacaciones, con hoteles en la costa, con mejores niveles de vida, la clase media decía “estos negros hijos de puta se quieren quedar con el país, son unos negros antidemocráticos, fascistas, llevados por la zanahoria de un demagogo criminal que es Perón”. Eran dos historias paralelas, no se tocaban jamás y, mientras, el pensamiento de izquierda decía “lo que hay que hacer es salvar a la clase obrera del peronismo, sacarla de ese mito peronista para que encuentre su verdadero pensamiento y su verdadera ideología y sus verdaderos objetivos”. En ese momento esta historia que marchaba en paralelo se cruza por las condiciones objetivas del país, porque ese viejo país que permitía esto ya no da más al punto que ya no sólo los trabajadores y el peronismo estaban sujetos a una total falta de democracia por la vía de proscripción y la prohibición al peronismo de presentarse a elecciones, sino que también la clase media era sometida a las mismas condiciones interviniéndole la Universidad, e imponiéndose en el país una dictadura en la que estaba prohibido votar. Eso hace que converjan esas dos experiencias y que sobre todo la clase media reanalice, revise todo ese paradigma heredado sobre el peronismo.
Aquellos años parecen como si se hubiera puesto de moda hacerse peronista y usar poncho, y si bien había algo de moda, ésta era la expresión superficial de una cosa mucho más profunda. Siempre hay elementos de moda y de snobismo, pero esto era la expresión superficial de toda una fuerza subterránea mucho mas profunda: nadie se hace matar por moda.
Había un sustento moral muy fuerte que en realidad estaba dado, tanto en el caso de los Montoneros como del ERP, como un elemento casi del orden religioso, católico místico, del sacrificio y del martirio, como inmolación, cosa que es ajena al pensamiento marxista, que nunca planteó las cosas en esos términos, y sí es propio de los procesos políticos en los que la clase media tiene un papal principal. Este elemento es el que le puso mayor dramatismo, y ahí tiene mucho que ver la Revolución Cubana y la personalidad del Che Guevara, que también elevó el auto sacrificio a nivel de concepto teórico-político, y esto generó en América Latina más daño que beneficio.
El intento de generalización de las condiciones cubanas al resto de América Latina hecho por los cubanos, es responsable de errores espantosos y muertes que si bien fueron voluntarias, fueron llevadas a cabo por un concepto equivocado en lo táctico, en lo concreto, en el modo de llevarlo adelante, basado también en ciertas incomprensiones de la realidad latinoamericana.
Que el Che hubiese pensado que se podía hacer una guerrilla campesina en Bolivia era ignorar que los campesinos desde la revolución del MNR del ‘52 tenían tierra, y lo ignoraba porque el Che era un joven fubista antiperonista (la FUBA, Federación Universitaria de Buenos Aires era uno de los puntales de la lucha estudiantil en contra del peronismo).
Esto fue lo que determinó el carácter tan dramático de esa radicalización, esta especie de reivindicación moral de la lucha armada. La cosa no era hacer la revolución, sino que era hacer la revolución a través de la lucha armada, sino no tenía valor. El concepto de la política, que es la lucha por todos los medios por el poder político del estado y, sobre todo para un revolucionario, la lucha con las grandes masas por ese poder, esa idea de la política fue remplazada por la lucha del pequeño grupo armado que al dar testimonio, genera admiración y adhesión. Esto fue una locura que terminó como terminó, no podía terminar de otra manera. Cuando Fidel Castro comienza la guerrilla en Cuba, Cuba no tiene un ejército, sino una especie de Guarda Nacional de policía. En segundo lugar, a medida que van ocupando territorios van realizando la Reforma Agraria, con lo cual, los campesinos que quedan del lado de la guerrilla, inmediatamente se convierten en sostenedores de esa guerrilla que les ha dado la tierra. En tercer lugar, contaron con el apoyo moral y económico de todo el sistema democrático liberal latinoamericano que ya repudiaba la dictadura de Batista. Eran vistos como una especie de alfonsines armados. La marina del Almirante Rojas le envió un equipo de radio a la guerrilla de Fidel Castro, porque consideraba que así como la revolución libertadora había derrotado al tirano Perón en la Argentina, la guerrilla pequeño burguesa liberal de Cuba derrotaría al tirano Batista. Mi papá, que era muy antiperonista, celebraba la Revolución Cubana, celebraba los fusilamientos que la Revolución Cubana llevaba adelante, diciendo “acá tendrían que haber hecho lo mismo con los peronistas”. Toda esta confusión generó las confusiones que sobrevinieron. Los cubanos se confiesan marxistas leninistas cuando se dan cuenta que si bien habían hecho la revolución con apoyo de los norteamericanos, en la medida en que esto afecta a los intereses norteamericanos ya estos no los apoyan mas y entonces declaran “somos marxistas leninistas”. Eso era algo determinado por la especificidad de Cuba. Al elevar eso a nivel de conceptos generales se convierte en un verdadero desastre pero, más allá de eso, en lo que insisto mucho porque de esto se habla poco en esta universidad es en el tema de los contenidos de esa radicalización. Los contenidos de esa radicalización se caracterizaron por su nacionalización, acercamiento al peronismo y a la clase trabajadora peronista. Esto fue lo más característico de esa época.
Días de peligro
Acá no hubo peligro hasta el ’74. Hasta ese momento el peligro era que a uno lo metieran preso, pero si ocurría lo sacaban en seguida, no era una situación de vida o muerte. A lo sumo unas trompadas, pero no más que eso. Recién en el ‘74, en el ‘75 se pone más pesado, al morir Perón, y ahí empezamos a andar armados. Son cosas a las que uno se acostumbra, como a todo. En el partido había una orden de que consiguiéramos un arma, armas cortas, revólveres, y que fuéramos armados. Cumplíamos esa orden no sin una cierta irresponsabilidad juvenil y una cierta emoción de andar con un chumbo en la cintura. Es más, se solicitaron autorizaciones para llevar armas. Al final nunca las obtuvimos pero andábamos calzados. Recuerdo situaciones graciosas. Por ejemplo, en pleno invierno, pantalón de franela, saco de tweed, pulóver, sobretodo y chumbo, e ir a la peluquería Basile que estaba al lado del teatro Maipo a que me cortaran el pelo. Adentro había un aire acondicionado que parecía el trópico. Entro y se me acerca una señorita que me pide los abrigos. Me saco el sobretodo y cuando me estoy por sacar el saco me acuerdo que tengo un chumbo en la cintura, entonces le digo “el saco me lo dejo” y me morí de calor todo lo que duró el corte de pelo, no sabía que hacer con el revólver.
Pero a uno le daba miedo ya en esa época, ya en el ‘75, cuando veías pasar los autos sin patente, a la noche, había siempre un momento de miedo, de inseguridad, el miedo de que te vinieran a patear la puerta, eso estaba. Sin embargo la posibilidad de abrirse y largar todo no se le cruzaba a nadie. Nuestra generación decidió dedicarse a la política para toda la vida. Es decir, yo no he vivido un minuto de mi vida desde los 18 años que no haya estado atravesado por la política. No he vivido un solo día en que yo no haya hablado, pensado, reflexionado, discutido de política y así toda la gente que yo conozco.
El sustento era muy verdadero y la política, contrariamente a ahora, por lo menos en nosotros, en los que nos hicimos marxistas, de izquierda nacional, la política era una actividad orientada por lo intelectual, es decir, signada por el pensamiento, de modo tal que el dedicarnos a la política implicaba una enorme parte de tiempo dedicada a estudiar, a leer y a formarnos políticamente. Lo que se llamaba la formación política tenía para nosotros una importancia decisiva. Decir de alguien “no le des bola que esta poco formado” era una descalificación absoluta. Mi generación leyó muchísimo y escribió mucho en la política.
Cuando cae Isabel se empieza a poner embromado porque evidentemente la reacción se ha reconstituido ya. El gobierno de Isabel es un gobierno muy débil, y se reconstituye el bloque liberal. Los viejos partidos demo-liberales, como la UCR, conspiran con el ejército para derrocar a Isabel y lo logran. Y el fracaso de la Revolución Nacional, la muerte de Perón y lo que ello implica en un movimiento como el peronista produjo a su vez una rápida desperonización o antiperonización de ciertos sectores dirigentes de Montoneros, como Firmenich que, en su lucha contra Isabel, terminaron coincidiendo con el golpe. El Partido Comunista también celebra la llegada de Videla, y ya se reconstituye, después de esos 15 años que van del ‘60 al ‘75, el viejo frente gorila con el radicalismo y el PC a la cabeza. Es decir, el viejo esquema anterior a los años 60 queda reconstituido.
La brutalidad de la dictadura establecida en el ‘76 fue tan grande que no pudo convertirse en un esquema de poder a largo plazo. Lo que determina la caída de los militares es la pérdida de confianza de parte de los EEUU gracias a la guerra de Malvinas. Cuando los EEUU descubren que estos militares también son inconfiables porque les agarran veleidades nacionalistas, dejan caer a la dictadura y ponen en su reemplazo esta democracia semicolonial, o colonial que hemos tenido, una democracia donde todo está permitido menos lo esencial: liberar al país, pero esa es otra historia.
Lo que ocurrió en aquellos años fue más o menos así pero además lo puedo ver en mi vida. Esto fue una cosa de dos o tres años de intensa discusión y actividad. Perón gobernó siete meses. El recuerdo que yo tengo de los años que van del ‘70 al ‘75 es como si hubieran sido 20 años, por la intensidad que tuvieron. Cada día era una batalla final. Era algo extraordinario.
Lo que ocurre, y se dice poco, es que en ese período se vivió una revolución que fracasó. Toda otra cosa que se diga tiene mala intención. No es que éramos jóvenes locos: acá se vivió una revolución y las revoluciones son así, o por lo menos son lo más parecido a eso que yo puedo imaginar. Fue una revolución que se perdió y entonces las consecuencias de una contrarrevolución siempre son terribles, son un baño de sangre, esto se sabe. En ese momento se sabía que iba a venir una mano muy pesada, porque se había llegado a un nivel de rebelión muy grande. Lo que el país llegó a representar entre el ‘73 y el ‘75, hasta que muere Perón como posibilidad política, el papel que empezó a jugar en América Latina fue muy grande. Entonces acá había que limpiar todo esto. Había que eliminar toda posibilidad de que esto volviera a ocurrir en los próximos, por lo menos, 10 o 15 años. Creo que si no se dice que lo que hubo acá fue una revolución y que lo que vino después fue una contrarrevolución todo se reduce a una pelea entre militares malos y chicos buenos, y eso le quita toda politicidad a lo que ocurrió, le quita toda sustancia histórica, queda como una especie de cuento de hadas que no sirve para nada, no sirve para que mis hijos y mis nietos entiendan lo que pasó. Si no se deja claro esto, a los que murieron los matamos de nuevo, porque pareciera que los mataron por boludos, o porque los llevaron de las narices, cuando lo que hubo acá fue una revolución que se perdió, seguida por una contrarrevolución muy sangrienta como lo son todas. Está bien hablar de los derechos humanos, pero no hay que dejar de decir esto. Las contrarrevoluciones han sido terribles en todas partes del mundo. Lo que sucedió es que por primera vez en la Argentina la contrarrevolución afectó a la clase media.
‘68 a ‘71, vida cotidiana
La actividad política era casi todos los días. Casi todos los días yo tenía reuniones en distintos lugares. Primero, yo me integro a una pequeña organización en la Facultad de Derecho de la UCA, una organización no estrictamente política, pero donde intentábamos generar un pequeño ámbito de discusión política y después hacíamos tarea de promoción social: íbamos a un barrio en González Catán a hacer promoción social, los sábados a partir de la 1 de la tarde y volvíamos como a las 10 de la noche, y allá hacíamos distintas tareas sociales, ahí conocí a la madre de mis hijos, y de esa época tengo amigos de toda la vida. Ahí lo conocí, por ejemplo, a Pepe Albistur, el actual Secretario de Medios de la Presidencia de la República. En esas reuniones, en el ámbito de la facultad discutíamos, leíamos, nos recomendábamos libros, comentábamos los libros que leíamos, tomábamos contacto con gente para conocer sus opiniones. Después tomo contacto con lo que se llamaba Acción Sindical Argentina (que no existe más) que era una organización sindical católica, que dio origen a la Confederación Latinoamericana de Trabajadores, que es la organización sindical Social Cristiana, con sede en Caracas. Allí tomé por primera vez contacto directo y personal con sindicalistas, con obreros portuarios, que estaban peleando porque les habían intervenido el sindicato y el puerto, y había una lucha de los portuarios muy dura, en la que yo participé indirectamente, a través de estos dirigentes obreros. Ahí ya me comprometí más, me hice cargo de la biblioteca, empecé a organizar conferencias y reuniones. Para entonces ya había leído a Jauretche, pero sobre todo a Ramos, y ahí había comenzado ya mi acercamiento a la gente de Ramos y a él. Después viene el período de la CGTA y allí me vinculo a dirigentes de mayor envergadura sindical, y a un gran dirigente tucumano de la FOTIA, de los trabajadores cañeros, que se llamó Benito Romano. Formo parte de la CGTA, integro y soy un poco el coordinador, el responsable de una comisión de ayuda a Tucumán que estaba pasando por una crisis. Organizo una serie de conferencias en ese lugar, y ya en el año ‘69 me integro al grupo de Ramos (el Partido Socialista de la Izquierda Nacional).
Después estaba todo el tema de los cristianos, el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, todo el ambiente cristiano que estaba muy movilizado. Hubo encuentros cristianos muy importantes en los que participé. Cuando entro en contacto con la gente de Ramos, ahí inmediatamente lo que hacemos es constituir la primera y única agrupación estudiantil marxista que hubo en la UCA. Yo organizo esa agrupación en la Facultad de Derecho que se llamó Asociación Estudiantil Nacional y Social, y ahí logro juntar como a 40 o 50 chicos y chicas, que son integrados al partido, que era mucho decir para una facultad de 500 alumnos. Era casi el 10 %, era como si vos metieras en la Facultad de Económicas 2500 tipos, lo cual significó un quilombo muy grande en la Universidad, donde yo era prácticamente un convicto.
Entorno familiar
Mi papá era muy antiperonista, muy gorila, y yo discutía mucho con él. Por supuesto suponían que yo estaba en algún tipo de actividad pero nunca supieron en realidad mucho y eso fue motivo de un permanente malestar con mis padres. Nunca terminaron de reconocer esa actividad mía. No lo querían ver. Era distinto con otros amigos, que venían de hogares peronistas, en donde todo era como más natural, con un lógico miedo de los padres de “no te vayas a meter en líos” pero sin una tensión ideológica tan grande. Mi familia, como una familia bien tradicional y representativa de la clase media –mi padre se inició como empleado de comercio y llegó a ser gerente de una cadena de tiendas- era una familia que logró con el peronismo un buen status social y era profunda y visceralmente antiperonista. Yo me acuerdo a mis padres celebrando alborozados los bombardeos del 16 de junio del 55, en donde mataron a 300 personas. Pero esto era muy representativo de la clase media. Entonces en mi caso ese fenómeno era casi de laboratorio, yo vengo de una familia antiperonista que en ese proceso me nacionalizo y me radicalizo.
Primero nos movíamos con el dinero de cada uno y cuando nos habíamos organizado políticamente en organizaciones político-partidarias se generaba unas finanzas de la organización que tenía su origen en las cuotas y aportes de los militantes más otro tipo de actividades. La actividad de la Izquierda Nacional se financió durante muchos años con una escuela de periodismo. Ramos y sus amigos fueron los creadores de una escuela de periodismo que estuvo abierta muchos años, donde se cobraba una cuota. Gran parte de la financiación política venía de la escuela de periodismo. Siempre terminaba mal porque se gastaba más de lo que entraba.
Entorno académico
En la UCA el profesorado era muy reaccionario, eran más bien enemigos, de modo tal que mi relación con mis profesores no fue una relación cordial, no tuve en la Universidad ningún profesor que me haya dejado una señal.
En la UBA había un poco de todo, era distinto. Lo que había menos eran profesores nacionales, aunque también ahí aparece un proceso muy interesante que refleja exactamente esto que estuvimos hablando. Me refiero a la aparición de las Cátedras Nacionales. Las Cátedras Nacionales, que aparecen en el ’66 –como ves casi como un resultado inmediato de la intervención militar a la que nos referimos antes- son un conjunto de profesores universitarios que generan una especie de polo ideológico nacional peronista, constituyéndose en una especie de grupo político que tomó ese nombre, Cátedras Nacionales.
Eso tuvo una enorme importancia en el debate ideológico de aquella época: Gonzalo Cárdenas, Alcira Argumedo, Justino Farrell, eran profesores peronistas que se definen como peronistas y que establecen una política ideológico-universitaria desde el peronismo. Tuvieron una gran influencia sobre esa generación.
Mi universidad era un antro reaccionario en donde La noche de los bastones largos no causó cambios. Pero era tan fuerte todo el movimiento de la sociedad que no pudo evitar que también ahí se produjera el mismo fenómeno, porque todo esto era una fuerza de la naturaleza, no se podía contener, no había lugar en donde te pudieras aislar de todo esto. Donde había jóvenes, preocupados, honestos y buenos, esto era un hervidero.
Actividades juveniles
Hacíamos todo lo mismo que hacen todos los jóvenes (bailes, música, levantes, reuniones de amigos) pero absolutamente todo estaba cruzado por la política. Vos te casabas con una chica que era una compañera, con la que sabías que lo que le proponías era una vida de militante.
A partir del 76
En la dictadura del ‘76 los que estaban en la línea de fuego eran los tipos que estaban en la clandestinidad armada, en ese sentido nosotros no estábamos en la línea de fuego. Los que estaban en la línea de fuego lo sabían y vivían clandestinamente, vivían con documentos falsos, etc. Acá nadie ignoraba a qué estaba jugando.
Yo tenía amigos que estaban en la línea de fuego y andaban volados. Yo a Ricardo Grassi, que era uno de los directores de Descamisados, me lo encontraba en la calle de vez en cuando con la sensación de que era una boleta que caminaba. Afortunadamente para él, y para mi posible complejo de culpa, ello no ocurrió. Ricardo reside hoy en Italia. Tampoco tenías muchas ganas de quedarte ahí charlando porque te iban a comer a vos por algo que no tenías nada que ver. Estaban muy como alma en pena. Se les había desarticulado todo. Se nos había desarticulado a todos, en realidad, pero los tipos que estaban en la clandestinidad armada estaban más expuestos.