27 de diciembre de 2007

A todos los amigos

Este es un mensaje personal que envío a todas mis relaciones políticas. Sepan disculpar la extensión del mismo. Se refiere a circunstancias ocurridas a lo largo de tres riquísimos años, durante los cuales el pueblo argentino reinició el camino de su liberación y el de la unidad latinoamericana.

En octubre de 2004 un grupo de compañeros, encabezado por mí, decidió sumarse al pequeño grupo partidario Patria y Pueblo con las siguientes consideraciones:

Por qué y para qué nos integramos a Patria y Pueblo

Han pasado diez años del fallecimiento de Jorge Abelardo Ramos y, hace tan sólo un par de meses acaba de irse Jorge Enea Spilimbergo. Los dos fundadores, militantes y cons­tructores políticos de la Izquierda Nacional ya no están con nosotros, pero han dejado tras de sí un importante y trascendental legado. Hay una generación de militantes de nuestra corriente que accedieron a la vida política con los fuegos insurreccionales de 1969 y tiene hoy la edad y la madurez necesarias para tomar la posta dejada por los fundadores. Pero también existe una nueva camada de jóvenes militantes, del campo social, del movimiento estudiantil y del movimiento sindical, que se ha sumado a nuestras filas como resultado de las grandes movilizaciones del nuevo siglo, que ha recogido las bande­ras de la Izquierda Nacional y las despliega a los nuevos vientos que hoy soplan en nuestra América Latina.

Muchas de las tareas que hemos intentado desarrollar a lo largo de estos últimos cuarenta años han comenzado a hacerse fuerza social y política.

La Patria Grande

La Unidad de la Patria Grande ha dejado de ser una consigna para desplegar agitativamente y se ha convertido en bandera estratégica para un decisivo número de estados de nuestra balcanizada tierra. Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay están consolidando un Mercosur que ha dejado de estar en manos de economistas y empresarios, para pasar a ser iluminado con proyectos culturales, políticos, científicos, territoriales y militares. A este grupo inicial de países se le ha sumado la Venezuela Bolivariana, que bajo la conducción del Comandante Hugo Chávez despliega para el conjunto de nuestros pueblos las antiguas aspiraciones del Libertador.
El mapa político de Suramérica ha comenzado a dibujarse con el mismo lápiz con que Pe­rón, como presidente y estratega del movimiento nacional argentino, y Jorge Abelardo Ra­mos, en la lucha ideológica y política desde el llano, esbozaron, hace ya cincuenta años, nuestro inevitable destino continental.

Nunca, desde los tiempos de las guerras por la Independencia ha sido tan fuerte, tan só­lido y tan operativo el sentimiento de pertenencia a una misma Patria. Desde todos los puntos de nuestro inmenso continente llegan expresiones de gobierno y de pueblos que anhelan sumarse a este Mercosur, que ha logrado poner coto al ALCA, la política nortea­mericana de dominación en el área. Lejos de afirmarse, el ALCA ha debido posponer sus planes, gracias a la presión mancomunada del Mercosur, que ha encontrado en las cancille­rías de Brasil y Argentina la coincidencia de objetivos que faltaban durante estos últimos diez años. Cada semana se amplía y profundiza, en reuniones presidenciales, ministeriales y diplomáticas, la institucionalización de nuestro gran espacio. Si bien, existen dificultades en países del Pacífico, como Chile o Perú, que se resisten, por razones históricas y sociales, al impulso de unidad, es cada día más evidente la confraternidad y comunidad de intereses y objetivos que existen entre los países de la Cuenca del Plata y entre sus respectivos gobier­nos.

La Argentina y la crisis del modelo imperialista

En nuestro país, el partido justicialista, que sigue conteniendo a las grandes mayorías na­cionales, se encuentra en la confusa encrucijada de un laberinto. Limitado y agobiado por los años de sumiso silencio y callada obediencia a la política oficial menemista, a los mitos monetaristas del liberalismo y a la voluntad de la potencia imperialista hegemónica, EE.UU., tiene dificultades insalvables para reencontrarse con sus ideales y programa histó­ricos. Ha dejado de ser ese mero instrumento electoral al que el General Perón acudía para ratificar en las urnas la legitimidad que previamente residía y era ejercida en el seno del pueblo, para convertirse en un partido del régimen.

Es por eso que el partido justicialista ha dejado inevitablemente afuera a los mejores ele­mentos del peronismo, a los sectores más profundamente vinculados a su experiencia histó­rica y a las nuevas generaciones de hombres y mujeres del pueblo que saben de ésta tradi­ción, pero no encuentran el cauce político que la exprese.

El 19 y 20 de diciembre de 2001, los sectores populares argentinos, los trabajadores, las grandes masas de desocupados y amplios sectores de la clase media empobrecida, hicieron temblar hasta sus cimientos el modelo político y económico de dominación imperialista, haciendo renunciar al ideólogo del mismo, el ministro de Economía Domingo Cavallo y al impávido, conservador y reaccionario presidente radical Fernando de la Rúa. Durante unos días nuestro pueblo fue dueño de las calles y factor determinante y exclusivo para la constitución de una nueva relación de fuerzas en la Argentina. Pero el alzamiento popular no se convirtió en una revolución. La debilidad de los trabajadores, la liquidación del apa­rato productivo, el retroceso gigantesco de las conquistas alcanzadas habían sido de tal magnitud que imposibilitaron que esa nueva relación de fuerzas se convirtiese en acción política revolucionaria. Y las elecciones no hicieron sino reflejar estas limitaciones.

Por un lado, Carlos Menem, el autor y responsable del desmantelamiento del aparato del Estado y de la entrega de nuestras empresas y riquezas nacionales a la voracidad imperia­lista, intentaba continuar y profundizar su vasallaje, con un programa que, de cumplirse, impediría para siempre nuestro desarrollo soberano y pondría en riesgo la marcha y profun­dización del proceso de unidad continental expresado en el Mercosur.

Por otro lado, Adolfo Rodríguez Sáa, quien en unos días como presidente, puso al país nuevamente de pie y lleno de entusiasmo y fe en el futuro, al declarar la moratoria de la deuda externa, lanzar un amplio plan de lucha contra la pobreza y la desocupación y volver a las fuentes tradicionales del movimiento nacional, expresó en su programa y en su cam­paña el proyecto más osado y radical: un retorno a la política histórica del peronismo en el marco de la necesaria reconstrucción del Estado nacional desguazado.

Y por fin, la candidatura de Néstor Kirchner aparece como resultado exclusivo de tres ne­gativas: la de Eduardo Duhalde a presentarse como candidato en los días en que el miedo producido por el asesinato de Santillán y Kostecki le hacían decir cualquier cosa; la de las encuestas electorales a la candidatura de José Manuel de la Sota; y la de Carlos Reuteman a aceptar la invitación del PJ. Ungido a último momento, logró acumular el peso del apa­rato partidario bonaerense, formado sobre la base del más crudo clientelismo político en manos de los intendentes del gran Buenos Aires. Fue este candidato el que asumió la presidencia, cuando el candidato que había ob­tenido más votos, Menem, se negó cobardemente a presentarse al balotaje.

El gobierno de Kirchner

Asume entonces el gobierno un sector del peronismo con una base predominantemente pequeño burguesa, cuyos dirigentes habían sido ejecutores complacientes de las políticas desnacionalizadoras del menemismo, sin muchos vínculos con el movimiento sindical, con una visión bastante provinciana de la realidad política nacional y que es tributario de su triunfo al poderoso aparato que maneja con mano firme Eduardo Duhalde. El gobierno del presidente Kirchner llegaba, entonces, al gobierno como resultado de una profunda división en el seno del peronismo.

A casi dos años de estos hechos, este gobierno ha dado muestras de sus luces y sus sombras.
Nos encontramos con un gobierno débil, con muy escasos cuadros administrativos pro­pios y con una alta concentración del poder en la figura del presidente, que intenta recons­truir el aparato del Estado en sus aspectos esenciales, que, con una paciencia a veces exas­perante, pretende resistir las presiones sin límites de las empresas privatizadas y que ha asumido una negociación de la deuda externa con dignidad y firmeza. Se trata de un go­bierno que ha planteado como estratégica la continuación del Mercosur y ha sabido aislar a estas negociaciones de los altibajos del comercio regional y de los reclamos sectoriales, pero que no se atreve a revisar en profundidad los postulados económicos liberales y ha sido incapaz, pese a algunos esfuerzos, de dar solución rápida y profunda al hambre que sufre un inmenso sector de nuestro pueblo. Estamos frente a un gobierno que ha reivindi­cado la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas y a los combatientes que en ella lucha­ron como no había ocurrido durante los veinte años de democracia formal, pero cuyo mi­nistro de Economía se resiste a reactivar el mercado interno por la vía del aumento salarial y mantiene un conservador superávit fiscal, en momentos en que la creación de nuevas fuentes de trabajo y la reactivación económica deberían constituir el único objetivo de la conducción del área.

Este gobierno ha intentado a lo largo de dos años de independizarse del poder generado por el sistema de caciques del partido Justicialista y ha buscado ampliar su base de sustento hacia sectores de la clase media progresista, fundamentalmente de la ciudad de Buenos Aires, y con cierta inserción en sectores desocupados de la ciudad y del Gran Buenos Aires. Estos intentos han tenido un escaso éxito, razón por la cual, y ante la inminencia de elec­ciones legislativas en el 2005, el presidente Kirchner y sus amigos han debido reparar los puentes con la maquinaria electoral del justicialismo y su sistema de aprietes y favores. El gobierno se encuentra así sostenido por un minoritario sistema de dirigentes vinculados a cierto progresismo izquierdista, con escaso poder electoral, y por la estructura del PJ, sus gobernadores, intendentes y punteros, educados políticamente en el menemismo, que des­confían orgánicamente del santacruceño y sus intentos reformistas. El concepto elaborado y sostenido por Alberto Guerberof de “un gobierno sin partido en un país sin estado” sinte­tiza con claridad la debilidad orgánica tanto del gobierno como de la sociedad en su con­junto, después del vendaval que liquidó la herencia del peronismo, del yrigoyenismo, como YPF y hasta del roquismo, como el correo, el agua y el ejército nacional fundado en el ser­vicio militar obligatorio.

La oposición

Del otro lado, lo enfrenta el conjunto del sistema imperialista, los acreedores externos, las privatizadas, el sector agrario enriquecido por la devaluación y enemigo declarado de las retenciones a las exportaciones, los viejos y nuevos representantes de los sectores enrique­cidos durante los noventa a costa del empobrecimiento de la mayoría de los argentinos, con sus López Murphy, Macri y Sobisch. Estas clases sociales han gobernado el país desde el golpe de estado de 1976 y, por primera vez, se encuentra sin una dirección unificada y con un enorme descrédito social y político. Hasta ahora no han podido confrontar con el go­bierno sino a través de la figura mediática del señor Blumberg en el tema de la seguridad pública, fundamentalmente alrededor de los secuestros extorsivos.

El cuadro opositor se completa con la sistemática campaña de descrédito desplegada por la señora Lilita Carrió con gran repercusión en la prensa comercial y en las usinas políticas del neoliberalismo. La ex diputada alfonsinista encabeza un amplio frente opositor que abarca desde un tibio progresismo hasta sectores ultraizquierdistas que creen vivir en una situación preinsurreccional y llevan adelante una política de confrontación que, si bien no puede alcanzar el poder, socava al gobierno facilitando y hasta dando excusas a la acción de la derecha imperialista.

El reagrupamiento de la Izquierda Nacional, hacia un nuevo movimiento nacional
En los últimos casi treinta años la Izquierda Nacional sufrió los embates y las derrotas que experimentó el conjunto del pueblo argentino. Se produjo entonces un largo proceso de escisiones y rupturas que llevaron a una completa dispersión de sus cuadros y organizaciones. Algunos compañeros pasaron por el justicialismo y, decepcionados, volvieron a su casa. Otros compañeros desarrollaron distintas experiencias políticas a lo largo de estos años, organizando alguna forma de nucleamiento político en su provincia o en su ciudad o comprometiendo su acción militante en organizaciones gremiales. Hay compañeros que con sus organizaciones lograron establecer vínculos de estrecha colaboración y respeto con sectores del nacionalismo, tanto de origen militar como peronista. Hay compañeros y organizaciones que han desarrollado un intenso trabajo de organización social, agrupando a obreros desocupados y sus familias y llevando adelante emprendimiento productivos solidarios. En todos ellos ha permanecido vivo el pensamiento estratégico de la Izquierda Nacional y los acontecimientos históricos de los últimos años no han hecho sino reafirmar esta convicción. Entendemos que es necesario, sin plazos y sin condiciones, iniciar un movimiento unificador de toda esta fuerza en un diálogo y cooperación sinceros y fraternales, en donde nos reconozcamos en nuestras experiencias sin anteojeras ideológicas y sin prejuicios derivados de enfrentamientos que ya tienen un cuarto de siglo. Este proceso de reencuentro y unificación deberá plantearse sin ideas preconcebidas acerca de la organización que nos daremos y dando cara a la magnitud de las tareas que los nuevos tiempos y la juventud argentina nos exigen.

Pero este objetivo sólo adquiere sentido en la realización de la otra tarea estratégica: la de la recreación del gran movimiento nacional revolucionario que exprese al conjunto de las clases y sectores esquilmados por el imperialismo, a los trabajadores sindicalizados y a la vasta multitud de obreros desocupados, campesinos sin tierra, empleados con sueldos miserables, profesionales sin destino en la producción y estudiantes sin futuro, a las nuevas generaciones de militares que anhelan unas Fuerzas Armadas al servicio de la integridad territorial y del desarrollo económico soberano de la Patria. Con el aporte de miles de dirigentes y militantes peronistas que no fueron corrompidos por el menemismo, de miles de dirigentes gremiales que han resistido durante todos estos duros años, de miles de esforzados dirigentes sociales que hicieron frente al hambre de sus compatriotas y los ayudaron a organizarse y enfrentar al poder, de miles de hombres y mujeres, jóvenes y viejos las banderas históricas del pueblo argentino volverán a flamear victoriosas como lo hicieron el 17 de octubre de 1945.

Entendemos que la mejor manera de poner en acción estos puntos de vista y alcanzar estos objetivos es dando un paso concreto hacia esa unidad, no para cristalizar particularidades, sino para respetarlas y asumirlas en el movimiento general. Vemos a la Izquierda Nacional como un gran torrente político e ideológico necesario para enfrentar los combates que vienen.
El movimiento Patria y Pueblo, con quien hemos mantenido permanente contacto, con quien hemos participado en la campaña del Movimiento Nacional y Popular en las últimas elecciones, ha logrado constituir en la región metropolitana una importante organización militante con presencia en el movimiento de desocupados, en el movimiento barrial y en el movimiento estudiantil. A su vez, ha desarrollado una tarea de reagrupamiento de los cuadros de la IN con una visión amplia y fraterna que compartimos.

En esta perspectiva y con las convicciones aquí expresadas, los abajo firmantes hemos decidido integrarnos al movimiento Patria y Pueblo, desde donde continuaremos luchando por la liberación nacional y la unidad latinoamericana.

Intentamos integrarnos, entonces, a una organización política preexistente, con estas consideraciones y objetivos. Fui elegido en un plenario como miembro de la Mesa Nacional del partido y, a partir de ese momento actué persiguiendo la realización de los objetivos planteados en la declaración precedente, realizando una intensa labor tendiente a la unificación de distintos sectores con origen común en la Izquierda Nacional, así como en la elaboración de la política nacional y latinoamericana del movimiento.

Desde el principio mismo de la incorporación surgieron algunas diferencias con respecto a dos puntos:

En primer lugar, al tipo de organización que debíamos crear. Mi opinión, junto con la de algunos otros compañeros, era la construcción de una amplia organización que nuclease a afiliados y militantes que coincidieran con los grandes lineamientos de la Izquierda Nacional expresados por Patria y Pueblo en la coyuntura política que nos tocaba vivir, mientras que otros compañeros, mayoritarios en la conducción del partido, insistían en la formación de una cerrada estructura de cuadros descripta con abundancia de metáforas militares, del tipo “ejército en marcha”. Se insistía en un criterio formalista según el cual cierto modo de organización partidaria, con cuadros regimentados bajo un cercano control de la dirección, fundado en deformados conceptos de origen leninista, aseguraría la incorruptibilidad de los cuadros y la intransigencia de la política. Pese a que el partido fundado por el propio Lenin, según sus estrictos criterios, fue el que entregó la propiedad estatal rusa a una mafia formada por los propios cuadros partidarios, los demás integrantes de la mesa de PyP se aferraban a estas viejas concepciones. En lugar de plantearse el problema de dotar de nuevas representaciones a las grandes masas a las que los grandes partidos tradicionales ya no pueden representar - como se expresaba en nuestro documento- se optaba por el pequeño cenáculo, con sus reuniones de núcleo presididas por un miembro de la dirección, con la obligatoriedad de concurrir a ellas y demás preceptos de la liturgia de los grupos de izquierda. La discusión quedó abierta y postergada. Mi opinión era que el desarrollo de la política generase las condiciones necesarias para resolverla, habida cuenta de que, era mi punto de vista, esta diferencia no podía interferir en nuestra voluntad de construir una formación política numerosa, influyente y capaz de generar y hacer política.

La segunda diferencia importante era un punto de vista crítico de mi parte a subrayar las diferencias surgidas en la Izquierda Nacional hace treinta años, cuando se inició el alejamiento entre Ramos y Spilimbergo. Si bien tanto los compañeros más veteranos como yo habíamos permanecido junto al último en aquellas jornadas y lo habíamos acompañado durante todas o algunas etapas del camino, consideraba que reabrir la discusión sobre aquellos lejanos tiempos sólo serviría para ahondar el distanciamiento entre los diversos grupos de IN, cuando la tarea central era la convergencia, tal como lo expresaba nuestra declaración.

Actuamos y actué en consonancia con ella. Fui uno de los impulsores de la publicación de la revista Política y, hasta último momento, busqué el acuerdo con otros grupos de IN para que fuese una edición conjunta y no sólo el producto de PyP. Tuve que luchar contra la inoportunidad y el sectarismo de algún compañero que, en medio de las negociaciones con el movimiento Causa Popular, conducido por Alberto Guerberof y que acompañó a Ramos en las querellas de 1975, saliera públicamente con un intempestivo brulote contra Jorge Abelardo Ramos, en evidente actitud rupturista.

Di charlas y conferencias en todas partes del país expresando el punto de vista sostenido por PyP y, pese a la cautelosa y desconfiada actitud de varios miembros de la mesa, mis intervenciones públicas, personales, por escrito, por radio, televisión e internet, jamás entraron en colusión con la línea política de PyP, sino que, por el contrario, abrían perspectivas para la acción política de nuestro movimiento.

No obstante ello, a lo largo del tiempo, se fue desarrollando una desconfianza y una falta de confraternidad, cuyo origen, según pude enterarme hace unos días, radicaba en lo que dieron en llamar mi “concepción sobre la construcción partidaria”, es decir en mi negativa a conformar una secta salvacionista, y mi insistencia en construir un partido en el que los argentinos de carne y hueso, sin mayores dones que su mera preocupación por su patria y su futuro pudieran encontrar un lugar de lucha.

No voy a poner a quienes hayan llegado hasta aquí en la penosa tarea de conocer las pequeñas maniobras, las zancadillas arteras o la hipocresía que tuve que sufrir por mi resistencia a convertirme, a mi edad, en un boy scout, para quien debería ser más importante ser orgánico que ser político. Todo tipo de personajes, incluso ajenos al partido –lo que no deja de ser paradójico en un grupo autorreferenciado a su sacramental organicidad- desfilaron en la campaña de desprestigio previa a la ejecución. El teléfono dejó de sonar para comunicarme la suspensión de reuniones o las novedades del movimiento. Había comenzado la acción de enfriamiento.

El hecho es que la mayoría de la mesa nacional de PyP decidió expulsarme, el sábado último, por el hecho de que mi “inorganicidad ha generado un mal ambiente en la mesa”, aún cuando “soy la persona que más coincide políticamente con PyP” y dándole a la expulsión la forma cínica de una licencia no solicitada. Como no se animaron a votar una expulsión –cosa que propuse-, concientes de la naturaleza sectaria que tal actitud comportaba, encontraron este cínico recurso, inútil para ocultar la naturaleza sectaria y excluyente de la actitud.

De manera, estimados amigos, que por decisión de la dirección de PyP y de su rampante celotismo he dejado de pertenecer al agrupamiento, y que, por lo expuesto, han resultado incorrectas nuestras presunciones sobre que, desde allí, podríamos llevar adelante un proyecto de unificación de la Izquierda Nacional. Si han sido incapaces de convivir con quien ha marcado un punto de vista diferencial en un par de cuestiones, es imposible que de ese agrupamiento surja política unificadora alguna, la que tendría que absorber diferencias más complicadas y con un desarrollo identitario de años de militancia. Quienes hoy dirigen PyP, he llegado a la conclusión, quieren construir, tan sólo, una pequeña secta sin voluntad integradora, autocomplaciente con su estrechez y doctrinarismo, orgullosa de su pequeña talla y su dogmatismo.

Libre de los compromisos que traté de preservar y respetar, continúo como siempre en la lucha por la liberación nacional y la unidad latinoamericana a la que me sumé a los veinte años. Las ideas de la Izquierda Nacional siguen siendo un instrumento irremplazable en esa tarea. Sigo considerando, como lo expresamos en aquella declaración de hace tres años que “es necesario, sin plazos y sin condiciones, iniciar un movimiento unificador de toda esta fuerza en un diálogo y cooperación sinceros y fraternales, en donde nos reconozcamos en nuestras experiencias sin anteojeras ideológicas y sin prejuicios derivados de enfrentamientos que ya tienen un cuarto de siglo. Este proceso de reencuentro y unificación deberá plantearse sin ideas preconcebidas acerca de la organización que nos daremos y dando cara a la magnitud de las tareas que los nuevos tiempos y la juventud argentina nos exigen”.

Cuando el pueblo argentino, después de la última elección, ha ratificado la política del presidente Kirchner de reasumir el rumbo de nuestra revolución nacional latinoamericana, cuando las declaraciones de la nueva presidente Cristina Fernández de Kirchner ratifican y profundizan esa voluntad popular, al responder con patriótica firmeza y dignidad la alevosa provocación del imperialismo yanqui, a través del mismísimo FBI, se hace, también, más necesaria que nunca “la recreación del gran movimiento nacional revolucionario que exprese al conjunto de las clases y sectores esquilmados por el imperialismo, a los trabajadores sindicalizados y a la vasta multitud de obreros desocupados, campesinos sin tierra, empleados con sueldos miserables, profesionales sin destino en la producción y estudiantes sin futuro, a las nuevas generaciones de militares que anhelan unas Fuerzas Armadas al servicio de la integridad territorial y del desarrollo económico soberano de la Patria”, como sosteníamos hace tres años.

Esta seguirá siendo mi lucha y será ésta la última vez que hable sobre estos lamentables incidentes.

Pântano do Sul, Isla de Florianópolis, Santa Catarina, Brasil
13 de diciembre de 2007