12 de diciembre de 2008



A propósito de un volante opositor en Venezuela

Este volante que la oposición ha puesto a circular pone de manifiesto no sólo el talento tabernario, sino el sistema axiológico de estos estudiantes para quienes la conducción de la nave del Estado de su propio país es asimilable a un concurso de belleza y, por lo tanto, sujeto al paradigma juvenil consumista según el cual las portadoras de tetas y culo caídos no merecen reconocimiento, no sólo estético, ponderativo o sexual, sino ningún tipo de reconocimiento.

Sistema axiológico que reivindica la fugacidad de la firmeza de los tejidos musculares por sobre la sabiduría, el aplomo, la serenidad, el conocimiento que da la vida y, sobre todo, la experiencia. Que equipara la brevedad anual de una reina de belleza, objeto tan sólo de deseo, portadora de una corona meramente formal, ya que su majestad se ejerce sólo en el mundo de las formas cuya expresión paradigmática es la ecuación 90-60-90, con la representación política y el destino de millones de feos y feas, sucios y sucias, malos y malas, desdentados y desdentadas, gordos y gordas, y de todo un continente bello y turgente desde la eternidad.
Sistema axiológico que reivindica per se la condición de estudiante, sin definir su adscripción política, sin precisar siquiera la materia de estudio, obviando la fugacidad de ese mismo status que finaliza con la graduación y por lo tanto desaparece como tal. Es decir, un estudiante socialista o conservador, será después de la graduación un médico, abogado, ingeniero, farmacéutico o podólogo socialista o conservador, y hasta puede que al revés. Pero un estudiante desadjetivado, como se presentan estos patanes, será simplemente un graduado desadjetivado, una mónada, un átomo en un universo atomizado, algo cercano a la nada. Su condición de estudiantes es tan inasible como la majestad de la reina de belleza, sólo depende de una convención que atribuye a ambas cualidades un valor autorreferido. Su autoridad deriva tan sólo de considerar que estudiar (grafología o física cuántica) y ser bella (según los cánones fijados normalmente por hombres que prefieren un abrazo masculino) tiene alguna importancia.
Hasta se podría pensar que una publicidad como ésta es algo así como un perverso un invento chavista. Lamentablemente no lo es. Es tan sólo una prueba de la perversión opositora.
Caracas, 12 de diciembre de 2008.

10 de diciembre de 2008

Las misiones capuchinas en la Guayana venezolana

Un proyecto capitalista autónomo en la América colonial


Sabido es el papel que las misiones jesuíticas en la región guaraní de la Cuenca del Plata tuvieron en el desarrollo, tanto de la gesta artiguista en la Banda Oriental y las provincias llamadas mesopotámicas, como en el posterior desarrollo del Paraguay del doctor Francia y de los López, padre e hijo.

Los discípulos del guipuzcoano Ignacio de Loyola realizaron en tierra americana una extraordinaria utopía que sentó las bases, pese a su expulsión en 1767 –tan sólo cuarenta años antes de los primeros movimientos independentistas-, de un espacio socio cultural sobre el cual se asentó José Artigas y su influencia sobre las regiones de los dos grandes ríos platinos, el Paraná y el Uruguay. El Paraguay conducido por Gaspar Rodríguez de Francia, con las estancias estatales, el ascetismo de la vida pública y la ausencia de latifundismo, así como la armónica integración con el pueblo guaraní y hasta su aislacionismo encuentran su explicación histórica en ese vasto mundo de indígenas integrados a aquellos falansterios cristianos, armados para defenderse de las tropelías bandeirantes y espartanamente igualitarios.

José de San Martín nació en Yapeyú, pueblo misionero en el que su padre era funcionario real. Andresito Guaicurarú o Guaicurú, el joven guaraní, hijo adoptivo de José Artigas, y caudillo de la región misionera, es el vínculo humano más real y concreto de esa relación histórica entre el federalismo platino y aquella notable propuesta política, social, económica y cultural. Todos los caudillos vinculados al artiguismo –Estanislao López, Francisco Ramírez, José Javier Díaz- tuvieron puntos de contacto con la herencia dejada por aquellos curas científicos, poetas, músicos, arquitectos y extraordinarios organizadores sociales.

Ya Franz Mehring, el biógrafo de Carlos Marx, había advertido la naturaleza “moderna” de la orden fundada por Loyola. En su notable análisis sobre la Guerra de los Treinta Años y sobre el papel jugado por el monarca sueco Gustavo II Adolfo, este autor sostiene: “El jesuitismo era el catolicismo reformado sobre los cimientos capitalistas. En los países económicamente más desarrollados, como España y Francia, las necesidades del modo de producción capitalista establecieron grandes monarquías, para las cuales nada había más cerca que liberarse de la explotación romana, pero no había tampoco nada más lejos que romper con Roma. Después que los reyes españoles y franceses se liberaron de Roma, de modo que los Papas no pudieran, sin su autorización, recoger un solo chelín de sus países, se mantuvieron fieles hijos de la Iglesia porque, así, podían aprovechar el poder eclesiástico sobre sus propios súbditos. De ahí la interminable guerra de los reyes franceses y españoles sobre la tenencia de Italia. Pero si la iglesia romana podía permanecer competente en el dominio secular, debía transformarse de feudal en capitalista y esto se le delegó a la Compañía de Jesús. El jesuitismo adaptó la Iglesia Católica a las nuevas relaciones económicas y políticas. Reorganizó todo el sistema escolar a través de los estudios clásicos –la más alta educación de aquel tiempo-. Se convirtió en la principal compañía comercial del mundo y tenía sus oficinas a lo largo de toda la tierra que era descubierta. Se procuraron consejeros de los príncipes, a los que dominaban sirviéndolos. El jesuitismo, en una palabra, se convirtió en la principal fuerza impulsora de la iglesia romana, mientras el papado se reducía a un principado italiano –una pelota para que jueguen las potencias seculares- al que éstas buscaban usarlo todo lo posible para sus propios objetivos seculares, desde sus contradictorios intereses”[1].

El autor ecuatoriano y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de Méjico, Bolívar Echeverría, proporciona un interesante análisis, muy rico en matices, sobre el papel jugado por la Compañía de Jesús, en la Europa de la Contrarreforma y de la Guerra de los Treinta Años. “Modernizar el mundo católico y al mismo tiempo re-fundar el catolicismo: ése fue el proyecto de la primera Compañía de Jesús. (…) Cristianizar la modernización: pero no de acuerdo con el cristianismo medieval, que había entrado en crisis y había provocado las revueltas de la Reforma protestante, sino avanzando hacia el cristianismo nuevo de una Iglesia católica transformada desde sus cimientos”. Esos rasgos de modernidad, según el autor, se manifiestan: "primero, su insistencia en el carácter autonómico del individuo singular, en la importancia que le confieren al libero arbitrio como carácter específico del ser humano; y, segundo, su actitud afirmativa ante la vida terrenal, su reivindicación de la importancia positiva que tiene el quehacer humano en este mundo”
[2]. (Se puede ver todo el artículo aquí)

Este intento de adaptar al catolicismo a las condiciones del nuevo modo de producción que comenzaba a desarrollarse encontró en América una de sus más altas expresiones.

Pero lo que en el sur de nuestro continente, en Buenos Aires, Córdoba, Salta, Montevideo o Mendoza, es mucho menos conocido es el papel que jugaron en el actual territorio de Venezuela, en la región de la Guayana, las misiones de los capuchinos catalanes.

Mario Sanoja Obediente y Iraida Vargas-Arenas, dos reputados antropólogos e historiadores venezolanos, antiguos profesores de la Universidad Central de Venezuela, publicaron en el año 2005 el libro “Las edades de Guayana: Arqueología de una quimera. Santo Tomé y las Misiones Capuchinas Catalanas”, en Monte Avila Editores Latinoamericana, y en la revista Question un artículo de divulgación basado en aquel estudio (aquí)[3].

A inicios del 1700, la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y la Compañía de Jesús celebran un acuerdo por el que se reparten la tarea misional en la Cuenca del Orinoco. Los capuchinos obtienen la región del Bajo Orinoco. Un catalán, Juan de Urpín, había fundado en 1637 la ciudad de Nueva Barcelona, al oriente de Caracas –hoy Barcelona y capital del estado de Anzoátegui- y en ella se instalan los capuchinos de origen catalán, creando las primeras misiones dedicadas a la producción de algodón y cueros. El algodón se cardaba e hilaba en Cumaná, más al oriente, y de ahí partía para las fábricas textiles de Cataluña.

Las misiones se extienden hacia el sur y a principios del siglo XVIII ya están establecidas en el territorio de la Guayana. La ciudad de Santo Tomé de Guayana se convierte en el centro político, económico y comercial tanto del sistema capuchino, formado por veintiocho misiones unidas por un avanzado sistema de calzadas, como de la burocracia estatal española en dicha provincia. Los capuchinos catalanes instauran un sólido gobierno misional, sustentado en el desarrollo económico obtenido a partir del establecimiento de hatos ganaderos –sistema similar a nuestra estancia-, el fomento de las artesanías, la instalación de hornos de alfarería refractaria, la agricultura y la introducción en esta tierra de la forja catalana, con la cual desarrollaron una rudimentaria pero eficiente industria del acero, convirtiéndose en la primera experiencia de este tipo en todo el territorio venezolano.

El sistema, basado en el trabajo pago de los nativos caribes, waikas y guaraos, bajo la dirección de un capataz o teniente, tuvo una singular pujanza económica. Según narran los autores antes citados, “Se explotaba el oro aluvional del Caroní, fundido y forjado en hornos de última tecnología; se practicaba la ganadería extensiva de ganado vacuno y caballar, la manufactura de cueros, la producción de cecinas, el curtido del cuero y la fábrica de zapatos, arreos, sillas de montar, etc; también el cultivo y procesamiento del algodón así como la manufactura de telas con diseño o calicós; el cultivo del maíz, del cacao, la yuca, etc; la manufactura industrial de alfarería, incluyendo ladrillos refractarios para la construcción o refacción de hornos para la metalurgia utilizando las arcillas caoliníticas del Caroní”[4].

La Misión de la Purísima Concepción del Caroní, consolidada en 1724, se convirtió en la Casa Rectora de las misiones capuchinas y el lugar de confluencia de las principales fuerzas productivas de la época.

Lo que resulta de particular interés en esta historia es el desarrollo y las consecuencias ulteriores de esta particular inclusión capitalista no esclavista en el seno de la sociedad colonial de la época.

Sanoja y Vargas-Arenas puntualizan, en una rica diferenciación, que, mientras los jesuitas desarrollaban un criterio misional en el que se mantenían ciertas estructuras sociales indígenas, se respetaba su singularidad cultural y se establecía un régimen comunitario militarizado (rasgos que ellos llaman “ideas rousseaunianas”) los capuchinos catalanes, a raíz de su origen –el Principado de Cataluña era el polo de desarrollo capitalista más avanzado de la España de los Habsburgos-, transforman las comunidades nativas en mano de obra asalariada, entrenada y organizada para la producción de mercaderías, es decir en un modo capitalista de producción.

La modernidad del sistema, enclavado en un régimen colonial basado en la mano de obra esclava, en la economía de plantación y en el latifundio, no pudo sino entrar en severas contradicciones con las clases sociales que lo usufructuaban: la burocracia española y los criollos mantuanos. “El sistema misional funcionaba como una empresa de propiedad corporativa, gestionada por un reducido número de misioneros que eran, a su vez, individuos versados en muchas áreas del conocimiento religioso, humanístico y sobre todo técnico, administrativo, financiero y en el comercio internacional. Gestionaban el negocio, según su expresión, como un fideicomiso en nombre de los indígenas quienes eran sus verdaderos propietarios”[5].

Mientras el propietario del sistema esclavista de plantación estaba sujeto a la intermediación de los importadores europeos, de su oro y sus mercancías, es decir se implantaba en el mercado mundial de modo subordinado, las misiones capuchinas se integraban plenamente al mismo, puesto que no dependían –por lo menos de manera absoluta- de las mercancías y el oro que recibieran de Europa. Es decir, “constituía una f
orma capitalista desarrollada complementaria del capitalismo industrial metropolitano”[6].

Sobre este sistema en pleno funcionamiento logró asentarse la república después de la derrota de 1812, cuando el ejército patriota carecía virtualmente de territorio. Desde la Guayana y el sur, la república logra a partir de 1817 un sistema de financiamiento para su sistema administrativo, los sueldos, la logística y la publicación del periódico El Correo del Orinoco, que escribía personalmente el Libertador. Fue sobre la base de esa inserción productiva moderna, en el medio del mundo esclavista de mantuanos y españoles, que Bolívar logró llegar hasta Carabobo para dar la primera victoria al proceso independentista.

Pero esta enorme capacidad que los métodos capitalistas habían dotado a estas misiones, convirtieron también a ellas y a los capuchinos en un potencial peligro. Como se ha dicho, y así afirman los autores, los mantuanos esclavistas constituían su principal enemigo, y junto con la burocracia colonial sostenían que las misiones capuchinas debían ser disueltas, sus indios entregados a encomiendas privadas, es decir volverlos esclavos y que los curas debían dedicarse a sus funciones de mera evangelización: bautizar indios y entregarlos a los dueños de las plantaciones, hacer desaparecer estos polos de desarrollo capitalista y de “modernidad” que con su eficiencia productiva y su más armónico sistema hacían evidente el arcaísmo del sistema tanto colonial como mantuano.

Según los autores que estamos siguiendo, al producirse la Independencia los curas capuchinos debieron buscar en el campo republicano a quien protegiera y conservase el capital acumulado, así como su autonomía territorial y financiera: “Desde el punto de vista económico, las misiones habían conformado un proceso de acumulación originaria que superaba muy ampliamente el logrado en otras provincias venezolanas, aparte de constituir un modelo de desarrollo capitalista endógeno de punta, incluso comparado con el resto de Suramérica, vinculado al parecer con el mercado mundial”[7].

Cuando en 1816, el Libertador vuelve al territorio venezolano desde su exilio en Haití, uno de los hombres que lo reciben para integrar su ejército es el general Manuel Piar, caudillo indiscutido de la Guayana. Leyenda viviente y prototipo del jefe de hombres caribeño, nacido en Curazao, de madre mulata, era un veterano, pese a su edad, de la guerra contra el español. Ambicioso y receloso de la oficialidad mantuana, tejió a su alrededor una leyenda sobre su origen, según cuenta Indalecio Liévano Aguirre en su biografía del Bolívar[8].
Hijo natural del príncipe Carlos de Braganza del Brasil, de Manuel Ribas, padre del general patriota José Félix Ribas, de un noble mantuano emparentado con el Libertador, eran algunas de las hipótesis que corrían entre sus contemporáneos. Había participado ya en la conspiración de Gual y España, considerada como el antecedente inmediato del grito de Caracas de 1810 y sus laureles de general los había ganado por ascenso otorgado en el campo de batalla por sus propios compañeros de armas y luego ratificado por Bolívar. Su condición de pardo no le había granjeado grandes simpatías en el estado mayor patriota, conformado mayoritariamente por antiguos mantuanos, hijos de dueños de esclavos y plantaciones. Este era el hombre que se había asegurado el control de la Guayana, y a cuya sombra se protegían los capuchinos catalanes de Santo Tomé y el Caroní. Y era el tesoro, la acumulación de capital de trescientos años de producción moderna, de las misiones capuchinas las que sostenían la plaza guayanesa.

Cuando Bolívar llega a Venezuela es informado por uno de sus lugartenientes que Piar, fortalecido en Guayana y sabiendo las enormes dificultades que aquél encontraría, se preparaba para tomar el mando supremo de los ejércitos. A partir de ahí se inicia un sordo enfrentamiento entre Bolívar y Piar, que culminará trágicamente un año después.

El Libertador se traslado a los llanos occidentales, donde Páez había formado un poderosísimo ejército de llaneros, de los cuales era el caudillo indiscutido, logrando eclipsar la figura del español Boves, que con esos mismos llaneros y lanzando una guerra social contra los mantuanos, había dado terribles golpes a la república independiente. El antiguo mantuano terrateniente se convierte, entonces, en el general en jefe de ese ejército de guerreros feroces e incansables. En ese momento, Manuel Piar desde la Guayana comienza a levantar a los indios de las misiones del Caroní y a los pardos y mulatos, contra la conducción de Bolívar.

La fortuna de los capuchinos catalanes daba base material al levantamiento de Piar y al intento de lanzar una república de color contra el predominio de los blancos. La Guayana estaba en condiciones de convertirse en un país independiente con una base productiva, agraria e industrial, de mayor poder que la caraqueña, proyecto que hubiera contado con el apoyo de las potencias enemigas de España, como el Reino Unido.

El 17 de mayo de 1817, soldados que respondían a Bolívar lancean a los dieciocho capuchinos recluídos en su misión y sus restos son arrojados al Caroní, el testigo del apogeo y la caída del proyecto de los monjes catalanes. Unos meses después, el 16 de octubre, el general Manuel Piar fue fusilado en Angostura.

Y las misiones capuchinas fueron absorbidas por el torrente revolucionario e independentista. Su sacrificio y el del gran guerrero Manuel Piar impidieron una temprana balcanización de la región del Orinoco y sofocaron un posible desarrollo en condiciones de autonomía.
Caracas, 10 de diciembre de 2008.

[1] Mehring, Franz, Gustav Adolf. Ein Fürstenspiegel zu Lehr und Nutzen der deutschen Arbeiter. Zweite verbesserte Auflage, mit einem neuen Vorwort. Vorwärts förlag, Berlin 1908. He traducido el libro al español de su versión en sueco y ha sido publicado en http://www.marxists.org/espanol/mehring/1894/gustavoadolfo.htm
[2] Echeverría, Bolívar, Vuelta de Siglo, Fundación Editorial El Perro y la Rana, Caracas, Venezuela, 2ª Edición, 2008, pág. 55 y ss.
[3] Sanoja Obediente, Mario y Vargas-Arenas, Iraida , “La revolución bolivariana. Historia, cultura y socialismo”, Monte Avila , Caracas, Venezuela, 2006. El libro recopila éste y otros artículos de los autores publicados en el período 2003-2006.
[4] Ibidem.
[5] Ibidem.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Liévano Aguirre, Indalecio, Bolívar, Grijalbo, Caracas, 2006, pág. 244 y ss.

4 de diciembre de 2008

Viudas e hijas de Bartolomé Mitre

La lectura de La Nación desde Caracas, tan lejana de Buenos Aires y, aunque parezca mentira, con un clima más estable que la montaña rusa porteña –y no sólo estoy hablando del tiempo-, siempre ofrece estos hallazgos retóricos, estas melifluas argumentaciones de la pluma de un retórico y melifluo cagatintas como es el atildado Joaquín Morales Solá.


El por muchos de nosotros deseado desalojo de la ignota señora Romina Picolotti de la Secretaría del Medio Ambiente y una cartita del embajador norteamericano le han puesto los ojos en blanco y con grititos histéricos titula Las permanentes contradicciones del Gobierno.

No viene al caso discutir en este lugar el error que significó el nombramiento de la señora que acaba de irse por la puerta de atrás. Lo que sí es evidente es que La Nación y su plumífero no son las mejores autoridades en materia de Secretaria de Medio Ambiente. Baste recordar que celebraron sin chistar que la corrupta María Julia Alsogaray, hija del corrupto talibán neoliberal Alvaro Alsogaray, ocupase ese cargo y callaron a voz en cuello su estafa de la limpieza del Riachuelo en mil días. Que el gobierno rectifique el error de un nombramiento que fuera impulsado por otro que se fue por la puerta de atrás de la Casa Rosada y hoy es seducido por la prensa regiminosa, que el gobierno expulse de su seno a una evidente y semiconvicta corrupta con varias causas en su contra, debería ser motivo de elogio de la sedicente “tribuna de doctrina”.

El ex ministro de Minería de la Provincia de Salta, el doctor en Ciencias Geológicas, Ricardo N. Alonso, en artículo publicado el mismo día en El Tribuno de aquella provincia norteña (artículo completo aquí) formula una profunda crítica política, en su materia, a la secretaria renunciante, donde enumera “Su relación con dudosas ONGs, su falta de compromiso para cumplir con el mandato de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en la limpieza del Riachuelo, su militancia antiminera que ahuyentaba inversiones genuinas, su falta de decoro en el uso y malgasto de los dineros públicos, el nepotismo en los cargos, la burocracia, la incapacidad de gestión, los sospechados seguros ambientales, su rol piquetero, el papelón de la Haya, su ideología antiproductivista enrolada en la ecología profunda que beneficia a las potencias del ecoimperialismo en contra de los intereses de los países en vías de desarrollo”. De nada de eso se hace cargo el analista político de La Nación. Los pecados le son perdonados a Picolotti al ser expulsada del lado de quien la llevó a pecar. No hay elogio posible para el órgano oligárquico. Ni siquiera le deja a la presidente la oportunidad, aunque más no fuera por vía de hipótesis, de que el alejamiento permita un cambio en la equivocada política del gobierno con respecto al los cortes de ruta de Gualeguaychú. “¿Prenuncia su despedida un período más constructivo para aquella dañada relación con Montevideo? Lo más probable es que no y que la cesantía de la funcionaria sólo se deba a pobres cuestiones internas de la administración”, afirma apodícticamente, como si supiera cosas que los demás mortales ignoramos.

Critica a la presidenta por haber vetado la llamada ley de protección a los glaciares del sur patagónico, que fue un engendro de la renunciante, y denuncia al gobierno de generar confusión.

La oligarquía no tiene nada confuso. Ellos siempre darán señales claras a sus iguales y a sus amos imperiales acerca de sus planes. Nunca habrá vacilación en dejar en claro a los explotados de que su papel es obedecer y bajar la cabeza. Años y años de ejercicio del poder, la mayoría de las veces ilegítimamente, le han dado una perfecta claridad en su táctica y su estrategia. Jamás cometerán el error de nombrar a un ministro de Trabajo que combata el trabajo en negro o que promueva la afiliación sindical. Los gobiernos populares, por inexperiencia, por debilidad, por confusión derivada de la propia influencia que la oligarquía y el imperialismo introducen en sus filas, suelen equivocarse, deben rehacer el camino andado, están obligados a la autocrítica y la corrección. Es para ellos, más que para los principistas dogmáticos neoliberales que ejercieron durante los últimos treinta años la dictadura de su pensamiento único, una experiencia cotidiana aquello de que “se hace camino al andar”.

Obviamente que el mayor desvelo de Morales Sola y su madre adoptiva La Nación es la preocupación del embajador norteamericano acerca del posible lavado de dinero que puede ser facilitado por el blanqueo de capitales que se discute en el parlamento. Estos desguazadores sistemáticos del Estado nacional, estos entregadores de toda soberanía y de toda jurisdicción nacional a la voracidad de su clase y del capital extranjero, se alzan como madres a quien le arrancan un hijo de sus brazos, ante la posibilidad –hipotética, amañada por la DEA y el departamento de Estado- de que el dinero ilegal generado por los consumidores norteamericanos de cocaína y otras sustancias puede avasallar la integridad nacional. ¿Son acaso los narcotraficantes más letales que la Lehman Brothers, la Merrill Lynch, la Repsol o la Telefónica? ¿No fue La Nación y su sector social los que celebraron la entrega del trabajo argentino de cien años a estos estafadores que hoy han puesto en riesgo el futuro de miles de millones de trabajadores en el mundo entero? ¿Qué derecho tiene Morales Solá y La Nación en sostener que “Por lo general, ha sido el Estado, la primera y última defensa de cualquier nación, el que ha caído rendido a sus pies”? Eso ya lo experimentamos nosotros a partir de 1976. Los sectores sociales a quienes Morales Solá orgullosamente representa se llevaron puesto el Estado nacional argentino y nos dejaron indefensos ante los Menem, los Cavallo, los de la Rúa y los Morales Solá.

En el momento es que con enormes dificultades estamos reconstruyendo nuestro Estado y nuestros derechos estas viudas e hijas de Bartolomé Mitre pretenden explicar a las víctimas el dolor del tormento que han sufrido.

Caracas, 3 de diciembre de 2008

26 de noviembre de 2008

Los anuncios de Cristina

No caeremos en la zanja a la que nos quieren llevar los ciegos

Las medidas económicas anunciadas por la presidenta Cristina en la tarde del martes 25 de noviembre y completadas con los anuncios formulados en la Cámara de la Construcción son una continuidad del esquema político-económico implícito en la reestatización del sistema provisional, que acaba de ser ratificado por el Congreso Nacional.

Habíamos dicho hace unas semanas que la defensa de las AFJPs no tendría ala plebeya. La fila ominosa de “La Parábola de los ciegos” de Pieter Brueghel, que se formó durante la infame insurrección sojera, ya se había despeñado en la inexorable zanja a la que eran conducidos, justamente, por su ceguera, la crisis del sistema capitalista mundial había extendido sus amenazantes sombras y la avidez carroñera de ese engendro menemista no podía conmover a ninguna persona honesta. Ningún ciego estaba ya en condiciones de guiar a otros ciegos, so pena de desbarrancarse como las pobres figuras pintadas por el maestro flamenco. De ahí el fracaso de todo el frente gorila oligárquico-financiero en movilizar a sectores de la clase media contra la acertada medida presidencial. De ahí, también, la abrumadora votación en ambas cámaras que convirtieron en ley la vuelta al sistema de reparto y el retorno al estado de los fondos en los que había metido mano el capital financiero.

La propuesta presidencial retoma la iniciativa y da una respuesta al desafío de la crisis global en la más estricta tradición nacional argentina. El Estado nacional, que las dos últimas presidencia han logrado restaurar en su majestad y autonomía –aún cuando todavía haya mucho por hacer- asume la función de mantener el trabajo y la inversión productiva nacional, el ingreso de los trabajadores y la legítima rentabilidad empresaria, mientras que destina un importante presupuesto a la obra pública que, se sabe, constituye un poderoso dinamizador de una economía autocentrada.

Estas medidas se convierten, en la actual coyuntura internacional, en un verdadero escudo nacional capaz de enfrentar una crisis, que ni Argentina ni Suramérica han generado. La ineluctable mecánica del imperialismo capitalista ha sido la causa material y eficiente de este maremoto y, como otras veces, intentará descargar sus efectos y costos sobre el mundo semicolonial.

Las propuestas presidenciales han levantado un muro de contención a esas intenciones. Mientras la oposición –los ciegos de Brueghel- divagan en místicos mandatos y apocalípticos escenarios, la presidenta Cristina formula una política nacional concreta.

Ello merece todo nuestro apoyo.

Caracas, 25 de noviembre de 2008

24 de noviembre de 2008

Si se pierde Petare


- Si se pierde Petare, se pierde Caracas, se pierde Venezuela y se pierde América Latina.

Eran ya las ocho y media de la noche. Durante la tarde había acompañado a votar a mi amigo Jesús Mijares, en la zona Este de Caracas, en la urbanización Los Dos Caminos. La cola era lenta, el público se notaba, por sus conversaciones, por sus sobreentendidos, por su ropa, por su perfume, predominantemente opositor. Señoras y muchachas de jogging, muchachos con remeras de marca se mezclaban con morenas y morenos, con niños en brazos, con plebeyas gorditas embarazadas, junto a chetísimas jovencitas de lacios pelos teñidos con mechitas y chispitas rubias y caoba.

Se sabe, el Este es escuálido.

Pero en el Este se ubica también Petare, pobladísimo barrio construido sobre los cerros, con callejuelas laberínticas, temido por la clase media como reducto de “malandros”, de motociclistas arrebatadores y chorros de caño, y asumido por el chavismo como centro estratégico de su capacidad electoral y movilizadora. Petare, con sus morenísismos y sufridos habitantes, con sus mujeres de anchas caderas y sus hombres trabajadores y parranderos, con su salsa y su raggaetón, con su culto a María Lionza, su ron y su rumba, es el corazón del chavismo.

Eran las ocho y media de la noche, contaba, y estábamos en el despacho del secretario de Gobierno del Estado de Miranda, el que hasta hoy gobierna Diosdado Cabello, el compañero, el “pana” de Hugo Chávez desde los tiempos del levantamiento contra Carlos Andrés Pérez. Estábamos reunidos con Claudio Farías, el secretario de Gobierno, y un grupo de militantes y colaboradores. Todos lucían cansados y expectantes. Comentaban los posibles resultados en las parroquias que cada uno de ellos conocía y manejaba. Fue en ese momento en que uno de ellos enunció aquella rotunda afirmación.

Los otros asintieron, con rostro serio y un suspiro reflexivo.

Un rato después, extraoficialmente, nos enterábamos que se había perdido Petare, que Jesse Chacón no había sido elegido alcalde de Sucre –al que pertenece Petare- y, lo que es peor, que Aristóbulo Isturiz, el “negro” Isturiz no sería alcalde mayor de Caracas, ya que Antonio Ledezma, un viejo adeco golpista, lo había derrotado en la pelea electoral, que Diosdado Cabello, el camarada de todo momento de Hugo Chávez, el que fuera su vicepresidente, había caído en manos de un escuálido sifrino –cheto, en argot caraqueño-, miamero y nene de papá, Henrique Capriles Radonski, a quien se le atribuye pertenecer a Tradición, Familia y Propiedad.

Con la confirmación de la derrota de Mario Silva, el periodista conductor del programa satírico de televisión La Hojilla, en el estado vecino de Carabobo, y de Di Martino, en el Zulia, el corredor donde se concentra más de un tercio de la población venezolana quedó en manos de la oposición. Como con premura y precisión de clase definió
El Universal: “las victorias del antichavismo en los estados Zulia (2.141.055 electores) Miranda (1.781.361) y Carabobo (1.338.601) le confieren el control (sic) sobre 37% de los ciudadanos habilitados para sufragar”.

El porcentaje de concurrencia fue muy alto, en términos comparativos: un 65 % del padrón electoral. Contrariamente a lo ocurrido en otras elecciones, donde la oposición no participó, esta elección se caracterizó por un llamado permanente de chavistas y opositores a la participación electoral. El mismo día del comicio, en la zona Este, grupos de activistas escuálidos, amparados bajo la pantalla de una ong, circulaban por las calles en camionetas con altoparlantes instando a su gente a concurrir al cuarto oscuro. Se presentaban a sí mismos como “estudiantes”, ambiguo concepto que, en la política venezolana, se identifica con los jóvenes de clase alta y media alta que, con las palmas de las manos pintadas de blanco, cortaron las calles de Caracas en protesta por la no renovación de la concesión del canal RCTV.

Al parecer, y según algunos testimonios de militantes del PSUV, los votantes chavistas fueron, nuevamente, remisos a ir al colegio electoral. Las cifras, al mediodía, eran aún peores para el oficialismo, y el aparato electoral del PSUV debió movilizarse para que su electorado rompiese con la inercia. Ésta ha sido una de las razones para que el comicio se prolongase, en algunas mesas, hasta las once de la noche. A las cuatro de la tarde –hora fijada para el cierre del comicio- la oposición intentó gritar “pelito pa’ la vieja” y comenzaron a exigir que se cerraran las mesas. La presidenta del Consejo Nacional Electoral determinó lo que ha sido una norma en todas las elecciones venezolanas: la mesa permanecería abierta mientras haya una persona esperando para votar.

Diez años de Revolución Bolivariana
La Revolución Bolivariana ha cumplido ya diez años. Ha gobernado en casi todos los estados del país, con excepción de Zulia, con sus pretensiones ultrafederalistas y autonómicas, y Nueva Esparta, la isla de Margarita, un gigantesco supermercado, zona franca y paraíso turístico, donde un pésimo gobierno chavista le dio paso al actual gobernador reelecto.
Los cuadros políticos que conformaron al movimiento que llevó a Chávez al poder, en 1998, fueron producto de una doble vertiente. Por un lado, el nacionalismo militar de sus camaradas de armas, el rechazo que en las filas castrenses producía la corrupción de la Cuarta República, su sumisión a los norteamericanos y el pensamiento continental de Bolívar como nueva doctrina estratégica generó una nueva esperanza en la población venezolana más humilde. Un comandante joven y valiente, oriundo de los llanos barineses, que en su fisonomía expresa la conjunción de las razas más explotadas y humilladas del país, encarnó inmediatamente el repudio a la república puntofijista y su estéril reparto del poder para beneficio de una burguesía compradora, coimera y encandilada por lo peor y más vulgar de la cultura norteamericana.

Por el otro lado, el levantamiento y la prisión del comandante Hugo Chávez despertó la atención de dirigentes, militantes y agrupamientos políticos vinculados a la izquierda venezolana.

Como se sabe, durante toda la década del 60, y a impulsos de la revolución cubana, distintos sectores de la izquierda venezolana se alzaron en armas contra los gobiernos de Acción Democrática, -Rómulo Betancourt y sus sucesores- alineados a la política de la Alianza para el Progreso, como alternativa “democrática” a la propuesta de Fidel Castro. Estos levantamientos, sostenidos fundamentalmente por militantes de origen universitario, terminaron en duros fracasos, con sus consecuencias de represión y detenciones ilegales, torturas, desaparecidos y asesinatos policiales y parapoliciales. Los gobiernos del partido conservador social cristiano, COPEI, no le fueron en saga y tras las presidencias de Rafael Caldera, se dejaba ver la mano con anillo de los obispos católicos, uno de los episcopados más reaccionarios entre la reaccionaria jerarquía eclesiástica suramericana.
El Caracazo contra el ajuste decretado por Carlos Andrés Pérez, con su miles de muertos, ahondó aún más el duro enfrentamiento, la exclusión social y el enriquecimiento rápido de los sectores privilegiados, que caracterizó a la sociedad venezolana. Entre los años 58 y 94, la llamada Cuarta República gobernó a su antojo, generó una casta política de millonarios con casa en Miami, hijos en universidades norteamericanas y mujeres con implantes de siliconas, mientras en el país se ahondaba la pobreza, las migraciones hacia Caracas y Valencia vaciaban el campo, y en los cerros caraqueños crecían y se multiplicaban los “barrios”.
Esos sectores de izquierda, marginados de la vida política institucional, encontraron en Chávez y los chavistas la posibilidad de dar cauce a su crítica a la alternancia adeco-copeyana. El apoyo dado por Fidel Castro al hombre preso en Yare facilitó que no lo vieran como un militar golpista, como un “carapintada” del Caribe, tal como lo vio la inmensa mayoría de la izquierda argentina. Recordemos que en 1994 sólo un grupo de nacionalistas militares, algunos círculos peronistas y la Izquierda Nacional reivindicaron su accionar y lo invitaron a Buenos Aires al salir de prisión.
La Revolución se radicaliza
Aquel nacionalismo continental, aquel jacobinismo militar y las constantes apelaciones a los héroes de la Independencia fue dando paso a un discurso radicalizado, con apelaciones permanentes a los clásicos del marxismo, a Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Gramsci, a la aparición del llamado “socialismo del siglo XXI” como proyecto ideológico político. Mientras tanto la gestión de gobierno ha oscilado entre el pragmatismo de una llamada “boliburguesía” que comparte contratos y negocios con el Estado y una pertinaz ideologización de tinte socialista y retórica izquierdista, que se ha vuelto machacona y sin mayor significación.
Mucho es lo que el pueblo venezolano ha logrado para sostener y apoyar al gobierno de Hugo Chávez.
En primer lugar la revolución produjo una evidente democratización de la sociedad. Chávez logró que el setenta por ciento de los venezolanos que eran invisibles, que no existían, se hicieran visibles, tuvieran existencia social y ocuparan la plaza pública. Venezuela carecía de verdadera educación popular y de servicio de salud para los más pobres. Las diversas misiones llevaron la escuela, la alfabetización, el médico, la enfermera, el quiropráctico, el dentista a lo profundo de los barrios, a esos lugares a los que sólo puede llegarse después de subir empinadísimas e interminables escaleras. La creación de las universidades bolivarianas permitió la educación superior a miles y miles de jóvenes de piel oscura y blanca sonrisa. Distintos mecanismos estatales, como los Mercal, los Mercalitos y otros, garantizaron la alimentación plena para los millones de venezolanos de pata al suelo. Mejoró sustancialmente el sistema de transporte público, creó nuevas líneas ferroviarias y, en general, amplió la obra pública, sobre todo en el interior del país, en los lejanos estados del llano. La inauguración de un singular sistema teleférico que, en su proyecto final, unirá varios cerros densamente poblados, dio una creativa respuesta al difícil problema del transporte caraqueño.
Para financiar todo esto, dio nueva vida a la OPEP, generó un notable aumento del precio del petróleo e impidió que esa renta quedara en manos de los sectores que habían convertido a PDVSA en su coto de caza privado.
Retomó un viejo concepto de Arturo Uslar Pietri, “sembrar el petróleo”, y ha intentado, con resultados dispares, volcar parte de la renta petrolera en la producción agrícola e industrial, para el mercado interno.
A partir del golpe de Estado imperialista del 2002 el gobierno comenzó a radicalizar su discurso, asumiendo un rampante anticapitalismo, abstracto y moralizante y un socialismo más declarativo que eficaz. Las iniciativas de producción cooperativa –tanto agropecuarias como industriales- han sufrido muchos y reiterados fracasos. Si bien, la ciudad de Caracas ha mejorado sustancialmente desde el momento en que el chavismo se hizo cargo de su Alcaldía Mayor, la recolección de basura sigue siendo un problema de inexplicable dificultad, las plazas, calles, veredas y espacios públicos sufren de un lamentable abandono y hay un clima de inseguridad callejera que no condice con una sociedad que se define en marcha hacia alguna forma de socialismo.
La clase obrera industrial no tiene un gran peso específico en la sociedad venezolana y está concentrada en el estado de Bolívar, al sur del país, y en Carabobo. Pero es una clase social con una escasa organización sindical, a la que el chavismo no ha podido organizar y unificar, ni siquiera en sus aspectos reivindicativos.
La huidiza clase media
Existe, es cierto, un sector de clase media, vinculado a la producción, que apoya al gobierno chavista, que pugna por generar políticas que permitan su desarrollo y crecimiento y muchas veces deben disputar con organismos estatales más propensos a la importación directa de productos terminados que a las facilidades financieras para generar la producción local.
Un periodista de públicas simpatías con Chávez puntualizó, el mismo lunes después de las elecciones: “También creo que la ausencia de una política hacia las clases medias, a excepción de la confrontación, impactó negativamente. Ese sigue siendo el talón de Aquiles del chavismo. No hay una política comunicacional del gobierno, y menos para tratar de ganar terreno en este sector. Las cadenas presidenciales tienen un impacto inversamente proporcional a su frecuencia, duración y hasta oportunidad” (Vladimir Villegas).

Aquí radica, creo, una peligrosa debilidad del chavismo.
Es cierto que amplios sectores medios están influidos por la cercanía de Miami, por los MacDonalds y Disney World. Es cierto que muchas veces su conducta política raya en la disociación psíquica, en la psicosis. Pero de nada vale tener como única política el decirlo agresivamente en cuanta oportunidad se presente, en confrontarla o, peor aún, en despreciarla. Se puede escuchar como respuesta a este comentario, de parte de políticos e intelectuales chavistas, que no se necesita a la clase media, por su inconsistencia y falta de solidez política. Hay una tendencia a responder a estas trascendentales cuestiones políticas con un moralismo –típicamente pequeño burgués, por otra parte- apelando a una mística supuestamente socialista, alejada del consumo y de las melifluas tentaciones burguesas, en un país donde la gasolina cuesta 8 centavos el litro y llenar el tanque de cualquiera de las miles de 4x4 que atoran el tráfico urbano cuesta 4 pesos argentinos.
Hay dos expresiones políticas de la clase media urbana y universitaria en Venezuela. Una es esa a la que el chavismo parodia, esos exasperantes y necios opositores, ignorantes e infatuados, racistas levemente blanquitos, que creen formar parte de la clase culta y decente del país. Educados o algo así en escuelas privadas, tienen la idea de que su propio país es un mundo salvaje, despreciable y sucio en el que no tienen más remedio que vivir a condición de hacerlo bajo su propia anomia. Niños mimados, pequeños perversos polimorfos en Caracas, son obedientes a las leyes de tránsito y de convivencia ni bien pisan Miami u Orlando.
Pero hay otra expresión política de la clase media venezolana. Se caracteriza por su declarativo izquierdismo, su odio a la burguesía y, sobre todo, a la propia clase media. Milita en un abstracto purismo moral, que muchas veces no es más que bohemia romántica, ve al socialismo como una vibrante marcha de hombres y mujeres cantando temas de Alí Primera, más que como un esfuerzo cotidiano de generar las condiciones de producción necesarias a cualquier proyecto superador del capitalismo.
Ninguna de ellas logra expresar cabalmente ese vasto sector de empleados, pequeños comerciantes, pequeños industriales, maestras, taxistas, profesionales que no terminan de entender la relación que existe entre la proliferación de construcciones de lujo, el alto precio del petróleo, la política de Chávez y la creación de un amplísimo mercado interno. Ve que su pequeño confort es amenazado por hordas morenas de camiseta y gorra de béisbol rojas, a los que confunde con delincuentes, mientras el control de cambios le obliga a complicados trámites para viajar fuera del país, o a recurrir al corrupto mecanismo del mercado negro. Ve también cómo se enriquecen sin razón justificable algunos funcionarios que hasta hace poco nomás vivían en zonas humildes y se enteran de millonarias comisiones pagadas en las contrataciones con el Estado.
La Revolución Bolivariana no puede basarse tan sólo en los millones de pobres que aún hay en Venezuela. Y ello, no por ninguna razón intelectual, sino porque no alcanzan para enfrentar al poder coaligado del imperialismo y la oligarquía latinoamericana. El resultado electoral de este domingo ha sido un alerta estridente al que la sagacidad del presidente Chávez seguramente le dará su merecida atención.
Es cierto que el mapa electoral parece más rojito que antes (ver Rebelión). Pero sería una equivocación atenerse tan sólo a ese dato formal.
Esa “encrucijada fatal del cuarto oscuro”, como no sin desprecio llamaba Borges a los comicios, le ha hablado a la Revolución. Y Petare, el popular y cimbreante Petare, ha dicho que no está del todo conforme. Que algo falta y algo sobra.
Los del Sur estamos preocupados por la voz de Petare.
Caracas, 24 de noviembre de 2008.

18 de noviembre de 2008

7 de noviembre de 2008

El Pensamiento Nacional y la lucha contra la Matrix


El 16 de noviembre de 2007 se llevó a cabo, en el Auditorio del Pabellón Argentina, de la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional de Córdoba, un encuentro sobre el Pensamiento Nacional. Fui invitado a participar en una mesa redonda sobre este tema, moderada por Francisco Pestanha y en la que intervinieron el doctor Ernesto Ríos, Eduardo Rosa, César "Tato" Díaz y el licenciado José Luis Muñoz Azpiri .



Esta fue mi intervención:





Pestanha: […] Ahora me toca, justo llegaste Julio, se que anoche estuviste en el homenaje a Alberto Methol Ferré y me imagino que despuéshabrá habido una cena. Después nos contamos. Julio, el amigo, Julio Fernández Baraibar, es periodista, político y escritor. Autor de Un solo Impulso Americano, el Mercosur de Perón, guionista y productor de cine, con películas como Mirtha de Liniers a Estambul y El General y la fiebre. Es director del documental La ceniza y la brasa, sobre Arturo Jauretche y es militante de la corriente denominada Izquierda Nacional. Julito.
Julio Fernández Baraibar: Bueno, muchísimas gracias. En primer lugar supongo que los oradores que me antecedieron habrán también dado el necesario y justo agradecimiento a quienes nos han convocado a la ciudad de Córdoba para tratar, discutir, difundir y ampliar las perspectivas del pensamiento nacional, tarea que es, en mi humilde opinión, una de las más importantes y estratégicas que los argentinos tenemos que desarrollar en este momento particular de nuestra historia. Y celebro a la vez que esto pueda hacerse en aulas de la Universidad de Córdoba a la que no vengo desde aquel célebre Congreso de FUA de 1970.
Han pasado 37 años, por lo menos para mí, desde la fecha en que los sectores nacionales del movimiento estudiantil logramos, por primera vez, introducir en las banderas de la Federación Universitaria Argentina -es cierto que por un breve tiempo, pero el hecho histórico es que lo logramos- las reivindicaciones nacionales y populares, logramos que en el programa adoptado por la FUA en aquel histórico congreso, el 17 de Octubre de 1945 fuese asumido como una fecha perteneciente al conjunto del pueblo del cual obreros y estudiantes formaban y forman parte indisoluble. De modo tal que estar hoy aquí hablando de los mismos temas, con 37 años más, que gritábamos y discurseábamos en aquel congreso de FUA, es para mi algo que me llena de emoción, por un lado, y me enorgullece, por el otro.
¿Por qué los argentinos y los pueblos latinoamericanos tenemos que hacer encuentros, tener cenáculos, revistas, libros, bibliotecas, editoriales, películas, videos que se refieran a algo que podría considerarse tan elemental como lo que llamamos pensamiento nacional?
Porque si uno va a Francia o va a Alemania o a Suecia no encuentra algo que se llame pensamiento nacional francés, alemán o pensamiento nacional sueco como una especificidad. Todo es nacional francés, nacional alemán o nacional sueco. No es motivo de debate, ni es motivo de encuentros académicos, políticos o militantes. Lo que se piensa en cada uno de esos países es producto de la experiencia, la conciencia, la acumulación histórica de esos pueblos.
Y sin embargo, nosotros en la Argentina, en el Río de la Plata, en América Latina, nos juntamos para precisar, definir, reivindicar el pensamiento nacional.
En mi opinión, la razón de esto se halla en el carácter semicolonial, dependiente, de nuestros países, desde sus orígenes mismos o inmediatamente después de que surgieran a la vida independiente.
La diferencia entre una colonia, -las islas Malvinas, para dar un ejemplo cercano-, y una semicolonia es que en la colonia gobierna la potencia extranjera, las instituciones son de la potencia extranjera, el ejército es de la potencia que ocupa colonialmente la región, las leyes están determinadas por la potencia extranjera, etc., mientras que en una semicolonia, ese país sojuzgado por el imperialismo tiene todos los atributos de la independencia, de la soberanía: tiene sus parlamentos, sus casas de gobierno, sus ejércitos, sus academias, sus universidades, sus leyes, sus códigos civiles, toda la estructura propia de un país soberano.
Y entonces el descubrimiento de que ese país es una semicolonia no es algo evidente a los ojos. Para usar la metáfora de Antoine de Saint-Exupéry en El Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”, como diría también el amigo Tato Díaz (1), chiste este que él mismo me acaba de hacer.
(Risas).
Lo esencial es invisible a los ojos en el país semicolonial porque hay toda una pantalla que hace creer que somos independientes y el ejercicio de descubrimiento de nuestra condición de dependientes, el ejercicio intelectual y político de descubrir la naturaleza semicolonial de nuestra sociedad es el pensamiento nacional. Y el campo de lucha por la liberación, que en los pueblos coloniales se da en el enfrentamiento liso y llano de los hombres y mujeres del pueblo sojuzgado con la potencia imperial ocupante, en las semicolonias ese enfrentamiento se da en la cabeza de cada uno de los hombres y mujeres que integran esa sociedad. La lucha por la liberación y contra la opresión se da en nuestros cerebros.
Por eso el pensamiento nacional ocupa el lugar central en una política transformadora, liberadora para nuestros países y de ahí la necesidad de descubrir, de sostener y de profundizar y difundir que existe una manera de ver las cosas que es distinta de las que nos imponen el imperialismo y las clases sociales aliadas a ese imperialismo que funcionan como correa de transmisión del pensamiento imperial.
Hay una película que tuvo un gran éxito, a punto tal que se hicieron tres secuencias, una detrás de la otra, vista, sobre todo, por los jóvenes argentinos que encontraron en ella una serie de condiciones y elementos que la convirtieron en un éxito de taquilla. Se llama Matrix y seguramente algunos la han visto. Para los que no la han visto sintetizo rápidamente de qué trata esta película.
La humanidad, en un futuro no definido, ha sido dominada por las máquinas que la propia humanidad creó. Las máquinas se han hecho señores de la tierra y han convertido a los seres humanos, a cada uno de los seres humanos, en pequeñas pilas conectadas a un enorme sistema planetario que es la fuente de energía que hace mover al mundo. La humanidad ha sido parasitada por las máquinas convirtiéndola en fuente energética de las mismas. Como esto es muy brutal y descarnado y cualquier ser humano se revelaría ante esta situación de sojuzgamiento y de indignidad moral a la que es sometido, las máquinas, cuando conectan a cada ser humano al sistema energético, lo conectan también a una computadora. En esta computadora hay un programa que se trasmite al cerebro de cada uno de los tipos que están conectados a la red eléctrica. Ese programa ¿qué es? La vida, al parecer, la verdad. La gente va a trabajar, toma el colectivo, se pelea con el jefe, le dice un piropo a la compañera de trabajo, vuelve a la casa, compra un vinito, se toma un vinito, vive una vida más o menos feliz o más o menos infeliz, tal como la vivimos cada uno de nosotros.
Hay en esa humanidad un grupo que se rebela, que ha descubierto la cosa y se rebela ante esta situación. Viven sumergidos, son muy poquitos y tratan de reclutar nuevos luchadores contra la Matrix, que así se llama ese programa que se inscribe en la cabeza de cada hombre y le hace pensar que la vida es tal como la ven.
Logran contactar a un individuo y, a través de la Matrix, porque la única relación que tienen con la realidad es ésa, le dicen que esto no es así, que es otra cosa; que todo esto es una mentira. Y lo convidan, después de explicarle que es una mentira y planteándole que hay una manera de desprenderse de esa mentira, a ver la realidad. Ahora bien, le aclaran que ver esa realidad lo puede volver loco, porque es una cosa abismalmente distinta a la que había pensado hasta ese momento. Le proponen sintéticamente: “Tenés una pastilla roja y una pastilla verde. La pastilla verde te va a devolver a esa vida normal que has tenido hasta ahora. Allí donde vas a trabajar, gozás suavemente, sufrís suavemente y vivís. La pastilla roja, le dicen, te va hacer ver la realidad. Es desgarrador, pero es la única manera que tenés de ser libre.
El hombre opta por la pastilla roja, toma la pastilla roja y en el momento de tomar la pastilla roja recobra la lucidez y ve que él es nada más que una pequeña pila humana insertada en una red infinita de seres humanos que le dan energía a las máquinas.
El pensamiento nacional es nuestra pastilla roja. Es ni más ni menos que la pastilla roja que nos da la lucidez necesaria, la iluminación necesaria para ver de qué manera el imperialismo nos ha convertido a cada uno de nosotros y, lo que es peor, a nuestras sociedades en pequeñas pilas que solamente contribuyen a darle energía al sistema imperial. Esa es la función que tiene el pensamiento nacional.
Cuando Raúl Scalabrini Ortiz, después de su viaje por Europa, después de su recorrida por Alemania y entender, este muchacho entrerriano, cómo funciona el gran mundo, cómo funciona de verdad el gran mundo, después de ver cómo es la vida, en la realidad, no como lo muestra la Matrix, no vuelve a ser el mismo de antes.
¿Y cuál es nuestra Matrix? El diario La Nación, la revista Perfil, Canal 11, Canal 13, Canal 9, esa es nuestra Matrix.
Después de volver de ese viaje, Scalabrini escribe, en un esfuerzo denodado de investigación, La historia de los ferrocarriles ingleses.
Y descubre la Matrix, y ve cómo es el sistema de dominación. Ve cómo el sistema de dominación opera no sólo en los ferrocarriles, que, al fin y al cabo, una investigación puede sacarlo a la luz. Sino que descubre cómo el sistema de dominación opera en el cerebro de los dominados para impedirles inclusive creer que lo que dice esa investigación es cierto, es la realidad. Porque esa investigación, que demuestra que la Argentina era, en 1930, un país semicolonial, el Sexto Dominio del Imperio Británico era una verdad que atentaba contra la Matrix que funcionaba diariamente en el cerebro de cada argentino que iba a trabajar y volvía. Porque toda la Argentina y la sociedad argentina parecían iguales a la inglesa, a la norteamericana, a la francesa, a cualquier otra y ese velo que la opresión cultural del imperialismo y de las oligarquías aliadas al mismo impone sobre el conjunto de los pueblos, ese velo mental es el que dificulta ver la vida tal cual como es.
Es decir, es lo que impide ver el núcleo central, la clave central de la dominación imperialista, de nuestra naturaleza y de nuestro carácter semicolonial, dependiente.
De esto estamos hablando y discutiendo. Lo hicimos en Tandil, hace unos meses y como una especie de vieja trouppe de teatro de la legua, esta murga se traslada de pueblo en pueblo, llevando esta canción, este sonido: el pensamiento nacional, la necesidad de establecer un pensamiento nacional, la necesidad de hurgar en nuestra historia para encontrar la raíz de nuestros problemas actuales y la clave de nuestro desarrollo futuro. La necesidad de indagar en las causas culturales de nuestro país para ver cómo desde el sistema cultural dominante se construye la Matrix que nos impide ver la dominación. La necesidad de desarrollar una política que permita que las universidades del país no contribuyan de manera decisiva a incorporar a la Matrix a las nuevas generaciones de estudiantes, de técnicos, de ingenieros y de intelectuales argentinos.
Esa, ni más ni menos, es la función y el papel que cumple este bendito pensamiento nacional que hoy nos ha reunido y que con estas palabras he querido sintetizar para Uds.
Muchas gracias.
(Aplausos)
Público: Sería importante que en pos de la verdad el pensamiento nacional y el revisionismo histórico tuviéramos en cuenta el hecho de que un Abelardo Ramos termina pactando con Menem, que fue el mayor destructor de lo que el peronismo había construido. Hagamos esa crítica porque Menem lo hizo en nombre del peronismo.
Julio Fernández Baraibar: Yo creo que la pregunta del compañero nos obliga a ampliar la cuestión porque es evidente, como el compañero ha dicho de manera contundente, que el conjunto de las fuerzas nacionales argentinas y agregaría el conjunto de las fuerzas nacionales latinoamericanas, como el MNR boliviano, para dar un ejemplo, fueron sacudidas, conmovidas, permeabilizadas por la gigantesca ola reaccionaria que apareció en el mundo básicamente a partir de la desaparición de la Unión Soviética como potencia alternativa al imperialismo norteamericano y la ola de neoliberalismo opresor que se descargó sobre el mundo semicolonial. Esa ola arrastró al peronismo, arrastró a las direcciones más importantes del peronismo, a sus direcciones provinciales, a toda su estructura dirigente.
Fue un momento de una enorme debilidad para las fuerzas nacionales de todo el mundo semicolonial, donde la hegemonía imperialista era casi arrasadora. Y arrastró también a mi maestro, Jorge Abelardo Ramos, en los últimos años de su dignísima, brillante y admirable vida política e intelectual. Algunos intentamos no ser arrastrados, algunos no fuimos arrastrados.
Todo el período del menemismo y de esa ola reaccionaria permitieron la realización plena de todas las banderas de la Revolución Libertadora, ya que ese proceso contrarrevolucionario –encabezado por Menem- sólo podía ser llevado con éxito si se hacía desde una traición a las banderas y a las tradiciones fundamentales del movimiento nacional, para contar así, con una masa electoral que le diese justificación y legitimidad. Pero digo, muchos intentamos no ser arrastrados por la ola. Yo militaba en la época del menemismo, cuando las elecciones de Menem, en la Izquierda Nacional con Jorge Enea Spilimbergo, quien había planteado, en ese momento y desde uno años antes, diferencias, puntos de vista divergentes con las posiciones y puntos de vista que llevaba adelante Jorge Abelardo Ramos. Puntos de vista, los de Jorge Abelardo Ramos, que cristalizaron en ese pálido final al transformarse en embajador de Menem en México, pero que no alcanzó, porque la muerte fue generosa con él, no alcanzó a cumplir en su persona, por lo menos, lo que hubiera significado, a mi modesto y leal saber y entender, afiliarse al peronismo menemista. La muerte como un ángel reparador, evitó ese penoso acontecimiento.
Creo que el tema de las traiciones, el tema de las debilidades que han permitido que los movimientos nacionales se conviertan en determinado momento del desarrollo histórico en arietes contra la nación y la Patria deben ser incorporados a la discusión y a la reflexión colectiva de todos los nacionales. Nosotros, modestamente, desde la Izquierda Nacional, lo hemos venido haciendo. No hemos silenciado nunca ninguno de los errores, pero tampoco queremos convertir esos errores en una lápida, en una indigna lápida que impida ver la prodigiosa obra intelectual y política de Jorge Abelardo Ramos, cuyo libro “Historia de la Nación Latinoamericana”, que cumplirá el próximo año el 40º aniversario de su aparición, encuentra hoy en la revolución bolivariana, en los acontecimientos del Mercosur, en Lula, en Morales, una especie de realización cinematográfica de aquel guión que en 1968 pensó Jorge Abelardo Ramos.
De manera tal que a cada cual lo que le corresponde. No lo vamos a reivindicar a Ramos por los errores de los últimos años de su vida y lo vamos a reconocer personalmente como un maestro, como una guía y como quien nos enseñó, en mi caso, a entender este país. Esto es lo quería agregar.
Público: Mirando al pensamiento nacional como una unidad que empezamos a conocer ahora. Va ahora porque recién la empezamos a conocer nosotros los jóvenes. ¿Cuáles son sus criterios, a todos Uds, los temas centrales porque nos deberíamos preocupar no solo culturales, sino también estructurales para nuestro país? Se que son muchísimos pero que jerarquía le darían Uds.
(Después de la intervención de Pepe Muñoz Azpiri)
Julio Fernández Baraibar: Sí, yo voy a agregar, mejor dicho voy a tratar de subsumir este objetivo que plantea Pepe Muñoz Azpiri, y que me parece central, en una cuestión que, a mi modo de ver, es previa y es, creo, la tarea central que le corresponde a mi generación que ya tiene 60 años y a la generación política que viene.
Creo, compañeros y compañeras, que se ha terminado definitivamente, definitivamente, la posibilidad de pensar políticas nacionales en términos de los pequeños países en que ha sido convertida la gran heredad española. No existe ninguna de las grandes políticas culturales, estratégicas, militares, tecnológicas, energéticas que pueda ser concebida bajo el pequeño campanario de la Argentina, el pequeño campanario de Bolivia, el pequeño campanario de Uruguay y me atrevo a decir, aunque parezca paradójico, el pequeño campanario del Brasil. Tenemos que convencernos de que nuestro principal pensamiento debe estar dirigido a la unidad suramericana y latinoamericana. Tenemos que congeniar con el comandante Chávez, que se ha propuesto como tarea central volcar todos los esfuerzos de Venezuela y de su petróleo para la estructuración de una unidad latinoamericana que se hará… y que la está haciendo Chávez, mal que le pese al Rey de España y al señor que se retira …
(Aplausos)
… y al señor que se retira enojado.
Persona del público: Es un payaso Chávez.
Fernández Baraibar: Payaso lo llamó Cosme Becar Varela, ¿Ud. es Cosme Becar Varela?
Persona del público: No.
Fernández Baraibar: Pues piensa igual que él. Chávez, mal que les pesé al señor y al rey de España que quiere actuar todavía como si Fernando VII viviera, es el centro de nuestra política, de nuestro pensamiento y de nuestra reflexión. No hay solución a Malvinas sino en términos latinoamericanos, no hay discusión con los ingleses sobre las reservas energéticas y mineras de la Antártida sino en términos de políticas latinoamericanas. Es el conjunto de los latinoamericanos que tenemos que enfrentarnos a las grandes fuerzas imperialistas. Entonces, -ya termino- si no nos ponemos como eje la necesidad de dejar ser argentinos, uruguayos, bolivianos, chilenos, peruanos para ser, en primer lugar, latinoamericanos, si no nos ponemos como eje eso, vamos a repetir, para beneplácito de las grandes potencias, el ridículo enfrentamiento que hoy estamos teniendo con el Uruguay. Porque los uruguayos están pensando como uruguayos, las autoridades uruguayas están pensando en Uruguay y las autoridades argentinas están pensando en Argentina y acá tenemos que pensar en la cuenca del Plata, tenemos que pensar en el Mercosur, tenemos que pensar en la unidad latinoamericana. Ésta, a mi modo de ver, y mal que le pese al amigo que se acaba de retirar airado, es la tarea y el centro de nuestra política y de nuestra vida.
(Aplausos)
Pestanha: Había otra pregunta. Sulé.
Sulé: No adhiero a tus últimas palabras. Adhiero a las últimas palabras de Pesthana en tanto y en cuanto la Argentina debe realizarse como tal para que esa realización sea eficaz al conjunto de iberoamericana. Creo que no hay que olvidar aquellas expresiones de Perón que dijo que vamos a la continentalización y agregó: Argentinos no olviden que la Argentina es el hogar. En Europa se establece una unidad europea, pero el alemán no deja de ser alemán por la unidad europea, el francés no deja de ser francés por la unidad europea, sino que esa unidad permite una mayor afirmación de las comunidades nacionales. En tanto las comunidades nacionales se desarrollan va a ser posible el desarrollo de un bloque que le ponga freno a los intereses del imperialismo, en ese sentido yo coincido con sus últimas expresiones Pesthana, nada más.
Pestanha: Le paso.
Fernández Baraibar: Yo no coincido con el amigo Sulé para nada en este punto. En otras muchas cosas sí. En primer lugar, la nación Argentina no tiene nada que ver con la nación francesa. La nación Argentina es el resultado de una balcanización de una gran nación que estamos tratando de reconstruir y que es latinoamericana. La comparación y el pensar que las diferencias nacionales que existen entre Argentina y Brasil son similares a las que existen entre Francia y Alemania, donde han corrido siglos de luchas y hectolitros de sangre es, creo, es una comparación desacertada.
Nosotros cuando hablamos de una integración latinoamericana no hablamos de una integración al modo como está ocurriendo -porque tampoco se ha consolidado- en Europa, que es el intento de integrar a naciones radicalmente distintas, con historias diversas, con constituciones materiales e históricas, con genes diversos.
La integración latinoamericana es, en mi perspectiva, una reintegración. Nosotros intentamos volver a la primitiva visión que tuvieron estas tierras cuando San Martín, Bolívar y Artigas cabalgaron con los ejércitos liberadores. A esa unidad previa a la balcanización es a la queremos volver. Por eso, particularmente, no le damos un carácter nacional, en el sentido que tiene el concepto de nación francesa, ni a Bolivia, ni a Argentina, ni a Chile, ni a ninguno de los países latinoamericanos. Son productos de una balcanización, cuyos responsables fueron las grandes potencias de entonces y las minorías oligárquicas de cada uno de esos países.
Pestanha: Queda planteada entonces una buena disidencia para el análisis, sana. Hay otra pregunta, si si, hay otra pregunta pero vamos a cerrar. Digamos para que de alguna manera acercando a los chicos que están trabajando y anotando. Una disidencia que creo que es fundamental. Acá hubo una disidencia que me parece que tiene que ser un tema de discusión y de debate. Ahí tienen un planteo por ejemplo concreto y bueno Uds irán analizando a partir de los textos y del abordaje de su propia experiencia cual es la que vayan a compartir de alguna forma. Pero me parece una decisión interesante y sustancial.
Había otra pregunta.
Público: Me parece que es necesario ver como nuestros países vecinos, nuestros pueblos hermanos van logrando su propia identidad y si es factible en este momento, más adelante, o si fue factible una integración de pensamiento, es decir la pregunta concreta ¿cómo ven Uds a los grupos de pensamiento de los distintos pueblos hermanos de la región?
Fernández Baraibar: Desde mi opinión el tema sería así. Este es un punto tan importante como el anterior. El que acaba de plantear el amigo, el compañero. Una de las tareas principales de la integración, una de las tareas principales de esta urgencia que planteábamos recién es conocernos, conocernos, saber qué son los brasileros, saber cuál es su historia, saber cuál es la historia del Uruguay, saber que significó Batlle y Ordóñez, saber que significó Aparicio Saravia, aquí del otro lado del charco. Saber quién fue el general Belzú en Bolivia. Conocernos, acercarnos, porque, como decía anoche el Tucho Methol Ferré, con su tartamuda elocuencia, “no podemos amar a lo que no conocemos”. Las Universidades, las escuelas tienen que introducir historias latinoamericanas. Conocemos más de la Primera Guerra Mundial que de la Guerra del Chaco. Conocemos más de la Guerra Franco Prusiana que de la Guerra del Salitre. Tenemos que conocer a nuestros hermanos, conocer a aquellos con los que nos vamos a integrar, sentir a aquellos a quienes vamos a amar y formar una gran confraternidad. De esa manera vamos a descubrir cuál es el hilo del pensamiento histórico en cada uno de estos países, quiénes son los que tocan el violín en la misma frecuencia y en el mismo tono que nosotros. Pero no es una tarea que esté realizada, es una tarea que tenemos que realizar para que nuestros nietos no tengan la misma ignorancia que tenemos nosotros sobre nuestros hermanos vecinos, me parece que por ahí apunta el interrogante del compañero.
(1) El periodista y profesor universitario César "Tato" Díaz, de la Universidad Nacional de La Plata, gran investigador del pensamiento nacional y de su inclusión en el discurso de los medios, es ciego, hecho con el que bromea frecuentemente.
Caracas, 7 de noviembre de 2008.

4 de noviembre de 2008

Un profeta del pasado y

un cínico defensor de los excluidos

Desde La Nación y el Clarín de hoy se lanzan oscuras premoniciones contra el proyecto de reestatización de los fondos previsionales.

La del diario de los Mitre la firma el economista Juan José Llach, de amplia y recordada actuación en los tiempos de Menem y Cavallo. Comienza diciendo: “Lo más evidente es la preocupación y aun la angustia de la mayoría de la población más por la situación interna que por la crisis global” (1).

Este descubrimiento del agua tibia intenta ocultar dos cosas. Una, que lo mismo ocurre en todos los países del mundo y que, en general, siempre ha ocurrido igual. Una crisis global y sistémica es percibida por los ciudadanos, en su aislamiento individual, como resultado, o bien de los propios errores, o del gobierno. El capitalismo, con su moral del éxito individual como producto de la virtud y su repudio a toda intervención estatal, da el justificativo a ambas respuestas. La complejidad del sistema económico global, lo invisible y anónimo de los procesos económicos esenciales ocultan para el ciudadano particular el mecanismo de la crisis.

La otra es que son estos mismos economistas –cuyo deber cívico es correr estos velos que oscurecen una mejor comprensión del sentido y magnitud de la crisis- quienes ayudan a la falsa conciencia, puesto que si lo hicieran caería sobre ellos, sobre sus falsas concepciones, sus equivocados pronósticos, para no hablar de sus nefastas y destructivas gestiones de gobierno, todo el furor de sus víctimas.

A continuación despliega un dramático escenario, que ha sido típico en todos los charlatanes neoliberales que desde hace treinta años ocupan el presunto saber económico, cuya finalidad es hacer creer al desconcertado ciudadano que las cosas en nuestro país han tenido efectos más letales que en ningún otro. Frente a un gobierno que no obedece estúpidamente sus directivas, que cuestiona los criterios que llevaron al país a su propia crisis en 2001 -que son los criterios de Llach y sus cómplices-, estos alzan la voz con gesto airado y profetizan el incendio que ellos y sólo ellos desataron hace siete años.

Habiendo sometido a los débiles, a los pobres, a los enfermos, a los viejos y a los niños de este país a un inescrupuloso empeoramiento de sus condiciones de vida, de su integración social, cuando el gobierno intenta establecer un cerco a la crisis, recuperar el control pleno de su ahorro y de su sistema previsional, salvándolo de la segura muerte de la especulación, Llach y los suyos salen a hablar en nombre de los débiles. “Si se aprueba este malhadado proyecto, y siguiendo la tradición nacional los fondos expropiados se gastan, también sufrirán mucho los débiles del futuro”. Nada le dice al mal economista y peor contador que ya hoy, quienes cobraban de sus afjps, contaban con un subsidio del estado para sostener su retiro. Desde la instauración de la jubilación privada los únicos que se han gastado los fondos de sus aportantes han sido las propias administradoras, en comisiones leoninas, en malas inversiones y en sueldos dignos de los buitres de Wall Street. El Estado ha seguido pagando sus jubilaciones, las ha ajustado –cada vez que ha habido una conducción popular al frente de la República-, y los aportes de los trabajadores constituyen el fondo solidario para responder a quienes se jubilan. Pero para que el ridículo sea mayor, Llach agrega: “Los jubilados, a quienes se prometen haberes que serán impagables, y los chicos y jóvenes de hoy, que ya adultos deberán hacer esfuerzos adicionales para mantenerlos”. Han sido las crapulosas afjps las que prometieron retiros siderales, las que engañaron a sus aportantes –muchos de ellos inscriptos de prepo por orden del Estado-, y las que debilitaron con su accionar el sistema de reparto.

Llach no da un solo argumento a la discusión. Anuncia tempestades, asusta, distorsiona y confunde. Sabemos que detrás de ello no está sino el interés de sus mandantes.

En Clarín la firma es de Alcadio Oña (2), un empleado de muchos años del monopolio, de total confianza, por lo tanto. La crítica no tendrá, entonces, ese tupé de conocimiento hermético que caracteriza a los llamados economistas, sino algo más popular, de más llegada. ¿Y que descubre Oña? Ni más ni menos que “el caso de los que están afuera del sistema previsional”. Con todo derecho usted se preguntará si las AFJPs lo hacían, si esos fondos, de alguna manera, estaban destinados a paliar la situación de quienes, debido al desmantelamiento que llevaron a cabo los columnistas de La Nación, como Llach, quedaron al margen, en la orilla o fuera del sistema previsional.

¿Cuándo se preocupó Alcadio Oña y el diario Clarín de los trabajadores en negro? ¿Clarín les pagaba los aportes jubilatorios a los jóvenes a los que hacía trabajar como pasantes, en plena furia desreguladora?

Por el contrario, todas las campañas llevadas a cabo por el MTA –en épocas de Menem- y por la CGT, después, en contra del trabajo en negro, todos los artículos, declaraciones y expresiones parlamentarias que, por ejemplo, realizó el actual diputado Héctor Recalde contra esta lacra impuesta por el neoliberalismo, no encontraron en Clarín –o en Alcadio Oña, que es lo mismo- el menor eco, la menor respuesta. Hace tan sólo unos días el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, otorgó mezquinos aumentos salariales en negro a los docentes, lo que explica el repudio de las organizaciones sindicales mayoritarias de ese sector, pero no hubo ningún Alcadio Oña que viera en ello “una expresión rotunda de la fragmentación del mercado laboral, de la desprotección y de la imposibilidad de hacerse oír”. Por el contrario, lo que los lectores de Clarín pudieron leer fue una abierta crítica a los dirigentes sindicales que condenaban a los niños, según estos escribas, a la ignorancia y el oscurantismo.

Por supuesto que el alma buena de Alcadio Oña no toleraría firmar una columna donde se hiciera la apología de estos fondos carroñeros que sustraen a la Nación del ahorro de sus trabajadores, como son las AFJPs, ni le permitiría afirmar que está muy bien que se cobren las comisiones del 35 % que se cobraban estas sanguijuelas. Para eso están los Melconián y los Broda. Su papel de hombre bueno es oponerse a la nacionalización de los fondos previsionales en nombre de los que no han realizado aportes jubilatorios. Una hipocresía digna de un diario hipócrita.

Caracas, 4 de noviembre de 2008