31 de diciembre de 2010

Entrevista en crudo para un programa sobre Raúl Scalabrini Ortiz


5 de diciembre de 2010

Una Cumbre para la crisis de Europa

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora

campos de soledad, mustio collado,

fueron un tiempo Itálica famosa.

Rodrigo Caro, sevillano (1573 – 1647)

Esta vigésima Cumbre Iberoamericana, que acaba de finalizar en Mar del Plata, fue, en muchos sentidos, totalmente distinta a las celebradas anteriormente. En esta oportunidad, los dos miembros europeos de la reunión (España y Portugal) llegaron con una brutal y casi incontrolable crisis económica, en el medio de un plan de drástico ajuste de su economía, con huelgas, represiones y resistencia social a las medidas económicas.

A su vez, los principales países americanos no sólo lograron sortear la crisis, sino que se encuentran en un período de expansión y diversificación de sus economías, de integración política y económica y de aumento de su prosperidad interna, con medidas anticrisis que están en las antípodas de las tomadas por los europeos.

Recordemos tan solo cómo era el mundo en 1990.

La implosión del sistema político soviético, que agrupaba a casi toda la Europa Oriental, había dejado a los EE.UU. y a su modelo de capitalismo liberal imperialista, como el único jugador en la liga de las grandes potencias. No sólo América Latina, sino también Europa debían someterse a sus dictados. Optimistas profetas de escaso horizonte predecían un mundo sin política, en donde el mercado y su mano invisible satisfarían las necesidades humanas.

Portugal, después del proceso revolucionario que termino con la dictadura corporativa de Zalazar y con sus colonias de ultramar, fue domeñando sus impulsos jacobino-militares y una pacífica socialdemocracia se impuso sobre el país de Camões. La vieja semicolonia inglesa comenzaba su integración a una Europa de la que siempre se había sentido excluída al perder, en el siglo XVII, su imperio marítimo. Del otro lado del océano había crecido un país lusoparlante después que el hijo del rey Juan II se negara a regresar a Lisboa. El “Eu fico” de Pedro I inició la creación de un país mucho más grande, mucho más rico y mucho más fuerte que el imperio que le había dado origen: el Brasil.

España, por su parte, había comenzado su proceso de incorporación a Europa en los últimos años del gobierno de Francisco Franco. La muerte del dictador permitió que los españoles pasasen a vivir bajo una cierta forma democrática, garantizada, paradójicamente, por un monarca. El famoso “destape” español, la libre primavera que siguió a la larga agonía de Franco, los pujos revolucionarios del eurocomunismo y la izquierda del partido de Felipe González fueron virando hacia una prudente integración a la Europa, dejando en el camino la vinculación con el nuevo mundo que hablaba español y que tantos españoles había recibido a lo largo de quinientos años. Los ingresos generados por lo que alguna vez llamé “las tres C” (calor, coñac y coño), es decir el turismo, se convirtieron gradual e inevitablemente en capital financiero y así pudo vivir España la creencia de que había entrado definitivamente en la modernidad capitalista. La dificultad secular de España por plegarse a la revolución industrial, la contumacia de una clase social parasitaria y de una clerecía latifundista y reaccionaria, parecían superados por este atajo. El capital financiero le permitía a España ingresar al mundo imperialista sin los dolores de la acumulación primitiva. Lejos había quedado el sueño de las Cortes de 1812 de reconstruir una inmensa república hispánica a ambos lados del Atlántico. “Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre” les había dicho el inca Dionisio Yupanqui. Los liberales españoles no entendieron su desgarradora advertencia.

Los sucesos de 1990 le recordaron a estos dos países que algún papel tenían para jugar en el nuevo reparto que se cernía sobre el mundo al caer el imperio burocrático soviético. Ellos, los nuevos miembros del club de los ricos serían la cabeza de puente para que la Europa imperialista penetrase en el Nuevo Mundo. Y así nace la propuesta de la Cumbre Iberoamericana. El descendiente del felón Fernando VII podía volver a las antiguas posesiones ultramarinas rodeado de un halo de progreso y bienestar, ofreciendo la inagotable cornucopia de las empresas imperialistas de las que era gerente de Relaciones Públicas. El tratado de Madrid lo convirtió en garante del cumplimiento argentino a las condiciones impuestas por el Reino Unido y los americanos nos entretendríamos discutiendo si era mejor el candidato del PP o de los socialistas.

Portugal recordó también que en esta parte del mundo había un gigantesco país en el que muchísima más gente que en Portugal hablaba el portugués. Que Lisboa fuese nuevamente la capital de un mundo lusitano transoceánico fue una tentación muy fuerte para un país que se había quedado sin América, sin África y sin Asia y no había terminado de convertirse en europeo. Rápidamente se plegó a la propuesta.

Y así comenzaron estas Cumbres, cuando América Latina sufría el impacto del Consenso de Washington y la regimentación de nuestras economías a los designios del FMI y del Banco Mundial. En el medio de una crisis permanente que ellos mismos había causado, España y Portugal venían a estas reuniones como el tío rico de la ciudad llega a visitar a los pobres patanes de provincia. Nos miraban con conmiseración, nos daban consejos y hasta se atrevían a hacernos callar la boca.

En esta XXª Cumbre Iberoamericana, como decía, la situación es completamente distinta. La crisis generada por la adscripción a rajatablas a un sistema financiero no productivo se ha descargado sobre España y Portugal (así como sobre Irlanda y Grecia, todos ellos eslabones débiles de la cadena imperialista). La desocupación, la rebaja de salarios y beneficios sociales, el achicamiento del sistema de bienestar social, el empobrecimiento, en suma, de los más pobres es hoy el drama que aqueja a los países europeos de la Cumbre, mientras que Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia, y Ecuador, para nombrar solo algunos, han logrado salir de la crisis siguiendo políticas exactamente opuestas a las seguidas por aquellos. El jefe de gobierno español, Rodríguez Zapatero, no pudo concurrir por enfrentar una dura oposición al reaccionario paquete económico puesto en marcha. En el intento de salvarse del naufragio realiza el programa de su adversario, el conservador Partido Popular, cuyo resultado será que este gane por lejos las próximas elecciones ante el desastre generado por esas medidas.

Las ruinas de la ilusión europea que encontrarán al regresar a sus países serán tan dolorosas como las que viera el sevillano Rodrigo Caro en su visita a la antigua Itálica sevillana.

Todo desapareció, cambió la suerte

voces alegres en silencio mudo;

mas aun el tiempo da en estos despojos

espectáculos fieros a los ojos,

y miran tan confusos lo presente,

que voces de dolor el alma siente.

Buenos Aires, 5 de diciembre de 2010

26 de noviembre de 2010

El despertar político de una nueva generación

Hacia un nuevo movimiento estudiantil con las banderas de Néstor y Cristina

Una agrupación estudiantil llamada Arturo Jauretche acaba de ganar las elecciones del Centro de Estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires. La noticia, que pasó desapercibida para los monopolios informativos, tiene una importante trascendencia: es la primera manifestación política de la masiva presencia juvenil en las exequias de Néstor Kirchner.

La juventud es, como se sabe, un estadio pasajero, algo que pasa con los años. Pero su manifestación en las clases sociales es muy distinta. El acceso al trabajo asalariado y en blanco de parte de nuevas generaciones obreras provoca, a la larga o a la corta, una renovación de las dirigencias sindicales y la aparición de lo que en la Argentina se ha dado en llamar “juventud sindical”. Este fenómeno se ha hecho evidente en el movimiento obrero organizado. Gremios como la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), que durante el período neoliberal desindustrializador vio disminuida la cantidad de afiliados, ha visto resurgir una nueva dirección como resultado del crecimiento producido en el sector a partir del 2003. La movilización popular del 24 de marzo pasado contó con la presencia masiva de una Juventud Sindical de la CGT.

En la clase media no asalariada la adhesión a políticas nacionales y populares no tiene un inmediato correlato, tal como ocurre con la clase trabajadora. En general, la caja de resonancia de los cambios político-culturales de la clase media ha sido el movimiento estudiantil, tanto en su versión universitaria como secundaria.

La lucha política por los centros de estudiantes y las Federaciones Universitarias regionales y la FUA ha sido el campo de batalla de las grandes luchas políticas de las juventudes de clase media. Homero Manzi, en su poema a la vieja Facultad de Derecho de la avenida Las Heras, escrito a los diecinueve años, menciona ese movimiento estudiantil que intenta conjugar cierta universalidad conceptual con la realidad americana y argentina de entonces.

Corazón que practica
la leyenda hipocrática de dormir a la izquierda,
hecho con las estrías de cien muchachos locos
que sueñan con la paz
y que hacen la simbiosis
—pampeanamente rara—
de Yrigoyen y Marx.

Por otra parte, fue en el campo estudiantil donde el movimiento nacional y popular argentino -tanto el radicalismo en vida de Yrigoyen, como el peronismo- más dificultades tuvo para influir política e ideológicamente. Distintas corrientes del socialismo y del comunismo cipayos se encargaron de convertir las banderas de la Reforma del 18 en instrumento contra los gobiernos que expresaban la voluntad popular.

Y en 1945 esas mismas corrientes, más un radicalismo ya alvearizado, lograron que los organismos de masas del movimiento estudiantil -los Centros de Estudiantes, las Federaciones Universitarias y la FUA- fuesen instrumento de la conspiración oligárquica antiperonista.

A partir de la década del '60 se produjo un proceso político cultural al que la Izquierda Nacional llamó de “nacionalización de las clases medias”. Los hijos o los hermanos menores de aquellos estudiantes gorilas de 1955 se acercaban al peronismo y, sobre todo, a la experiencia del movimiento sindical peronista. Ese notable fenómeno, que caracterizó las grandes victorias populares a partir del Cordobazo, puso punto final a la llamada Revolución Argentina y contribuyó, junto con la lucha de millones de trabajadores peronistas, al regreso de Perón y a los triunfos populares del año 1973.

En 1970, una alianza integrada por la Agrupación Universitaria Nacional (AUN) -expresión estudiantil de la Izquierda Nacional- y la llamada Franja Morada Nacional -un agrupamiento de sectores reformistas socialistas y anarquistas- triunfó en el Congreso de la FUA en Córdoba. La declaración política de ese Congreso reivindica, por primera vez en la FUA, la fecha del 17 de Octubre de 1945 como un jalón decisivo en la lucha por la liberación argentina.

El notable despertar político de amplios sectores juveniles de clase media que han visto en los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández la representación de sus intereses, postergados por años de neoliberalismo, tiene que convertirse en triunfos políticos que ratifiquen esta voluntad de lucha explicitada en los últimos meses.

Esa explosión juvenil debe consolidarse en un gran movimiento estudiantil -secundario y universitario- que en todo el país despliegue el discurso democrático, popular, nacional, modernizador y latinoamericano de la presidenta Cristina. Ese movimiento debe tener como objetivo principal reconquistar para la causa nacional y popular los centros de estudios, las Federaciones Universitarias y, sobre todo, las Universidades nacionales, en especial la de Buenos Aires.

Si todos las agrupaciones de simpatía kirchnerista que militan en las universidades llegan a los necesarios e inevitables acuerdos políticos, el movimiento estudiantil debe ser un apoyo autónomo y amplio al programa presidencial. No es posible que la FUBA y la FUA estén en manos cipayas, de ultraizquierda o liberales. No es posible que la Universidad de Buenos Aires siga siendo un enclave aislado del proceso general que vive la Nación, sobre todo cuando estamos en presencia del gobierno que más presupuesto ha dado a las universidades y a la investigación científico-tecnológica en los últimos cincuenta años.

Esa juventud dolorida y esperanzada que llenó las calles de Buenos Aires despidiendo a Néstor Kirchner, debe convertirse en una fuerza política capaz de llevar adelante una nueva Reforma Universitaria, que vuelva a poner a la Universidad al servicio de los intereses nacionales y populares. En suma, llamamos a un movimiento estudiantil que con el programa de Cristina y Néstor, con el programa de los trabajadores argentinos, revierta la hegemonía cipaya en el movimiento estudiantil. Ni más ni menos que lo que han hecho las chicas y chicos del Nacional Buenos Aires.

Si ello se logra, dotaremos al nuevo proyecto nacional de la fuerza y el conocimiento capaz de proyectarlo y garantizarlo en el tiempo.

Buenos Aires, 26 de noviembre de 2010

21 de noviembre de 2010


El Sol de Mayo volvió a brillar en las barrancas de Paraná

La sanción presidencial del 20 de noviembre como feriado nacional ha despertado algunos viejos dinosaurios, de distintas especies, que parecían dormidos bajo el manto de su completo aislamiento popular.
Por un lado, algunas voces roncas de jubilados militares y nostálgicos de la cachiporra y el aceite de ricino, califican como falaz la decisión presidencial, basados en una autista representación de la soberanía nacional y de la causa de Malvinas. Siempre fueron iguales. Perón los llamó “bostas de paloma” -porque ensucian pero no dan olor- y “piantavotos de Felipe II” -por su manía hispanista y su desprecio por el microscopio y la higiene-. No representan a nadie en su sano juicio y sería inútil extenderse más en ellos. Nunca entendieron la historia real y mucho menos al pueblo argentino. En realidad, sólo sirvieron de instrumento de las conspiraciones liberales oligárquicas y siempre fueron tirados al inodoro después de usados.

Por el otro lado, convocado por el diario de Mitre, la voz atiplada de Luis Alberto Romero, el gran gurú neomitrista de la Universidad Nacional de Buenos Aires, destila su cipayismo y su resentimiento.

Toda la indignación un poco sobreactuada de Romero, así como su sobreactuado desprecio por los revisionistas, se centra en negar la idea de que haya habido una política de la historia por parte de las clases dominantes de la Argentina. Considera Romero que esto es un invento paranoide de los “nacionalistas” -poniendo en la misma bolsa al general Camps y Jorge Abelardo Ramos- y oculta, de paso, la confesada tergiversación que Mitre utilizó para escribir una historia que eternizara el poder y dominio de su clase social, la burguesía comercial porteña y, posteriormente, la oligarquía terrateniente exportadora.

Cree descubrir la respuesta cuando menciona que José Luis Busaniche -un gran historiador liberal nacional- y Ernesto Palacio -otro gran historiador y político peronista- habían reivindicado la batalla de la Vuelta de Obligado. Pero lo que ni uno, ni otro pudieron hacer, y eso es justamente el valor que ha tenido la decisión presidencial, fuesumar definitivamente esa jornada a la de las grandes fiestas patrias, incorporar esa fecha a los libros de historia de la enseñanza primaria y secundaria y a la formación de los docentes, de manera tal que quede grabada en las generaciones futuras con la misma hondura que lo han sido las batallas de Suipacha, Chacabuco y Maipú. Ya no será más un comentario marginal, en el mejor de los casos, sino que en cada escuela se recordará ese heroico día y a sus bravos combatientes.

La presidenta, en su discurso en la inauguración del monumento conmemorativo, dio continuación a una batalla cultural que se inició públicamente con los festejos del Bicentenario en la Avenida 9 de Julio. Su propuesta de “despojar nuestras cabezas de las cadenas culturales que durante tanto tiempo nos han metido y que son más invisibles y dañinas que los cañonazos” ha abierto una nueva batalla en el lugar donde se dirime hoy la lucha por nuestra independencia y soberanía. La mente y la conciencia de los argentinos ha sido, durante años, el campo de Agramante en el que el pensamiento oligárquico, la resignación frente al imperialismo y una visión europeizante nos impidió pensarnos a nosotros mismos. Desde la tribuna, desde la cátedra universitaria – Luis Alberto Romero es prueba irrefutable de ello-, desde los medios de comunicación y desde los programas de enseñanza en las escuelas públicas y en los colegios militares, Mitre y sus herederos nos acostumbraron a pensarnos como europeos exiliados, nos desvincularon de nuestro pasado suramericano y nos hicieron creer que sólo podíamos resignarnos a ser socios menores y empobrecidos de las grandes potencias hegemónicas.

Esta celebración vibrante, patriótica y llena de futuro que acabamos de vivir en la vera del Paraná desafía desde la más alta magistratura esta visión de esclavos. Restablece la dignidad de nuestra historia, advierte sobre los múltiples aspectos de nuestra lucha por la independencia y aspira a crear una nueva generación de argentinos orgullosos y libres para consolidar una patria suramericana sin excluídos y en democracia.


Es, contra lo que el profesor Romero cree, el patriotismo argentino que se ha despertado para impedir restauraciones oligárquicas. Como nunca en décadas, en la Argentina ha vuelto a brillar el Sol de Mayo.

Buenos Aires, 21 de noviembre de 2010

7 de noviembre de 2010

Cristina, la Grande o ¡Grande, Cristina!


Ha pasado una semana desde el día en que un avión blanco, llevando el brillante ataúd de Néstor Kirchner, se perdía dentro de un cielo de nubes hospitalarias.

Nuestros adversarios tienen una gran debilidad, que debemos conocer para aprovecharla. Se creen sus propias mentiras. Sufren de ese defecto que caracteriza a mitómanos y estafadores: el convencerse de que lo que acaban de inventar, por compulsión o interés, es realidad, forma parte del mundo objetivo. Así fue como no sabían explicar, sino conspirativamente, los centenares de miles de argentinos que despidieron a Néstor Kirchner. Habían creído de verdad que el kirchnerismo carecía de apoyo popular, que languidecía en el poder, esperando que Cobos, Macri o Duhalde se encargaran de desalojarlo en las próximas elecciones.

Desorientados por sus propias mentiras, elucubraron que la presidenta Cristina quedaba debilitada con la pérdida no sólo de su compañero de toda la vida, sino del titiritero que, imaginaban, era la única razón de su poder. Embriagados en la melopea de sus divagaciones no percibieron que el primer y determinante signo de la autoridad y capacidad para ejercerla que manifestó Cristina fue la decisión de velar a su esposo en la Casa Rosada, en su ámbito, en lugar de hacerlo en un Palacio del Congreso deshonrado por la presencia ilegítima de un mediocre Iscariote. No iba a ser Cristina quien entregara el cuerpo de Néstor a la infamia de la deslealtad. Tampoco vieron ni comprendieron, sino en versión paranoide, la decisión de presentarlo a su pueblo con el cajón cerrado. Ni Magnetto, ni Vigil, ni Mitre, ni Fontevecchia tendrían una portada con la foto del luchador caído. Y el pueblo, por el que Kirchner había luchado, tendría el recuerdo de su rostro sonriente abrazado a su esposa.

Esas dos decisiones dejaron claro que Cristina gobernaba y decidía, que elegía el terreno y el momento. Luego, en el momento de retirar los restos de Kirchner para transportarlos a su tierra natal, la Presidente, ya no Cristina, la compañera, dio dos órdenes más. Cuando la fanfarria de Granaderos comenzaba la Marcha Fúnebre, que según el protocolo y la costumbre acompaña la póstuma procesión, Cristina dio la orden de que comenzaran con la Marcha de San Lorenzo, que inmediatamente comenzó a ser coreada por la multitud. Sería una popular marcha guerrera, la que recuerda el bautismo de fuego de nuestros legendarios Granaderos a Caballo, la que acompañaría al gran hombre, al peleador por la dignidad de nuestro pueblo y la recuperación de nuestros atributos de soberanía.

Por eso pudieron entretenerse en las tonterías acerca de si modificaría o no el rumbo, morigeraría o no la agresividad y zarandajas similares con las que se engañan a sí mismos.

Y el martes, después del emocionado y personal agradecimiento que Cristina, la compañera, le ofreciera al pueblo argentino que la acompañó en su dolor porque era dolor propio, Cristina, la presidenta, comenzó su discurso en la planta de Renault con un homenaje a los obreros y estudiantes que pusieron fin a la dictadura de Onganía e iniciaron el retorno de Perón, el 29 de mayo de 1969 en el Cordobazo. Y se permitió corregir, con delicadeza y un toque de ironía, al gobernador Schiaretti, desplegando un extraordinario discurso en el que expuso el rumbo que tendrá su trabajo como presidenta de los argentinos.

Lo bueno que tienen, como he dicho, es que se creen sus propias mentiras.

Ignoran entonces la voluntad, la firmeza, la claridad política y la solvencia intelectual de Cristina. Todas esas virtudes ya han comenzado a desplegarse. Y los mentirosos a inventar nuevas mentiras que les permita seguirse engañando.

Dios ciega a quien quiere perder.

Buenos Aires, 7 de noviembre de 2010.

28 de octubre de 2010

A las cuatro de la mañana de una noche fatal

Compañeros, el artículo que les acabo de enviar es tan sólo un esfuerzo intelectual para no sucumbir a la angustia y zozobra que en estas horas nos aqueja a cada uno de los argentinos dignos, libres y patriotas. 

La muerte de este flaco, desgarbado y arrebatado hijo de la fría y lejana Patagonia nos ha dejado con el alma por el piso. Todos sabemos lo que nos costó que el pueblo argentino, con su secreta química, gestase en su misterioso atanor un nuevo caudillo, un hombre que nuevamente expresase nuestras mejores aspiraciones, nuestras mejores virtudes. Surgió como de casualidad -posiblemente el big bang no hay sido sino una cósmica casualidad- cuando nadie se esperaba que de una provincia con menos habitantes que un barrio de Buenos Aires, lejana de todo, fría, nueva, sin una tradición histórica que la vinculase a las guerras de la Independencia o, por lo menos, a la más reciente gesta de la clase trabajadora, surgiese un presidente que, con menos votos que desocupados (21% por ciento de los votos, 24% de desocupación) resucitase la Argentina de las grandes horas, la Argentina de San Martín, de Perón y de Evita. 

El presidente Chávez, con esa mirada poética que tiene y esa agudeza de estratega que lo caracteriza, lo ha nombrado como "El Resucitador". Eso fue este muchacho alborotado y alborotador. El Resucitador de nuestras viejas glorias, la de los obreros bien pagos y la dignidad nacional. El Resucitador de nuestro pasado latinoamericano, el héroe de la batalla de Mar del Plata que puso a la blanca, orgullosa y creída Argentina a disposición y servicio de sus hermanos latinoamericanos.

¿Cómo vamos a reemplazar la fiereza táctica de Néstor? ¿Quién va a disciplinar a los llamados "barones" del conurbano, hijos mestizos del neoliberalismo y de la voluntad de satisfacer las demandas de los más humildes? ¿Con quién va a discutir por las noches nuestra presidenta Cristina, preparando la gran operación electoral del año 2011? 

Todavía no tenemos respuestas. Hemos estado en la plaza de siempre -hace 200 años que vamos a esa plaza en las grandes jornadas-, nos hemos abrazado con los compañeros y compañeras de ojos arrasados por las lágrimas, hemos compartido nuestra congoja con hijos y nietos que han vuelto a militar por la liberación de la Patria, mientras en la Recoleta y San Isidro brindaban por la partida de Néstor, más necesario cuanto más muerto. 

Hoy era día de censo en la Argentina. La basura oligárquica había lanzado una inicua campaña para que los vecinos no respondieran a los censistas, con el argumento de que tras el documento oficial de censista se escondiese un ladrón o un violador. Todo fue en vano. El pueblo argentino respondió, dolorido, al censo, pero no faltaron las escenas dignas de la antología de la infamia. 

Un censista llegó a un hogar del barrio de la Recoleta, entró en un amplio y lujoso departamento. El dueño de casa lo invitó a brindar con una copa de champaña por la muerte de Néstor Kirchner. Una trompada del censista en la mandíbula del depravado dio por terminada la propuesta. 

Desde Mar del Plata, mi hija María Soledad me llama con llanto en la voz, porque como censista entró en una casa donde vio los titulares de la televisión que anunciaban la muerte de Néstor, mientras los habitantes de la misma celebraban con algarabía. No pudo seguir con su trabajo. La embargó el llanto y la rabia. Esos hijos de puta me deben dos: la alegría necrofílica por Néstor y las lágrimas de mi hija. 

Así estamos, compañeros. Pasando una noche de mierda, una vela al amigo y al patriota y un desvelo por las horas que se vienen. Sólo nos queda la CGT, la clase obrera y el pueblo. Con ellos y Cristina les daremos batalla y venceremos.

Néstor Kirchner, un hombre de la Patria Grande

Se ha ido con Néstor Kirchner un héroe contemporáneo de la Patria Grande. Su nombre figura ya con los de Juan Domingo Perón y Getulio Vargas, con los Wilson Ferreira Aldunate y Marcelo Quiroga Santa Cruz, con los compatriotas latinoamericanos que forjaron el actual e irreversible proceso de integración continental. 

En los primeros tiempos de su sorprendente gobierno, Néstor Kirchner dejaba la impresión de que no le interesaba, ni le gustaba demasiado la política latinoamericana. Absorbido por el torbellino de volver a poner un país y un pueblo de pie, en restaurar la autoridad del Estado nacional sobre la arbitrariedad y el capricho del mercado, en restablecer la preeminencia de la política sobre los manejos discrecionales de los medios de comunicación y de los dueños del dinero, Néstor Kirchner no le dedicaba a las reuniones de la integración mucho tiempo de su agenda. Por esa razón, por alguna cuestión de luchas internas o, realmente, por una preocupación sobre su salud, Néstor Kirchner no estuvo en la reunión de Cuzco, cuando se creó la Unión de Naciones de Suramérica (UNASUR). 

Sin embargo, este desgarbado presidente, de gesto juvenil y apasionada palabra, volvería a sorprender, como lo hizo desde el día en que se hizo cargo de la presidencia de la República. 

A poco de andar, se fue haciendo evidente que América Latina formaba parte esencial de su visión estratégica. Los avances y retrocesos de la integración política y económica, de la lucha continental por la independencia y por mejorar las condiciones de sus ciudadanos era una de las piedras basales de su concepción. Lentamente, la figura de este gran hijo de la Patagonia argentina, comenzó a ser identificada con las mejores tradiciones de la Patria Grande. Estableció una fuerte e irrompible relación con el otro patriota del norte, Hugo Chávez. Buscó el acercamiento con la presidenta Michele Bachelet, arrimando al remiso Chile a la forja continental. Estableció con su gran colega brasileño, Lula da Silva, la misma alianza que intentaran, cincuenta años antes, los presidentes Perón y Vargas. Evo Morales encontró su apoyo y amistad aún antes de convertirse en presidente de su país y en el caudillo indiscutido de los pueblos de Bolivia. 

Toda esta política de cuño suramericano y liberador tuvo su, también inesperada, eclosión en la histórica Cumbre de Presidentes Americanos, realizada en Mar del Plata el 4 y 5 de noviembre de 2005. Las generaciones venideras, nuestros nietos, recordarán esta fecha con la misma unción y fervor con que hoy celebramos la batalla de Maipú, la de Junín o la de Ayacucho. Néstor Kirchner tuvo el honor y la valentía de encabezar, en su propia patria, la formidable y poderosa coalición de países suramericanos que derrotó políticamente los planes imperialistas del ALCA, en las barbas del mismo George W. Bush que teñía de sangre las arenas de Irak y de Afganistán. 

Desde los tiempos de la presidencia de Bill Clinton, la cancillería norteamericana y los grandes intereses imperialistas por ella expresados, los EE.UU. venían desarrollando, con una agenda meticulosamente dibujada, el más importante ataque a la soberanía política y ecónomica de América Latina: el llamado ALCA. Este proyecto implicaba la sumisión lisa y llana de todas nuestras economías a la de los EE.UU. A partir de su vigencia caducarían todos nuestros intentos independentistas y nuestras organizaciones regionales. El conjunto del continente se convertiría en el “lebensraun” de la potencia hegemónica, nuestros países se transformarían en simples objetos indiferenciados de la política internacional y nuestros sueño de 200 años de soberanía y dignidad quedarían reducidos a lejanos e irreversibles recuerdos de una civilización olvidada. 

Ni más ni menos que este destino de ilotas es lo que la acción y la palabra de Néstor Kirchner, como presidente argentino, modificaron en las jornadas de Mar del Plata. Fue él quien se comprometió con los desplantes desafiantes de Hugo Chávez, con la serena firmeza de Lula, con el reclamo secular de Evo Morales. Fue este hombre, de retórica a veces desordenada pero siempre arrasadora en su pasión militante, el que comunicó al jefe político y militar de la superpotencia imperialista que sus planes habían fracasado, que ahí, en Mar del Plata, se sepultaba para siempre al ALCA. Mientras ello ocurría en las sesiones oficiales, en un estadio de fútbol miles y miles de militantes políticos y sociales, con la presencia de Chávez, Evo y Diego Armando Maradona, ratificaban el apoyo popular a las expresiones de los presidentes suramericanos. 

Nunca, desde los tiempos de la batalla de la Vuelta de Obligado, la Argentina había vivido batalla semejante y nunca había experimentado victoria igual. La patria de San Martín y Belgrano había vuelto por sus derechos y los pueblos del mundo volvían a ver “en trono a la noble Igualdad”. A partir de ello, Néstor Kirchner se convirtió en una de las figuras decisorias de la nueva realidad que comenzó a vivir el continente. 

La unánime elección como Secretario General de la UNASUR no fue otra cosa que el reconocimiento a su papel central en las jornadas de Mar del Plata. Y su actividad febril, como siempre era la suya, en la construcción de una paz sólida entre Venezuela y Colombia, ha hecho que esos pueblos hoy lo despidan conmovidos y tristes. 

Junto con muchas otras cosas, Néstor Kirchner nos deja una herencia suramericana tan rica y generosa como las transformaciones que logró en la Argentina. 

Hoy brilla la Cruz del Sur porque ha muerto un hombre de la Patria Grande. 

Buenos Aires, 27 de octubre de 2010

1 de octubre de 2010

Dudas sobre la situación en Ecuador

Tengo la sensación, desde Buenos Aires, claro, que en Ecuador existen más focos posibles de insubordinación golpista que en Venezuela. No estoy seguro, y lo ocurrido ayer, confirman mi duda, sobre el control que el presidente Correa tiene sobre la totalidad de las FF.AA., que en Venezuela constituyen uno de los principales elementos de sostenibilidad del gobierno de Chávez. Hoy nadie habla, por lo menos en ningún noticioso, sobre la ocupación militar de ayer del Aeropuerto de Quito.

También me deja dudas todo lo ocurrido alrededor del rescate del presidente. Esa manera de salir, en un tumulto, cruzado de tiros y gases, con la mera protección de un grupo de amigos que se arremolinaban alrededor de Correa protegiendolo con sus propios cuerpos, las declaraciones del jefe de policía al renunciar, la participación de la hija de Lucio Gutiérrez en la fuerza de elite que rescató al presidente, me dejan la sensación de que no existe una plena conducción del presidente Correa sobre el aparato del Estado.

Tampoco tengo claro cuál es la fuerza política organizada que sostiene a Correa. Gutiérrez tiene un partido -más allá del apoyo que pueda tener del imperialismo- con presencia e influencia en los sectores bajos de las FF.AA. y, como se hizo evidente, de la policía. Si eso no se revierte, si la política de Correa no logra incorporar a la mayoría de las tropas, suboficiales y oficiales de esas fuerzas, alguien va a llenar ese vacío y no serán los sectores populares.

Digo, es un decir, si España cae...
como decía Vallejo.

31 de julio de 2010


¿Hasta cuándo, Sociedad Rural Argentina, abusarás de nuestra paciencia?

Quizás no tengamos derecho a parafrasear el célebre “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra” ya que su también célebre autor no era otro que Marco Tulio Cicerón, un engolado romano del partido de la oligarquía (un Mariano Grondona de la antigüedad -aunque esto ya suene a un oxímorón-) y estaba dirigida al senador del partido popular, Lucio Sergio Catilina. Mucho menos cuando, al parecer, Catilina no participó en la conjura, que por otra parte, tenía un claro sesgo antioligárquico. Ya Ernesto Palacio, en su “Catilina contra la oligarquía”, desenmascara al altisonante orador y usa el hecho para desmontar las las técnicas con que los sectores dominantes suelen deformarse la historia en su provecho.

Pero es inevitable la caída en el latinajo y lugar común al ver nuevamente a la vieja y nueva oligarquía, con la corte adicta de partidos opositores, conspirando desde su reducto de Plaza Italia. La complicidad del rejunte opositor -de los Morales, Solá, Carrió, Meabe, De Narváez (verdadero dueño de casa: ¡gracias Carlos!), Bullrich, Pinedo y algunos otros- pretende convertir el predio oligárquico en la sede del Congreso Nacional, a la vez que pergeña e imagina fórmulas mágicas que le permitan borrar de la faz de la tierra las odiadas retenciones. Cómo se compagina esto con la propuesta de imponer un 82 % móvil para los jubilados es uno de esos arcanos que ninguna ciencia podrá explicar.

Pero la explicación de sus contradicciones es lo que menos preocupa a los dueños de casa y sus lisonjeros visitantes. El intento es, una vez más -¿y cuántas van?-, generar condiciones de ingobernabilidad, quitarle al gobierno la base financiera que le ha permitido la mejor gestión política que recuerda el país desde la muerte del General Perón, volver la economía a las condiciones nefastas del gobierno de la Alianza o al feroz traslado de ingresos de Duhalde, que en una noche mandó al infierno de la indigencia a miles y miles de compatriotas.

Para los muertos vivos que aparecen al frente de este Congreso golpista ésta es una de las últimas oportunidades en poder usar la oligárquica tribuna de la Exposición Rural para sabotear e intentar debilitar al gobierno de Cristina Kirchner. Incapaces de generar una política alternativa seria e imposibilitados de erigir una candidatura creíble, los políticos alquilones que pululan alrededor del predio ferial, buscan fuerzas en lo que hoy es más débil que nunca: el frente agrario opositor, deshilachado como poncho de pobre, incapaz de unificar bajo su hegemonía a la totalidad de los productores del campo, aislado cada vez más de las clases medias urbanas y cuyo juego ha quedado evidente para la mayoría.

Ni la Nación ni el Clarín están hoy en condiciones de fogonear sus arrestos, aunque lo intentan inútilmente. La posible intervención a Papel Prensa en las semanas venideras dará un golpe de gracia a esta rémora de la dictadura militar y pondrá al conjunto de la prensa del país en igualdad de condiciones para competir.

De ahí que, casi inevitablemente, aparezca en la memoria el latiguillo de Cicéron: ¿Hasta cuándo, Sociedad Rural, abusarás de nuestra paciencia?.

1° de agosto de 2010

La foto es de 1946. Perón y Evita escuchan la queja anual del presidente de la Sociedad Rural -en este caso José A. Martínez de Hoz, padre-. El gesto del rostro de Evita es más que elocuente.

28 de julio de 2010


Morales Solá, bajo las peores sospechas


El untuoso plumífero de la “tribuna de doctrina”, Joaquín Morales Solá, con voz engolada declara en su nota de hoy: “El Senado, bajo las peores sospechas”.

El lector, siempre desprevenido, piensa de inmediato que Moyano ha vuelto a denunciar algún pago de coima para la aprobación de alguna ley antiobrera y se figura ya la nueva ola de descrédito que la cámara representativa de las provincias que conforman la nación deberá enfrentar.

Pero no, todo es un poco más difuso y la severa advertencia tiende a transformarse en una mueca de impotencia, a poco que se avanza en el texto de la nota.

En realidad se trata, tan sólo, de una especie de entrevista colectiva de senadores y diputados opositores, llevada a cabo en la Sociedad Rural y en la que el columnista fue una especie de moderador.

En ese ámbito, envalentonados por la presencia de la gente de la casa, la senadora correntina Josefina Meabe (más adelante hablaremos de ella), el jujeño Morales, el diputado bonaerense Felipe Solá y la imponderable creadora de frases altisonantes, Lilita Carrió afirmaron que los senadores vendían sus votos. Ésta última afirmó algo tan contundente y apodíctico como: “El Gobierno compra senadores. Esa es la única verdad”. Nada de documentos, valijas de dinero, banelcos y otros elementos probatorios. Tan sólo su afirmación rotunda.

Antes de avanzar en la nota del comentarista de La Nación, se hace necesario informar que la señora Josefina Meabe ha sido denunciada por el ingeniero Rodolfo Paladini, coautor del Código de Aguas de la Provincia de Corrientes, por el delito de “robo de aguas públicas en banda y en descampado para su beneficio varias veces reiterados”, como consecuencia del indebido e ilegal uso de aguas del río Corrientes que la senadora utiliza en su empresa arrocera. Es difícil, ante esta cuestión de aguas, evitar el chiste que le hiciera el diario La Fronda al doctor Raimundo Meabe, que atendía a Hipólito Yrigoyen por sus problemas de próstata, al quien llamaban, de manera inmisericordiosa, Dr. Mea Bene.

Chanzas aparte, ninguno de los preclaros denunciantes aportan mayores datos a la denuncia que el autor de la nota caracterizó como “prebendas personales, favores políticos o promesas de obras públicas o de mayores recursos para las provincias”.

Si ponemos provisoriamente entre paréntesis lo de prebendas personales -que pueden consistir en algún viaje o cosa por el estilo-, los favores políticos y las promesas de obras públicas y de mayores recursos para las provincias han sido, son y, posiblemente, serán los mecanismos típicos de negociación en los cuerpos parlamentarios. Todos los congresos del mundo se manejan con este tipo de toma y daca, característico, por otra parte, de toda actividad política. Sólo los regímenes dictatoriales imponen su voluntad sin dar nada a cambio, so pena de cerrar el congreso o meter presos a sus miembros. ¿Cuántas veces el senado norteamericano habrá votado el aumento de tropas en Vietnam o en Irak a cambio de un subsidio a los productores de maní o a los criadores de avestruces? ¿Cuántas veces en todos los gobiernos constitucionales del mundo una importante decisión de estado ha sido definida por el voto que se consigue de algún diputado de una lejana región que aprovecha la situación para llevar una mejora, un puente, una carretera o un hospital a su distrito?

Y a eso, que es de uso habitual en las democracias, el lenguaraz oligárquico pretende comparar con el dinero contante y sonante que el gobierno de De la Rúa y su jefe de la SIDE le entregaron a los senadores de la oposición de entonces para aprobar una indigna y patronal ley de desregulación laboral. “Los viejos sobornos fueron un desayuno de monjas comparados con lo que pasa ahora”, le hace decir a un anónimo legislador, ignorando posiblemente qué desayunan las monjas.

Toda esta falsa tormenta y más falsa denuncia tiene como explicación el hecho de que termina la vigencia de la delegación de facultades al Poder Ejecutivo y la prensa opositora fogonea la posibilidad de que la incierta mayoría que creen tener en el Congreso comience a dictar leyes que desfinancien al gobierno nacional. Derogar las retenciones es su objetivo de máxima. Los estrategas de este golpe parlamentario saben que aquellos con aspiraciones a gobernar, en caso de una difícil derrota electoral del oficialismo, no van a generar una situación que revierta en contra de su hipotético gobierno. Este acto de realismo es enturbiado por la “tribuna de doctrina”, poniendo un manto de sospecha sobre el Senado.

La nota de Morales Solá termina con un maravilloso lugar común que he escuchado desde los años en que me inicié en la política. “Era evidente, al final, el desánimo entre los centenares de productores que asistieron al debate”. El desánimo de los productores con sus 4x4 dando la “vuelta al perro” en sus localidades, con sus silos-bolsa jugando a evitar pagar las retenciones, con sus inversiones inmobiliarias en las capitales de todo el país, con sus viajes a Miami o a donde sea, es, citando a Borges, “tan eterno como el agua y el aire” y tan falso como lo es la mendaz acusación del escriba.

Buenos Aires, 28 de julio de 2010


26 de julio de 2010

Se fue otro argentino oriental, el “profe” Luis Vignolo

Días atrás recibí un escueto mensaje electrónico. “Falleció mi padre” decía tan sólo su texto. Lo firmaba el compañero oriental Luis Vignolo hijo.

Luis Vignolo, el “Profe” como lo llamaba el inolvidable Alberto “Gato” Carbone, fue un patriota latinoamericano, oriental por nacimiento, argentino por afecto y residencia, y uno de los grandes intelectuales, periodistas y militantes de nuestra unidad latinoamericana. Amigo y cumpa de discusiones y whiskys de Tucho Methol Ferré, la vida de Vignolo es una buena paráfrasis del destino de un patriota continental en nuestro balcanizado continente, en la segunda mitad del siglo XX.

Luis Vignolo nació en Montevideo el 12 de julio de 1927. Su padre era constructor y eso le permitió conocer desde niño el olvidado interior de la “tacita de plata”, el Uruguay producto de la hegemonía del partido Colorado. En el Liceo Bauzá, donde hace la escuela secundaria, ingresó a la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU), como representante de los estudiantes secundarios, cargo que previamente había logrado imponer. Y en la misma época ingresa en las Juventudes Libertarias –la organización juvenil anarquista- donde llegaría a ser alma mater y Secretario General. Me cuenta Luisito Vignolo, su desolado hijo, que de esa época conservó algunas de sus más entrañables amistades que lo acompañaron hasta el final. Tres veteranos anarquistas lo llamaban permanentemente en sus últimos días: Dante D'Ottone, Pablo Capanno y el "Coco" González Chiesa. El destacado médico Dante D'Ottone, con sus noventa y pico de años, estuvo en el velorio y algunos de los veteranos compañeros de armas decían, al verlo: ahí está el "Mariscal"...

Es de sus tiempos de anarquista que el sanducero Alberto Carbone, de inolvidable memoria en este lado del Plata, conoció a estos hombres.

Y fue la conducción de Luis Vignolo –según me cuenta su hijo - que las Juventudes Libertarias se convirtieron en la más poderosa organización anarquista del Uruguay a fines de los ’40 y comienzos de la siguiente década. Pero las peleas internas –caracterizadas por una fuerte impronta ideologista- terminan por agotarlo y se aleja de la organización. Pero llevaba consigo las reflexiones y escritos de Eliseo Reclus sobre la Guerra del Paraguay y los artículos de Barrett sobre la brutal explotación de los obrajes paraguayos. Encuentra Vignolo en sus orígenes familiares saravistas –sus tíos Montecoral y Coirolo habìan peleado en la revolución de 1904 y uno de sus tío abuelos era Rafael Zipitría, Comandante de la 16ª División del Ejército Revolucionario de ese año- un cauce nacional profundo a su afán libertario.

El padre de Luis Vignolo había sido blanco seguidor de Lorenzo Carnelli, en los años 20: una especie de izquierda del partido que terminó siendo expulsada, básicamente por acción de Luis Alberto de Herrera. No obstante ello, Vignolo, desde una perspectiva heterodoxa, que reunía en “una mezcla pampeadamente rara” –como ha escrito Homero Manzi- sus convicciones ácratas con su naciente admiración por el peronismo argentino y el MNR boliviano, se acercó al herrero-ruralismo que logra la victoria electoral en 1958. Sobre este período Methol Ferré nos dejó un escrito esclarecedor, “La crisis del Uruguay y el imperio británico”, que Peña Lillo editara en la célebre colección La Siringa.

Y para mantener sus ideales se convirtió en periodista. Alcanza con decir que fue uno de los periodistas más famosos y exitosos del Uruguay. Trabajó en el diario de Batlle y en el de los blancos. Fue justamente en El País donde se destaca. En una época en que el matutino no era el pasquín oligárquico pronorteamericano que hoy indigesta la cabeza de los uruguayos, Vignolo se convierte en el virtual director del diario. Simultáneamente es columnista de política internacional en el Canal 12, de la misma empresa que El País.

Deja, en 1964, este diario al que había convertido en un éxito de ventas para dirigir un proyecto político periodístico de Zelma Michelini, el diario Hechos al que también convirtió en un éxito de ventas, aunque el fracaso electoral de Michelini lo obligó a venderlo, con lo que Vignolo se aleja de la redacción.

Pasa a la Secretaría de Redacción del viejo diario El Debate, fundado por don Luis Alberto de Herrera, aunque ahora bajo la dirección política del “Toba” Gutiérrez Ruiz, el gran blanco latinoamericanista asesinado por la dictadura, y Diego Terra Carve. Se cuenta que algunos lingotes de oro “expropiados” por los Tupamaros a los Mailhos, y que el Toba había tomado en depósito, ayudaron a la financiación del matutino.

Posteriormente se vincula a Inter Press Service, la Agencia de Noticias internacionales italiana, la que inicialmente tenía su sede latinoamericana en Montevideo, en la casa de Methol Ferré, en la calle Brecha, frente al Templo Inglés, al que le alquilaban un piso de su casona. Luego la sede pasó a Buenos Aires y Vignolo se radicó entre nosotros.

Fue colaborador de la primera revista Nexo, que publicaron Methol Ferré, Ares Pons y Reyes Abadie. En 1964 publica el ensayo "Reencuentro con la tradición española en la pintura de Torres García", una visión de la historia de la cultura desde nuestra América. Este artículo constituye, según considera Luis Vignolo hijo, un acercamiento del autor a la religión católica en la que había sido educado por su madre y su abuela. Pero este acercamiento está signado por sus viejas convicciones anarquistas. Sólo el Concilio Vaticano II y el estado deliberativo que se produce en la vieja estructura romana lo conquistan para la fe. A partir de ello comienza a colaborar en la también célebre revista Vísperas que dirige Methol Ferré, una publicación católica, vinculada al CELAM, que pone como punto central de su visión teológica la unidad latinoamericana. El peronismo y la revolución peruana de Velazco Alvarado serían sus temas preferidos.

Militó en la formación del Frente Amplio y se convierte en el anónimo secretario de redacción del diario La Idea, sostenido por las fuerzas frentistas más vinculadas a los Tupamaros. Allí hizo la primera denuncia del plan de invasión preventiva al Uruguay por parte del ejército brasileño, el Plan 30 Horas, cuya existencia había filtrado un general argentino, en historia que Luis Vignolo hijo ha prometido contarme personalmente. Denunció duramente el fraude en las elecciones de 1971, fraude que ahora los documentos norteamericanos desclasificados reconocen. Puede agregarse a su biografía que uno de esos documentos desclasificados sostiene que los únicos tres medios de prensa por los que la embajada norteamericana se preocupaba eran: el semanario Marcha de Carlos Quijano, el diario El Popular del Partido Comunista, y el diario La Idea, dirigido desde las sombras por Luis Vignolo. Fue cerrado varias veces hasta que Pacheco Areco o el presidente fraudulento Juan Marìa Bordaberry terminan por clausurarlo. Y con ello, Vignolo vuelve a Buenos Aires y a Inter Press Service IPS donde se convierte en el Director para América Latina.

Luis Vignolo vivió en Argentina hasta 1991. Vuelve a Montevideo empujado por una de las últimas hiperinflaciones. Y la política de Menem, al que había votado como tantos de nosotros, _tenía nacionalidad uruguaya y argentina y votaba, por lo tanto, en las dos riberas del Plata- lo escandalizó y amargó profundamente.

En el 94 se suma junto con Tucho Methol Ferrè a las huestes blancas de Alberto Volonté, quien le rindió un merecido homenaje en el programa de Radio Espectador de Montevideo “En Perspectiva”, uno de los programas de radio más escuchados e de la radio uruguaya.

Está fue, en brevísima síntesis, la rica vida de este compatriota y compañero que acaba de dejarnos. Su mote de “El Profe” le venía de los tiempos en El País, gracias a un irascible obrero gráfico que lo veía permanentemente hablando con sus colegas más jóvenes: “Ahí está el Profe, otra vez hablando y no trabaja nunca”, habría dicho el iracundo linotipista, bautizando para siempre a nuestro amigo.

El Uruguay, por muy diversas razones, es un país donde las ideas sobre la unidad latinoamericana no entran con facilidad. Un agotado sentido de la excepcionalidad de sus condiciones materiales, una ideología nacional basada en la creencia de una esencialidad nacional uruguaya, una tendencia a actuar como engranaje local de una gran potencia extraña –el Reino Unido o EE.UU.- han generado formidables anticuerpos al saludable virus de la Patria Grande. Todos los intelectuales y políticos que pugnaron por la integración de la Cuenca del Plata predicaron, hasta ahora, en el desierto. Ferryra Aldunate, Gutiérrez Ruiz, Methol Ferré, Reyes Abadie y este Luis Vignolo que nos ha dejado, dedicaron su vida, y hasta la entregaron, a ese difícil empeño.

Luis Vignolo fue un amigo dilecto de los argentinos y un ferviente oriental amigo, como Herrera y Haedo, de Perón y el peronismo.

Estas líneas tienen el propósito de que el olvido no borre de nuestra frágil memoria la presencia, la acción y las ideas de un notable pensador, un solidario amigo de los perseguidos y un argentino oriental por decisión intelectual y política. Los argentinos le debemos un homenaje al Profe Luis Vignolo.

Buenos Aires. 26 de julio de 2010

Todas las precisiones biográficas de este artículo han sido producto de una comunicación personal con Luis Vignolo hijo. Es mi deseo no solamente honrar la memoria de su padre, sino hacer evidente el respeto, estima y amor filial del hijo del gran intelectual fallecido, quien, ante mi pedido, no vaciló en dedicar horas a su duelo para comunicarme una suscinta, pero completa, biografía personal y política de este gran uruguayo.

25 de julio de 2010

La Patria Grande debe zanjar el enfrentamiento entre Venezuela y Colombia

La declaración del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, rompiendo relaciones con Colombia, no es un hecho de poca importancia. Por cierto, es de una importancia trascendental, porque pone en el centro de la escena la posibilidad de una guerra fratricida en el marco de un proceso de integración continental que no tiene parangón en la historia, si no nos retrotraemos al día anterior a la batalla de Ayacucho.

La actual República de Colombia, cuya bandera es, con excepción de algunos detalles, igual a la de Venezuela, lleva el nombre que el precursor Francisco Miranda -creador de los colores de dichas enseñas- había propuesto para la gran nación continental por la que pugnaba en sus escritos. Como homenaje al genovés que había integrado este continente al curso de la historia europea, para el caraqueño, prófugo de todos los servicios de inteligencia de las coronas del viejo continente, Colombia era el nombre de América Latina y colombianos sus habitantes.

Cuando el otro caraqueño universal, Simón Bolívar, se lanza a la emancipación de estas tierras, el gran estado que propone lleva el nombre de Gran Colombia. Todas las regiones, capitanías y gobernaciones que se estructuran en las faldas de los Andes hacia el sur conforman esta extensísima y flamante nación. Es un proyecto gigantesco, por encima de las posibilidades materiales de la época. Pero es por ello que lucha y da su vida el Libertador Bolívar. Las actuales geografías de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia eran parte de su gigantesca nación continental. Desde Córdoba, un cura patriota, el Deán Funes, lo representaba en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Paradojas de nuestra lucha por la Independencia: mientras iracundos jacobinos sostenían en el norte del continente el programa de Bolívar, en las lejanas tierras platinas, un cura, formado en Suárez y Victoria, representa y defiende la política más radical jamás pensada en estas tierras.

Santander, el Rivadavia del norte
Para Bolívar, el viejo reino de Nueva Granada fue el nido de la resistencia más tenaz a su afán unificador. Para sostener la unidad de su Gran Colombia se ve obligado a negociar y ceder frente a la oligarquía bogotana, sus jurisconsultos y sus obispos. El vicepresidente de la Gran Colombia es el representante de esa clase de holgazanes dueños de hacienda: Francisco de Paula Santander, una especie de Rivadavia tropical, un frío y seco hombre de leyes. Desconfía de los sueños de su superior, Bolívar, y siente como si fuera su propia carne, los costos y presupuestos que tal empresa significa.


Fueron Santander y la oligarquía bogotana el primer Judas de la gesta bolivariana. El nido de la conspiración contra el Libertador era el palacio de gobierno de Bogotá y su acción unificadora se veía permanentemente interrumpida por la necesidad de viajar –por lo menos un mes de travesía- a aquella ciudad capital de la Gran Colombia. Es en Bogotá y por designio de esa misma clase social que sufre el atentado del que lo salva la Libertadora Manuela Sáenz, haciéndolo saltar en paños menores a una acequia para evitar a sus asesinos.

Fue esa misma clase social y su representante Santander, quienes pusieron fuera de la ley a Manuela Sáenz, cuando el Libertador muere en la finca de Mier.

Chávez, que es uno de los políticos latinoamericanos con mayor conciencia histórica, sabe todo esto. Sabe que la clase dominante colombiana se siente representada por Santander y su antibolivarianismo. Sabe que su proyecto ataca la raíz histórica, ideológica, económica y política de la oligarquía de Colombia, que siempre ha sido hostil a cualquier propuesta de unidad latinoamericana.

Quizás sea su carácter bioceánico –único en Suramérica-, o la particular naturaleza goda de su clase dominante, o el régimen latifundista con su correlato jurídico, o el hecho de producir cosas tan valiosas como las esmeraldas o la cocaína, o todo ello junto, el hecho es que la Colombia oficial ha sido, a lo largo del siglo XX, uno de los países más conservadores del continente. La OEA se creó en Bogotá, el mismo día que asesinaban al líder liberal popular, Eliécer Gaitán. La revista Visión –durante años vocero de las propuestas norteamericanas para la región y donde nuestro Mariano Grondona fue columnista permanente- tenía su sede en Bogotá y sus editores pertenecían a la más rancia oligarquía, la de los Lleras y los Camargo.

La guerrilla colombiana es producto directo de esta brutal hegemonía oligárquica sobre un país de campesinos empobrecidos. El cultivo de la coca y el narcotráfico sobreviniente también. Esto último requiere un análisis.

La narcoligarquía y la guerrilla
Los grupos vinculados a la producción y comercialización de la cocaína constituyeron una especie de oligarquía “marginal”, de “lumpen” oligarquía, determinada y creada, como la oligarquía tradicional, por el mercado internacional. Si la necesidad de consumo de carne vacuna a bajos precios determinó y permitió el desarrollo de la oligarquía argentina, el mercado norteamericano y europeo de cocaína y las ventajas comparativas de Colombia para cultivarla, fueron la base material de la aparición de esa nueva clase, la burguesía narcotraficante. Hay una novela de García Márquez -Noticia de un Secuestro- que refleja con bastante exactitud el odio que la oligarquía tradicional e, incluso, sectores de la clase media ilustrada manifiestan hacia esta nueva oligarquía, a la que EE.UU declara ilegal, pero que en Colombia goza de los beneficios de una relativa legalidad garantizada por su enorme poder económico.

Hemos dicho en otras notas que el fenómeno de la guerrilla colombiana es, más que la expresión de un movimiento en ascenso, la manifestación de un callejón sin salida. Tengo la impresión de que la sociedad colombiana de las ciudades –y no sin osadía me atrevo a decir que del campo- está harta de la violencia guerrillera. Las FARC son hoy una herencia inútil de la Guerra Fría. Sin capacidad militar ni política, su mayor problema es cómo replantear su lucha en términos políticos, abandonando paulatinamente el estado de insurgencia. El propio Fidel Castro y hasta Hugo Chávez han tomado nota de esto, expresándose en reiteradas oportunidades sobre la necesaria búsqueda de nuevas formas de lucha que prescindan de la guerrilla armada.

También es cierto, y con experiencias dramáticas y sangrientas, que el sistema oligárquico ha impedido e impide una integración de los insurgentes a la vida política del país. Los asesinatos de los grupos paramilitares oligárquicos a ex guerrilleros y dirigentes políticos que se han presentado a elecciones fue y es un escollo crucial sobre el que las autoridades colombianas no hablan. Los grupos paramilitares, vinculados notoriamente a los terratenientes, con estrechas relaciones con el gobierno y las FF.AA. continúan operando en todo el campo colombiano.


Uribe y Santos
Por otra parte, el actual presidente Uribe pretendía ser reelecto. La resistencia a ello, y la aparición de su ex ministro de Defensa como candidato presidencial, no son hechos gratuitos. Uribe no pertenece al grupo oligárquico tradicional. Oriundo de la provincia de Antioquia, es un “paisa”, es un miembro de un sector marginal de la oligarquía colombiana. El núcleo tradicional de la oligarquía tiene sus raíces en la provincia de Cundinamarca y su sede está en Bogotá. No se puede descartar que sea este hecho el que explique las denuncias sobre relaciones con distintos sectores del narcotráfico, tanto por parte de la prensa, como de sectores políticos del partido gobernante y de la oposición.

Lo que sí es un dato corroborado por la prensa colombiana es que su imposibilidad de presentarse a elecciones y el resultante triunfo de Santos –su ex ministro de Defensa- no le resultó grato al presidente Álvaro Uribe. En la lógica de la política colombiana, éste sabe que la presidencia de Santos puede serle de riesgo. Pueden aparecer juicios contra él. Pueden reabrirse juicios por sus vinculaciones con el narcotráfico. Puede haber una revisión de todo lo actuado durante su período.

Muchos sectores colombianos especulan que ha sido esto lo que llevó a Uribe a denunciar una muy hipotética y difícilmente probable presencia de guerrilleros de la FARC en territorio venezolano. Hay gran coincidencia en que su intento fue dejar un caballo de Troya a su sucesor, quien ya había manifestado su deseo de invitar a Hugo Chávez y a Rafael Correa a las ceremonias de asunción.

Hay de hecho una integración económica –no virtuosa, pero integración al fin- entre Colombia y Venezuela. Las relaciones comerciales entre los dos países son de una gran intensidad. El petróleo y su exportación han generado en Venezuela el llamado “efecto Holanda”, es decir la fantasía de producir una mercadería que compra todas las otras y la ilusión de no tener necesidad de producirlas y las iniciativas del gobierno no han logrado revertir este fenómeno. Colombia abastece a Venezuela de indumentaria, zapatos y alimentos, entre otros productos. La frontera entre ambos países es un prodigioso ir y venir de mercaderías, del que Colombia tiene necesidad, en mayor medida, quizás, que Venezuela, cuyo petróleo le permitiría comprar esos productos en cualquier parte.

El problema es que en Colombia hay una enorme cantidad de tropas norteamericanas y que el país es el principal aliado de los EE.UU en la región. Uribe es un político al que no se puede despreciar. Es hábil, inteligente e inescrupuloso. Es la principal ficha del Departamento de Estado en la región. Y esto es lo que vuelve todo este conflicto en algo tan peligroso.

Una ruptura de relaciones con un país limítrofe implica necesariamente un fortalecimiento militar de las fronteras, desplazamiento de tropas y una preparación para la guerra. Los argentinos lo vivimos, en los ’80, con la disputa con Chile. Una cosa trae la otra y la posibilidad de una guerra deja de ser una fantasía para convertirse en una realidad ominosa.

Aquí es donde hay que jugar al máximo las instancias regionales que hemos podido construir en estos años. El presidente Lula de Brasil se ha ofrecido como mediador. El Unasur y su secretario general Néstor Kirchner, tienen la oportunidad de poner a prueba al organismo. Coincidimos con las declaraciones de Kirchner que hemos podido ver en la televisión: hay que hablar con el próximo presidente de Colombia. Quien hoy ejerce la presidencia tiene un reemplazante al que no puede, so pena de ser considerado un asesino de la unidad continental y un vulgar provocador, dejarle una guerra como herencia.

Pero también es necesario tener una cabeza fresca y un corazón ardiente. El presidente Chávez, en la conferencia de prensa, dijo algo estratégico: “Podemos coexistir gobiernos de derecha y de izquierda en nuestra Patria Grande”. Eso es lo que venimos sosteniendo desde hace tiempo y escucharlo de boca de Chávez no hace sino ratificar este concepto. En toda guerra entre dos países de la Patria Grande el resultado no puede ser otro que la derrota de ambos y el estallido del proceso integracionista.

Buenos Aires, 24 de julio de 2010

28 de mayo de 2010














Fue un 17 de Octubre cultural

El viernes 21 de mayo comenzó como de costumbre, en Buenos Aires.

Mayor cantidad de autos, importantes atascamientos de tránsito que la televisión comercial no se cansaba de adjudicar a las tareas de preparación de unos festejos que, en la voz de los locutores, sonaban a desmesurados, faraónicos, inútiles. Un infatuado escriba, con pretensiones de Zaratustra, escribe en un pasquín opositor: “En varios sentidos, las muchedumbres porteñas miran de reojo y con fastidio el desparramo en una ciudad colapsada por preparativos de gruesa teatralidad. Se nos informa que estamos de fiesta” (Pepe Eliaschev, Perfil, 22/05/10).

Ese mismo viernes, a las ocho de la noche, la ciudad era ya otra. Como si hubieran estado esperando el discurso presidencial con el que se inauguró el Paseo del Bicentenario, miles y miles de hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos comenzaron a volcarse a la 9 de Julio. Llegaban con banderitas argentinas o portando orgullosos sus escarapelas. En el correr de media hora, Buenos Aires comenzó a ser una ciudad ocupada por el propio pueblo de la República, haciendo replegar el malhumor de los protestones taxistas, desalojando el fastidio de “los apisonadores de adoquines”, alentado por la mala gramática de los movileros.

Y a partir de ese viernes a la noche, la tantas veces ajena Buenos Aires, la capital fenicia donde “la Cobardía suele atar a los hombres junto al río moroso” se transformó, durante cuatro días inolvidables en el rostro oscuro y diverso de esta Patria tantas veces negada. Si en 1820 las tropas de López y Ramírez ocuparon durante unos días la Plaza de Mayo, con sus caballadas y sus lanzas; si el 17 de octubre de 1945 el pueblo argentino condensado en sus columnas obreras impuso su decisión política y cambió la historia del país durante cincuenta años, durante estos días tres o cuatro millones de argentinos de todas las provincias, de todos los orígenes, de todas las tonadas y de todas las vertientes de nuestra gran fragua cultural llenaron el centro de Buenos Aires que volvió a ser la Capital Federal impuesta a la oligarquía porteña por las tropas provincianas -los cuicos- conducidos por el tucumano Julio Argentino Roca.

Como con exactitud política, histórica y sociológica lo expresara el Secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia: “Estamos en presencia de un 17 de Octubre cultural”.

El pueblo argentino profundo estaba esperando, contra todas las premoniciones derrotistas, contra el desánimo inoculado por los medios de comunicación venales, contra la prosa despreciativa de Eliaschev, Sarlo o Lanata, contra la amoralidad disfrazada de pasatiempo de una televisión “tinellizada”. Y cuando Cristina puso a su disposición la facilidad de unas calles dedicadas exclusivamente a la celebración patria, a la fiesta colectiva de saberse un “nosotros”, el pueblo -no la gente- salió a ocuparlas para expresar con su presencia festiva el orgullo de una historia de doscientos años, la conciencia de estar celebrando una historia que nuevamente lo tiene como protagonista exclusivo y excluyente, como se evidencia al comparar la patética reapertura del Teatro Colón.

Nuestro gran teatro de ópera fue construído por el gobierno nacional, con fondos de todo el país, para solaz de los porteños y, en especial, de sus sectores oligárquicos. La Constitución regiminosa de 1994 lo convirtió en propiedad exclusiva de la ciudad y Macri y su pandilla de irresponsables “chicos bien” lo adoptaron como escenario de su desprecio al pueblo, no sólo del resto del país, sino de la propia ciudad. Ni Lugano, ni Barracas, ni las villas estuvieron en esa apertura. Tan sólo 2.700 estólidos figurones, ancianas actrices en decadencia y millonarios ignorantes fueron quienes acompañaron la mentada noche de gala, mientras dos millones de argentinos pata al suelo celebrábamos en el Paseo del Bicentenario.

La Revolución de Mayo, ese primer intento de formar con todos los americanos una nueva nación, vuelve a estar en buenas manos. Leopoldo Marechal, a quien hemos citado a lo largo de estas líneas, escribió en soneto memorable “era Octubre y parecía Mayo”. A sesenta cinco años de escritas podemos afirmar que, durante estos días, Mayo parecía Octubre en Buenos Aires. Como entonces el pueblo profundo de la Patria salió a cambiar con su presencia el rumbo de la historia.

Grandes y victoriosas jornadas tenemos por delante.

4 de abril de 2010







Cristina en Perú y en Bolivia
En la senda del Nuevo ABC de Perón

En la década del 50, el general Juan Domingo Perón estableció las bases de la primera política de integración latinoamericana, realista y posible. Afirmaba el presidente argentino, en su memorable discurso del 11 de noviembre de 1953, ante los oficiales del Estado Mayor del Ejército:

“La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. (…) Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina”.

“Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separado, o juntos, sino en pequeñas unidades”
(América Latina en el año 2000: unidos o dominados, pág. 71, Ediciones de la Patria Grande, Casa Argentina de Cultura, México, 1990).

Este proyecto que se llamó el Nuevo ABC –aludiendo al que fuera el primer ABC pensado por el canciller brasileño Barón do Rio Branco- tenía dos componentes inescindibles.

Por un lado, el Nuevo ABC significó el planteamiento crudo y descarnado de una alianza estratégica con el Brasil, lo que constituía una revolución copernicana en el paradigma tradicional no sólo de nuestra cancillería y nuestras Fuerzas Armadas, sino también en la concepción tradicional del radicalismo de cuño yrigoyenista y del nacionalismo popular argentino. Sí para aquellos, la idea de establecer una unión con el Brasil era visto como una ofensa a las pequeñas soberanías parroquiales de nuestros fragmentados países, para estos Brasil era todavía el verdugo del pueblo paraguayo, el aliado del mitrismo antifederal, el predador de la heroica Paysandú, a la que cantara Gabino Ezeiza. Para la visión continentalista de Juan Domingo Perón, por el contrario, era la conclusión necesaria y evidente del peso geográfico, político, económico, demográfico y cultural de los dos países. Brasil y Argentina eran las dos columnas sobre las que se levantaría firme la arquitectura integradora.

Por el otro lado, la alianza con Chile, Paraguay y Bolivia significaba, en esta arquitectura, el contrapeso necesario para evitar la tentación hegemónica que podía brotar en Brasil, por obra de su tamaño y su potencialidad productiva. Así, Argentina encabezaba la voluntad integradora de los países hispanohablantes, convocando a sus vecinos más cercanos. Si el Uruguay no estuvo en la invitación fue tan sólo por la abierta orientación antiperonista del gobierno colorado de entonces –Luis Batlle-. No obstante y para hacer evidente la coyuntural ausencia del Uruguay en aquella propuesta, es necesario mencionar la invitación que el recientemente electo presidente Perón le formulara al doctor Luis Alberto de Herrera, respondiendo a su saludo: “Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sudamérica”. Conocedor de los mecanismos objetivos del poder y de los Estados, Perón se adelantaba a cualquier posibilidad hegemónica, tanto de un Brasil que volviese a sus orígenes imperiales, como a una Argentina porteña que intentase –como en el siglo XIX- reemplazar al virrey español.

El recientemente fallecido pensador uruguayo Alberto Methol Ferré expresaba en las últimas conversaciones con amigos y discípulos su preocupación porque la Argentina no parecía haber entendido esa expresa indicación de Perón. Desde su atalaya montevideana, no veía Methol Ferré, en la cancillería argentina una clara decisión y una firme voluntad de convocar a todos los países hispanohablantes, sobre todo a los del Pacífico. “Una integración entre desiguales termina en hegemonía”, advierte desde su último libro. Y agrega a continuación: “Se trata de llevar una delicada política que evite una hegemonía brasileña, porque una hegemonía traería la destrucción de América del Sur y de América Latina como posibilidad” (Los Estados Continentales y el Mercosur, Ediciones Instituto Superior Arturo Jauretche, Buenos Aires, 2009).

Perú y Bolivia, el arco del Pacífico

Los recientes viajes de la presidente Cristina Fernández de Kirchner a Lima y a La Paz y lo expresado en sus discursos y declaraciones, se inscriben en lo mejor de aquella política propuesta por el general Perón y cierran el círculo iniciado con el Mercosur y el acercamiento a la República Bolivariana de Venezuela.
Los argentinos debíamos al Perú un desagravio. Alguna vez, la miserable aldea, barrosa y maloliente, del Plata, había sido parte del extenso virreinato con sede en Lima. El Perú fue liberado del yugo español por el hijo de las Misiones Occidentales, José de San Martín. Por el Perú había peleado el joven argentino Roque Sáenz Peña, antes de ser presidente de nuestro país. Había sido el Perú el primero en alistarse en nuestra guerra anticolonial contra el ocupante de Las Malvinas. Emocionados recibimos los argentinos las demostraciones de lealtad continental y de afecto fraternal cuando salieron pilotos y aviones de los hangares peruanos para sumarse a la lucha en los cielos australes. Y mil veces agradecidos estuvimos ante los esfuerzos del peruano Pérez de Cuellar, secretario general de las Naciones Unidas, para evitar el choque de las armas colonialistas con los defensores argentinos.

Solamente la depravada inmoralidad de un gobernante venal y sin patria pudo ensuciar estos siglos de hermandad, al venderle armas al Ecuador, enfrentado ocasionalmente en una guerra insensata con el Perú. Solamente un espíritu corrompido por la avaricia pudo en un sólo acto traicionar a dos pueblos hermanos y enturbiar un afecto sin mancha entre tres pueblos suramericanos. Esa ignominia, ese delito –cuyo encubrimiento hizo volar, en nuestro propio país, una ciudad por los aires- interrumpió de hecho, durante todos estos años, nuestra relación con el Perú. Poco podíamos conversar sobre política suramericana con el Perú, si no tomábamos el toro por las astas y pedíamos humildemente perdón. ¿Por qué iban a confiar los peruanos en un país que prometiendo garantizar la paz entre Perú y Ecuador le vendió armas a uno de los beligerantes? Hasta ese lugar de abyección llevó Menem la herencia política de Perón.

Cristina hizo lo único que podía hacer para que la voz de la Argentina volviera a tener valor en el Perú. Fue y pidió disculpas. Y con ello no sólo reparó la afrenta cometida por el miserable, sino que cumplimentó el aspecto que le faltaba a su gran política latinoamericana, restablecer el diálogo con hispanohablantes, abrirse a uno de los principales países del Pacífico y cerrar el círculo de la bioceanidad continental. No es de poca significación que el viaje y la reparación se hayan realizado en el año del bicentenario de los primeros gritos independentistas del continente.

Pero no se limitó a ello. Al homenajear, en su discurso, a Víctor Raúl Haya de la Torre y recordar el parentesco de su ideario con el del General Perón, Cristina expuso la génesis de su propio pensamiento y visión acerca del proceso de integración latinoamericano. Haya de la Torre y Perón conforman los más importantes antecedentes en el siglo XX de la política integradora que hoy viven nuestros pueblos. Mencionarlo, por otra parte, frente al presidente Alan García, era ponerlo frente al espejo de la historia de su propio partido.

El viaje inmediato a Bolivia completa el movimiento que planteara Perón y que nos reclamaba Methol Ferré en imborrables conversaciones. Bolivia ha iniciado un nuevo proceso institucional, intentando que la república cobije y sea expresión de todas las vertientes que conforman su ciudadanía. Es, por otra parte, un país que requiere del apoyo sincero y fraterno de sus vecinos para consolidar su sistema democrático y su nueva constitución. El homenaje brindado a la nueva Generala del Ejército Argentino, Juana Azurduy de Padilla, evoca necesariamente nuestro pasado común, del que debemos recordar, en este año en que se cumplen doscientos años de nuestro primer gobierno patrio, que su presidente, Don Cornelio Saavedra, era hijo de aquellas tierras altas.

Ya no es tan sólo Venezuela nuestra amiga suramericana, con todo lo importante que ha sido y es. Estas visitas de Cristina a Perú y Bolivia deben ser interpretadas en el sentido integrador que le ajudicaba Perón. Estamos dispuestos a una gran y estrecha alianza con el Brasil. Sin ella, ni Brasil ni Argentina tendrán cabida en el mundo que se está conformando. Pero para que ello no se frustre en un intento hegemónico, Argentina invita a todos los hispanohablantes del continente para realizar el sueño de Bolívar junto al gigante que habla portugués.

Buenos Aires, 4 de abril de 2010