26 de junio de 2012

7 de abril de 1982
Un grupo de argentinos manifestó ante la embajada británica en Estocolmo en apoyo a la recuperación militar de las islas.
Tribuna Patriótica - periódico del FIP Corriente Nacional que lideraba Jorge Enea Spilimbergo
En el texto hay dos cartas desde Estocolmo, enviadas por mí, y una desde Copenhague, enviada por Luis Verdi. La foto corresponde a la manifestación ante la Embajada Británica.

22 de junio de 2012


Hugo Moyano se ha puesto fuera del Frente Nacional

El calculado enfrentamiento generado por el Secretario General de la CGT, en su carácter de titular del Sindicato de Camioneros, con el gobierno nacional y el conjunto de los sectores populares ha puesto a Hugo Moyano fuera del gran frente nacional y popular que encabeza la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
La alianza forjada por Néstor Kirchner con distintos sectores sociales, entre ellos con el movimiento obrero, apenas asumido el poder en 2003, le permitió acumular poder y comenzar a desarrollar, desde un lugar de gran debilidad, los primeros bosquejos de su proyecto. Logró así el restablecimiento de las convenciones colectivas de trabajo y una paulatina y permanente mejora en el salario y las condiciones de trabajo de millones de asalariados. Comenzó a reducir la desocupación y, lentamente, el trabajo en negro. El conjunto de los sectores populares, con los trabajadores a la cabeza, comenzó a percibir que se estaba dejando atrás la negra noche de la desregulación laboral y los salarios de hambre. La continuidad de este proyecto, bajo el gobierno de Cristina, consolidó aún más esta propuesta.
Hugo Moyano ha sido, en todos estos años, el secretario general de la CGT y su apoyo al gobierno, junto a la de muchos otros movimientos políticos y sociales durante la sedición de la 125, fue muy importante para capear la ofensiva del privilegio monopólico, financiero y agrario. El movimiento obrero, en estos años, ha vivido una importante modificación de su composición. Ya no son más los sectores vinculados a la actividad de los servicios los predominantes -situación que caracterizó la desindustrialización posterior a 1976-, sino que los gremios de la producción -metalúrgicos, textiles, mecánicos, etc.- volvieron a tener el peso que les fue propio en la Argentina previa a la dictadura de Videla y Martínez de Hoz. De todo este proceso, los trabajadores industriales volvieron a encontrar abiertas las puertas de las fábricas y el padrón de la UOM pasó de menos de 100.000 afiliados a 600.000 en ocho años, así como los trabajadores afiliados a Camioneros lograron, en paritarias, los importantes salarios de los que hoy gozan.
Viendo que peligraba su permanencia como titular de la CGT y que sus intentos de presionar sobre la conducción de la presidenta eran vanos, Hugo Moyano prefirió romper abiertamente con el gobierno armando un conflicto ficticio, en complicidad con el Grupo Clarín y la cámara empresaria.
El paro y la movilización convocados para el próximo miércoles es un grave desafío a la presidenta de la Nación, que hace menos de un año fue reelecta con el 54, 11 % del electorado. Ninguna reivindicación gremial puede ser formulada fuera, y mucho menos en contra, del gran frente nacional y popular que hoy gobierna el país por la voluntad mayoritaria de los argentinos. Si los reclamos sectoriales son legítimos, como en toda democracia, no pueden ser exigidos marginándose del conjunto de las fuerzas populares. Quien así lo hace queda irremediablemente en manos de los enemigos, no sólo del gobierno de Cristina, sino de los intereses de los propios trabajadores a los que se dice representar.
No es sólo una cuestión de responsabilidad. Es cuestión de no convertirse en el Iscariote de un gobierno que nos representa como ninguno lo ha hecho desde 1976. No hay que ceder a este chantaje irresponsable y corporativo. Todo intento de debilitar a Cristina debilita a los trabajadores, maestros, madres solteras, pequeños y medianos empresarios que en estos años han vuelto a ocupar un lugar bajo el sol.

Buenos Aires, 22 de junio de 2012

MESA NACIONAL de la CORRIENTE CAUSA POPULAR

Luis Gargiulo (Necochea), Eduardo González (Córdoba), Julio Fernández Baraibar (Cap. Fed.), Eduardo Fossati (Cap. Fed.), Laura Rubio (Cap. Fed.), Juan Osorio (GBA), Cacho Lezcano (GBA), Marta Gorsky (Gral. Roca), Ismael Daona (Tucumán), Alberto Silvestri (Esquina), Magdalena García Hernando (Cap. Fed.), Marcelo Faure (La Paz ER), Tuti Pereira (Santiago del Estero), Ricardo Franchini (Córdoba), Liliana Chourrout (GBA), Oscar Alvarado (Azul); Ricardo Vallejos (Cap. Fed.), Alfredo Cafferata (Mendoza), Juan Luis Gardes (Cipoletti), Omar Staltari (Bahía Blanca), Gabriel Claverí (Cnel. Dorrego), Rodolfo Pioli (Jujuy) y Horacio Cesarini (GBA).



Ateneo Arturo Jauretche – Jujuy

Corriente Causa Popular – Mesa Nacional

En la senda de Manuel Ugarte, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Juan Domingo Perón



19 de junio de 2012

Hacia una nueva suma de los factores reales de poder

Sobre la reforma constitucional



El fundador del partido socialista alemán, Ferdinando Lasalle, pronunció en 1862 una famosa conferencia conocida bajo el nombre “Qué es una Constitución”. Decía Lasalle: “He aquí pues, señores, lo que es en esencia la Constitución de un país: la suma de los factores reales de poder que rigen en ese país”. Con esto, se oponía a cierto idealismo constitucionalista, que creía (y cree) suficiente dejar impreso en el texto de la Carta Magna los derechos por los cuales luchaba para convertirlos en efectivos. Lasalle sostenía con esto que ninguno de esos derechos allí promulgados iba a ser eficazmente ejercido si no existía, previamente, una modificación sustancial de las condiciones reales de poder.
En su conferencia propone a sus oyente la hipótesis de que se quemase por completo el Archivo del reino de Prusia y se destruyesen la Constitución y todas las leyes del país. Ante esa supuesta inexistencia de leyes ¿alguien podía, entonces, declarar la República? Y respondía Lasalle. “El rey les diría, lisa y llanamente: Podrán estar destruidas las leyes, pero la realidad es que el Ejército me obedece, que obedece mis órdenes; la realidad es que los comandantes de los arsenales y los cuarteles sacan a la calle los cañones cuando yo lo mando, y apoyado en este poder efectivo, en los cañones y las bayonetas, no toleraré que me asignéis más posición ni otras prerrogativas que las que yo quiera. Como ven ustedes, señores, un rey a quien obedecen el Ejército y los cañones ... es un fragmento de Constitución”. Y enumera la conducta en tal caso de los distintos actores sociales: la nobleza, la gran burguesía, los banqueros, la conciencia colectiva y la cultura general, la pequeña burguesía e, incluso, la clase trabajadora, sobre la que hace la siguiente pregunta: ¿Se le iba a ocurrir a alguien, entonces, retrotraer a los trabajadores a las condiciones de siervos de la gleba de la Edad Media? “No, señores, esta vez no prosperaría, aunque para sacarla adelante se aliasen el rey, la nobleza y toda la gran burguesía. Sería inútil. Pues, llegadas las cosas a ese extremo, ustedes dirían: nos dejaremos matar antes que tolerarlo. Los obreros se echarían corriendo a la calle, sin necesidad de que sus patronos les cerrasen las fábricas, la pequeña burguesía correría en masa a solidarizarse con ellos, y la resistencia de ese bloque sería invencible, pues en ciertos casos extremos y desesperados, también ustedes, señores, todos ustedes juntos, son un fragmento de Constitución”.
Estos son los factores reales de poder a los que se refiere Lasalle, quien termina su idea afirmando: “Se toman estos factores reales de poder, se extienden en una hoja de papel, se les da expresión escrita, y a partir de este momento, incorporados a un papel, ya no son simples factores reales de poder sino que se han erigido en derecho, en instituciones jurídicas, y quien atente contra ellos atenta contra la ley, y es castigado”.
Nuestras constituciones
Nuestra primera constitución, en 1819, pretendió ser impuesta a la fuerza al conjunto del país. Se trataba de una constitución unitaria, una Constitución que dejaba sin definir el sistema de gobierno, que se podía aplicar tanto a una república como a una monarquía. Los factores reales de poder, los caudillos de las provincias del interior, no la aceptan y es derogada como resultado de la batalla de Cepeda, al año siguiente. Lo mismo pasa en 1826, con la constitución rivadaviana, que es derogada poco después al querer imponer los criterios con que la burguesía porteña defendía sus privilegios sobre el interior del país, que se resistía, incluso con las armas, a esta hegemonía del puerto.
Juan Manuel de Rosas, con su política de alianzas con los caudillos del interior, logra mantener un estado de conflicto no beligerante sobre la base de que la renta del puerto no la toca nadie más que los vecinos de Buenos Aires. Es necesario el derrocamiento de Rosas por medio de una guerra civil, con intervención extranjera, para que, en 1853, se dicte esta Constitución que, de alguna manera, exceptuando un ínterin de no más de 6 años, nos ha regido desde entonces.
Hubo la necesidad de modificar por medio de la guerra las relaciones objetivas de poder para lograr imponer una Constitución que fue un acta de rendición de los vencidos en Caseros ante sus vencedores. Pero nuevamente otro factor real de poder, los beneficiarios del monopolio del puerto de Buenos Aires hacen rancho aparte, la ciudad-puerto se separa y el poder ejecutivo de la República debe trasladarse a la ciudad de Paraná.
La incorporación de la ciudad de Buenos Aires a la Confederación en 1860, bajo el gobierno de Mitre, realizada sobre la derrota nacional de Pavón, se hace a condición de que los derechos de exportación no fueran considerados como rentas nacionales, sino como rentas de la ciudad-puerto. Todo lo que pagaban los productores del país para salir por el puerto de Buenos Aires era propiedad de Buenos Aires.
Las guerras civiles, que habían empantanado al país, con sus consecuencias económicas y humanas sólo finalizan cuando, en 1880, las tropas del Ejército Nacional, acaudilladas por Julio Argentino Roca, tropas a las que los porteños llamaron cuicos (lombriz en quechua, un insulto dirigido a los mestizos e indios del Alto Perú), ocupan militarmente la ciudad de Buenos Aires y libran la batalla de los Corrales, donde mueren 3.500 personas. Sólo un hecho militar pudo terminar con el monopolio porteño sobre el puerto de Buenos Aires y nuevamente se modifica la relación de fuerzas a favor de los sectores del interior, que son expresados, en ese momento, por Roca.
La Constitución de 1949
La primera Constitución Argentina que fue el resultado de una modificación de las relaciones de poder a favor de los sectores nacionales y populares fue la Constitución de 1949. Este texto constitucional que incorporó el sistema moderno, y casi pionero en ese momento, del derecho social y de la propiedad inalienable del subsuelo, fue un producto de la poderosa movilización obrera y popular del 17 de octubre de 1945. Sin ese cambio de las relaciones de fuerza la Constitución del 49 no hubiera sido posible.
Fue necesario un golpe de estado, cuyos resultados aún perduran en la historia nacional, en 1955, para que, de manera ilegítima e ilegal, un decreto militar derogase una Constitución aprobada por una Asamblea Constitucional. Todas las reformas posteriores dependieron de un decreto militar que derogó una Constitución legítimamente aprobada que fue sepultada en el olvido y el silencio.
Frente al palacio del Congreso se construyeron, hace unos años, unas artísticas verjas de hierro forjado a las que se adornó con una breve síntesis de la historia constitucional argentina. Invito a los lectores a leer lo que allí dice. La Constitución Nacional de 1949 brilla por su ausencia. El parlamento argentino borró de dicho homenaje a la única constitución de nuestra historia que fue producto de unas relaciones de fuerza a favor de los sectores nacionales y populares.
La constitución de 1994
Desde 1976, el neoliberalismo se impuso a sangre y a fuego en el país y logró transformar radicalmente las condiciones estructurales creadas entre 1945 y 1955. Básicamente, se logró desindustrializar el país. Con ello se diezmó a la clase obrera, que era orgullo de América Latina, convirtiéndola en un ejército de desocupados que todavía no hemos podido reincorporar plenamente al trabajo asalariado.
Es de destacar, por otra parte, que la Asamblea Constituyente de 1994 no tomó como uno de sus antecedentes la Constitución del 49, pese a que la minoría de esta asamblea estaba formada por representantes del partido que había aprobado aquella constitución, el partido Justicialista.
La constitución del 94 surge entre gallos y medianoche, de una conversación personal entre el presidente Carlos Menem y el expresidente Raúl Alfonsín, y estatuye las nuevas relaciones reales de poder de la Argentina desindustrializada, desnacionalizada y endeudada. Entregó los recursos naturales del subsuelo a las provincias y con ello desarticuló al estado nacional, posibilitando las condiciones para la entrega y desguace de empresas como YPF o YCF. Mientras en 1949 se había establecido la propiedad inalienable e imprescriptible del estado sobre las riquezas del subsuelo, en 1994 se entrega a las provincias la capacidad de negociar con las grandes multinacionales extractivas. Como dijera la señora Presidenta de la Nación: sin las espaldas suficientes para enfrentar a estos enormes poderes económicos.
A su vez la creación de la llamada Ciudad Autónoma de Bs.As. implicó retrotraer al país a los días anteriores a 1880. Convirtió al gobierno de la Nación en huésped del gobierno de la ciudad, el lugar donde el gobierno nacional reside, pero no gobierna. Recuérdese que el intendente de la ciudad le prohibió a la presidenta de la Nación la realización de Tecnópólis en la Capital Federal. La solución que habían encontrado a fines del siglo XIX, en la que el gobierno nacional nombraba un jefe de gobierno, un intendente de la ciudad de Bs.As. y los vecinos de Buenos Aires elegían un Concejo Deliberante para tratar los específicos de la ciudad, no estaba del todo mal. Al darle carácter autónomo, lograron enquistar nuevamente en Buenos Aires a las fuerzas políticas más reaccionarias del país.
La suma de los factores reales de poder que rigen en la Argentina no son los mismos que en 1994. Desde el año 2003 han cambiado las relaciones de fuerza entre los distintos sectores sociales. La deuda externa dejó de ser el cáncer que debilitaba nuestro sistema productivo. La desocupación ya no es el estado endémico en que vivió gran parte de nuestra población durante los gobiernos neoliberales. El poder del imperialismo dentro de nuestras fronteras no es el mismo que en los '90. La nacionalización de empresas estratégicas, como Aerolíneas Argentinas e YPF y la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central han fortalecido el poder nacional sobre nuestra economía. El derecho laboral ha vuelto a funcionar del modo en que fue pensado. La ampliación de derechos civiles y sociales ha dejado de ser un mero consejo constitucional para convertirse en políticas de Estado. El Mercosur, la Unasur, la CELAC y la propia política latinoamericana no es sólo un aspecto de la política internacional. Es política nacional ampliada.
Es necesario cristalizar en una constitución esta nueva suma de factores reales. Siguiendo al mismo Lasalle podemos afirmar: “Allí donde la Constitución escrita no corresponde a la real, estalla inevitablemente un conflicto que no hay manera de eludir y en el que a la larga, tarde o temprano, la Constitución escrita, la hoja de papel, tiene necesariamente que sucumbir ante el empuje de la Constitución real, de las verdaderas fuerzas vigentes en el país”.
Podemos agregar que, además, consolida lo que se ha obtenido y estatuye un nuevo piso, más alto, que dificulte o impida las restauraciones cíclicas que ha sufrido nuestra historia política. Si ello implica ampliar las posibilidades de reelección presidencial es, también, una buena posibilidad para discutirlo.
Buenos Aires, 19 de junio de 2012


9 de junio de 2012

A 50 años de la fundación del PSIN

A 50 años de la fundación del PSIN

El compañero Luis Alberto Rodríguez ha hecho circular el siguiente artículo, seguido de la proclama con la cual se dio a conocer la primera organización política de la Izquierda Nacional, hace 50 años. La trascendencia que en la política argentina han tenido las ideas ahí planteadas me convencen de la necesidad de dar a conocer este aporte. Asimismo significa un homenaje a todos aquellos compañeros reunidos en esa oportunidad, muchos de los cuales quedaron en el camino y otros continúan en la lucha por la liberación del pueblo argentino y la unidad de América Latina.

 Luis M. Cabral, Blas Alberti, Luis Alberto Rodríguez, Jorge Abelardo Ramos, Fernando Carpio, Jorge Enea Spilimbergo, Alberto Converti, entrando a la Casa Rosada en 1974

JFB

EL PARTIDO DE LA IZQUIERDA NACIONAL

Luis Alberto Rodríguez

No fueron mil, ni cien, sino algo más de una treintena de compañeros en todo el país, algunos de los cuales nos reunimos y fundamos en 1962 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN).1 Ese encuentro ocurrió en Buenos Aires, los días 15 y 16 de Junio, en la parte del frente de una casona de bajos, que alquilamos en la calle Soler 3847 del viejo barrio de Palermo.
La circunstancia política de entonces estaba dada por la crisis, tanto de la sociedad argentina como la de los exangües partidos tradicionales, en los que se encontraba la izquierda portuaria, desvinculada del proceso histórico de las masas argentinas.
La concreción en una organización militante de la corriente ideológica conocida como Izquierda Nacional, tuvo en Jorge Abelardo Ramos a su inspirador y nervio. Este pertenecía al grupo originario constituido por Aurelio Narvaja, Adolfo Perelman y Enrique Rivera (sin que ello signifique olvidarnos de otros destacados compañeros), grupo que había sentado las bases de dicho pensamiento. Sin duda que a Abelardo le cabía lo que Castelnuovo dijera sobre Víctor Serge: “No pensaba para seguir pensando y hacer un oficio del pensar. Pensaba para poner en práctica su pensamiento”.2
Esos forjadores dejaron una huella profunda porque no fueron hombres de nadie, sino leales a una causa. A este respecto es pertinente recordar la confesión hecha por Perón al periodista Esteban Peicovich: “Me pregunta usted qué epitafio desearía para mi tumba, me gustaría que dijera únicamente: “Aquí yace un hombre que vivió y cumplió una causa… Y esa gran causa fue la que me hizo grande”.3
El núcleo duro que acompañaba al Colorado lo constituía el tándem conformado por Jorge Enea Spilimbergo y el metalúrgico Manuel Fernando Carpio. En tanto que la plataforma operativa para el mencionado encuentro era la “Librería del Mar Dulce”, donde también funcionaba la “Editorial Coyoacán”. En dicho lugar, salpicado por la simpatía de la querible Faby Carvallo, se lo solía ubicar a Ramos, motivo por el cual era un caedero de amigos y desconocidos. Ello sucedía por la vorágine de los acontecimientos políticos del país y también por la característica de la personalidad de aquel, que lo llevaba a relacionarse con infinidad de seres, pero fundamentalmente con personajes poseedores de aristas singulares, los que marcaban con su sello el paso de su tiempo histórico.
Allí conocí y traté, entre otros, a Arturo Jauretche, los mencionados Carpio y Spilimbergo, Ricardo Carpani, el Tucho Methol Ferré, Fermín Chávez, José María Rosa, Luis Alberto Murray, Enrique Oliva (François Lepot), Pajarito García Lupo, Enrique Pavón Pereyra, Ángel Pérelman, Alfredo Terzaga, Carlos Díaz y Alberto Converti (estos cuatro últimos ya venían de la Izquierda Nacional).
En los albores de los ‘60 -rebotando aún los desgraciados ecos del golpe de Estado contra el gobierno peronista-, la cultura y la revolución iban del brazo, causa por la cual los siguientes acontecimientos atrajeron la atención de amplios sectores de argentinos: los libros Los Profetas del Odio, de Arturo Jauretche, y Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, del Colorado Ramos; la novela Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sábato; la exposición pública del Grupo Espartaco (orientado por el pintor Ricardo Carpani) y la música de Astor Piazzolla, con su emblemático Adiós Nonino.
Pero, ¿de dónde provenían la mayoría de aquellos delegados que le dieron vida al PSIN, esos que se reunieron ante un gran mural realizado por Carpani y cuya figura central era un magnífico centauro gaucho? Ellos constituían una muy pequeña representación de lo que, con posterioridad, se conocerá como la “nacionalización de la clase media”. Esos jóvenes militantes, que conformaban dos grupos, venían de una gran decepción, tan grande como la ilusión que los había llevado a la acción política.
El núcleo más importante provenía del “socialismo de vanguardia” -sector que era un desgajamiento de las múltiples escisiones sufridas por el esclerosado tronco del Partido Socialista-, que influenciado por la incomprensión hacia el peronismo y por la triunfante revolución cubana, terminará quedando a medio camino en el entendimiento de la cuestión nacional.
El otro grupo estaba integrado por universitarios derivados de la frustrante experiencia frondizista. A partir de 1957, el Dr. Frondizi había concitado el apoyo de importantes estamentos de la clase media al hacer eje en una salida política nacional y en una economía al servicio del país, con democracia y sin proscripciones. Toda la actividad política estaba a flor de piel, en un vertiginoso y confuso conglomerado de causas y efectos. Es por eso que, en búsqueda de orientación, muchos de nosotros empezamos a seguir los análisis y posiciones políticas que Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz explicitaban desde la revista Que, de gran influencia en aquellos tiempos.
La labor desarrollada por Don Arturo y Scalabrini no solo dio contenido a la batalla electoral que se avecinaba, sino que, por la continuidad de la prédica, llegaron a constituirse en los auténticos “formadores de la conciencia nacional en la Argentina contemporánea”.
Como es sabido, el proceso frondizista desembocó en la traición al acuerdo con Perón, la sumisión al imperialismo, la burla al estudiantado al implantarse la enseñanza libre, el despojo al triunfo electoral del peronismo, la entrega del petróleo y el comienzo del desguace ferroviario. Así, en marzo de 1960, frente a las sucesivas huelgas obreras y protestas estudiantiles, se declaraba al país en “estado de conmoción interna”. Ello posibilitó la detención de cientos de activistas estudiantiles y sindicales -entre los que se encontraban Andrés Framini y José Rucci- y la intervención a varios gremios. Como era previsible, en 1962, Frondizi terminará siendo derrocado por el mismo ejército del general Aramburu.
Volviendo a ese año y al PSIN, digamos que no había nada más, salvo lo más importante: la esperanza y la militancia para luchar por las banderas históricas del movimiento nacional en la perspectiva revolucionaria del socialismo criollo.
A la finalización de los debates de aquel encuentro, se eligió la primera Mesa Ejecutiva Nacional del nuevo partido, la que quedó integrada por Fernando Carpio, como Secretario General, Abelardo Ramos, Jorge E. Spilimbergo, Luis A. Rodríguez, Osvaldo Soraires, Isidro L. Zanelli, Juan C. Medina y Augusto Despréz. También fue elegido el Comité Ejecutivo, siendo su Secretario General el mismo Carpio, y como Vocales Carlos Díaz y Jaime Zapata (del Chaco), Oscar Aramburu y Luis A. Gargiulo (de Necochea), Rubén Bortnik (de Bahía Blanca), Ramos, Spilimbergo, Rodríguez, Soraires, Medina, Zanelli, Despréz, Ángel Perelman (obrero metalúrgico, uno de los fundadores de la U.O.M. y autor de “Como hicimos el 17 de Octubre”), y Alberto Belloni (dirigente obrero de A.T.E. y autor “Del anarquismo al peronismo” y de “Peronismo y Socialismo Nacional”).
Una segunda oleada –un poco más extensa que la anterior- se hizo presente apenas el Partido comenzó a entreverarse en la política nacional: Alberto Guerberof, Rodolfo Balmaceda, Jorge Raventos, Jorge Beinstein, Juan Barat y Leopoldo Markus, en Buenos Aires; Silvio Mondazzi, Roberto Ferrero y Roberto Reyna, en Córdoba; Hipólito Bolcato, Juan A. Geobergia, Pericles Dentesano y Mario Lacava, en Santa Fe; Mario Bernich, Osvaldo Pérez y Clarise Pasmanter, en Chaco; Bailón Gerez, Raúl Dargoltz y Carlos Zurita, en Santiago del Estero; Adolfo Marengo y Marcelo Palero, en Mendoza; Gregorio Caro Figueroa y Ana María Giacosa, en Salta; Simón Gómez en Catamarca.
Así, de a poco y con mucho sacrificio, aquel partido fue tomando encarnadura y abarcando con su influencia política y organización a casi todo el país. Años más tarde, en 1971, se transformará en el Frente de Izquierda Popular (FIP), y en 1987, en el Frente Patriótico de Liberación (MPL). Vaya, entonces, en este aniversario del PSIN, nuestro recuerdo fraterno para los miles de abnegados compañeros que hicieron -y los que aún siguen haciendo- camino al andar. Y vaya también nuestro homenaje a quienes ya no están físicamente entre nosotros, pero perduran en nuestro recuerdo por la persistencia de sus esfuerzos y sus ideales.
Como escribiera Van Gogh: “Los molinos ya no están, pero el viento sigue todavía”.
Buenos Aires, Junio de 2012.-

A P É N D I C E
LA IZQUIERDA NACIONAL YA TIENE SU PARTIDO


Trabajadores y Ciudadanos:

DELEGADOS de todo el país, en junio de este año, han fundado el Partido Socialista de la Izquierda Nacional. Sus cuadros se integran con hombres provenientes del llamado "socialismo de vanguardia" (Secretaría Tieffenberg), con militantes del Partido Socialista de la Revolución Nacional (disuelto por la Revolución Libertadora) y con numerosos núcleos obreros y estudiantiles independientes embanderados en el programa de la Izquierda Nacional.
Jóvenes revolucionarios sin compromisos con el pasado, y militantes más experimentados del socialismo revolucionario, se han unido para echar las bases de un movimiento político, independiente del imperialismo, de la burguesía nacional y de la burocracia soviética. En todo el país, los sostenedores de estas ideas eran conocidos como partidarios de la Izquierda Nacional. Era hasta hoy un movimiento puramente ideológico; se ha transformado en partido político precisamente en el momento que los partidos clásicos de la oligarquía, de la clase media y de las "izquierdas cipayas" atraviesan su crisis más profunda. Los partidos tradicionales de izquierda y de derecha expresan en sus convulsiones la decadencia general de la vieja sociedad Argentina.
El Partido Socialista de la Izquierda Nacional aspira a poner orden en este caos y a trazar las líneas de una política proletaria independiente en la Revolución Nacional. Si la oligarquía demuestra su total impotencia para resolver los problemas argentinos, y si la burguesía ya ha hecho su prueba, el proletariado aún no ha dicho su última palabra.

¿Qué es la Izquierda Nacional?

Pero antes de examinar las clases y los partidos de la Argentina, corresponde decir quiénes somos y que títulos podemos exhibir ante los trabajadores para justificar nuestra existencia.
Todos los obreros recordarán que antes del 17 de octubre de 1945 el país estaba dividido entre los partidarios del ingreso argentino en la guerra imperialista mundial y aquellos que se oponían a la infame matanza.
La cipayería acusaba de "nazis" a los neutralistas de la pequeña burguesía y a los marxistas revolucionarios que condenaban la guerra. Entre estos últimos estábamos nosotros, desde 1939.
Los mismos cipayos de esos años -radicales, conservadores, socialistas y comunistas- serán los que formaron luego la Unión Democrática contra el peronismo. Y cuando en 1945 las masas populares imprimieron un nuevo rumbo a los destinos del país, los socialistas revolucionarios, un puñado tan solo, estuvieron junto al pueblo y recibieron con el pueblo el mote de "nazi-peronistas". En 1945 también nosotros éramos "nazi-peronistas", únicamente porque, sin ser peronistas, apoyábamos la lucha contra el imperialismo y las grandes realizaciones del gobierno de Perón. Las condiciones políticas de la pequeña burguesía, polarizada en el antiperonismo mas ciego, y de la clase obrera, polarizada en el peronismo como su primera etapa de lucha política, impidieron que la ideología socialista revolucionaria cristalizase en partido.
Hubo una tentativa, suprimida por los gorilas de la revolución libertadora, que fue el Partido Socialista de la Revolución Nacional. Precisamente en ese agrupamiento, con la edición del periódico "Lucha Obrera", aparecido al caer Perón, centenares de miles de trabajadores aprendieron que podía haber en el país un socialismo realmente argentino y revolucionario, aliado al peronismo, capaz de señalar el camino en las horas más difíciles y dolorosas del país.
Es en ese momento, en abril de 1955, que lanzamos la idea de la Izquierda Nacional, como contrafigura de la izquierda cipaya tradicional, y cuyo contenido no podía ser sino socialista. En una resolución política del 14 de abril de 1955, formulamos en estos términos la consigna: "Por una nueva Izquierda Nacional y Latinoamericana! Por un poderoso partido de la clase trabajadora! Por la lucha irreconciliable contra el imperialismo y sus aliados nativos!". La reacción oligárquica de ese momento nos excluyó de la acción
política por muchos años, y desde entonces libramos la batalla en el frente ideológico para educar a la nueva generación en los principios de la política proletaria, del método marxista en la cuestión nacional y de un movimiento socialista que fuese capaz de interpretar al país tal cual es.
Precisamente cuando el Socialismo de la Revolución Nacional era disuelto por los gorilas, Alfredo Palacios era nombrado embajador libertador en el Uruguay, Américo Ghioldi aullaba que se había "acabado la leche de la clemencia", Tieffemberg condenaba a la "barbarie peronista" postulándose a los libertadores para una cátedra en la Facultad de Derecho, y Codovila asaltaba los sindicatos peronistas con la ayuda de la policía. Estos simples hechos, conocidos por todo el mundo, permiten comprender el panorama de la izquierda cipaya en 1955, y también la posición invariable de la izquierda nacional revolucionaria.
Pero la nueva generación socialista no ha podido ser confundida. La inmensa mayoría de las juventudes del "socialismo de vanguardia" ha roto sus vínculos con ese grupo bajo la enseña de la Izquierda Nacional. Jóvenes y veteranos estamos juntos hoy para acometer una gran empresa, digna de los tiempos borrascosos que vivimos. El Partido Socialista de la Izquierda Nacional es el instrumento militante para realizarla. Ese es nuestro pasado. Podemos mirar hacia atrás porque estamos orgullosos del él. Sin jactancia desafiamos a las izquierdas cipayas a que hagan lo mismo, si pueden.Del yrigoyenismo al peronismo

Don Hipólito Irigoyen encabezó un gran movimiento nacional en la época que el proletariado estaba en formación. Fue la primera tentativa en el siglo XX para restringir la influencia política y económica de la oligarquía agropecuaria. Las clases que lo componían, la inmadurez del país, su inconsecuencia, determinaron la frustración de su lucha. El saldo de sus dos gobiernos puede resumirse en los lineamientos de una política nacional burguesa progresiva que no logró verificarse sino en el papel. El factor fundamental que abre nuevas perspectivas para el desarrollo de la revolución nacional es el proceso de industrialización abierto con la primera guerra mundial, con la crisis de 1929 y con la segunda hecatombe imperialista de 1939.
A partir de 1930 aparece un nuevo proletariado, que ya no procedía, como a principios de siglo, de la inmigración, sino del crecimiento vegetativo del interior y de la crisis agraria que empuja a los peones a las ciudades industriales en crecimiento. Esos cuadros de obreros criollos irrumpieron en la ciudad cosmopolita de Buenos Aires y transformaron su composición nacional y su destino político. La nueva clase obrera así formada saldrá a la calle el 17 de Octubre y hará sus primeras armas sindicales y políticas con el peronismo. El movimiento nacional iniciado por Irigoyen trasladará su eje a partir de 1945 y el elemento predominante en el peronismo será la clase trabajadora. El radicalismo será desde entonces un movimiento mixto, de clase media, de burguesía nacional, de agentes de la burguesía comercial, cipayos y nacionales reunidos.
La aparición del peronismo es inexplicable sin la formación del frente de clases que lo constituyó. Ese Frente Nacional estaba formado nos solo por los trabajadores, sino particularmente por el Ejército, por sectores de la burguesía nacional, por la Iglesia, por sectores de la clase media urbana y rural y por la burocracia del estado. El verdadero espíritu revolucionario de ese Frente Nacional estaba refugiado en las masas obreras. En el Ejército existía un sentido nacional muy acentuado, aunque limitado por el temor a la clase trabajadora.
En cuanto la burguesía nacional, solo la presencia de Perón, como regulador y arbitro supremo del movimiento, contenía el odio de clase hacia los obreros. Para la burguesía nacional, el movimiento peronista debía estar al servicio de su lucro, y practicar un antiimperialismo estatal sin sindicatos y sin ideología, sin porvenir y sin grandeza. Los elementos burgueses y burocráticos de ese Frente no pudieron impedir que Perón imprimiese a su movimiento un amplio carácter popular, que es la garantía verdadera de su fuerza; pero lograron suprimir de él todo vestigio de ideología revolucionaria.
Diese así la paradoja de que un movimiento nacional apoyado por las masas obreras tuviese una expresión ideológica reaccionaria, proporcionada por los elementos nacionalistas de derecha, mientras que, por el contrario, los sectores de la izquierda cipaya antiperonista, ostentasen fórmulas ideológicas democráticas y "avanzadas", para ocultar el contenido ultrarreaccionario de su prédica. A través de esta contradicción de hierro- que alejó del peronismo a grandes sectores de la juventud pequeño burguesa- transcurrieron diez años de régimen peronista. Instintivamente, las masas populares rechazaban el partido peronista, prefiriendo apoyar directamente a Perón, pues sospechaban que los elementos reaccionarios de la burocracia y de la burguesía estaban más cerca de la contrarrevolución que de la revolución.
La lucha contra el imperialismo, por otra parte, no suprime la contradicción de clases dentro del Frente Nacional; por el contrario, la acentúa y permite medir la consecuencia, la resolución y el espíritu revolucionario de cada una de ellas frente al enemigo del país. De ahí la importancia decisiva que en la revolución nacional actúe un partido obrero independiente, formado por los elementos más decididos y esclarecidos de la clase trabajadora, capaces de impulsar la revolución hacia delante y de condenar todas las vacilaciones e inconsecuencias de las otras clases del Frente Nacional.
Ahogar esta tentativa en nombre de la "unidad nacional" solo puede servir a los intereses de la burguesía, capaz de llegar a cualquier acuerdo con las potencias mundiales (Kennedy, Mac Millan o... Kruschev) antes de permitir que la clase obrera se convierta en el sector conductor y en el cerebro dirigente de la Revolución. Virajes a derecha o a izquierda de este género ya los hemos visto, y los volveremos a ver, pero a no hacerse ilusiones. Solo un partido revolucionario con raíces profundas en el país será el mejor correctivo para estas maniobras circunstanciales de la burguesía, destinadas a mantener su control sobre la clase obrera y el movimiento nacional.
Perón intentó realizar las tareas de industrialización requeridas por el país con la ayuda del ejército y la clase obrera, sus dos fuerzas fundamentales. Pero los elementos burgueses y conservadores de su movimiento impidieron esa industrialización alcanzase su necesario vuelo. Esto solo podía lograrse económica y políticamente, con la expropiación de la oligarquía terrateniente, de la burguesía comercial, de los frigoríficos y de otras inversiones extranjeras que ahogan al país. Al dejar en pie esos pilares de la reacción, Perón fue derribado en 1955.
La oligarquía, que había sido políticamente expropiada, pero a la que restaba intacta toda su base económica, reconstituyo sus fuerzas y siete años después de la caída de Perón, continua en la plenitud de su poderío.
El triunfo electoral de Frondizi reflejo la debilidad fundamental del país en 1958. Aniquilados los sectores del ejército que habían sostenido el régimen peronista, replegada la clase obrera a sus reductos sindicales, desmantelados los sistemas defensivos de la economía nacional creados por el peronismo, Frondizi subió al poder condicionado por tales limitaciones. Representante de la pequeña burguesía democrática y de los nuevos sectores de la burguesía industrial creados bajo el régimen peronista, toda su política consistió en evitar un enfrentamiento con el imperialismo; por el contrario, y demostrando que la pequeña burguesía posee un alto respeto por la gran burguesía, intentó "persuadir" a los Estados Unidos que la industrialización argentina era un contrafuerte ante el avance del "comunismo" hemisférico.
Su buena voluntad se demostró accediendo a todas las exigencias imperialistas: sin prensa propia, sin banca nacionalizada, sin IAPI, sin control de cambios, sin capitalismo de estado, no le quedó más remedio que comprender al fin de su ciclo que el imperialismo había aprovechado esas concesiones para reintroducirse en la economía argentina sin dar nada en cambio. El frondizismo- esto es, la burguesía nacional- intentó gobernar fundado en dos clases: la oligarquía y la burguesía. El resultado está a la vista y las contradicciones hirvientes de su gobierno respondían a la quimérica tentativa de buscar la estabilidad financiera para la oligarquía y el desarrollo para la burguesía. Con lo cual no podía satisfacer plenamente ni a la una ni a la otra.
El papel desempeñado por los "planteos" militares en ese tumultuoso proceso revelaba por un lado que las fuerzas armadas habían quedado enfeudadas desde 1955 a la influencia ideológica del imperialismo y por el otro que a Frondizi y a su clase le faltó la audacia y resolución necesaria para impulsar una abierta política nacional capaz de reeducar a los cuadros de oficiales en la lucha misma. El carácter semicolonial de la Argentina quedaría suplementariamente demostrado por estos hechos, reveladores en definitiva que solo la clase obrera a permanecido fiel a las banderas de la liberación nacional y que no ha podido ser jamás confundida en medio del caos político de los últimos años.
Esta conciencia profunda de las masas populares resulta más patética a la luz de los teóricos que el frondizismo ha producido en el curso de sus cuatro años de gobierno. Frigerio es uno de ellos y en sus lastimosas tesis puede medirse toda la impotencia de nuestra burguesía nacional. Incapaz de salvarse a sí misma del abrazo estrangulador de la oligarquía, mal podría pretender salvar al país. Al idealizar el papel económico del imperialismo, la burguesía y Frigerio dicen bien a las claras que han renunciado a conducir la defensa de los intereses nacionales y aun de su propia existencia.
Mientras que la oligarquía y sus partidos sostienen la necesidad de volver a la prosperidad del Centenario y hacer emigrar a los diez millones de argentinos que la economía agropecuaria no puede alimentar, los partidos de la pequeña burguesía como el radicalismo sostienen que la salvación radica en la Alianza para el Progreso. Si no podemos industrializarnos desde adentro, busquemos la industrialización por afuera! A esto se reduce su ideología meteca.
Los elementos de la izquierda cipaya, a su vez, proponen como suprema panacea, "negociar" con la cortina de hierro. Cipayos de izquierda y derecha, olvidan todos a nuestra América Latina, la reserva del imperialismo y la base de nuestra verdadera unidad, independencia y grandeza. Ninguno de estos partidos a planteado el problema de la unidad latinoamericana, de establecer íntimas relaciones con los pueblos hermanos y de crear un comercio Inter-Latinoamericano capaz de oponer al comprador y vendedor único, un monopolio latinoamericano de productos para defender ante el imperialismo una gran patria dividida.
Esto no significa que el socialismo de la Izquierda Nacional ponga en un mismo plano al bloque socialista y al imperialismo. En el campo del socialismo, sean cuales fueran sus deformaciones burocráticas y sus errores, flamea la bandera de toda la humanidad. Pero los caminos que conducen al socialismo no han sido trazados en ninguna parte. Y menos que nadie por la burocracia soviética, especialista en estrangular revoluciones. Tan solo nosotros, y solo nosotros, determinaremos las ideas y la conducción de nuestra lucha en América Latina. Y solamente así nuestra revolución no se expondrá a ser negociada en las chancillerías por Kruschev como hizo Stalin en su tiempo con los movimientos nacionales y coloniales.
Nuestros países deben negociar con Estados Unidos, con la Unión Soviética y con todos los estados del mundo, sin ninguna clase de restricciones ni de intimidaciones. En cuanto a los escépticos que niegan la posibilidad de un
desarrollo económico sin ayudas del imperialismo y a los izquierdistas cipayos que ven solo en el comercio con la Unión Soviética en la "coexistencia pacífica" la clave de nuestro progreso, respondemos: no hay desarrollo sin revolución, y no puede haber real liberación argentina sin revolución latinoamericana.
La grandiosa revolución cubana, por el retraso del movimiento en América Latina, está confinada a una isla. Nada mejor puede pedir el imperialismo que insularizar nuestras revoluciones, que aislar a Bolivia en el altiplano o a Cuba en el Caribe. Tampoco puede inquietar a la burocracia soviética esta dramática situación. Pero a nosotros, los latinoamericanos, el destino de Cuba o Bolivia, sus avances o desfallecimientos, aluden a nuestro propio destino. Dejemos que esas revoluciones den motivo a los cipayos de izquierda a un "cubanismo" frenético, destinado a ocultar la verdadera naturaleza de nuestra propia revolución. Dejemos que los "cubanistas" sean revolucionarios en la Habana y cipayos en su propio país. No hemos de juzgar a los heroicos cubanos por sus deplorables epígonos de Buenos Aires, sino por sus propios actos, y aun por sus errores. Tenemos autoridad suficiente para hablar de ellos sin que la cipayería adicta a todas las revoluciones triunfantes pueda conmovernos.

¡Compañeros y Trabajadores!

Nos hemos lanzado a la acción política porque abrigamos la profunda convicción que la clase obrera necesita un partido de clase independiente. Estamos en el vasto escenario de la revolución nacional y pretendemos ser la autoconciencia del proletariado en esa lucha gigantesca. Un partido realmente revolucionario es "el factor consciente del inconsciente proceso histórico" pero no puede operar maravillas. Tan solo si la clase trabajadora necesita del socialismo, se hará socialista. Pero esa exigencia está en la naturaleza misma del régimen capitalista; ese régimen, sufre una agonía mortal en el mundo entero.
Las particularidades del proceso argentino han determinado, por el contrario, cierto desarrollo capitalista moderno, producido gracias a la ruina general del sistema en escala internacional. Esa es la razón por la cual el empuje de la industrialización está detenido y las primeras manifestaciones de la crisis industrial aparecen en nuestro país. Surgidos a la vida histórica como factoría inglesa exportadora la crisis del imperialismo nos permitió industrializarnos.
La expresión política de ese intento fue el ‘45 y el peronismo. Su derrocamiento fue la señal de parálisis, lo que debe llevarnos a la conclusión que no habrá para nuestro país, ni para ninguna otra semicolonia del siglo veinte otro camino para industrializarse que no sea la revolución. Dicho en otros términos estamos condenados al estancamiento a la degradación económica y a la miseria si no reconstruimos un país industrial.
Toda la cuestión se resume en la respuesta a esta pregunta: ¿Qué clase dirigirá el proceso? Nosotros creemos que lo hará el pueblo argentino, con su clase obrera al frente, verdadera personificación de toda su historia. Y contra ella estarán los eternos rivadavianos, mitristas y cipayos de 150 años de guerras civiles. Pues si los obreros son los montoneros de ayer, el socialismo revolucionario es el nuevo movimiento para las viejas tareas irresueltas que América Latina reclama.

¡Compañeros, trabajadores!. El socialismo de la Izquierda Nacional ofrece a la nueva generación una nueva bandera!

¡Hacia la segunda revolución de Octubre, hacia un Octubre definitivo e invencible!

¡Por la liberación nacional y social del pueblo argentino!

¡Por la unidad de América Latina!

¡VIVA EL SOCIALISMO REVOLUCIONARIO!


COMITÉ EJECUTIVO
PARTIDO SOCIALISTA DE LA IZQUIERDA NACIONAL

Buenos Aires, Junio de 1962.-





1 Hubo un valioso antecedente en el Partido Socialista de la Revolución Nacional, fundado en 1953 como ala izquierda del movimiento peronista. Inmediatamente de producido el derrocamiento de Perón apareció, en noviembre de 1955, el semanario Lucha Obrera dirigido por Esteban Rey. Esta publicación continuó hasta comienzos del ’56, siendo con El Líder, la última defensa de la revolución nacional.
22 Elías Castelnuovo, militante y destacado escritor anarquista, accede a prologar en 1954, a pedido de Spilimbergo, Vida y muerte de Trotsky, en donde narra sus valiosos encuentros con Serge. Ese libro fue publicado por Indoamérica, una de las tantas editoriales fundadas por Ramos.
3 Pavón Pereyra, Enrique: Los últimos días de Perón, Ediciones La Campana; Buenos Aires, 1981, p. 228.

1 de junio de 2012


Los seis primeros meses de 2012

La oligarquía se prepara para las legislativas del año que viene

En los seis primeros meses del 2012, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha sufrido una virulenta ofensiva política de las fuerzas sociales y económicas que se sintieron profundamente amenazadas por el resultado electoral del mes de octubre del año pasado.
Una mayoría del 54,11 % en primera vuelta y una diferencia de 38 puntos con el segundo candidato más votado representa, en efecto, una legitimidad y un apoyo popular capaz de poner en riesgo la hegemonía política y económica de las tradicionales minorías privilegiadas en la Argentina, esos sectores a los que la tradición política nacional y popular ha bautizado para siempre como “la oligarquía”. Y pasadas las celebraciones del Nuevo Año, esa oligarquía, a través de sus medios de comunicación, comenzó un pertinaz ataque a la presidenta, a través de atacar a cada uno de los hombres en los que Cristina se ha apoyado.
A las ya reiterativas críticas y ataques al Secretario de Comercio, Guillermo Moreno, se sumó una andanada mediático-judicial contra el vicepresidente Amado Boudou, basada en las vagas y confusas acusaciones de una mujer despechada. No ha pasado día sin que los diarios monopólicos y sus medios asociados, no publiquen todo tipo de acusaciones calumniosas contra el vicepresidente, quien, es preciso recordar, fue quien llevó adelante la nacionalización de las AFJP, devolviendo al Estado argentino el manejo de la principal fuente de ahorro nacional y terminando con un negocio en el que el propio monopolio mediático estaba envuelto.
En dos oportunidades, la última recientemente, las cuevas financieras de esa oposición minoritaria e irresponsable lanzaron una absurda especulación sobre el dólar, llevándolo a precios inicuos para inducir una devaluación, generar zozobras en una población muy sensible, por las experiencias pasadas, a la evolución de esta moneda y favorecer la inflación. La solidez macroeconómica de la Argentina desbarató la maniobra. Pero el intentó le permitió a esta oposición salvaje, escasamente representada por los partidos opositores, un conato de cacerolazo aristocrático y escuálido a lo largo de la avenida Santa Fe, en la ciudad de Buenos Aires. Ni Caballito se sumó al bochinche oligárquico.

Callao y Santa Fe, el epicentro del cacerolazo gorila. Se observan los rostros macilentos por el hambre y la misertia
La necesaria reforma impositiva en la provincia de Buenos Aires permitió también que la Mesa de Enlace -desmantelada durante los últimos meses- se pintase nuevamente la cara. Para nuestra clase terrateniente el impuesto es como la sal sobre una babosa, algo que atenta contra su misma existencia. Incapaces de una sola mejora en sus tierras y responsables de una irresponsable y empobrecedora explotación del recurso, el precio de sus propiedades aumentó geométricamente desde 2003, merced a las políticas gubernamentales. Convencidos que su holgazanería constituye un monumento al trabajo nacional, estos grupos minoritarios, ausentistas, residentes en su gran mayoría en la Capital Federal y su zona norte, y grandes acumuladores de dólares que por todos los medios intentan sacar del país, son el núcleo duro de la oposición al gobierno. Su odio, entrevisto en algunos reportajes televisivos o en algunas notas de La Nación, solo puede ser comparado al que manifestaron contra Perón y el peronismo en el siglo pasado, que terminó en los criminales golpes de Estado de 1955 y 1976.
Este lock out con el que pretenden seguir evadiendo sus impuestos ha carecido de los apoyos que tuvo el del 2008. Es que, justamente, el 54,11 % de los votos hace tan solo ocho meses es, todavía, una base política muy sólida. Y ese sustento popular ha sido fortalecido por el gobierno de Cristina con algunas medidas que han sido decisivas. La renacionalización de YPF ha sido entendida por el conjunto del país real y profundo como una ratificación del rumbo que se decidió tomar en 2003 y como una prueba de la contundencia del gobierno para enfrentar las grandes encrucijadas. Hoy no acompañan a los holgazanes agrarios los distintos sectores medios que en el 2008 se sintieron seducidos por sus camperas de gamuza y sus 4x4.
Todos estos ataques tienen una sola finalidad. Incapacitados como están los partidos opositores para unificar su enfrentamiento con el gobierno, el núcleo duro oligárquico y la corporación mediática intentan debilitar a Cristina y a los posibles candidatos del gobierno para las elecciones legislativas del año que viene. La presidenta debe evitar el cimbronazo del 2009 y, por el contrario, debe buscar un resonante triunfo que le permita una mayoría parlamentaria capaz de aprobar una convocatoria a una constituyente que reforme la carta magna. Y la cláusula de la reelección no es el tema excluyente, ni siquiera el principal. Lo sustancial para la consolidación del proyecto de país que se viene desarrollando desde 2003 es la derogación de los peores y más concesivos artículos de la constitución aprobada en 1994 con el contubernio de Alfonsín y Menem. Su sanción correspondió a la cristalización del proyecto neoliberal, del encuadramiento al Consenso de Washington, del desguace del Estado Nacional, del desmantelamiento de la soberanía nacional sobre nuestros recursos naturales, a la vez que creó la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la que el gobierno nacional ha vuelto a ser huésped de un poder enemigo.
Revisar estos cimientos constitucionales a la luz de la nueva Argentina que emergió de los incendios de diciembre de 2001 es una de las tareas que permitirán evitar o dificultar los retrocesos, consolidar lo alcanzado y profundizar sus alcances.
Los enemigos de esta Argentina le temen al 2013 y toda su actividad apunta a aquella fecha. Cristina sabe y demuestra que gobernando con mano firme garantiza la continuidad de su proyecto nacional y popular.
Buenos Aires, 1° de junio de 2012