18 de diciembre de 2015

No es una grieta, son dos proyectos radicalmente enfrentados


Durante la campaña electoral del balotaje subí a las redes un posteo que sostenía:

“Argentina, contrariamente a Chile, tiene dos grandes partidos. Uno, el nuestro, caótico, irreverente, despelotado y vital, quiere construir un país soberano, industrial, con altos salarios y alto nivel de empleo, proyectado a la integración latinoamericana, a la paz mundial con justicia y en la defensa de los pueblos perifericos.

El otro quiere un país agroexportador, de industrialización reducida, en el mejor de los casos, a agregar valor a la producción agraria, con una población mayoritariamente sujeta a los vaivenes de la exportación, una minoría dolarizada y una delegación de nuestra política internacional en los EE.UU.

Estos dos partidos son antagónicos, no son competitivos. O existe uno o existe el otro. De ahí que resulte impensable la alternancia en el poder, que para el país agroexportador es el sancto santorum republicano, siempre y cuando el alternador no quiebre sus presupuestos.

Nuestra única herramienta para llevar a cabo nuestro programa histórico es el poder del estado nacional e imponer democráticamente las transformaciones necesarias sobre el partido y las clases sociales de la dependencia agroexportadora y la sujección al imperialismo.

Este partido y estas clases sociales saben como nosotros, aunque lo disfracen, que los dos países son incompatibles y su tarea desde el poder del estado es igual, en cierto sentido, a la nuestra: destruirnos en todos los campos: politico, social y económico.

De ahí que especular con el paso a la oposición al estilo chileno, donde después de Piñera volvió Bachelet es suicida. En Chile, ambos partidos comparten el mismo proyecto y sus diferencias son de matices secundarios. Ninguno de los dos brega por un país soberano e industrializado, con un movimiento obrero organizado y bien pago, integrado al bloque continental. Por eso es en Chile la alternancia una característica distintiva: solo discuten si la educación publica debe ser gratuita o no. No está en discusión la renta minera y agraria para industrializar Chile autárquicamente.

Eso en Argentina es literalmente imposible. Y esa es nuestra gigantesca fortaleza”.

A ocho días de la asunción del nuevo presidente esta afirmación ha quedado evidenciada.

Las medidas tomadas por el equipo de predadores que se ha hecho cargo del poder político en la Argentina han destruido, en cuestión de horas, lo que duramente, con esfuerzo gigantescos de parte de los sectores más humildes de nuestro pueblo, con errores, correcciones y con una permanente presión de todo tipo sobre nuestro gobierno, logramos construir durante estos últimos doce años.

Una brutal devaluación expropió un 40 % la capacidad adquisitiva de los salarios y como ha sostenido el Wall Street Journal, “… recortó decenas de miles de millones de dólares del Producto Bruto Interno argentino”. (…) Eso hace que Argentina se vea peor no sólo que el vecino y tradicionalmente más pobre Brasil, sino también que Gabón, México y Turquía, según datos del Banco Mundial. Y el pueblo de la Argentina es ahora una cuarta parte más pobre que el de la ex república soviética de Kazajstán (http://blogs.wsj.com/moneybeat/2015/12/17/a-crying-shame-about-argentina/). 

Mientras las grandes empresas extranjeras podrán comprar los dólares necesarios para girar utilidades a sus casas centrales, los tontos que reclamaban por el levantamiento del llamado “cepo”, deberán regirse por normas más o menos similares a las que regían durante el gobierno de CFK.
El levantamiento de las retenciones, a su vez, disparará los precios internos de los alimentos que deberán establecerse por el precio internacional de las commodities,mientras una gigantesca masa de divisas quedará en manos de las grandes cerealeras y pools de siembra para realimentar el circuito timbero o la fuga de capitales.

La derogación de los DJAI, que controlaba las importaciones impidiendo la invasión de mercaderías extranjeras producidas a bajo costo, liquidará en tiempo perentorio la recuperación de nuestras industrias que, una a una, irán cerrando sus puertas, con la secuela de desocupación que ya vivimos los argentinos durante la dictadura militar y, posteriormente, con Menem y de la Rúa.

Nuestra economía volverá a endeudarse, y si aún no lo ha hecho se debe, fundamentalmente, a la crisis global del sistema financiero internacional. El levantamiento por parte del Banco Central de todas las medidas tendientes a evitar el aterrizaje predador de capitales golondrinas, más la necesaria alza de las tasas de interés a efectos de evitar una corrida hacia los dólares, nos dejará nuevamente inermes ante el capital financiero que se hará su agosto en el tipo de inversiones especulativas de corto plazo que arruinaron el país durante los '90.

Como se ve, la simple enumeración de las consecuencias en curso de las primeras medidas de gobierno dejan en claro que no se trata de un partido, o grupo de partidos, que tienen un punto de vista diferente en temas importantes pero no estructurales, como podrían ser las diferencias entre el partido Republicano y el partido Demócrata en los EE.UU.,en relación al sistema público de salud, para dar un ejemplo.

En estos 12 años el gobierno, con amplia base popular (54 %, sin balotaje), fortaleció la economía nacional, la blindó en todo lo posible contra las consecuencias de la crisis mundial -evitando que las mismas recayeran en los sectores de ingresos fijos-, robusteció nuestro siempre incompleto proceso de industrialización, fortaleció el mercado interno, favoreció el consumo popular y llevó adelante una obra de infraestructura de una magnitud solo comparable a la del período del primer peronismo, en los '50 del siglo pasado. Llevó adelante una firme lucha contra el saqueo de los fondos buitres -que hoy han vuelto a llamarse “holdouts”- llevando el tema al ámbito de las Naciones Unidas y sentando las bases para una doctrina internacional sobre esta plaga.

Como se ve, las diferencias no son tan solo entre un partido que favorece más a los ricos y otro que favorece más a los pobres. Imaginemos que hubiera un partido que sostiene el establecimiento de la esclavitud y la economía de plantación y otro que sostiene su abolición para poder desarrollar lamano de obra libre necesaria para un proceso industrial. Sería imposible pensar que esos partidos podrían alternar en el gobierno y que cada cuatro u ocho años se estableciese la esclavitud, para, en el siguiente recambio, abolirla.

Exactamente eso es lo que ocurre en la Argentina desde 1945. El período más largo en el que hemos podido gobernar ha sido este. Nunca pudimos, hasta ahora, superar los 12 años, si, un poco arbitrariamente, no incluimos el período que va de 1943 a 1945. Y como estamos viendo, no nos reemplaza un gobierno que intenta desde una perspectiva más conservadora, o más empresarial, o más dialoguista, o más, inclusive, pronorteamericana, corregir los errores, desvíos, incorrecciones y desajustes que se pudieron cometer. No. Nos reemplaza un gobierno que pretende restaurar la esclavitud, es decir, destruir toda la estructura defensiva, de carácter capitalista, autónoma y sobre la base del mercado interno y la integración latinoamericana, considerada como una potencial ampliación del mercado interno. Nos reemplaza un gobierno cuyo objetivo es no dejar rastro alguno de estos doce años en la estructura del estado y, de ser posible, en la memoria de nuestro pueblo.

Como decíamos en aquel breve posteo: “Estos dos partidos son antagónicos, no son competitivos. O existe uno o existe el otro”. No es una grieta fundada en la intolerancia, la obstinación o la soberbia. Son dos proyectos radicalmente enfrentados de país.

Ahora nos toca luchar por reconquistar el poder político del Estado. Cuando lo hagamos deberemos tener en cuenta que es imperioso para nuestra sobrevivencia como comunidad humana destruir toda posibilidad de restauración de ese otro proyecto. En la historia, como en el arte, “para que lo nuevo tenga su espacio, lo viejo debe perecer”.


Buenos Aires, 18 de diciembre de 2015

10 de noviembre de 2015

El mensaje de Francisco, entre el triunfo y la derrota

Hace dos semanas escribí en mi blog:
“Una derrota en estas elecciones (…) también amenazaría, y esto no es ninguna exageración, la notable y solitaria campaña en contra de la globalización dictada por el capital financiero y la destrucción del medio ambiente para la vida humana en el planeta, llevada adelante por nuestro compatriota, el Papa Francisco. La historia ha hecho que nuestro país y nuestro continente sean la retaguardia y la base territorial de su prédica a favor del mundo periférico y los más pobres y desheredados de todos los pueblos. Un triunfo en su país de nacimiento de las políticas que Francisco combate a escala global va a debilitar, de una u otra manera, su inclaudicable prédica”.
Quiero ampliar un poco esta idea que puede parecer desatinada, irrespetuosa o, simplemente, propagandística.
Desde su llegada al papado, nuestro compatriota Jorge Bergoglio ha iniciado una prédica social y política que cuestiona frontal y radicalmente el capitalismo globalizado bajo la hegemonía del capital financiero y las consecuencias económicas, sociales, culturales y espirituales que ello ha tenido sobre los millones de hombres y mujeres, tanto del mundo central como del mundo periférico. Le ha dedicado a ello una carta apostólica (Evangelii Gaudium) y una encíclica (Laudato Si).
Así, en Evangelii Gaudium afirma:
“54. En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del ‘derrame’, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia”.
Pero no solo eso. En todos sus viajes, y sobre todo, en sus viajes a nuestro continente latinoamericano, Francisco ha insistido con palabras enérgicas sobre la injusticia, la exclusión, el empobrecimiento material y ético y ha llamado a los pueblos a rebelarse contra ese inhumano sistema, proponiendo un cambio de sistema. Así en Santa Cruz de la Sierra, en el Encuentro con los Movimientos Populares, sostuvo enfáticamente:
Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» ¿De acuerdo?  (trabajo, techo, tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, Cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. ¡No se achiquen!”.
¿Y en qué cambios está pensando el Papa? Lo explica en el mismo discurso:
La primera tarea es poner la economía al servicio de los Pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos NO a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la Madre Tierra”.
Un eventual triunfo de Mauricio Macri en la Argentina significa explícitamente la victoria de quienes pregonan la libertad de mercado, de quienes desprecian la vida digna de los pueblos, de quienes ponen al hombre y la naturaleza al servicio del dinero, bajo la forma idolatrada del dólar. Trabajo, Techo y Tierra para los excluídos, para los marginados, para los perífericos, no es el cambio que pregona cínicamente el candidato de Cambiemos y sus voceros, sus economistas y sus publicitarios.  En realidad, y pese a las enormes dificultades y carencias, son los gobiernos suramericanos como los de Kirchner, Cristina Fernández, Rafael Correa o Maduro quienes han logrado imponer cambios decisivos en nuestros países, reinstalando la idea de la justicia social, del amor a los más desprotegidos, de la vivienda digna, de la salud, la educación y la cultura para todos.
Y nuestro país es, en última instancia, y desde una perspectiva histórico-política, la base territorial donde esas ideas se han plasmado embrionariamente. La Argentina es el país natal de Francisco, y si bien su mensaje tiene un carácter universal, el triunfo de las ideas de la hegemonía del capital financiero, de la dictadura del mercado, de la globalización impiadosa conducida por las grandes corporaciones económicas, quita al Papa su base territorial, el lugar en el mundo donde esos principios intentan convertirse en políticas públicas, en un reordenamiento de la sociedad más justo y humano.
Detrás del candidato neoliberal conservador se ocultan también los mismos grupos e intereses, la misma moral de explotadores, que en el seno de la propia Iglesia católica y del corazón burocrático del Vaticano, ha intentado e intenta por todos los medios ahogar su prédica y su acción renovadora. No es ajeno a esto la aparición de un oscuro e hipócrita miembro del Opus Dei que, con propuestas moralizantes propias del Concilio de Trento (1550), confronta con el mensaje evangélico de amor y perdón que caracteriza la prédica papal.
Posiblemente sea una exageración motivada por el énfasis de una campaña electoral, pero si hay un candidato que expresa, en su ideario, en sus convicciones y en sus propuestas, el mensaje de Francisco, es Daniel Scioli, quien ha hecho suya la consigna de las Tres T mencionadas más arriba.
En la elección del 22 de noviembre el mensaje fresco de justicia, igualdad y latinoamericanismo que viene de Roma no puede ser pisoteado por el pueblo que parió a Francisco, que lo formó y lo puso en condiciones de ser el heredero de Pedro.

Hasta ese punto es necesario el triunfo de Daniel Scioli, a quien la historia lo ha convertido en la bisagra entre un mundo justo y humano o una brutal dictadura del interés compuesto.

9 de noviembre de 2015

Los cuatro yanquis de Francisco

El discurso que el Papa Francisco pronunció ante el Congreso de los EE.UU, el 24 de septiembre pasado, tiene un párrafo que la adocenada prensa comercial no ha analizado lo suficiente.

Dijo Francisco: Con su vida plasmaron valores fundantes que viven para siempre en el alma de todo el pueblo. Un pueblo con alma puede pasar por muchas encrucijadas, tensiones y conflictos, pero logra siempre encontrar los recursos para salir adelante y hacerlo con dignidad. Estos hombres y mujeres nos aportan una hermenéutica, una manera de ver y analizar la realidad. Honrar su memoria, en medio de los conflictos, nos ayuda a recuperar, en el hoy de cada día, nuestras reservas culturales.
Me limito a mencionar cuatro de estos ciudadanos: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton”.

Son curiosas, habida cuenta de la cuidadosa elaboración de su discurso y el sentido, por así decir, profético, que el Papa ha dado a sus presentaciones públicas en sus viajes, estas cuatro menciones.

La Abolición de la esclavitud 
La de Abraham Lincoln y la de Martin Luther King tienen una mayor claridad, ya que sus personalidades son conocidas por el gran público. No obstante no está de más destacar que Abraham Lincoln fue el presidente que abolió la esclavitud en medio de la espantosa guerra civil, producida por la secesión de los estados esclavistas sureños, guerra que costó la vida de unos 618.000 norteamericanos de ambos bandos. 

La derrota de la economía agroexportadora y esclavista del Sur -ligada al Reino Unido como proveedora de algodón a las hilanderías de Manchester- significó, pese a su costo, el establecimiento definitivo de una economía industrial, de trabajo asalariado, que convirtió a su país, en pocos años, en una nación continental industrial, como diría Alberto Methol Ferré. Lincoln no era un hombre especialmente religioso y jamás hizo referencia a ello en su carrera política. Este es el primer hombre que reivindica Francisco.

La igualdad y la inclusión
El Reverendo Martin Luther King, pastor de su iglesia bautista, fue el hombre que encabezó en la segunda mitad del siglo XX la más amplia y masiva lucha de los afronorteamericanos por su igualdad e inclusión social, política y económica. Las movilizaciones populares convocadas por Martin Luther King conmovieron el pétreo racismo que ha caracterizado siempre a la sociedad norteamericana e impuso, sobre todo en los estados del Sur -los derrotados de la guerra civil- el derecho de los descendientes de los antiguos esclavos a gozar de todos los beneficios establecidos por su constitución. Un balazo en la garganta, disparado por un segregacionista blanco, terminó, el 4 de abril de 1968, con la vida de este gran hijo de su pueblo. A este mártir por sus ideales de igualdad y justicia convocó el Papa en su discurso.

Los otros dos sí merecen una explicación mayor, ya que no tienen el mismo conocimiento público.

Contemplación y activismo social
La primera vez que vi el nombre de Thomas Merton fue en el año 1968, en el primero o segundo ejemplar de la revista Cristianismo y Revolución. En ese número aparecía un extenso reportaje a un monje trapense, poeta y pacifista, realizado por el argentino Miguel Grinberg.

Merton (1915-1968) fue un poeta, hijo de padre neocelandés y madre norteamericana, nacido en Francia, donde estaban radicados sus padres. Su madre muere, siendo tan solo un niño, y tuvo una infancia bastante azarosa, vivió en distintos países y, en la entrada a la adolescencia murió su padre. Estudió letras en la universidad de Columbia y se inscribió en Cambridge, donde no terminó sus estudios, que se basaban en la investigación y análisis del poeta y grabador inglés William Blake (1757-1827), creador de una impresionante obra poética y pictórica, cruzada por sus visiones místicas y una profunda inspiración metafísica y una rebelión contra la opresiva y estamental sociedad inglesa de su época.

Por sus estudios y preocupaciones poéticas, Merton se convirtió al catolicismo en 1938 y pocos años después ingresó a la abadía trapense de Getsemaní, en el estado de Kentucky, donde vivió el resto de su vida, a excepción de algunas salidas, incluso al exterior. Desde su reclusión produjo una riquísima literatura espiritual y religiosa, así como una extensa obra poética. Poco a poco su nombre se abrió paso en los círculos literarios norteamericanos, siempre vinculado a ese sector de la burguesía progresista y académica de la costa este norteamericana. En 1959 conoce a Ernesto Cardenal, el poeta nicaragüense que ingresa a la abadía de Getsemaní y de quien será su maestro de novicio. A partir de ello, Merton y Cardenal mantuvieron un intenso intercambio epistolar y varios intentos fallidos del norteamericano de visitar la  comunidad religiosa fundada por Cardenal en la isla Solentiname del lago Cocibolca, en el centro de Nicaragua.

A partir de esos años, Merton se convirtió en una figura intelectual de gran relieve e inició lo que será su preocupación central: el establecimiento de un amplio diálogo interreligioso y la lucha por la paz y contra el racismo. Se vinculó a los movimientos pacifistas que caracterizaron la actividad político social de la juventud norteamericana en los años ’60 -vinculada a la resistencia contra la guerra de Vietnam- y sus libros tuvieron gran influencia en el movimiento hippie y los movimientos contestatarios de aquellos años.

Thomas Merton murió en un accidente doméstico en Bangkok, donde se encontraba justamente de visita religioso espiritual a la comunidad budista, al producirse un cortocircuito en un ventilador que estaba manipulando. La descarga lo mató en el acto.

Este es el monje, poeta y luchador social norteamericano que Francisco puso como ejemplo de ese pueblo.

Una pecadora anarquista
Y por último, apareció el nombre de una mujer, esta sí completamente desconocida: Dorothy Day. Pero ponerse a investigar quién fue esta mujer no hace sino resaltar la intencionada elección de ese nombre. Porque Dorothy Day no fue, ni de cerca, una señora piadosa, rezadora de novenas, que se persigna asustada ante una manifestación obrera o un piquete de desocupados.

Dorothy nació en Brooklyn en 1897 cuando aún no formaba parte de la ciudad de Nueva York, sino que era una pequeña ciudad de trabajadores e inmigrantes pobres. Su padre era un humilde periodista y tanto él como su madre eran protestantes.

La joven Dorothy manifestó de muy pequeña su viva inteligencia y llegada a la adolescencia comenzó a devorar los libros de Jack London que describían la situación de miseria de los barrios humildes y se interesó rápidamente por las ideas anarquistas. A los dieciséis años, junto con la beca que le permite comenzar los estudios universitarios, Dorothy se afilió al Partido Socialista de América, fundado en 1901 por el obrero ferroviarios Eugene Victor Debs. Al poco tiempo abandona sus estudios universitarios, en Illinois, y, al volver, su padre no la recibe en la casa, y se instaló en el barrio judío de Brooklyn. Para ganarse la vida se inicia en el periodismo y escribe en el periódico socialista “Call” (Llamado). Sus artículos informan sobre las actividades del mundo obrero, manifestaciones de protesta, denuncias sobre abuso policial, huelgas y actividades pacifistas -la Primera Guerra Mundial descargaba su furia en Europa, pero EE.UU. aún no había intervenido-.

Dorothy Day se fue convirtiendo en una convencida y militante anarquista, enemiga del estado moderno y defensora y propagandista de la augestión y las formas comunitarias autonómicas de gestión. Participó en todas esas luchas obreras y populares que relataba en sus artículos y sufrió en carne propia la brutal represión de la policía de la plutocracia y fue detenida en varias oportunidades. El Talón de Hierro que Jack London había descripto en su famosa novela desplegaba entonces su furor antiproletario y antiinmigrante.

La Revolución de Octubre, en 1917, llenó de esperanzas a Dorothy y sus camaradas en las posibilidades de un gran alzamiento popular norteamericano que destronase la casta capitalista gobernante. Fue enfermera, reportera judicial y modelo vivo para estudiantes de pintura. El amor libre, los derechos de la mujer y el control de la natalidad fueron también las inquietudes y discusiones en las que se involucró esta apasionada jovencita. En esos años se relaciona con un hombre de su edad, cuyo nombre no ha pasado a la historia, y queda embarazada. Ha contado, muchos años después, que su pareja no quería tener hijos y que el miedo a perderlo la llevó al aborto.

Ya en la década del 20, Dorothy Day comenzó a colaborar con el legendario periódico New Masses (Las Nuevas Masas), una publicación marxista, revolucionaria, en la que escribieron, entre otros, Langston Hugues, John Dos Passos, Upton Sinclair y el gran ilustrador y muralista, de origen húngaro, Hugo Gellert. Se casó, entonces, con un camarada de la política, Forster Butterman y tuvo con él una hija, Tamar.

Es en estos años cuando Dorothy experimentó una profunda crisis espiritual, al parecer relacionada con el nacimiento de Tamar, que la llevó a convertirse al catolicismo. Se separó de Butterman y se bautizó, junto con su hija.

Como es sabido, la crisis iniciada en 1929 tuvo pavorosas consecuencias sobre la clase trabajadora norteamericana. Millones de hombres fueron arrojados a la desocupación y las calles de las grandes ciudades se llenaron de hombres, mujeres y familias arrojados de sus casas, sin trabajo ni pan. Se calcula que hacia 1933 había 13 millones de desocupados en los EE.UU, mientras los bancos se apropiaban de las chacras ante la imposibilidad de hacer frente a sus obligaciones por parte de los agricultores.

Hacia esos años Dorothy conoció a Peter Maurin, un católico de origen francés, profesor de su lengua materna y admirador de la doctrina de San Francisco de Asís. En 1933 fundan un periódico que tendría una larga trayectoria y una resonancia explosiva: el Catholic Worker (El Obrero Católico). Con un precio de un centavo de dólar el periódico describía en sus páginas las duras condiciones del mundo proletario, el trabajo infantil, las huelgas de los agricultores y los conflictos en los distintos sectores de la industria. Apareció, como una empresa casi personal de sus fundadores, con un tiraje de 2.500 ejemplares y en pocos meses alcanzó los 150.000 ejemplares con una distribución de carácter militante en todo el inmenso país.

Con un lenguaje llano y coloquial, el Catholic Worker expresaba las ideas de lo que entonces se comenzó a llamar la doctrina social de la Iglesia, cruzado por un anarquismo teñido de Piotr Kropotkin y San Francisco de Asís.

El pensamiento del singular escritor y pensador inglés Gilbert Keith Chesterton tuvo una importante influencia en Day. Chesterton manifestaba un catolicismo periférico en el seno de una sociedad antipapista y protestante. Para traerlo a nuestra tierra, fue un autor que influyó determinantemente en, por ejemplo, el escritor y periodista porteño, apasionado peronista, Luis Alberto Murray, autor de un hermoso poema “Chesterton en el cielo” que apareció publicado en el diario Mayoría en 1974.

El catolicismo norteamericano era, entonces, más conservador aún que el de hoy. Era la religión que había aportado a los EE.UU. dos grandes grupos inmigrantes: los irlandeses y los polacos no judíos. Ambos grupos estaban ya establecidos y formaban parte, de una u otra manera, del establishment yanqui, aun cuando recién en 1960, con John F. Kennedy, un católico llegó a la presidencia norteamericana. El periódico fundado por Dorothy Day tuvo una gran resistencia por parte de la burguesía católica norteamericana y por la jerarquía eclesiástica. En sus páginas, a lo largo de más de 40 años -el tiempo que Dorothy Day fue su directora- escribieron figuras como Thomas Merton, ya mencionado, y Daniel Berrigan, un muy conocido poeta y jesuita, activista por la paz, asesor de la película La Misión, protagonizada por Robert De Niro, y en la que hace un breve cameo.

En 1962, por propia iniciativa Dorothy Day visitó la isla de Cuba, se hace amiga personal de Fidel Castro y, al volver a su país, manifestó abiertamente su simpatía por el gobierno revolucionario. En 1971, ya con 74 años visitó la Unión Soviética para ver con sus propios ojos qué había sido de aquella revolución que tanto la entusiasmara en sus inicios políticos. Si bien no llegó a establecer una relación amistosa con el régimen soviético, destacó algunas de sus virtudes y de ninguna manera se sumó a la atmósfera macartista que ha caracterizado el análisis de la URSS en los EE.UU.

Dorothy entró como laica en la orden benedictina, a la que perteneció hasta su muerte en 1980 y fue a lo largo de toda su vida una mujer consecuente con los ideales de justicia e igualdad que abrazara en su adolescencia.

No es un azar que haya sido esta mujer, esta inclaudicable anarquista cristiana, esta “pecadora”, la que Francisco eligiera para honrar su memoria y con ella a la de los millones de trabajadores norteamericanos.


Ni el millonario presidente Kennedy ni el conservador Cardenal Newman formaron parte de esa galería, sino un monje poeta y una activista social, desprejuiciada e indoblegable.

27 de octubre de 2015

El domingo 22 de noviembre votaremos a Scioli-Zannini

El domingo, como ha escrito Enrique Lacolla en su sitio web, se ha producido “un terremoto político: Una opinión pública voluble, la saturación mediática y un oscuro tramado de intrigas en el seno del FpV, han puesto en tela de juicio el futuro del modelo”.

No se puede negar la importancia del traspié que ha sufrido el proyecto de independencia nacional, justicia social e integración latinoamericana iniciado con la presidencia de Néstor Kirchner, en el 2003 y de cuyo fallecimiento hoy se cumplen cinco años. La provincia de Buenos Aires, la más rica y populosa del país, ha quedado en manos del partido que expresa los intereses del capital financiero, los grandes productores agrarios, el monopolio mediático, el ajuste y la devaluación del dólar. Buenos Aires se suma así a Mendoza, Córdoba y Santa Fe al bloque de provincia gobernadas por los partidos de la Argentina agroexportadora y dependiente, los partidos del endeudamiento externo, el achique del Estado, la exclusión social y el alineamiento automático con los EE.UU. Ello implica que la franja central del país que concentra la mayor parte del Producto Bruto Interno ha quedado en manos de la oposición.

A esto debe agregarse un resultado muy exiguo para nuestro candidato Daniel Scioli con una escasa diferencia a favor sobre el candidato del establishment económico Mauricio Macri.

El impacto de estos resultados, a los que debe sumarse triunfos como el del candidato Arroyo, en Mar del Plata -un confeso admirador de la dictadura, xenófobo y homofóbico declarado-,  han producido en los círculos militantes del Frente para la Victoria un juicio negativo sobre la conducta del electorado, sobre su supuesta desmemoria, su frivolidad política o la hegemonía de los peores sentimientos.

En el pueblo anidan siempre, cuando ganamos y cuando perdemos, los peores y los mejores sentimientos. Ellos se mezclan en el proceso electoral en el que las razones por las cuales se vota a una candidatura son siempre, desde la perspectiva individual, heterogéneas y confusas. Pero eso es políticamente irrelevante.

La política consiste, justamente, en conquistar la voluntad popular tal como ha sido generada por la historia, negociar con la realidad, y ganar elecciones. Cuando el resultado nos es adverso, la responsabilidad es siempre nuestra. Porque no gobernamos tan bien como para que sus resultados fuesen incontrovertibles, porque pecamos de soberbia o triunfalismo, porque ideologizamos el mensaje sin preocuparnos por los problemas cotidianos. El pecado de ideologismo ha estado permanentemente presente en nuestras filas, haciéndonos alejar, muchas veces, del sentir popular profundo. Creer que denunciar a algún candidato racista alcanza para destruirlo es un pecado típico de ideologismo. Si ganó Arroyo es porque nuestro candidato fue considerado peor por una importante mayoría popular. Mar del Plata es una plaza muy conservadora, como Bahía Blanca. Horrorizarse porque un candidato desprecia a los bolivianos -con todo lo perverso que tiene- no alcanza operatividad política alguna.

Las sociedades, en general, son conservadoras y no soportan durante mucho tiempo la controversia y la tensión políticas, menos cuando la situación favorable comienza a retroceder y aparecen turbulencias económicas. Hay que aceptar, por duro que sea, el mensaje de las urnas. Hacer recaer la culpa en el electorado es escupir al cielo. Es hacer algo parecido a lo que hace la derecha económica. Y, lo que es peor, no sirve para corregir nada.

De modo que toda reflexión política debe centrarse en revertir los errores, mezquindades, pruritos y desaciertos cometidos y las heridas -voluntarias o involuntarias- que han sangrado durante la jornada electoral, para convertir el exiguo triunfo del 25 de octubre en un contundente triunfo el próximo 22 de noviembre.

La fórmula presidencial Daniel Scioli-Carlos Zannini es, en estas condiciones, más que nunca la respuesta para mantener los logros nacionales y populares alcanzados durante estos doce esforzados años, en los cuales, no solo logramos sacar al país del infierno y el empobrecimiento material y espiritual en que lo dejó la dictadura del capital financiero, los organismos internacionales de crédito, la desindustrialización y el darwinismo social.

Está en la capacidad de energía estratégica y negociación táctica de nuestro candidato presidencial y del Frente para la Victoria restañar heridas y resentimientos, reunificar las fuerzas centrales y determinantes del movimiento nacional, ratificar y fortalecer el voto popular por un proyecto de desarrollo industrial y productivo, de inclusión social y de soberanía la clave del triunfo en la segunda vuelta. Una derrota en estas elecciones implicaría una derrota no solo de nuestro país, sino de la gran esperanza abierta en las históricas jornadas de la Cumbre de Mar del Plata en el 2005, pondría en graves dificultades a los gobiernos populares latinoamericanos, incluído al Brasil.

Pero también amenazaría, y esto no es ninguna exageración, la notable y solitaria campaña en contra de la globalización dictada por el capital financiero y la destrucción del medio ambiente para la vida humana en el planeta, llevada adelante por nuestro compatriota, el Papa Francisco. La historia ha hecho que nuestro país y nuestro continente sean la retaguardia y la base territorial de su prédica a favor del mundo periférico y los más pobres y desheredados de todos los pueblos. Un triunfo en su país de nacimiento de las políticas que Francisco combate a escala global va a debilitar, de una u otra manera, su inclaudicable prédica.

Scioli-Zannini es el único voto posible para todos aquellos compatriotas a los que la Argentina no es solo un dato en el pasaporte sino el único lugar posible para su realización personal y social.

No puede haber vacilaciones, mezquindades o pruritos ideológicos. Doscientos años de una historia repleta de sacrificios sin límite reclaman de nuestra generación poner punto final al ciclo de revoluciones y contrarrevoluciones que han puesto grilletes a nuestro futuro.

Scioli-Zannini es la fórmula del país económicamente independiente, socialmente justo y políticamente soberano.

Buenos Aires, 27 de octubre de 2015.

8 de octubre de 2015

El discurso de Perón en la Escuela Superior de Guerra

En un nuevo aniversario del nacimiento del General Juan Domingo Perón, publico aquí el capítulo de mi libro "Un Solo Impulso Americano, El Mercosur de Perón", como homenaje y actualización de uno de los más trascendentales legados de su singular genio político: la unidad suramericana. En este discurso, nuestro tres veces presidente y creador del más influyente movimiento político de este continente entrega a sus contemporáneos y a la posteridad la visión estratégica que el siglo XXI comenzó a hacer realidad, con todas las dificultades, marchas y contramarchas que la creación de un nuevo mundo impone a los hombres.

El discurso de Perón en la Escuela Superior de Guerra

El 11 de noviembre de 1953, el general Perón pronunció una conferencia en la Escuela Nacional de Guerra ante oficiales de alta graduación. La misma tuvo un carácter especialmente reservado, dado el tema sobre el cual hablaría el presidente y el clima que se vivía en ese momento, tal como ya tenemos contado. Fue posteriormente editada por el Ministerio de Defensa, con carátula de reservado y se tomaron especiales recaudos para entregar ejemplares a los oficiales participantes. “Un ejemplar del fascículo, probablemente merced a los buenos oficios de los servicios de informaciones de Estados Unidos, logró ser conocido por algunos políticos opositores emigrados en Montevideo y difundido en esa capital por medio de copias mimeográficas, como prueba del ‘imperialismo argentino’”[1]. Más adelante veremos con qué consecuencias.
Esta conferencia es a la vez la síntesis y el cuerpo doctrinario del pensamiento continental de Perón, que a lo largo de todos esos años había tratado de ir formulando, a la par que poniendo en práctica, con esa virtud que Methol Ferré atribuye a los “políticos intelectuales”.
Perón comienza formulando cuál es su visión histórica sobre la vida social humana[2]. “Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han dio, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura  ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes”. Nada más lejos del general Perón que un nacionalismo esencialista, abstracto e ideologizante. Los estados nacionales son para él, momentos de “la natural y fatal evolución de la humanidad” y su integración en unidades superiores no es lejana.
Después de exponer a la concurrencia su punto de vista acerca de lo que consideraba los dos problemas centrales con que se enfrentaba el mundo “superindustrializado y superpoblado”: el de la alimentación y el de las materias primas. “Es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación, extractiva está la mayor reserva de materia prima del mundo”.
A partir de estas premisas expone lo que considera nuestro principal peligro: “nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimento ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder, jueguen ese poder para despojarnos de los elementos que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades”.
Es a partir de estas consideraciones que Perón presenta el tema de la unidad latinoamericana. Después de una breve consideración histórica, el presidente argentino expone su preocupación: “Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente”.
Desde los tiempos de Bolívar no se oía en América Latina la voz de un militar y jefe de Estado que con más convicción y firmeza comprometiese su paso por la historia con la tarea unificadora. Y agrega: ”Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados”. Este concepto se convertirá, a partir de esta fecha, en leit motiv dominante en la política y el pensamiento del general Perón. "Unidos o Dominados"  será la consigna con la que volverá en 1973 y la que presidirá toda su política internacional, tanto en el exilio como después del regreso al poder.
”En 1946, cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición”.
”No encontramos allí ningún plan de acción, como no existía tampoco en los ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regía sus decisiones o designios”.
”Vale decir, que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros. (…) Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos la iniciativa”.
Es esta descripción casi una definición del estado semicolonial de un país. Existe una independencia formal, una constitución, independencia de poder, ejército y hasta un lugar en las Naciones Unidas. Pero carece de política internacional propia. Pero inmediatamente, el general Perón trata de dar una explicación a esto: ”No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizá explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes, pero tienen que tener algún objetivo”.
Respecto a esta última consideración, Methol Ferré hace una interesante reflexión personal: ”Recuerdo que en mi juventud, cuando leí por primera vez el discurso, publicado enseguida por el diario ‘El Plata’ del doctor Juan Andrés Ramírez, bajo el título ‘El imperialismo argentino’ –así se formaban en mi país el clima contra Perón– lo que más me llamó la atención fue la insistencia de Perón en ubicar a la Argentina como ‘pequeño país’, cuando lo creíamos ‘grande’. Me dejaron asombrados tanto Perón como Juan Andrés Ramírez, por razones inversas”[3]. Perón quería, justamente, dejar establecido con esto su absoluta renuncia a cualquier política hegemónica, pues, como ya hemos visto, sabía que justamente éste era el argumento dado por quienes no reconocían la existencia del imperialismo norteamericano y alertaban sobre el imperialismo argentino.
”Por eso, bien claramente entendido, –continúa Perón– como lo he hecho en toda circunstancia para nosotros: primero la República Argentina, luego el Continente y después el mundo. (…) Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del Continente”.
Es necesario acudir nuevamente al punto de vista de Methol Ferré para dejar aclarado que ”en el contexto del discurso, cuando Perón se refiere a ‘parte del continente’ y a veces a ‘Continente’ significa casi siempre América del Sur”[4].
Sigue Perón: “La historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tienen en sí una completa, diremos, unidad económica”. Es la teoría clásica de la aparición del Estado nacional. La unidad económica es el antecedente y requisito necesarios para la aparición de los estados nacionales europeos. Justamente el retardo en la constitución del estado alemán estuvo dado por la dificultad en establecer esa unidad económica. Las barreras aduaneras entre los pequeños principados que constituían el viejo imperio fueron el impedimento central a la realización de la unidad alemana. El "Zollverein" – unión aduanera– primero, y la unidad política después, fueron las tareas que realizó el mariscal Bismarck y que le permitieron introducir a Alemania en el siglo XIX[5].
Y a continuación expone el general Perón el centro crítico de su propuesta: “La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. (…) Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina”.
“Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separado, o juntos, sino en pequeñas unidades”.
“Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los seis años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el general Ibáñez”.
“Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea, y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno. Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo mismo”.
Efectivamente, a comienzos de 1950 Perón recibió a João Goulart, enviado personal de Getulio Vargas, y hubo un fructífero intercambio de ideas sobres las posibilidades de iniciar una complementación económica entre los dos países. Fue justamente la visita de Goulart lo que usó la prensa brasileña como prueba de que estaba en marcha, desde mucho tiempo antes, un plan político conjunto entre Vargas y Perón. Se habló incluso de que el gobierno argentino había financiado la campaña electoral de Getulio[6]. Una cuestión que muy bien pudo ser cierta y debe ser mirada sin moralina alguna, ya que estaba en juego un plan político de gran alcance con vistas a la unidad de los países.
Lo cierto es que Perón respondió a Vargas con una carta que demuestra su satisfacción por los contactos iniciados: "Con mucho gusto he recibido la visita del señor João Goulart, con quien nos hemos puesto perfectamente de acuerdo. Quiero hacerle notar que de continuo ayudo a mucha gente que recurre solicitando distintas clases de favores, invocando la situación de ser amigos de usted. Deseo dejar expresa constancia de que trabajaré con ellos para lograr que se pongan incondicionalmente a sus órdenes y al que así no lo hiciere, le retiraré de inmediato toda clase de atenciones…”[7].
 “Estoy perfectamente de acuerdo en que la persona indicada por usted sirva de enlace entre usted y yo y me parece oportuno advertirle que es necesario ponernos a cubierto en cuanto se refiere a las muchas personas que le verán, arguyendo representación mía. Para evitarlo le hago llegar mi deseo de que solamente reconozca carácter de tal, a quien sea portador de carta mía autógrafa y de esa manera eliminaremos el peligro de los ‘comedidos’ que eligen el pretexto de servir a los demás para servirse a si mismo”.
Y no pierde la oportunidad de agregar: “Comparto plenamente la opinión acerca del brillante porvenir de nuestro Continente, si logramos unificar los esfuerzos de todos los países que lo formamos, en cuyo favor no habremos de omitir ningún sacrificio realizable. Tengo invariablemente confianza en el efectivismo de la fraternidad americana y hacia él estará dirigido nuestro mayor empeño”[8].
Pero volvamos al texto de la conferencia de 1953.
“Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieren prometido esto, para dar el hecho por cumplido, porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran sino lo que pudieran”. Y continúa Perón: “(…) sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: es Itamaraty, que constituye una organización supergubernamental. Itamaraty ha soñado desde la época de su emperador hasta nuestros días con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en Brasil. (…) Debe desmontarse todo el sistema de Itamaraty y deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que el Brasil entre a una, diremos,  unión verdadera con la Argentina”.
Una breve digresión. En carta fechada el 2 de setiembre de 1953, el embajador argentino en Río, doctor Juan Cooke, expone ante su ministro, Jerónimo Remorino algunas consideraciones sobre este tema: “Itamaraty siempre ha contemplado con recelo cualquier acto de nuestro país que signifique un acercamiento con las demás naciones del Continente. (…) La geopolítica de Itamaraty se basa en estimar como lesiva para los intereses del Brasil cualquier unión entre otras naciones del Hemisferio. (…) En consecuencia, la reacción ante la unidad económica argentino–chilena consistió en tratar de estrechar los vínculos de todo orden brasileño–peruanos. (…) Por fortuna, señor ministro, la articulación entre Lima y Río de Janeiro es tan artificial, y se ha edificado sobre cimientos tan relativos, que puede pronosticarse que, en su forma política actual, no ha de ser muy duradera”.
“(…) la política de Itamaraty obedece al planteo histórico –que ha heredado del reino de Portugal en sus luchas contra España por el predomino en América, de un encauzamiento en sentido de intentar y desear el debilitamiento argentino en el hemisferio, ante la estimación de que, a la larga, será el único enemigo con potencial suficiente en cualquier plano que podrá enfrentar a Brasil en Sudamérica. (…) Desde luego, cabe destacar que, mientras la formulación de la política exterior argentina está basada como las principales premisas de su gobierno, en la voluntad y tendencias populares, la conducción internacional de la posición brasileña depende completamente del pensamiento de una minoría que dirige Itamaraty y que se forma dentro de las concepciones del Barón de Río Branco, modificándolas muy levemente y sin seguir el compás de los acontecimientos modernos”[9]. La concepción de Perón no era una ocurrencia personal. Existía todo un sistema de cuadros políticos, militares y diplomáticos que, o bien habían colaborado en gestar ese pensamiento estratégico, o bien coincidían plenamente con sus postulados. El excelente informe del doctor Cooke, que acabamos de leer, lo testimonian. Nótese la coincidencia, incluso terminológica, con el discurso de Perón , en lo referido a Itamaraty.
A continuación de esta franca exposición de las dificultades que encuentra su proyecto Perón dice una frase reveladora: “Nosotros con ellos no tenemos ningún problema, como no sea es sueño de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros; no tenemos ningún inconveniente”. De nuevo la hipérbole como recurso retórico para convencer. Y siempre el mismo mensaje: no importa de qué manera, en qué condiciones, lo que importa es la unidad. No tenemos que poner ninguna traba, tenemos que aceptar lo que sea, porque, en su concepción, lo peor es la atomización. “Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ése tampoco va a ser un inconveniente”, termina diciendo Perón.
“Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mí que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después: el mismo tratado. Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: Vamos a suprimir las fronteras si es preciso. Yo ‘agarraba’ cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente”. Nuevamente el mismo recurso. Y recordemos que estaba hablando ante altos jefes militares cuya misión, según la concepción de la patria pequeña, ha sido el cuidar nuestras fronteras. Pero quería dejar establecido para siempre la idea de que cuando se sabe el "qué", el "cómo" no importa.
Esta es, por así decir, la parte teórica o doctrinaria  de la conferencia. A continuación de ella, Perón cuenta a sus entorchados oyentes los detalles y las dificultades de las negociaciones que en ese sentido puso en marcha. Claro que en un pensamiento, como el de Perón, tan ligado a la práctica concreta, a la experiencia, toda situación particular lo lleva a una reflexión de orden general.
“Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son puntos de vista, son distintas maneras de pensar”[10]. “El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno”.  Se refiere Perón al gabinete que Getulio formó al asumir su gobierno. Como ya vimos, Getulio intentó con ello aliviar a su gobierno de la presión opositora, cosa que no logró.
“Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución, pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes. Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los pantalones y jugarse una carta decisiva frente a la política internacional mundial; a su pueblo, a su parlamento y a los intereses que había que vencer”.
Narra a continuación el acuerdo con Ibáñez, que ya hemos visto y aclara: “Pero antes de hacerlo, como tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y dije: ‘Vea, usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo le pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión’” (el subrayado es nuestro).
“El Embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile. Naturalmente ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación”'.
Después de relatar la firma de los acuerdos con el general Ibáñez del Campo, dice Perón: “Al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el Ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago; ‘que estaba en contra de los pactos regionales,  que esa era la destrucción de la unidad panamericana’ Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez. Al darle los buenos días, me preguntó ‘¿qué me dice de los amigos brasileños?’”.
Como ha dicho Methol Ferré, en la conferencia ya citada: “La preocupación básica es la alianza con Brasil, las dificultades que encuentra Vargas”[11].
Y concluye Perón: “Bien señores. Yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos los documentos para la Historia, porque yo no quiero pasar a la Historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido cretinos, no he sido yo solo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el ‘baile del cretinismo’”. De nuevo ese tono de ira, casi desesperado, ante las dificultades de la tarea que considera impostergable. Considera que toda su labor, su paso por la vida, depende de intentar, por todos los medios, realizar la unión sudamericana. Insisto, hay que retroceder hasta San Martín o Bolívar para encontrar un tono semejante. Pero vuelve a la finalidad de su mensaje: “Pero lo que yo no quería dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, es que todo la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión” (el subrayado es nuestro).  




[1] Perón, Juan Domingo, op.cit. pág. 71, nota al pie. El autor de esa nota es Jorge Abelardo Ramos, editor del libro de Perón, durante su gestión como embajador argentino en México.
[2] Todas las citas de esta famosa conferencia son tomadas del libro mencionado en la nota anterior.
[3] Methol Ferré, AlbertoPerón y la novedad de la alianza argentino–brasileña, Cuadernos de Marcha, diciembre de 1995, Montevideo. Curiosamente este texto es una conferencia dada por el pensador oriental en Buenos Aires, a miembros del partido Justicialista con motivo del cincuentenario del 17 de Octubre. La curiosidad radica en que ninguna editorial argentina, ni los propios organizadores de la misma, la hayan hecho conocer en su forma impresa.
[4] Ibídem.
[5] Conf. Hobswaun, Eric J., Las Revoluciones Burguesas.
[6] El plumífero Lacerda, en agosto de 1956, lanzó en “Tribuna de Imprensa”  la acusación de que el entonces vicepresidente João Goulart había recibido setenta mil dólares  del gobierno de Perón para financiar la campaña de Getulio en 1950. A ese respecto, el embajador argentino en Río en ese entonces, Felipe Espil, declaró al periodismo que: “Los documentos publicados no son oficiales, no fueron entregados por funcionarios del gobierno argentino y el simple hecho de aparecer papel timbrado de la vicepresidencia de la Nación Argentina, no otorga autenticidad a ningún documento”. Según Lacerda el pago se había hecho por Vicente Carlos Aloé, como parte de una transacción en el monopolio de importación de madera. Conf. recorte periodístico, La Razón, Buenos Aires, 18 de agosto de 1956.
[7] La propuesta política es obvia: Perón solamente ayudará a aquellos que ayuden a Getulio.
[8] La carta de Perón a Vargas aparece reproducida en Hirst, Mónica, op. cit., pág. 33.
[9] Cooke, Juan, Nota al Ministerio de Relaciones Exteriores, 2 de setiembre de 1953.
[10] Es esta afirmación de Perón un interesante punto de partida para analizar su concepción del poder y de la relación de fuerzas. Coincide con uno de sus famosos aforismos: “Puente de plata al enemigo que huye”. Pero primero hay que hacerlo huir.
[11] Methol Ferré, Alberto op. cit.

5 de octubre de 2015

Ha comenzado la ofensiva contra Francisco

La respuesta a la poderosa ofensiva del Papa Francisco contra el capital financiero, contra la destrucción de los hombres y mujeres y del medio ambiente capaz de sostener la vida -y la humana principalmente-, así como su reivindicación de los más pobres, los más explotados de los hombres y pueblos que viven en la periferia, no se ha demorado.
A menos de una semana de sus históricos y trascendentales discursos en Cuba, el Congreso norteamericano y las Naciones Unidas, la prensa del régimen imperialista y globalizador, ha puesto en el centro de la escena una pasajera expresión papal -referida a una denuncia no comprobada ante la justicia penal- y la cesantía de un alto clérigo del Vaticano por manifestar, no solo su homosexualidad, sino su cohabitación marital con otro hombre, para atacar e intentar desmerecer la figura y el accionar de Francisco.
En primer lugar, Francisco, nuestro compatriota Jorge Bergoglio, dio a conocer dos documentos en los que ha desarrollado la más aguda crítica a las consecuencias producidas en la humanidad por la hegemonía del capital financiero, esta agónica versión del capitalismo que amenaza la subsistencia de la vida en el planeta. Evangelii Gaudium y Laudato Si no son solo dos textos doctrinarios teológicos y pastorales -tema en el que somos declarada y concientemente ignaros- sino que, en mi modesta opinión constituyen los dos más importantes documentos políticos y sociales del siglo XXI, siglo hasta ahora escaso de grandes y universales propuestas transformadoras. El desafío ético social e individual que ambos textos proponen -aun cuando su sustentación filosófica se remonte a los orígenes mismos del pensamiento cristiano- son el más totalizador y provocativo cuestionamiento al rumbo que ha adquirido la humanidad bajo la hegemonía europea y norteamericana.
Valga como ejemplo de lo que digo estos dos estruendosos parágrafos tomados de su Carta Apostólica Evangelii Gaudium:
“No a una economía de la exclusión
53. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre.
Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».
54. En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema
económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.
No a la nueva idolatría del dinero
55. Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.
56. Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.”
Quien no vea la naturaleza revolucionaria y transformadora que estas palabras encierran y el impacto que ellas han tenido en el mundo contemporáneo y en aquellas conciencias conmovidas por las atrocidades que sufre el mundo periférico, del cual formamos parte, solo puede ser atribuido a una contumaz ceguera, a un interés personal con la realidad que se denuncia o, sencillamente, a una irremediable incomprensión de la lecto escritura, rayana con la imbecilidad.
En segundo lugar, el papel que ha jugado Francisco desde su asunción como obispo de Roma en la política internacional está en coincidencia con este conmovedor texto ético. El éxito diplomático en el restablecimiento de las relaciones entre nuestra hermana Cuba y los EE.UU., después de décadas de ruptura, el aval moral a los reclamos de nuestra hermana Bolivia por una salida al mar y el establecimiento de relaciones decorosas con Chile, el huracán social que significó su visita a Bolivia y Paraguay y, sobre todo, su memorable discurso ante los movimientos sociales del continente, han convertido a Francisco en un adalid de la lucha de la Patria Grande por su unidad y bienestar popular. El conjunto de los pueblos sumergidos y excluidos de nuestro continente vio en sus palabras, no aquel “opio” adormecedor y tranquilizador que una errónea lectura le ha atribuido a la religión, sino un llamado a la lucha política y social por sus derechos largamente conculcados, un reconocimiento del sentido transformador de sus organizaciones y un aliento a continuar con la tarea de cuestionar y cambiar los mecanismos de dominación.
En tercer lugar, la acción diplomática de este peculiar jefe de Estado, sin divisiones de tanques ni portaaviones, impidió un criminal bombardeo sobre el pueblo sirio y modificó el panorama y la relación de fuerzas en el Medio Oriente que, desde la desaparición de la Unión Soviética, se había convertido en escenario de la más brutal intervención imperialista norteamericana y europea.
Lo dicho, pese a su brevedad, alcanza para comprender el programa y la tarea emprendida por Bergoglio, así como la enemistad que ello le ha valido del establishment financiero internacional, de sus gobiernos, de sus empresarios, de sus políticos y funcionarios. La hostilidad manifestada por los representantes parlamentarios de esa utopía ultrarreaccionaria, criminal e irresponsable, llamada Tea Party, durante su exposición en el Capitolio, muestra a las claras el efecto que este bombardeo estratégico de orden moral ha producido en el núcleo del poder mundial.
Ahora bien, ninguna de las grandes religiones monoteístas aceptan la homosexualidad y todas ellas han creado a lo largo de los siglos un sistema normativo de la sexualidad humana, en el que la procreación ocupa un lugar central. La Iglesia Católica, como guardiana de la doctrina y la moral católicas, ha establecido a lo largo de varios siglos, un corpus doctrinario vinculado, entre otras cosas, al matrimonio y la sexualidad.
Para ella, todo acto sexual fuera del matrimonio -incluida la masturbación- constituye una violación a la ley de Dios. Sus clérigos -esto sí a diferencia de otras religiones monoteístas- hacen voto de castidad, es decir prometen solemne y voluntariamente un compromiso de no tener relaciones sexuales de ningún tipo, a partir de su consagración como sacerdotes.
Todo esto puede ser un interesante y hasta impostergable tema de discusión para los creyentes católicos, pero carece de trascendencia social. Las condiciones de explotación del mundo periférico, el agotamiento del medio ambiente necesario para la vida humana, no sufrirían la menor modificación por el hecho de que la Iglesia Católica aceptase las relaciones pre o extramatrimoniales, despecaminase la vida sexual, tanto sea heterosexual, como homosexual, o permitiese que contrayentes del mismo sexo fuesen consagrados en matrimonio religioso, cuya función litúrgica es sacralizar la continuidad de la especie humana.
Respecto a la castidad de los clérigos, es un tema ajeno a la política y solo preocupa socialmente en la medida en que la misma sea usada por los mismos como tapadera de graves conflictos psicológicos, tendencias perversas ocultas, soterradas o mal disimuladas. Y, en última instancia, es una cuestión que en sí misma solo puede interesar a aquellos que se consideran bajo la jurisdicción del derecho canónico.
Este tópico, el del celibato clerical, se ha convertido en los últimos cincuenta años en un verdadero problema para la iglesia. Por un lado, cada vez más sacerdotes terminan en pareja -pública o secreta- y existe un movimiento muy amplio de religiosos casados que exigen a sus autoridades un cambio en la materia. Por el otro, la jerarquía eclesiástica, en los más altos niveles, ha ocultado, soslayado o hasta excusado las numerosas y reiteradas violaciones al código penal realizada por clérigos en el mundo entero, lo que ha producido por un lado, un pernicioso escándalo, innumerables y millonarias sentencias penales y un flanco fácil de atacar políticamente-la hipocresía suele escandalizarse- por quienes sienten atacados sus intereses. Es sorprendente que haya sido en los EE.UU. y en el Reino Unido, donde con mayor cantidad y virulencia hayan aparecido las denuncias.
Francisco ha tomado este toro por las astas y ha iniciado una profunda depuración y sanción hacia la jerarquía que ha actuado como cómplice de estos delitos y ha llegado a denunciar la existencia de una “rosca” gay en el seno del Vaticano, que oculta, tolera o excusa la pedofilia y el acoso sexual a varones, menores o adultos.
Y ha sido justamente este aspecto no resuelto dentro de la iglesia el que está siendo usado para atacar, no la pedofilia o la hipocresía, sino la posición de enfrentamiento al régimen opresor de EE.UU. y Europa sobre el conjunto de la humanidad a través de esta versión financierizada del capitalismo.
Quienes no entiendan esto, quienes crean que el punto de vista de Francisco sobre el matrimonio homosexual -punto de vista con jurisdicción sólo sobre los católicos- es más importante o decisivo que su cuestionamiento al actual régimen político, social, militar y cultural que sufre la humanidad, se convierten en cómplices bienpensantes, ingenuos y bienintencionados -en el mejor de los casos- del sistema hipócrita y criminal que constituye la principal amenaza a la totalidad de la raza humana.

Buenos Aires, 5 de octubre de 2015