31 de agosto de 2015

Palabras de la entrega del Premio Jorge Abelardo Ramos, post mortem, a Alberto Methol Ferré. 31 de agosto de 2015


Alberto Methol Ferré, el Tucho, fue un hombre singular. Nacido en Montevideo en un hogar de clase media, tuvo de compañero en la universidad al propio Jorge Batlle, lo que no impidió que sus convicciones políticas lo acercasen al partido Nacional, a los blancos y, dentro de ellos, al ala liderada por quien fuera el último caudillo de ese partido, don Luis Alberto de Herrera.
Al mismo tiempo, se convirtió al catolicismo y comenzó a desarrollar su admiración  por el entonces presidente de la Argentina, el general Juan Domingo Perón. Él mismo ha contado el impacto que le produjo la publicación en Montevideo del célebre discurso de Perón ante los oficiales del alto mando del Ejército, el 11 de noviembre de 1953, en el que exponía su concepción del Nuevo ABC. Por primera vez en la región, un presidente argentino, contra todas las teorías de los estados mayores, proponía una alianza estratégica con el Brasil y con Chile, como paso necesario para la integración del continente.
A partir de ello, el pensamiento político de Methol Ferré estuvo dedicado a consolidar, profundizar y extender en toda su arquitectura, la propuesta de Perón. Sus incursiones en la historia española y latinoamericana, sus análisis sobre el Uruguay y su historia, su abordaje a la Geopolítica, su frecuentación a Hegel y a Ratzel no tuvieron otra finalidad que abarcar en toda su extensión e implicancias la potencialidad que se encerraba en esta alianza estratégica.
En un país signado por un origen vinculado a las intrigas de Lord Ponsomby y a la irreductible estolidez rivadaviana, caracterizado por un laicismo raro en la región y en el que el imperio inglés permitió una suave democracia urbana y una fuerte miseria rural, Alberto Methol Ferré fue católico, federal, artiguista y blanco.
Encontró en la prédica de Herrera contra el establecimiento de bases norteamericanas, en la década del 50, una vinculación entre las viejas banderas de Manuel Oribe de los tiempos del sitio de Montevideo y las nuevas tareas patrióticas exigidas por el reemplazo definitivo de aquel Lord Ponsomby por el nuevo Mr. Ponsomby, como, con gracia, definía la aparición del nuevo imperialismo norteamericano en las playas de Pocitos.
Con el viejo caudillo blanco, participó Methol Ferré de la campaña electoral que permitió el triunfo de Herrera junto a quien fundara el movimiento ruralista, Benito Nardone, conocido por su seudónimo radial “Chicotazo”. De esos años es el libro que publicara en nuestro país don Arturo Peña Lillo en la memorable colección La Siringa, “La crisis del Uruguay y el imperio británico”, de lectura aún hoy reveladora del Uruguay profundo, más allá del Cerro de Montevideo.
Compartió con Washington Reyes Abadie y Roberto Ares Pons la creación de la revista Nexo, en 1958. Desde ella comenzó a desarrollar aquellas tesis aprendidas del general argentino derrocado en 1955 y a concebir la función de su pequeño país, alguna vez Banda Oriental y alguna otra Provincia Cisplatina, como el nexo y la clave capaz de articular la unidad de la Cuenca del Plata. Justamente con este concepto dará inicio a la más trascendente y luminosa reflexión que se haya escrito sobre el papel histórico y el destino del Uruguay, su admirable “Uruguay como problema”. Así comienza el libro: “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino afecta y contamina, de modo inexorable y radical, al sistema de relaciones establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia”.
Alberto Methol Ferré estaba dotado de una prodigiosa capacidad para la reflexión filosófica e histórica. En su cabeza los países, las naciones y los continentes eran protagonistas de una marcha contradictoria y agónica hacia la realización de su ser.
Al modo de un Hegel contemporáneo, desde su mirador de la calle Brecha, oteaba el horizonte americano, a la vez que explicaba a su interlocutor que su misión en esa calle, llamada Brecha porque fue por donde entraron los invasores ingleses de 1806 abriendo una brecha en el muro del fuerte, era impedir que, ya no los ingleses, sino los angloamericanos volvieran a ocupar la ciudad platina. Su poderosa mirada atravesaba las décadas, los siglos y las distancias. Era capaz de descubrir en el papel jugado por la isla de Cuba durante la colonia española, la importancia y el peso que la misma lograra en términos de geopolítica a partir de la Revolución Cubana. Frente a sus ojos se extendía un gigantesco mapa de nuestro continente que le permitía reflexionar sobre la necesidad del Brasil de sostener la revolución bolivariana de Chávez a efectos de impedir que la frontera de los EE.UU. se acerque peligrosamente a la Amazonia.
Al modo de Demóstenes, el orador paradigmático de la antigüedad, Alberto Methol Ferré había logrado una admirable capacidad de comunicación verbal que superaba por lejos la contumaz tartamudez que lo aquejaba desde la infancia. A poco de comenzar y después de su habitual chiste de ser un orador que se interrumpe a sí mismo, sus interlocutores quedaban hipnotizados por el prodigioso despliegue conceptual, la abrumadora capacidad de asociaciones y una erudición que se ocultaba en un lenguaje popular y llano.
A partir de la instauración de la dictadura en su país, perdió su alto cargo en la administración del puerto de Montevideo y se convirtió en uno de los más importantes intelectuales laicos del Episcopado Latinoamericano. Esa tarea le permitió recorrer nuestro continente en toda su extensión, conocer de cerca las distintas realidades de nuestros pueblos e investigar en su historia política y económica.
Lentamente su pensamiento comenzó a abrirse paso en el Uruguay, en la otrora llamada “Suiza del Plata”. A medida que el bienestar de la semicolonia inglesa comenzaba a desaparecer y miles y miles de uruguayos emigraban a Europa y a Australia, cuando el país no podía ofrecerles un lugar bajo el sol, la prédica de Alberto Methol Ferré, su intransigente continentalismo, su desprecio a la “argentinidad”, a la “uruguayidad”, a la “chilenidad”, comenzaron a demostrar su valor y trascendencia.
Fundador del Frente Amplio uruguayo, se aleja del mismo, en los años 80, recluyéndose en su vieja identidad blanca. La aparición de Pepe Mujica como caudillo del Frente y su candidatura presidencial lo acercaron nuevamente a aquellas filas y son muchos los comentarios acerca de sus reuniones con Pepe, hablando de lo que más sabía: la unidad continental, el Mercosur, la Unasur y el futuro de la Patria Grande.
Tuvo con la Argentina una relación más que fraternal. En el fondo Tucho Methol Ferré se consideraba un argentino oriental, como aquellos a los que estaba dirigido el llamamiento del general Lavalleja: “Argentinos Orientales: las Provincias hermanas sólo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran nación argentina, de que sois parte, tiene gran interés de que seáis libres, y el Congreso que rige sus destinos no trepidará en asegurar los vuestros”.
Cultivó la amistad con grandes argentinos, como Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos, Alejandro Álvarez, Fermín Chávez y, en los últimos años, con un hombre que hoy tiene una responsabilidad universal, el padre Jorge Bergoglio, Francisco, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia Católica.
Cuando sus viejos amigos se fueron retirando, mantuvo una activa y generosa relación con quienes formábamos parte de una generación más joven. Y hasta los últimos días mantuvo una enorme capacidad de trabajo y una incansable voluntad de transmitir sus conocimientos y sus reflexiones.
El 19 de diciembre de 1961, Alberto Methol Ferré le escribió a Jorge Abelardo Ramos una carta en la que, después de tocar una serie de aburridos tópicos jurídico financieros vinculados con los herederos de los derechos literarios de Luis Alberto de Herrera, en una postdata pone lo siguiente:
“Va para Buenos Aires un muchacho Hug que firma Galeano en “Marcha”. Es muy joven y muy inteligente según referencias. Va a tentar suerte en la urbe bonaerense y está en la revista “Che”. Sé por referencias que es socialista en evolución rápida. Anda muy embalado con la corriente “coyoacanesca” y sería bueno que lo conocieras. (Vivian) Trias tiene muy buen concepto del muchacho”.

En este mediodía, rodeados de amigos y discípulos, la historia ha querido que los tres vuelvan a juntarse, en un momento de nuestra Patria Grande de la que los tres estarían orgullosos.

18 de agosto de 2015

San Martín y su mausoleo de plástico

De alguna manera, José de San Martín ha comenzado a ser conocido, discutido y admirado -en la extensa amplitud de sus méritos- recién a partir del sesquicentenario de su muerte, en Francia, ignorado y falseado por los rioplatenses que después intentarán convertirlo en el santo que nunca fue.
En efecto, en aquel hoy lejano 17 de agosto de 2000 fueron escasos los homenajes y recuerdos a su memoria. Su proeza suramericana, su firmeza estoica, su enfrentamiento nunca perdonado con la venal burguesía comercial porteña expresada por Rivadavia, su mirada continental y su destierro europeo no resultaban temas de interés para un país que se debatía en la agonía paralizante de la deuda externa, la desocupación y la pobreza.
Se necesitó el estallido oxigenante del 19 y 20 de diciembre de 2001, se necesitó que el país profundo rompiese, con su mera presencia física, la red de sofismas y mentiras que hasta ese momento encorsetaban la expresión de su voluntad, para que la figura de aquel augusto guerrero y empecinado político despertase con una nueva luz en la conciencia de nuestros paisanos.


En 1950, al cumplirse los cien años de su desaparición, el gobierno de Juan Domingo Perón declaró el Año Sanmartiniano y puso a su disposición todo el aparato comunicacional de su gobierno, el primero en incorporar esa actividad, hoy imprescindible, a la acción estatal. La imagen del Libertador se multiplicó en estampillas -cuando el correo postal era de uso cotidiano en todas las relaciones humanas-, en concursos literarios, en obras de teatro, en referencias retóricas, en publicaciones, en revistas y diarios. Los manuales de lectura infantiles se iniciaban con el retrato de San Martín envuelto en la bandera argentina, ese cuadro tan familia y que nadie a ciencia cierta puede afirmar quien es su autor. Julio Perceval dirigía en el Cerro de la Gloria, en Mendoza, El Canto de San Martín de Leopoldo Marechal, donde el elenco del Teatro Colón cantaba:
“CORO 1°
                “Y era guerra de amor
                la que traía el hombre
                del Atlántico verde.
CORO 2°                             
                 ¡Y era guerra de amor!”
Detrás de todo ese despliegue no había solamente una intención hagiográfica. El presidente Perón preparaba, además, el terreno espiritual para el lanzamiento de lo que sería su más ambicioso proyecto estratégico: la actualización de los ideales sanmartinianos de unidad continental en la propuesta de alianza estratégica con el Brasil, proyecto que el propio Perón llamó “el Nuevo ABC”.
Era imprescindible, en aquellos años, traer al presente la epopeya suramericana de San Martín -y obviamente de Bolívar- para que una invitación al Brasil para conformar una alianza estratégica destinada a unificar el subcontinente no fuese considerada un delirio expansionista, como de hecho lo fue por parte de los tradicionales sectores oligárquicos de los países involucrados, Brasil y Chile.
En el nuevo siglo nuestro Libertador encontró nuevamente un terreno propicio para su vieja concepción que no era otra que la Unidad y la Independencia. Habían logrado, entre su acción y la de Simón Bolívar, asegurarnos la segunda, pero las fuerzas centrífugas de los puertos y sus burguesías comerciales, ávidas de la quincalla europea, habían hecho fracasar la primera. Doscientos años después, Caracas, Buenos Aires y Quito, los mismos pueblos de los versos no cantados de nuestro himno patrio, volvían por la tarea inconclusa.
Y entonces don José de San Martín volvió a brillar con la luz que siempre había merecido. Volvió a escribirse su biografía. Su nombre volvió a cabalgar, junto con el caraqueño y el del oriental José Artigas, en la imaginación de nuestros pueblos y sus gobernantes. Se hicieron nuevas películas. Su marcial exigencia, “Seamos libres, lo demás no importa nada”, volvió a imponerse como imperativo moral a las nuevas generaciones.
Mientras quienes fueron sus enemigos políticos y atentaron contra su empresa se hundían en el olvido y, muchas veces, en el desprecio populares, el correntino no ha hecho otra cosa que agigantarse, hasta convertirse en el ideal de las nuevas generaciones que se han incorporado a la política.
Aquel hombre fue descripto por Mary Graham, la amante del aventurero inglés Cochrane, con los siguientes rasgos: “Es alto y bien constituido, tiene una apuesta e inteligente prestancia pero sus ojos oscuros y grandes tienen una expresión muy singular, quizás debiera decir siniestra. Son oscuros y bellos, pero inquietos; nunca se fijan en un objeto más de un momento, pero en ese momento expresan mil cosas. Su rostro es verdaderamente hermoso, animado, inteligente; pero no abierto. Su modo de expresarse, rápido, suele adolecer de oscuridad; sazona a veces su lenguaje con dichos maliciosos y refranes. Tiene grande afluencia de palabras y facilidad para discurrir sobre cualquier materia”. Curiosamente, es el retrato más cercano y preciso que tenemos del General, pero como se aleja del retrato piadoso y ñoño que nos ofreció Mitre, ha sido ocultado por la historia oficial.
Ojos siniestros, inquietos y que expresan mil cosas, un rostro hermético, palabra fácil, pero oscura, maliciosa y abundosa en refranes, capacidad para opinar sobre cualquier tema dan la idea de un hombre astuto, que no confía a nadie todos sus pensamientos, seductor y calculador. Dan la idea vulgar de un político, algo que la lavandina mitrista quiso sacar de la memoria de nuestro héroe.
El renacer de los tiempos históricos, el nuevo impulso continental de nuestros pueblos han desenterrado este José de San Martín del mausoleo plástico con que recubrieron su acción y su pensamiento los herederos de Rivadavia y el partido directorial. Su voluntad política adamantina para independizar y unir a estas tierras es el legado sanmartiniano que hoy resplandece.

Buenos Aires, 16 de agosto de 2015