8 de julio de 2016

El Congreso, la Logia y la Unidad Continental

Este artículo forma parte de Crónica Histórica Argentina (1968). Es uno de los artículos que integran la sección Más Allá de la Crónica y su autor es Antonio J. Pérez Amuchástegui (1921-1983), director entonces del Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía de la UBA y responsable histórico de la obra.



El aparato de los Halperín Donghi, Romero y secuaces de la llamada historia social borraron su nombre de la historiografía argentina y es difícil encontrar hoy muchas referencia biográficas, incluso en la biblioteca de Alejandría que es la Internet.

A continuación, el juicio que el profesor Blas Alberti, recordado compañero de la Izquierda Nacional, tenía sobre la labor de Pérez Amuchástegui, según consta en el interesante trabajo Antonio J. Pérez Amuchástegui, entre la cátedra y el kiosco, de Rodrigo Hugo Amuchástegui:

“O fue (el liberalismo, JFB) detrás del mito del antagonismo entre Bolívar y San Martín, para desvirtuar el carácter verdaderamente continental de la empresa revolucionaria y, además, para desvirtuar la profunda amistad que unía a San Martín con Bolívar, tema que aclaró tan luminosamente el profesor Pérez Amuchástegui, que fue director del Departamento de Historia de esta Facultad, quien curiosamente también goza del olvido intencional de las actuales autoridades del Departamento de Historia de la Facultad y esta actitud impide que los estudiantes lean obras historiográficas de Pérez Amuchástegui en donde se revelan, con una gran precisión de datos y con una aguda visión histórica, algunos episodios del pasado argentino que son puestos a la luz a partir de una documentación fidedigna y de un trabajo sistemático. Y Pérez Amuchástegui no puede ser ubicado dentro de la fogosa tendencia revisionista, como diría el Sr. Halperin Donghi; y, sin embargo, es desconocido y es denigrado cuando se lo menciona. En una universidad no deberían existir autores malditos y autores permitidos. Tendrían que estar todos en igualdad de condiciones. Sólo el juicio crítico de quien acomete una obra historiográfica, o cualquier obra científica, es capaz de establecer su valoración”.

El profesor Antonio Pérez Amuchástegui no pertenecía ni a la cofradía liberal masónica de la Academia de la Historia, ni al nacionalismo policíaco-clerical, ni formó parte del sistema de prestigio de la izquierda cipaya. Se enfrentó a la rosca profesoral de Halperín Donghi, Romero e Hilda Sábato, monopolizadores del saber histórico académico durante los últimos cuarenta años. Ello significó su expulsión del parnaso oficial.

En celebración de este segundo aniversario de la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica quiero publicar este texto extraído del tomo 2 de Crónica Histórica Argentina

En 1968, en coincidencia con la publicación de Historia de la Nación Latinoamericana de Jorge Abelardo Ramos, este profesor de historia, ex cadete del Colegio Militar de la Nación, hijo de militares, casado con la hija de un militar, escribía en una publicación de amplia difusión comercial, la siguiente interpretación del 9 de Julio de 1816. Adentrarse en su lectura será explicación suficiente del silencio que hay alrededor de su autor. Y será también un homenaje a los que en la soledad y la indiferencia constituyeron una visión que hoy es conciencia política en millones de compatriotas de la Patria Grande, entre ellos el Papa Francisco.

Los congresales de Tucumán no eran argentinos. Eran americanos y el continente era la Patria cuya Independencia proclamaban al mundo entero.

El Congreso, la Logia y la Unidad Continental

Desde los días mismos de la Independencia ha existido una duplicidad de criterios respecto de los contenidos específicos de la solemne declaración de Tucumán. Para unos, el 9 de julio de 1816 se quiso proclamar la emancipación rioplatense; para otros, la intención fue continental.El mismo 9 de julio firmó Pueyrredón en Tucumán una circular a los pueblos por la que comunicaba la buena nueva, y de allí, seguramente, nace la confusión, pues dice:

“El soberano Congreso de estas Provincias Unidas del Río de la Plata ha declarado en esta fecha la independencia de esta parte de la América del Sur de la dominación de los Reyes de España y su Metrópoli, según la Augusta resolución que sigue:

El Tribunal Augusto de la Patria acaba de sancionar en Sesión de este día por aclamación plenísima de todos los Representantes de las Provincias y Pueblos Unidos de la América del Sud juntos en congreso, la independencia del País de la dominación de los Reyes de España y su Metrópoli. Se comunica a V.E.esta importante noticia para su conocimiento y satisfacción, y para que la circule y haga pública en todas las Provincias y Pueblos de la Unión. Congreso en Tucumán a nueve de julio de mil ochocientos del diez y seis años. Francisco Narciso de Laprida, Presidente. Mariano Boedo, Vicepresidente, José María Serrano, Diputado Secretario, Juan José Passo, Diputado Secretario.

Lo comunico a V.E. para que determine la solemne publicación y celebración de este dichoso acontecimiento, y circule sus órdenes al mismo efecto a todos los puelos y Autoridades de esa Provincia”.

A la vista de esta circular y del Acta, resulta que “el congreso de estas Provincias Unidas del Río de la Plata” declaró la Independencia de “las Provincias Unidas en Sudamérica”; y de allí algunos han inferido rápidamente que la expresión continental tuvo valor de mera referencia, sin otra implicación de tipo político. Es del caso analizar el problema a la luz de estos y otros testimonios. Toda acción humana es intencionada, y la historiografía aspira, precisamente, a mostrar la realidad ocurrida con las intencionalidades que le proveen su peculiar significación. En 1966 realizamos un trabajo en equipo con Irene Calvo, María Rosa Mateos y Aurora Ravina, que presentamos al Cuarto Congreso Internacional de Historia de América, sobre los Contenidos americanos de la Declaración de Tucumán, con el propósito de aclarar debidamente el sentido de esa declaración. Aquí expondremos sucintamente sus conclusiones.

La línea lautarina
El 26 de marzo de 1816 se iniciaron las sesiones del Congreso con la presencia de las dos terceras partes de los diputados electos. El litoral y la Banda Oriental no enviaron representantes y quedaron, así, marginados de las Provincias Unidas cuya soberanía asumió el Cuerpo.
Buen número de diputados presentes pertenecían a la Logia Lautaro, o simpatizaban con ella en los propósitos de auspiciar la unidad política continental, comforme a los ideales postulados por la Gran Reunión Americana. Por lo mismo, veían con honda desconfianza las pretensiones localistas que enarbolaban las banderas federales.

Este federalismo estaba muy lejos de la ortodoxia doctrinaria que a su hora fijaron Hamilton, Madison y Jay. Tal vez Artigas haya tenido una conciencia clara de los puntos de vista que correspondían al federalismo. Los demás, solo sabían por mentas que el régimen federal respetaba las autonomías locales, y entendían a su manera el significado de federación. Y nada tiene de raro que ello ocurriera en toda Hispanoamérica, cuyas instituciones tradicionales eran básicamente distintas de las norteamericanas. Allá las autonomías han tenido desde los comienzos de la colonización una significación concreta tanto en lo político como en lo económico, mientras que en el Río de la Plata esas autonomías representaban regímenes patriarcales que procuraban defender los intereses económicos internos de la voracidad hegemónica de Buenos Aires.

Ante la experiencia vivida, la Logia entendía que la unidad continental que auspiciaba solo podía lograrse a través de una centralización del poder político, y estimaba -conforme al criterio imperante en la época de la Restauración- que la solución más adecuada se lograría mediante una monarquía constitucional. La otra alternativa era una dictadura fuerte que impusiera el orden homologando intereses y obtuviera la paz interior necesaria para el desenvolvimiento nacional. La monocracia se consideraba indispensable para la unidad continental, pues entendían que la indiscriminada deliberación de los pueblos iba a engendrar secesión.
Conforme a ese criterio, es claro que la “monarquía temperada” resultaba inmejorable, ya que el afán parlamentario de los federalistas podía tener su salida en la representatividad de las Cámaras, mientras se aseguraba la concentración de la fuerza militar y el poder político e, incluso, se evitaba todo resquemor de los soberanos europeos por el establecimiento de repúblicas.

El Acta de Independencia
Pero de cualquier manera, y antes de establecer la forma de gobierno, entendían los lautarinos que era preciso denunciar la existencia de un país soberano, cuya estabilidad política estuviera avalada por suficientes recursos económicos, indudable cohesión nacional y firme fuerza militar. Así lo había señalado Miranda cuando proyectó la unidad sudamericana, entidad que, por sus condiciones potenciales, podía ser garantía de un régimen institucional sólido y duradero. Y así lo entendieron los lautarinos, que presionaron fuertemente para cristalizar los proyectos de Miranda.

Por esos motivos, el Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata extendió sus atribuciones para asumir la representatividad de las Provincias Unidas en Sudamérica. Quien recorra las páginas de El Redactor observará que de pronto, desde comienzos de julio de 1816, se eliminan las referencias a lo rioplatense y se comienza a ponderar lo sudamericano. Y el Acta de la Independencia, por supuesto, no está referida sólo al Río de la Plata, sino a todas las Provincias Unidas en Sudamérica.

El cambio de denominación
No se trata, pues, de un accidente, ni de un error, ni de una simple referencia geográfica. El cambio de denominación -Sudamérica en vez de Río de la Plata- tiene su fundamentación en indudables propósitos de unidad continental. En el momento, esa aspiración política estaba respaldada por una concepción estratégica que apuntaba a asegurar la unidad continental mediante la fuerza militar. Ya el Director Supremo había aprobado, el 24 de junio, la célebre Memoria de Tomás Guido, en que mostraba las efectivas posibilidades de libertar a Chile y al Perú, y desde entonces la política directorial apuntó a consolidar la unidad sudamericana mediante la liberación de distritos oprimidos que pasarían a constituir con el Río de la Plata un solo cuerpo político. El Acta de la Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica hacía posible que cualquier distrito continental, con sólo adherir a la declaración y enviar sus diputados al Congreso soberano, quedara de hecho y de derecho comprendido entre las provincias independizadas. Y fuera acreedor al apoyo económico y militar de sus hermanas, pues todas constituían el mismo Estado. La campaña militar que se preparaba tenía la intención, ya enunciada por los jacobinos de la primera hora, de extirpar del cuerpo nacional todo enemigo de la causa, mediante una guerra de conquista que asegurara la tranquilidad exterior necesaria para el ordenamiento interno.

La proyectada guerra contra el Brasil se trocaba ahora en acuerdos dinásticos que tendían a la unidad y a la pacificación; y en cambio se llevaba la acción bélica contra el irreconciliable enemigo que había abortado la Revolución en todo el resto de Hispanoamérica. Porque es del caso tener en cuenta que, el único lugar no reconquistado para el imperio hispánico era el Río de la Plata. Y de allí, forzosamente, tendría que salir la fuerza capaz de iniciar la liberación del continente y de promover la unidad política sudamericana que, simultáneamente reclamaba Bolívar desde Kingston, en su famosa Carta de Jamaica del 6 de septiembre de 1815. En esa misma línea intencional se halla la designación de Santa Rosa de Lima como patrona de la América del Sur, la aprobación de la bandera celeste y blanca como símbolo de independencia y soberanía sudamericanas, y el cambio de designación del jefe del Ejecutivo que comenzó a firmar documentos públicos como Director Supremo de las Provincias Unidas de Sud América. Y por eso mismo San Martín, en cumplimiento de la circular que ordenaba hacerla conocer “en todas las Provincias y Pueblos de la Unión” envió a Chile el Acta de la Independencia que Marcó del Pont hizo incinerar en acto solemne.

Con estos antecedentes, que suelen omitirse no siempre por olvido, resulta muy coherente el proyecto de restablecer la dinastía incaica en el restaurado imperio sudamericano e, incluso, las peligrosas tramitaciones ante la Corte lusitana para coronar un emperador de la América del Sur que invulara la sangre de Braganza con la de los Incas. No es del caso analizar aquí si eso estaba bien o mal; si era un disparate o una sensata medida política. Basta comprender esas tramitaciones, y ellas sólo son comprensibles si se atiende a la intencionalidad americanista de quienes las auspiciaron, volviendo en ese aspecto a los lineamientos del Plan Revolucionario de Operaciones.

Mito y realidad
La anacrónica posición de algunos historiadores, que creen poco “patriótico” señalar la similitud de contenidos intencionales de la Declaración de julio y la Carta de Jamaica, ha pretendido minimizar la importancia de la corriente continentalista. Así hasta se ha expresado un “dictamen”, formado por doce miembros, que afirmaron en tono apodíctico.

“… Nadie ignora que el anhelo de todos los habitantes de este suelo era el de constituir una nación independiente con las provincias que integraban el antiguo virreinato del Plata y no con los demás Estados de Sudamérica. A lo sumo, un reducido número de visionarios coincidía con el pensamiento de Bolívar en cuanto a una Confederación de Estados”.

Y como remate de esa aseveración, lanzada sin otra prueba que la hipotética auctoritas de los ínclitos opinantes, se agrega con un dejo de ironía:

“… Habría que preguntar si nuestros congresales de Tucumán creyeron alguna vez que en ese momento estaban representando también a Chile, Perú, Paraguay, Colombia, etcétera”. 

Al margen de que en nuestros días ni los niños de pecho se conforman buenamente con el “criterio de autoridad”; al margen también de que no se es “autoridad” por el mero hecho de creerse tal; y pasando por alto, en fin, que en 1816 nadie podía creer nada de Colombia porque esa república fue proclamada por Bolívar en 1819, es bueno señalar en qué medida el chauvinismo incontrolado puede llevar a la formulación de aseveraciones gratuitas, incapaces de resistir el menor embate de una crítica objetiva.

No deja de ser curioso que quienes se dicen seguidores de Bartolomé Mitre se esfuercen por negar hasta las evidencias que surgen de la obra de dicho historiógrafo. Ni siquiera advierten que, entre multitud de otros documentos muy elocuentes, las Instrucciones reservadas impartidas a San Martín para su campaña sobre Chile, expedidas por el Director Supremo el 21 de diciembre de 1816, señalan de manera categórica e indudable la intencionalidad que sustenta la denominación Provincias Unidas en Sudamérica. El apartado 14° del “Ramo político y administrativo” de esas Instrucciones dice textualmente:

“Aunque, como va prevenido, el general no haya de entrometerse, por los medios de la coacción o del terror, en el establecimiento del gobierno supremo permanente del país, procurará hacer valer su influjo y persuasión, para que envíe Chile su diputado al Congreso General de las Provincias Unidas, a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de toda la América unida en identidad de causas, intereses y objeto, constituya una sola nación; pero sobre todo se esforzará para que se establezca un gobierno análogo al que entonces hubiese constituido nuestro congreso, procurando conseguir que, sea cual fuese la forma que aquel país adoptase, incluya una alianza constitucional con nuestras provincias”.

La directiva no tenía nada de asombrosa para San Martín; por el contrario, coincidía plenamente con su pensamiento, expresado de manera categórica al diputados mendocino Tomás Godoy Cruz en carta del 24 de mayo de 1816, donde a propósito de las advertencias que él haría al Congreso si fuera diputdo, decía: “1°) Los Americanos o Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su Revolución que la emancipación del mando de fierro Español y pertenecer a una Nación”. La conjunción o denota allí indudablemente idea de equivalencia, e indica que para San Martín era indistinto decir Americanos que decir Provincias Unidas; y esos americanos querían pertenecer a una sola Nación. Lo mismo pensaba Manuel Belgrano cuando auspiciaba coronar al Inca en el imperio sudamericano que tendría por sede el Cuzco; lo mismo también Güemes, que recibió alborozado el proyecto; lo mismo Acevedo, Serrano, Sánchez de Bustamante y, en fin, la inmensa mayoría de los diputados que apoyaron las gestiones tendientes a establecer una monarquía continental.

A la luz de las transcriptas Instrucciones de muchísimos otros testimonios concomitantes, resulta pues, que ese “reducido número de visionarios” que “coincidía con el pensamiento de Bolívar en cuanto a una Confederación de Estados”, estaba integrado por los principales jefes militares, los diputados de los pueblos representados en el Congreso y, como si ello fuera poco, también por el Director Supremo, a quien el Congreso confió la dirección política de las Provincias Unidas para que ejecutara las disposiciones del Cuerpo Soberano. Y es claro que dicho funcionario, vocero natural del Congreso, tenía que entender -a pesar de la académica ironía- que los diputados reunidos en Tucumán querían representar a “toda la América unida en identidad de causas, intereses y objeto”, razón por la cual los pueblos sudamericanos debían constituir “una sola Nación” o, en su defecto, vincularse políticamente por una “alianza constitucional”, lo que equivale a formar una Confederación de Estados similar a la que auspiciaba Simón Bolívar en la Carta de Jamaica, sin que, al efecto, importe demasiado si esa unidad política se lograría con una monarquía o una república. Para quien sepa leer -y lo haga libre de prejuicios y sin segundas intenciones- queda incontrastablemente demostrado que la campaña sobre Chile llevaba implícito el proyecto de organización política continental de las Provincias Unidas en Sudamérica.

El transcripto apartado de las Instrucciones entregado a San Martín no tiene, ni mucho menos, carácter de inédito ni de poco conocido. Lo reprodujo in extenso Bartolomé Mitre en su Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, apareció íntegro en el Tomo III, páginas 402 a 416 de los Documentos del Archivo de San Martín, y ha sido agregado también en el Tomo IV, páginas 571 a 575 de los Documentos para la historia del Libertador General San Martín publicados conjuntamente por el Museo Histórico Nacional y el Instituto Nacional Sanmartiniano. Por poco dedicado y perspicaz que sea un investigador, parece que resulta demasiado gruesa la omisión heurística y no puede aducirse olvido por parte de quienes todavía niegan los contenidos americanos del movimiento emancipador.


Sin duda, tuvo razón Eulalio Astudillo Menéndez cuando, en la Revista Militar, afirmó hace 29 años que “el Congreso de Tucumán fijó el plan de operaciones de San Martín”. Y es también indudable que la Declaración de la Independencia, hecha al molde de la Logia Lautaro, retomó el plan jacobino (y mirandino) de constituir el Estado Americano del Sur, y fijó la magnitud continental de la Revolución.

5 de julio de 2016

La entrevista telefónica a Cristina Fernández de Kircher

La verdadera colaboración no es alabar siempre, sino señalar los errores, hablando un lenguaje claro de realidad, de verdad y de amistad. El verdadero amigo es el que aconseja, y si es el enemigo el que habla, es mejor que esté cerca.
Conducción Política, Juan Domingo Perón


El reportaje telefónico a Cristina Fernández de Kirchner en el principal programa televisivo opositor, conducido por el periodista Roberto Navarro, obviamente generó una gran expectativa, ya que por primera vez, desde el 10 de diciembre del año pasado, la ex presidenta era entrevistada por un medio.

Por las mismas horas se daban a conocer algunas cifras sobre el crecimiento de la pobreza en el país que hielan la sangre, habida cuenta del ambicioso objetivo de Pobreza Cero con que el candidato Mauricio Macri se pavoneó en su campaña electoral.
En el informe brindado por el Centro de Economía Política Argentina (CEPA) junto al Instituto de Economía Popular (INDEP) se vio que la pobreza para el Gran Buenos Aires subió, a partir de fines del año pasado, del 24,4% al 31,42% en marzo (un 7%) y, luego, al 33,25% (casi un 10%). Esto, según los investigadores Hernán Letcher y Eva Sacco, significa, sólo en el área metropolitana, una crecimiento de 1,7 millones de pobres.

Para el instituto Gino Germani, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, la pobreza en el Gran Buenos Aires subió del 22% al 35,5% (la indigencia pasó de 5,9% al 7,7%). El porcentaje de pobres pasó de 23,8% al 38,2% en el conurbano (indigencia del 6,8% al 9%), mientras que subió del 12,6% al 21,8% en la Capital Federal, con un incremento de la indigencia del 1,1% al 1,4 por ciento.

Estos guarismos, de medirse en todo el país, significarían que desde que asumió Mauricio Macri en la Rosada habrían entre 4,5 y 5 millones nuevos de pobres, según estimó el investigador del Instituto Gino Germani, Eduardo Chavez Molina.

También la Universidad Católica Argentina (UCA) estimó que la misma está cercana al 35%, en estos días. Según esta investigación, entre noviembre y marzo se habían creado 1,4 millones de pobres. El investigador Agustín Salvia, responsable de esa encuesta, explicó que el tarifazo tuvo un impacto importante en los deciles de la población con menores ingresos (1).

De manera que las declaraciones de Cristina Fernández de Kirchner se han dado en un momento de agudización extrema de las demandas sociales, en el inicio de un duro invierno anticipado por un frío otoño y en el marco de un desabastecimiento general de gas, cuyo precio para los usuarios domiciliarios se ha convertido en cifras que implican hasta la mitad del salario. El grueso de la clase media asalariada o con ingresos fijos, la clase trabajadora y los sectores más vulnerables de la sociedad -desocupados, semiempleados, trabajadores en negro- están sufriendo día a día una brutal disminución de su capacidad de compra y una exacción de sus ingresos a favor de los sectores concentrados de la economía y, sobre todo, del sector financiero. Como lo denuncia la Declaración de Formosa:

La derecha pretende imponer un modelo de Estado mínimo, un gobierno de ricos y gerentes de grandes multinacionales. Su objetivo es desmantelar el conjunto de progresos laborales y sociales y los derechos conquistados durante los últimos años”.

A su vez, los bloques parlamentarios del otrora Frente para Victoria se han ido desgajando al vaivén de distintos intereses, legítimos e ilegítimos, justos e injustos, mientras que la presión del gobierno nacional sobre los requerimientos presupuestarios de los gobiernos provinciales ha tenido su efecto en las votaciones del Congreso. Hemos sostenido en otra parte:

“'Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, / Sus alas de gigante le impiden caminar'.
El peronismo, en el poder, se asemeja, en su autonomía, en su agilidad de movimientos, en su grandeza, a ese albatros que cruza los mares del Sur. Pero alejado del poder, “sus alas de gigante le impiden caminar”. Le cuesta recomponer sus amplias alas, trastabilla con la inmensidad de su cuerpo y se le hace difícil volver a remontar el vuelo” (2).

A excepción de esa Declaración de Formosa, llevada a cabo a instancias del presidente del Congreso del Partido Justicialista, Gildo Insfrán, no ha habido otras manifestaciones orgánicas del movimiento que, a través de Néstor y Cristina, ejerció el poder desde el 2003 hasta el año pasado. El establecimiento de una clara y definida política opositora dispuesta a reconquistar el poder del Estado para la realización de sus grandes banderas no alcanza a manifestarse, mientras desde el movimiento obrero se realizan permanentes esfuerzos en aras de una unificación de la CGT bajo un programa y una conducción capaz de resistir el embate del neoliberalismo financiero. En este último sentido son alentadoras las palabras del dirigente Horacio Ghillini, del SADOP, quien en un sustancioso reportaje acaba de manifestar (3):

“Queremos que el programa de la CGT sea en un con presencia federal, movilizado. Que no tenga ambigüedades con respecto a este proyecto político. Una cosa es tener respeto democrático por el gobierno y otra es estar de su lado. Este es un gobierno contrario a los trabajadores. Queremos confrontar su modelo económico”.

Los dichos de la ex presidenta dieron lugar a una gran producción de interpretaciones, elogios y críticas. No podía ser para menos. Un importante sector de la sociedad ha depositado sus expectativas y esperanzas en las palabras o los gestos que puedan venir de la ex presidenta para dar respuestas políticas al gran desafío que la derrota del año pasado ha impuesto sobre el peronismo y, en general, sobre todo el movimiento nacional y popular. Estas líneas no intentan más que sumarse a ese necesario debate.

La entrevista
La primera sorpresa fue que la entrevista se hiciera por teléfono. Alguien dijo alguna vez, en tono humorístico y paradojal, que, de haberse inventado la radio después de la televisión, los oyentes la hubieran elogiado diciendo que era como la televisión pero mejor, ya que no había necesidad de mirar la imagen. No soy un especialista en comunicación, pero fue evidente para el más desprevenido que el recurso típicamente radial de una comunicación telefónica enfrió la expectativa de la entrevista. En una época en que, con un teléfono y una aplicación podemos conversar, con imagen y sonido, con un amigo en Estocolmo, la decisión de no poner su imagen en vivo no pudo ser sino producto de una decisión de política comunicacional. Y el resultado fue una sensación de distancia y lejanía. Si a eso se le agrega el comentario de la ex presidenta acerca de que recién entraba en su casa, el efecto de sentido fue el de un encuentro casual, casi inesperado.

Cristina, a lo largo de la conversación, dejó en claro, fundamentalmente, que no pretende conducir a la oposición y, mucho menos, al peronismo. Dejó en manos de la representación parlamentaria esa función que queda así sin una dirección política que la vertebre. Reivindicó con justo derecho las políticas de su gobierno y dejó en clara su opinión sobre la naturaleza liquidacionista, clasista y antinacional del gobierno del presidente Macri, aún cuando señaló que deseaba su éxito. Este quizás haya sido una de sus afirmaciones más desconcertantes dado que el éxito del gobierno macrista consiste en la implementación, desarrollo y profundización de esas políticas.

Puso énfasis en dos o tres cosas: por un lado, una correcta visión alejada de cualquier tipo de vanguardia iluminada, que es algo muy distinto a una conducción política de un amplio espacio; puntualizó que son necesarias ideas, más que hombres, para enfrentar al gobierno; y, por último, su confianza en lo que llama “empoderamiento” de la gente.

Este concepto, de frecuente aparición en el discurso de Cristina, ha tenido su origen en la sociología norteamericana (enpowerment) y encierra un sentido más psicologista que político y social. Un proceso de empoderamiento reemplazaría así “un sistema piramidal tradicional por otro más horizontal en donde la participación de todos y cada uno de los individuos formen parte activa del control del mismo con el fin de fomentar la riqueza y el potencial del capital humano lo que se reflejará no sólo en el individuo sino también en la propia organización” (4). En los discursos de Cristina el concepto parecería más bien a apuntar a una cesión de poder, por parte del Estado, en los ciudadanos y ciudadanas para que tengan la capacidad, la decisión y el coraje de enfrentar las decisiones injustas o contrarias a sus intereses. La ausencia de una mediación organizativa, capaz de luchar por la conquista del poder político del Estado, corre el riesgo de convertir el empoderamiento en una apelación a los derechos y garantías de los ciudadanos, propio de todas las constituciones liberales.

Uno de los momentos en los que más ruido me hizo el mensaje de la ex presidenta fue su negativa a responder a la pregunta del periodista acerca del estado de desamparo -creo que usó esa palabra- en que se encuentra parte de la opinión pública que ha confiado en su liderazgo. Fue evidente que no quiso contestar a ello y en su lugar se extendió en un minucioso relato sobre las cañerías de la calefacción en Santa Cruz, que en el crudo invierno patagónico quedan congeladas y revientan de no tener el calor necesario. Fue también, ahí, donde la expresidenta mencionó por única vez un acuerdo previo y repitió varias veces la expresión inglesa “no more”.

En suma, Cristina Fernández de Kirchner ha vuelto a Buenos Aires. La pertinaz persecución judicial a la que la somete la dictadura judicial y mediática requiere de su paciencia y capacidad de respuesta. Es evidente y obvio que esta es su primera preocupación. Pero también quedó evidenciado que no está en sus objetivos inmediatos encabezar una oposición política amplia y mayoritaria al gobierno de los CEOs y el imperialismo.

Es obvio que no se esperaba de la expresidenta un discurso incendiario o un llamado a la rebelión. No hay antecedentes en la conducta pública de Cristina para pensar algo así. Lo que quizás se esperaba eran ciertas señales hacia el movimiento peronista que fue la base de apoyo del presidente Néstor Kirchner y la llevó al poder en dos oportunidades con el voto mayoritario. Una gira por provincias, insinuado en las redes y en portales noticiosos, podría satisfacer esas expectativas. Una reunión con el ex gobernador de San Juan, José Luis Gioja, y actual presidente del PJ nacional, una serie de entrevistas que cubra el espinel político del peronismo en su amplia expresión -gobernadores, intendentes, senadores y diputados- así como con dirigentes gremiales y de los sectores que apoyaron a sus gobiernos harían manifiesta la voluntad de Cristina de acaudillar, en las nuevas condiciones, el gran frente opositor.

Poseedora hasta hoy de un gran caudal electoral en cualquiera de los escenarios en que intente presentarse, su aparición del domingo no dejó traslucir más que la idea de que con sus dos gobiernos cumplió más que ampliamente con la voluntad popular y las grandes tareas de la Patria. Algo que la Historia y sus contemporáneos no dejaremos de agradecer y recordar con emoción.

Algunos amigos me preguntaban si valía la pena plantear estas cuestiones, habida cuenta que tampoco el peronismo ha resuelto o está en vías de resolver su problema de conducción. Otros me decían si no era preferible que la realidad hiciera evidente estas tendencias aquí señaladas, ya que estas reflexiones solo generarían respuestas iracundas y apasionadas de fervor. No tengo resuelto el dilema. Pero mi formación y tradición políticas me indican que, para citar a Joan Manuel Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Hacer frente a una situación, ayudar a que con el conjunto reflexionemos sobre la real situación estoy convencido que ayuda a encontrar, entre todos, respuesta a los desafíos a los que estamos enfrentados.

A todo esto, una patota fascista empastelaba la redacción del periódico Tiempo Argentino, golpeando a sus trabajadores, y otra atacó la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima, donde Cristina se había reunido con los curas de la opción por los pobres.
Y al día siguiente, 4 de julio, el presidente Macri se fotografiaba con una escarapela de los EE.UU.

Hacemos propias, para enfrentar este desafío, las palabras que cierran la Declaración de Formosa:

En definitiva, los argentinos nos encontramos hoy ante la misma encrucijada histórica que enfrentaron los patriotas de 1816: Patria o colonia. Ante este dilema, no dudamos que las banderas históricas del peronismo, enriquecidas con los aportes expresados en este documento y los que realicen todos los sectores del campo nacional y popular, constituyen el faro que nos ha de guiar hacia la efectiva emancipación nuestro pueblo en el Bicentenario de la Independencia”. 

4 Blanchard, K., CarlosJ& Randolph, A. (1997). Empowerment: 3 Claves para lograr que el proceso de facultar a los empleados funcione en su empresa. Bogotá: Norma S.A.