23 de abril de 2017

Una victoria táctica de Maduro y la política del caos de Trump

Inicio con este artículo mi colaboración con el sitio Mucho más que Dos, donde semanalmente intentaré ofrecer algunas reflexiones sobre la política latinoamericana e internacional desde la perspectiva de los intereses argentinos y la integración latinoamericana.

La situación venezolana
El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, presidido por Nicolás Maduro, ha venido recibiendo enormes embates tanto en el plano interno como internacional. El triunfo electoral de la oposición en las elecciones legislativas, con el resultado de una mayoría integrada por los partidos antichavistas, generó una situación de enorme enfrentamiento y de virtual doble poder.
Los diversos errores cometidos por el chavismo -sobre todo en el área económica-, más las maniobras imperialistas tendientes a la baja del precio del petróleo -única fuente de divisas de la economía venezolana- generaron una situación de crisis económica y de abastecimiento -sostenida y profundizada por maniobras de agio con el dólar y los alimentos -caracterizados por el gobierno de Maduro como de guerra económica- que llevó a cuestionar la inmensa mayoría popular y electoral que el chavismo había conquistado. La oposición, caracterizada por una total dependencia política y económica del Departamento de Estado y un rampante odio clasista y racista contra el chavismo, se lanzó a una permanente provocación institucional y política, en constante cuestionamiento a las normas constitucionales. El objetivo ha sido durante todo el tiempo generar una división en el seno de las Fuerzas Armadas Bolivarianas y un golpe de Estado que impusiese una dictadura de la burguesía compradora y el imperialismo. Su torpeza, su improvisación, sus ambiciones personales y grupales fueron algunas de las principales dificultades que encontraron para la realización de este objetivo.
Por su parte, el gobierno de Maduro logró, lentamente, mejorar la situación económica más sensible. Logró hacer desaparecer el desabastecimiento y las mafias del contrabando y el agio con las divisas, reconquistando en buena parte el apoyo popular.
Después de los fracasos en lograr un repudio unificado al gobierno de Maduro por parte de la OEA, del deplorable papel jugado por su secretario general, el uruguayo Luis Almagro -diplomático de carrera vinculado al Partido Demócrata norteamericano-, la oposición y el sistema planetario de comunicación imperialista anunciaron para este 19 de abril, aniversario que corresponde a nuestro 25 de Mayo, un combate definitivo que terminaría con el gobierno. En el interín, circulaban intensos rumores sobre levantamientos militares en distintas guarniciones, denuncias por la oposición de actos de violencia gubernamental y anuncios oficiales de desmantelamiento de células extranjeras terroristas. La noche del martes 18 de abril el presidente Maduro, en un acto transmitido en cadena, y acompañado por los principales dirigentes de su gobierno, entre ellos, Diosdado Cabello -hombre decisivo en la relación con las Fuerzas Armadas Bolivarianas- , convocó a la Milicia Popular y anunció la posibilidad de graves alteraciones del orden público para el día siguiente. El ambiente social y político era de exasperante tensión.
El miércoles 19 de abril, a partir de la media mañana, comenzó la más importante movilización popular realizada en Caracas -y en el conjunto del país- desde el fallecimiento de Hugo Chávez. Miles y miles de venezolanos salieron a las calles, desde distintos puntos de encuentro, y marcharon hasta el centro de Caracas con sus camisas rojas y las banderas mirandinas. La concentración fue extraordinaria. La CNN habló de medio millón de personas, lo que permite sostener que la cifra superó ese número hasta llegar al millón.
La proclamada rebelión militar no fue más que la deserción de tres jóvenes tenientes, que viajaron a Colombia, y a la presencia de los seguidores chavistas se le sumó la movilización de miles de integrantes de las Milicias Populares -un organismo creado por ley en época de Chávez-.
La oposición también realizó una importante movilización en Caracas y otras ciudades. Los casos de violencia que determinaron la muerte de, según se dice, ocho personas son muy confusos. El joven muerto en Caracas fue el resultado de un atraco, mientras que la mujer fallecida en Táchira lo fue por un disparo hecho, desde un edificio, por un militante opositor, que ya fue detenido.
La jornada fue un rotundo éxito del presidente Maduro y del chavismo. La presencia multitudinaria y popular en las calles consolidó, si ello era necesario, la unidad de las Fuerzas Armadas -que junto con el apoyo popular es la garantía de continuidad de la revolución chavista- y su apoyo al gobierno. Contra lo que se presuponía, y se había hecho creer a la opinión pública, no hubo enfrentamientos entre las dos movilizaciones y la prensa extranjera, una vez más, quedó sin el espectáculo de la caída de Nicolás Maduro que la oposición le había prometido.
Por otra parte, y pese a las advertencias del oficialismo venezolano, es muy difícil pensar en la intervención directa militar de los EE.UU. en los próximos acontecimientos. Pese a la proximidad de la IV Flota, pese a los insistentes pedidos de la oposición venezolana, pese a la evidente relación de los dirigentes opositores con figuras políticas y ongs norteamericanas, los EE.UU., como veremos a continuación, tienen suficientes problemas en distintas regiones del planeta como para lanzarse a una aventura militar en el continente suramericano. Un ejército unificado atrás de un proyecto político, una amplia base popular y el apoyo político, diplomático y hasta económico de las otras potencias del sistema multipolar son elementos disuasivos de cualquier sueño militar norteamericano.
El misterio Trump y sus contradicciones
Después de su asunción, el presidente Donald Trump continuó siendo objeto de una furibunda campaña de socavamiento de su poder y de desprestigo en la prensa internacional. Su enemigo fue identificado por distintos analistas como el “deep state”, el estado profundo norteamericano, los oscuros repligues burocráticos y sus vinculaciones corporativas que han decidido la política exterior norteamericana durante los últimos treinta o cuarenta años. A los distintos cambios experimentados en su gabinete, por presión parlamentaria o por acción conspirativa burocrática, debe sumarse el reciente acercamiento a China, objeto de su crítica durante la campaña, y el enfriamiento con Rusia, en sentido inverso de lo también anunciado antes de las elecciones.
Como sostienen Arnaud Blin y François Soulard en “Los naipes están sobre la mesa: Trump y el retorno de una realpolitik ortodoxa”1:
“A través de su política exterior, donde va a hacer sentir la potencia de los Estados Unidos, Trump intentará ganarse un apoyo del público estadounidense que le permita, eventualmente, amordazar al parlamento (recientes encuestas indican una opinión mayoritariamente favorable a las medidas de ataque aéreo a Siria en la población estadounidense)”.
Todo indica que su política intentará repetir el viejo “big game” de principios de siglo XX, intentando impedir una alianza permanente entre los otros dos grandes jugadores, Rusia y China. En medio de esos alejamientos y acercamientos, Trump consolida y asegura su alianza estratégica con Israel lo que significa un incremento de la amenaza sobre Irán, aliado muy cercano a Rusia en la política de Medio Oriente. La provocación a Corea del Norte, a su vez, lo acerca a un Japón que ha querido jugar con cierta independencia en el Extremo Oriente y obliga a China a actuar como garante del orden en la región.
A este cuadro se le suma el acercamiento a su vecino ruso por parte del presidente turco Erdogan, quien ha recibido un amplio apoyo en el plebiscito sobre el paso hacia un sistema presidencialista. A nueve meses del fallido golpe de estado, Erdogan ha visto afirmado su poder, justo en el momento en que sus relaciones con Rusia pasan por el mejor momento, mientras sus antiguos aliados -no muy confiables, por cierto- europeos se alejan espantados.
Todo ello hace evidente, como afirman los autores citados, que Europa no tiene un papel muy significativo en la visión internacional de Trump. La OTAN ha dejado de ser, por ahora, el instrumento militar preferido por EE.UU.
Esto convierte la escena internacional en un territorio muy lábil, en el que el desprecio de Trump a los mecanismos burocráticos de su propio país y su repliegue a un equipo muy íntimo y personalizado, pueden generar situaciones de alto riesgo en un terreno minado como el el Medio Oriente, donde están involucrados, de una manera u otra, Rusia, Israel, Irán y Europa, o sea, donde hay, con EE.UU., tres países con bomba atómica.
En esta perspectiva es que considero que la amenaza de intervención militar o de alto compromiso público de los EE.UU. en Venezuela no es una alternativa de alta probabilidad. Por otra parte, sería interesante saber qué opina el alto mando militar brasileño sobre una presencia militar norteamericana en sus fronteras, no ya como una base militar, sino como potencia invasora.
Buenos Aires, 20 abril de 2017