13 de septiembre de 2017

El Papa en Colombia

Francisco vino a ratificar la paz del continente,
exigir la verdad, bregar por la justicia y llamar al encuentro

Entre el 6 y el 10 de septiembre, Jorge Bergoglio, el sacerdote jesuíta argentino y jefe de la Iglesia Católica con el nombre de Francisco, estuvo en Colombia. Días antes de su llegada a tierra suramericana, sostuvimos en una declaración del Instituto Independencia:
Entendemos que el viaje de Francisco, el apóstol de la paz entre los pueblos, tiene como objetivo consolidar esa paz alcanzada por los colombianos, con la ayuda de otros países de la región. Pero también advertir al mundo que este continente quiere la paz para siempre y que la misma no podrá ser violada por la presencia de ejércitos extranjeros, de provocadores mercenarios o agentes de la disolución nacional”.
Cuando ya han pasado algunos días, y pese al poco eco que despertó en el cada vez más degradado periodismo comercial argentino, el viaje papal cumplió ampliamente con esas expectativas y se amplió hacia otros frentes, donde reiteró su mensaje de justicia, de fraternidad y de respeto a “la casa común”, nuestro planeta.
Posiblemente los dos lugares más significativos hayan sido Villavicencio, la capital del departamento de Meta, en los llanos orientales y casi en el centro mismo del país, y en Cartagena de Indias, el puerto sobre el Caribe que fuera centro del comercio esclavista bajo la dominación española, una ciudad en la que la presencia africana, fuerte en toda Colombia, se acentúa e impregna su cultura.
Después de escuchar, en Villavicencio, el dramático testimonio de dos mujeres cuyas vidas fueron atravesadas y modificadas para siempre por la violencia y de una muchacha que a los 16 años es obligada a ingresar a un grupo paramilitar de los llamados Grupos de Autodefensa y de un hombre ex integrante de las FARC, Francisco tuvo uno de sus discursos centrales: “Es la hora para desactivar los odios y renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno”. La justicia, la verdad y el encuentro fraterno fueron las claves de su mensaje a lo largo de toda su visita.
En la misma Villavicencio, 2.000 colombianos, miembros de las 102 etnias originarias que hay en el país, viajaron más de 15 horas para entregarle a Francisco -en una calle de honor formada por la Guardia Indígena- un acta en la que denuncian el despojo histórico de sus territorios ancestrales, la violación sistemática de los derechos de sus pueblos y el detrimento que sufre la madre tierra por la descontrolada explotación a la que es sometida. El documento contenía también un pedido de audiencia para continuar en Roma la discusión de medidas concretas en favor de estos reclamos..
Dos artistas colombianos figuraron en los discursos y mensajes de Francisco. El viejo profesor de letras no pudo soslayar al premio Nóbel colombiano, Gabriel García Márquez, y citó precisamente un párrafo de su discurso de recepción del galardón sueco: es posible una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”. En otra reunión con los obispos locales, el Papa volvió a recordar a Gabo: “No imaginaba que era más fácil empezar una guerra que terminarla”.
Francisco citó también al cantante pop Juanes, un artista colombiano internacionalmente conocido. Durante la homilía de una misa, el Papa dijo: “Un compatriota de ustedes lo canta con belleza: 'los árboles están llorando, son testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con la tierra'". La estrofa pertenece a Minas Tierras, una canción compuesta por Juanse luego de conocer a 35 sobrevivientes de minas antipersonales.
Sus discursos en Cartagena fueron los que posiblemente encerraron el carácter más amplio y continental de su visita colombiana.
Desde este lugar, quiero asegurar mi oración por cada uno de los países de Latinoamérica, y de manera especial por la vecina Venezuela. Expreso mi cercanía a cada uno de los hijos e hijas de esa amada nación, como también a los que han encontrado en esta tierra colombiana un lugar de acogida. Desde esta ciudad, sede de los Derechos Dumanos, hago un llamamiento para que se rechace todo tipo de violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis que se está viviendo y afecta a todos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad”.
Asimismo, aprovechó la estancia en el viejo puerto esclavista para redondear su concepto sobre la paz. Dijo allí : “Además, siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva. El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. Toda la gente y su cultura. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural. A nosotros, cristianos, se nos exige generar «desde abajo» generar un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, responder con la cultura de la vida y del encuentro. Nos lo decía ya ese escritor tan de ustedes y tan de todos: «Este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido donde nos levantamos temprano para seguirnos matándonos los unos a los otros, una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación»”. Terminaba nuevamente con palabras del autor de Cien Años de Soledad.
Hago un llamado para que se busquen los modos para terminar con el narcotráfico que lo único que hace es sembrar muerte por doquier, truncando tantas esperanzas y destruyendo tantas familias. Pienso también en otros dramas como en la devastación de los recursos naturales y en la contaminación, en la tragedia de la explotación laboral, pienso en el blanqueo ilícito del dinero así como la especulación financiera, que a menudo asume rasgos perjudiciales y demoledores para enteros sistemas económicos y sociales, exponiendo a la pobreza a millones de hombres y mujeres; pienso en la prostitución que cada día cosecha víctimas inocentes, sobre todo entre los más jóvenes, robándoles el futuro; pienso en la abominable trata de seres humanos, en los delitos y abusos contra los menores, en la esclavitud que todavía difunde su horror en muchas partes del mundo, en la tragedia frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la ilegalidad», e incluso también se especula en una «aséptica legalidad» pacifista que no tiene en cuenta la carne del hermano, la carne de Cristo”.
El editorialista de La Nación, prosopéyico y engolado como ha sido diariamente durante 147 años, intentó traducir el viaje papal en la menguada clave de su interés local, comparando una guerra civil de más de 50 años de duración, con los conatos guerrilleros de nuestro país entre los años 1969-1976 y, curiosamente, la actualidad.
Francisco, por el contrario, ratificó, con su presencia y su palabra, el mensaje que ha caracterizado todo su pontificado: justicia, solidaridad con los más débiles, denuncia de un sistema que produce descarte de los hombres y destrucción de la gran nave común. Y en este caso en especial, ratificar la paz en la que quiere vivir nuestro continente de orquídeas y tucanes.

Buenos Aires, 13 de septiembre de 2017

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